En un análisis sobre las opiniones de los evangélicos, se identificó una división clave en su postura respecto a los derechos individuales y la moral comunitaria. A pesar del creciente apoyo entre los evangélicos por los derechos individuales, especialmente en los niveles de la opinión pública y el activismo, los resultados de las encuestas muestran una preferencia todavía dominante por una visión de la sociedad centrada en la comunidad, la moralidad tradicional y la conformidad, en lugar de un énfasis pleno en los derechos individuales.

A través de un proceso de selección, se realizaron una serie de preguntas políticas y religiosas a un grupo representativo de evangélicos. Una de las preguntas clave giraba en torno a los derechos individuales frente a la moral comunitaria: "¿Demasiado a menudo las personas solo se preocupan por sus derechos individuales y no por lo que es bueno para los demás?" (referente a los derechos individuales) y "¿La libertad significa la capacidad de hacer lo que uno quiera sin preocuparse por lo que los demás piensan?" (referente a la libertad). Los encuestados podían responder con opciones que iban desde "totalmente en desacuerdo" hasta "totalmente de acuerdo", y las respuestas se codificaron en una escala de 0 a 4. Los resultados mostraron que, aunque la mayoría de los evangélicos reconocen la importancia de los derechos individuales, su apoyo por estos sigue siendo relativamente bajo en comparación con su inclinación por valores comunitarios y morales.

De manera interesante, los resultados mostraron que los derechos individuales y la libertad parecen ser conceptos distintos para la población evangélica. Aunque los evangélicos tienden a defender los derechos individuales en abstracto, hay una clara preferencia por la moralidad comunitaria, lo que revela una contradicción interna dentro de su postura política: mientras que defienden la libertad para actuar de acuerdo con sus propios deseos, también esperan que los demás se ajusten a normas de comportamiento que consideran correctas. Este fenómeno sugiere que hay una tensión constante entre el deseo de proteger los derechos individuales y la necesidad de mantener un orden moral común.

En un modelo estadístico multivariante que exploró cómo las diferencias entre los evangélicos influencian su apoyo a los derechos individuales y la libertad, los resultados indicaron que ciertos factores políticos, religiosos y demográficos tienen una influencia significativa. Los evangélicos republicanos y conservadores, así como aquellos que asisten a la iglesia con más frecuencia, son menos proclives a apoyar la libertad a costa de los demás. Esto se extiende también a los evangélicos más educados, quienes, a pesar de sus niveles educativos, tienden a rechazar la idea de la libertad individual amplia, un hallazgo que contrasta con la suposición general de que las personas más educadas tienden a adoptar posturas liberales y pluralistas.

El análisis sobre los derechos individuales y la moral comunitaria dentro de la población evangélica también reveló una tendencia a equilibrar los derechos con la moralidad tradicional. Aunque algunos segmentos de los evangélicos parecen más propensos a apoyar los derechos individuales sin restricciones, la mayoría sigue siendo favorable a la moralidad colectiva, y existe una fuerte presión para que los demás se adhieran a esa moral.

A pesar de la creciente tolerancia política de los evangélicos en general, el estudio revela que aún existen divisiones notables dentro de este grupo, particularmente en lo que respecta a la extensión de los derechos políticos a grupos minoritarios. Desde la década de 1970, las encuestas nacionales han evaluado la tolerancia de los evangélicos hacia grupos políticamente minoritarios, como ateos, racistas, comunistas, militaristas y homosexuales. Estos estudios indican que, a lo largo de los años, los evangélicos han mostrado niveles de tolerancia política más bajos en comparación con la población general. No obstante, la brecha en la tolerancia ha ido disminuyendo a medida que los evangélicos han mostrado un aumento gradual en su disposición a aceptar la diversidad política.

A pesar de este aumento de la tolerancia, existen segmentos dentro de la comunidad evangélica que permanecen más reacios a aceptar los derechos políticos de estos grupos marginalizados. Estos segmentos son particularmente susceptibles a las apelaciones de figuras políticas que promueven una visión excluyente de la sociedad, lo que podría tener implicaciones para la política futura, especialmente en contextos electorales como los observados en la campaña presidencial de Donald Trump.

Las diferencias dentro del mundo evangélico también se evidencian al examinar la relación entre la religión, la política y la tolerancia. Aquellos que son más religiosos, en general, son menos tolerantes políticamente que aquellos que se identifican como no religiosos. La asistencia regular a la iglesia se correlaciona consistentemente con una menor tolerancia política, mientras que los republicanos, a pesar de su tendencia a la conservaduría, tienden a ser más tolerantes que los demócratas. Esto se refleja también en la postura de los evangélicos más conservadores, quienes son menos tolerantes frente a las opiniones y derechos de aquellos que pertenecen a grupos políticamente marginalizados.

Es crucial para los estudiosos y observadores de la política evangélica comprender que la división sobre los derechos individuales frente a la moral comunitaria es compleja y multifacética. Los evangélicos, en su mayoría, no rechazan los derechos individuales en su totalidad, pero muestran una preferencia por mantener la moralidad común, lo que crea una tensión política interna. Además, el apoyo a los derechos de los grupos minoritarios, aunque ha aumentado con el tiempo, sigue siendo un tema polarizado dentro de esta comunidad. En última instancia, estas dinámicas son esenciales para entender los movimientos políticos actuales dentro de la sociedad evangélica y su interacción con las grandes corrientes políticas de su país.

¿Cómo las Divisiones Evangélicas Definen el Futuro de la Política de Derechos en los EE. UU.?

El panorama político de los evangélicos blancos en los Estados Unidos ha mostrado una división notable que ha persistido durante décadas, a pesar de la fuerte victoria de Donald Trump en las elecciones de 2016. Si bien los resultados de las encuestas de salida de noviembre mostraron unidad en la superficie, debajo de esta fachada se esconden importantes fracturas socioeconómicas y generacionales que revelan profundas divergencias en sus visiones sobre los derechos y el papel del gobierno en su protección.

Entre estas divisiones destaca una tendencia interesante: la relación entre la tolerancia política y el apoyo a la Corte Suprema de los Estados Unidos. En un estudio realizado en 2015 entre evangélicos, se evaluó el desempeño de la Corte en una escala del 0 al 10, y los resultados mostraron una puntuación promedio cercana al centro (4.98). Esta cifra refleja una ambivalencia significativa, en la que no todos los grupos dentro de la comunidad evangélica compartían la misma opinión sobre el papel de la Corte. Los conservadores eran menos propensos a apoyar a la Corte Suprema, lo mismo ocurría con aquellos que asistían a la iglesia con mayor frecuencia, mientras que los evangélicos con mayor nivel educativo tendían a mostrar un mayor apoyo a esta institución.

Este fenómeno se amplía aún más si se observa el comportamiento de los evangélicos con mayor tolerancia política, quienes tendían a apoyar más a la Corte Suprema. La educación emergió como un factor clave, ya que los evangélicos mejor educados no solo apoyaban más a la Corte, sino que también respaldaban el poder judicial para revisar y, si es necesario, anular la voluntad popular. Esto refleja una adaptación de algunos sectores evangélicos a una política pluralista que valora la protección de los derechos y las instituciones que garantizan esos derechos. En contraste, otros, menos educados y más inclinados hacia una visión tradicionalista, parecen querer recuperar una era de nacionalismo cristiano que, aunque poderosa en su tiempo, ha quedado obsoleta en el contexto político actual.

La victoria de Trump en 2016 dejó una pregunta abierta: ¿seguirá el movimiento evangélico una estrategia de política de derechos, propia de una minoría política, o buscará reconstruir una política mayoritaria como la que prevaleció en las décadas de 1980 y 1990? La respuesta a esta pregunta probablemente dependa de la evolución de las circunstancias políticas y sociales, pero lo que parece claro es que la división no desaparecerá fácilmente. A pesar de que Trump pudo mantener el apoyo de muchos evangélicos al ofrecer nombramientos judiciales conservadores, la polarización interna dentro de la comunidad sigue siendo evidente.

A lo largo de los últimos años, los líderes evangélicos han tenido que enfrentar una lucha por definir el rumbo de la política cristiana en los EE. UU. Algunos abogan por una política centrada en los derechos y el respeto a las instituciones, mientras que otros siguen buscando la restauración de un cristianismo político que enfatice la moralidad y la unidad nacional. El desafío para los evangélicos ahora radica en cómo equilibrar estos dos enfoques y en qué medida podrán construir una base sólida para sus creencias en un contexto político cada vez más pluralista y fragmentado.

En este proceso de reflexión, es esencial que los evangélicos comprendan que la política de derechos, aunque percibida por algunos como un enfoque más débil, es, en realidad, una forma de garantizar la estabilidad y el respeto mutuo en una sociedad diversa. El futuro de la política evangélica podría depender de cómo se adapten a las demandas de un mundo que, si bien desafiante, ofrece oportunidades para aquellos que estén dispuestos a comprometerse con la justicia, los derechos humanos y el respeto a las diferencias.