El libro Herbs and the Earth de Henry Beston no es solo un tratado sobre las hierbas comunes, sino una oda a la conexión profunda entre el ser humano y la naturaleza. Beston, escritor cuya alma se alimenta del sol, la lluvia y la tierra, ofrece una perspectiva única sobre el valor de las plantas que crecen a nuestro alrededor. Su prosa, que roza la poesía, invita a leer y sentir con cada palabra, a conectar con la tierra como si se tratase de una melodía que toca nuestro corazón.
Las hierbas, esas pequeñas y humildes plantas, han sido protagonistas en las culturas de todo el mundo, no solo por sus usos culinarios, medicinales y aromáticos, sino también por la relación simbólica que tenemos con ellas. Beston sabe captar esta esencia, hablándonos de las hierbas no solo como elementos funcionales, sino como guardianas de tradiciones, leyendas y recuerdos que nos conectan con nuestra historia y con el mundo natural. Para él, las hierbas representan más que simples plantas: son parte de un tejido mucho mayor que forma la esencia de la tierra misma.
A lo largo de su obra, el autor nos guía a través de una exploración no solo botánica, sino filosófica de lo que significa estar en contacto con el suelo que cultivamos, con la vida que brota de él. En un estilo lírico, Beston resalta cómo cada planta tiene su propia historia, sus propios mitos, y cómo sus aromas y formas nos invitan a un viaje de regreso a lo primigenio, a la tierra que nos da sustento. Al escribir sobre las hierbas, el autor nos recuerda que en ellas encontramos mucho más que hierbas medicinales o de cocina: hallamos el alma de la tierra misma.
La relación entre el ser humano y las plantas es ancestral. Desde la antigüedad, la gente ha buscado consuelo en las hierbas, ya sea para curar el cuerpo, para ahuyentar malos espíritus o para mejorar la cosecha. Beston parece decirnos que al cuidar de las hierbas, también estamos cuidando de nuestra propia conexión con la tierra, con sus ciclos y con los secretos que guarda. Las hierbas no son solo recursos; son compañeros en el viaje del ser humano sobre la faz de la Tierra.
Sin embargo, es importante no perder de vista que el cultivo de hierbas, como cualquier otra práctica relacionada con la tierra, requiere paciencia, respeto y un profundo entendimiento de los ciclos naturales. Las hierbas crecen no solo con el cuidado humano, sino con la interacción con otros elementos de la naturaleza: el sol, la lluvia, el viento y la tierra misma. Al cultivar una huerta, al plantar estas pequeñas plantas que tanto valor tienen, estamos participando en un acto de humildad ante la vastedad de la naturaleza.
En este sentido, el trabajo con las hierbas también nos ofrece una lección sobre sostenibilidad. Es imperativo comprender que al tomar de la tierra, debemos dar algo a cambio. El equilibrio es esencial. La vida de una planta no es solo un recurso para nuestra satisfacción inmediata, sino un recordatorio constante de nuestra dependencia del mundo natural. Por tanto, al cuidar las hierbas, también debemos aprender a respetar el ecosistema en su totalidad.
Es esencial que el lector de este texto entienda que las hierbas son mucho más que simples ingredientes en la cocina o elementos curativos. Son símbolos de un equilibrio que debemos preservar. Cada hierba que cultivamos en nuestros jardines o que crece de forma silvestre tiene una historia que contar, un papel que desempeñar en el intrincado tapiz de la vida natural. Además, el trabajo con ellas debe entenderse no solo como una práctica aislada, sino como parte de una filosofía de vida que nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con el planeta, con la historia y con las generaciones futuras.
La tierra, en su relación con las hierbas, no es solo un medio para el cultivo, sino un símbolo de nuestra conexión vital con el mundo. La tierra nos da vida y nosotros, en nuestras prácticas agrícolas o jardineras, debemos devolverle el cuidado y respeto que merece. Si comprendemos esto, nuestra relación con las hierbas, y por ende con la naturaleza, se convertirá en un camino de mutua reciprocidad, donde cada acción es consciente de su impacto y cada planta cultivada es una oportunidad de enriquecer nuestra conexión con la vida misma.
¿Qué hace que las plantas aromáticas sean tan especiales en el jardín?
Las plantas aromáticas han acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales, no solo como elementos de la medicina y la cocina, sino también como símbolos de belleza y espiritualidad. En su esencia se encuentran las claves de una agricultura ancestral que supo reconocer y valorar las propiedades y el significado de estas especies. Cada hierba tiene su propia historia, sus usos particulares, pero todas ellas comparten la capacidad de atraer a quien se detiene a observarlas con atención.
El Tomillo Marginal (T. S. Aureus-Marginatus), con sus hojas de un verde salvia bordeadas de blanco marfil, se presenta como una planta compacta, mientras que el Tomillo Serpyllum (T. Serpyllum) crece como una planta rastrera de hojas brillantes que reflejan la luz del sol. Ambas requieren suelos bien drenados, ya que son originarias de suelos calcáreos secos y, si bien pueden soportar las lluvias otoñales, su crecimiento se ve alterado por el exceso de humedad. Las semillas del T. Serpyllum se encuentran fácilmente, pero lo ideal es comprar plantas ya desarrolladas. El T. Herba-Barona, con su aroma a alcarraza, es más difícil de encontrar, pero tener un par de arbustos de esta variedad es un verdadero tesoro. En su floración, el Tomillo no es solo una planta de observación, sino una que invita a ser vista desde su nivel, como un pequeño universo en miniatura, donde se destaca el contraste entre el crecimiento leñoso y el aroma potente que se intensifica al sol.
La historia del Tomillo se remonta a la Grecia clásica, donde se utilizaba para hacer una llama fragante en los sacrificios. Este uso ceremonial y su relación con la divinidad del sacrificio, como la palabra griega que da origen a su nombre, lo vinculan con el culto de los dioses y con la idea de lo sagrado. Hoy, el Tomillo sigue siendo una de las hierbas más apreciadas, no solo por su fragancia, sino por su capacidad para evocar esos tiempos antiguos de sacrificio y devoción.
El Mentha Gentilis, también conocido como "menta manzana", es otro ejemplo de una hierba que ha resistido el paso del tiempo. De tamaño pequeño y hojas ordenadas, es una planta bastante decorativa, que presenta dos formas: una con tallos rojos y hojas verdes lisas, y otra con tallos verdes y hojas variegadas en verde y marfil dorado. Su aroma delicado y su sabor particular, que recuerda al ruibarbo, la convierten en una opción ideal para quienes buscan un toque más suave en bebidas, sin que el sabor mentolado de otras variedades más fuertes como la hierbabuena opaque el sabor de la bebida. La Menta Manzana prefiere un lugar soleado pero algo sombreado, con un suelo que no se seque demasiado, y puede cultivarse tanto en el jardín como en interiores durante el invierno.
El Eneldo (Anethum Graveolens), por su parte, es una de las plantas más bellas y distinguidas. Su tallo central, que es delicado pero firme, y sus ramas que se abren en finos filamentos, le confieren una elegancia casi etérea. Las grandes umbelas que emergen de sus ramas son una obra de arte natural, y su color amarillo pálido es el contraste perfecto con la finura de sus hojas. El Eneldo crece rápidamente a partir de semillas y es especialmente popular en los países del norte de Europa, como Finlandia, Noruega y Suecia, donde es común encontrarlo en los huertos. Es una planta muy versátil, que se utiliza tanto en ensaladas como en vinagre, y que tiene una profunda conexión con las viejas tradiciones paganas y la fertilidad.
El Burnet (Poterium Sanguisorba) es menos conocido, pero su crecimiento vigoroso y su sabor refrescante lo convierten en una opción atractiva para quienes buscan una hierba diferente. Su forma arbustiva, con hojas pinnadas que se elevan de una raíz central, es ideal como borde en el jardín o para añadir un toque de frescura a las ensaladas. Esta planta, conocida también como Pimprenelle en Francia, tiene una larga historia de cultivo y uso, desde la época romana hasta su inclusión en los jardines medievales. El Burnet es resistente y se adapta bien tanto en suelos secos como en aquellos más húmedos.
El Romero, con su historia profundamente simbólica, es otra planta que, como la Lavanda, ha tenido que exiliarse de sus tierras mediterráneas para adaptarse a climas más fríos. Este arbusto perenne, conocido como la "planta de la memoria", es apreciado por su fragancia única y sus asociaciones humanas tan profundas. En las regiones del norte, el Romero generalmente se cultiva como planta de interior, y con cuidados adecuados, puede crecer y prosperar en macetas, especialmente en lugares soleados y con suelo bien drenado. Su uso requiere paciencia, pues es sensible a los cambios climáticos y sufre en los inviernos más fríos.
El Borago (Borago Officinalis), aunque conocido principalmente por sus hermosas flores en forma de estrella de un azul intenso, también tiene su lugar en el jardín. Las flores, de un azul inconfundible, son una verdadera joya para los ojos, mientras que sus hojas, algo ásperas, pueden ser utilizadas en bebidas para aportar un toque de sabor a pepino. Esta planta tiene una larga tradición en la medicina y la cocina, mencionada por Plinio y valorada por sus propiedades calmantes y refrescantes.
Es importante reconocer que, al cultivar estas hierbas en el jardín, no solo estamos creando un espacio de belleza, sino también un refugio para la memoria, la tradición y el significado cultural. Las plantas aromáticas, con sus formas, aromas y colores, son portadoras de historias que nos conectan con las raíces de nuestra civilización. El cuidado y la atención que les brindamos no solo favorecen su crecimiento, sino también nuestra propia conexión con el mundo natural que nos rodea.
¿Qué nos enseñan las grandes hierbas sobre la vida y el cultivo?
Las hierbas tienen una forma única de revelarnos el misterio de la vida en su estado más primitivo y esencial. El crecimiento verde, con su silenciosa pasión y voluntad inquebrantable, es un reflejo del ritmo oculto de la naturaleza, que avanza con una energía inexplicable pero constante. La brisa que sopla desde el sur de la mañana no alcanza con su fuerza a las hierbas de la huerta; solo las hojas más altas se mueven un poco, mientras que las abejas, con su zumbido constante, no cesan en su tarea atemporal de polinizar y alimentar el ecosistema. Este es el tipo de paisaje que recibe al observador en el campo: un lugar profundo y antiguo, lleno de presencias verdes que parecen haber existido desde siempre.
La casa se encuentra en medio de campos que se extienden hacia una colina que se orienta al este, dominando la vista de un lago que brilla en tonos azules. El ambiente es tranquilo, silencioso, como una escena sacada de un cuadro virgiliano, donde los árboles frutales, especialmente el manzano centenario, se erigen como guardianes de la vida que aquí se cultiva. Entre estas presencias verdes, se encuentran las hierbas que no solo decoran el jardín, sino que representan un vínculo profundo con la tierra, el pasado y las tradiciones que han marcado la relación del hombre con el entorno natural.
En mi jardín, las hierbas están dispuestas de manera que cada una parece tener su propio espacio, su propia necesidad de crecer, de ser cuidada. Hay una gran variedad de ellas, algunas de las cuales solo existen en una forma fuerte y robusta, mientras que otras florecen en una pequeña cantidad, con una intención casi mística de embellecer con su presencia. El proceso de cultivo no se trata simplemente de sembrar plantas, sino de entenderlas como seres individuales que tienen una historia, una razón de ser. Entre estas plantas se encuentran las hierbas más conocidas: la albahaca, el bálsamo, la menta, la salvia, el hinojo, la lavanda y muchas más. Cada una de ellas ofrece algo distinto, no solo en términos de sabor y utilidad, sino en la manera en que transforma el espacio donde crece.
Es importante recordar que no es conveniente cultivar demasiadas especies de hierbas al mismo tiempo. Si bien la tentación de abarcar una amplia variedad de plantas puede ser grande, esta sobreabundancia puede restar la esencia misma del cultivo. Las hierbas, como seres vivos, deben ser cuidadas con atención, entendiendo sus particularidades y proporcionando el espacio adecuado para que se desarrollen. El exceso de plantas puede diluir esta experiencia, haciendo que cada una de ellas pierda su individualidad y su capacidad de transmitir lo que realmente puede ofrecer.
El jardín, al igual que la mente del jardinero, debe crecer de manera orgánica, de forma que ambas, la tierra y el cultivador, se adapten mutuamente. Comenzar con un pequeño número de hierbas representativas y permitir que el jardín se expanda a su propio ritmo es la mejor forma de aprender a convivir con ellas. Esta elección debe basarse en la experiencia y la relación que se establece entre el jardinero y la planta, en lugar de simplemente seguir una lista de nombres. En este proceso, cada hierba es una presencia que se va conociendo poco a poco, entendiendo su crecimiento, su fragancia, su carácter.
Bajo la protección de un viejo muro de piedra, varias hierbas crecen con el respaldo de la tradición, algunas adaptadas al clima local, otras más exóticas, pero todas ofreciendo algo único. Es en este tipo de espacio donde las plantas realmente prosperan, porque el jardín les proporciona las condiciones adecuadas para que se sientan como en su casa. El aroma del bálsamo, la frescura de la menta, la fortaleza de la salvia, la elegancia de la bergamota, todas estas hierbas aportan no solo un placer sensorial, sino también una conexión más profunda con la naturaleza.
Lo que hace especial al cultivo de hierbas no es solo el acto de plantarlas, sino la manera en que se integran en la vida diaria, como compañeros silenciosos que nos ayudan a conectar con la tierra. Las hierbas antiguas y famosas, como el bálsamo, la menta o la lavanda, no solo embellecen el espacio, sino que también nos recuerdan la importancia de la paciencia y la conexión con la naturaleza. Cada planta tiene una historia, una tradición que ha sido transmitida a lo largo de los siglos, y es este vínculo lo que las hace más que simples vegetales en el jardín.
El jardín no solo se construye con plantas, sino también con el tiempo y la dedicación que uno le brinda. Las hierbas nos enseñan, en su silencio y constancia, que la belleza se encuentra en la paciencia, en la atención al detalle y en la simpleza del acto de cuidar lo que nos rodea. A medida que el jardín se llena de vida, las hierbas nos ofrecen su esencia en forma de fragancias, colores y formas, transformando el espacio en un lugar de meditación y contemplación.
Es esencial comprender que el cultivo de hierbas, al igual que cualquier otra forma de jardinería, es un acto de aprendizaje constante. A medida que el jardinero se sumerge en el cultivo, va descubriendo nuevas formas de cuidar las plantas, nuevas maneras de interactuar con la tierra, y nuevas formas de ver el mundo que lo rodea. El jardín de hierbas, en su forma más pura, es un reflejo de este viaje de autodescubrimiento.

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