La cuestión de si los seguidores de Donald Trump encajan o no en el perfil de personalidad autoritaria ha suscitado intensos debates en los últimos años. La influencia de figuras autoritarias sobre los individuos y la manera en que estos se organizan en torno a la seguridad y la agresión han sido aspectos cruciales para entender el comportamiento político contemporáneo. Sin embargo, los intentos de aplicar la teoría de la personalidad autoritaria a los seguidores de Trump se han encontrado con desafíos importantes, especialmente al intentar vincular este fenómeno con las ideas sobre sumisión, convencionalismo o agresión autoritaria.

El concepto de "seguridad" juega un papel esencial en esta cuestión. Los autoritarios suelen ser individuos que buscan reforzar la seguridad de su grupo o nación frente a amenazas externas. Sin embargo, durante los años de Trump en la presidencia, muchos conservadores modificaron rápidamente su percepción de las amenazas y, de hecho, empezaron a ver de manera favorable a actores previamente considerados enemigos, como Vladimir Putin y el régimen ruso. La relación de Estados Unidos con Rusia, a pesar de las tensiones históricas, cambió notablemente debido a la retórica de seguridad impulsada por Trump, quien presentó a Putin como una figura afín a sus intereses. Esta metamorfosis de percepción señala un punto crucial: los autoritarios no necesariamente se alinean de manera rígida con nociones tradicionales de seguridad o de amenazas, sino que pueden ser maleables según las circunstancias políticas de un momento dado.

Además, el análisis de estudios empíricos sobre la personalidad autoritaria y el apoyo a Trump revela que la relación entre el apoyo a Trump y las características autoritarias clásicas, como la sumisión y el convencionalismo, es débil o incluso inversa. De hecho, investigaciones recientes, como las realizadas por Steven Ludeke y sus colaboradores, han demostrado que no hay una correlación significativa entre estos factores y el apoyo a Trump. Lo que sí se encontró fue una relación moderada entre el apoyo a Trump y la agresión autoritaria, aunque esto puede deberse a la forma en que se mide la agresión y no necesariamente a una predisposición inherente hacia la violencia o el daño. En este contexto, los seguidores de Trump pueden tener actitudes relativamente positivas hacia la agresión en nombre de los objetivos de su grupo, pero esto no implica que existan características de personalidad autoritaria al estilo tradicional que algunos analistas proponen.

Este tipo de análisis resalta una discrepancia fundamental: aunque la personalidad autoritaria puede manifestarse en una inclinación hacia la agresión y una disposición a defender a su grupo frente a amenazas externas, el apoyo a Trump no necesariamente refleja una identificación con los valores tradicionales de la autoritarismo, como el conformismo o la sumisión. Por lo tanto, si bien la agresión como componente de la personalidad autoritaria tiene relevancia, su manifestación en el contexto de los seguidores de Trump no siempre sigue las pautas establecidas por las teorías anteriores.

El debate sobre la existencia de tipos de personalidad política estables es otro aspecto importante dentro de este discurso. La crítica a la obra La personalidad autoritaria de Adorno, y la noción de que las personas se agrupan en categorías fijas de personalidad política, ha sido un tema recurrente entre sociólogos e historiadores intelectuales. Críticos como John Levi Martin han argumentado que la clasificación de Adorno carece de base empírica sólida y que, en lugar de una tipología rígida, lo que realmente influye en las creencias políticas son factores sociales e históricos cambiantes. Este tipo de perspectiva sugiere que la personalidad autoritaria no es una característica psicológica fija, sino que es el resultado de fuerzas sociales y culturales que varían con el tiempo.

No obstante, esta postura de flexibilización de los tipos de personalidad es desafiante de mantener ante la evidencia empírica que muestra que las diferencias políticas son profundas y relativamente constantes. Las divisiones políticas actuales no pueden entenderse como desacuerdos superficiales o transitorios entre individuos esencialmente similares. Aquellos que apoyan fervientemente a Trump y sus opositores más intensos parecen ser, en muchos aspectos, subespecies distintas, con sistemas de creencias y actitudes fundamentales que los separan de manera mucho más clara de lo que podrían sugerir las teorías más flexibles de la psicología política.

Es cierto que la personalidad autoritaria no necesariamente se traduce en un solo tipo fijo de carácter, pero hay un conjunto de disposiciones psicológicas, fisiológicas y sociales que determinan nuestras inclinaciones políticas. Estas disposiciones no son simples o fáciles de cambiar, y aunque las personas pueden verse influenciadas por factores sociales y culturales, la base subyacente de sus actitudes políticas tiene raíces profundas y relativamente estables.

Lo que es importante resaltar en este contexto es que los movimientos políticos, como el que ha acompañado a Trump, no solo son el producto de una serie de decisiones racionales o de contextos históricos cambiantes, sino que están profundamente enraizados en estructuras psicológicas más estables. Las personas no solo responden a eventos o ideas de manera lógica, sino que sus creencias políticas están vinculadas a disposiciones psicológicas que las hacen más resistentes al cambio. El apoyo a figuras como Trump no puede explicarse exclusivamente por factores socioculturales cambiantes, sino que también refleja una predisposición psicológica que está muy arraigada en la estructura interna de los individuos y sus percepciones de seguridad y agresión.

¿Por qué la Seguridad en la Sociedad Moderna Está Determinada por las Amenazas Externas?

En la actualidad, la seguridad se ha convertido en un tema de polarización profunda, no solo en términos políticos, sino también en cuanto a cómo las diferentes sociedades perciben las amenazas y, en consecuencia, cómo se protegen. Este fenómeno divide a la humanidad en dos grupos fundamentales: los securitarianos y los unitarios. Los primeros están centrados en proteger a los miembros de la sociedad de las amenazas externas, mientras que los segundos se enfocan en la protección de aquellos que son percibidos como ajenos a la sociedad establecida. Esta distinción tiene profundas implicaciones en cómo se organizan las sociedades y cómo sus miembros interactúan con los otros.

Dentro de este marco, los securitarianos, que temen principalmente las amenazas externas, se enfocan en la defensa de la comunidad frente a lo que consideran fuerzas que podrían socavar la estabilidad social, política y cultural. En el contexto estadounidense, por ejemplo, este grupo está formado principalmente por individuos que, aunque con distintas motivaciones, coinciden en la necesidad de proteger a la sociedad de la influencia de aquellos considerados como “extraños” o “ajenos”. Para ellos, las amenazas externas son una constante que debe ser gestionada de manera continua y activa.

En el otro lado de la balanza, los unitarios buscan un enfoque más inclusivo, orientado hacia la protección de los forasteros, los inmigrantes y aquellos grupos que históricamente han sido marginados o excluidos. Esta postura está menos centrada en las amenazas percibidas y más enfocada en los derechos y la dignidad de los demás, independientemente de su origen o estatus social. Es por esta razón que, en el espectro político de los Estados Unidos, los unitarios suelen formar coaliciones diversas con grupos como los afroamericanos, latinos, asiáticos, nativos americanos, la comunidad GLBTQ+, entre otros. En este sentido, la coalición de los unitarios está marcada por una heterogeneidad más amplia, pues integra una multiplicidad de identidades y orígenes.

Por supuesto, este equilibrio se ve alterado por la forma en que los individuos se agrupan en torno a cuestiones de seguridad. Mientras que los securitarianos se enfocan casi exclusivamente en la amenaza externa, los unitarios están más interesados en garantizar que los derechos de los "otros" sean respetados y que no se les vea como un peligro para la sociedad. Este fenómeno, sin embargo, no está exento de complicaciones, pues las percepciones de amenaza varían considerablemente entre las personas.

Una de las creencias más persistentes entre los defensores de las políticas securitarias es que las amenazas externas siempre estarán presentes de alguna forma. Para ellos, la seguridad nunca se alcanzará completamente, ya que las amenazas son una constante en el horizonte. De este modo, la seguridad se convierte en un proceso interminable que requiere atención y acción continua. A menudo, los partidarios más fervientes de figuras políticas como Donald Trump se sienten atraídos por esta necesidad de protegerse de lo desconocido y lo extranjero, un sentimiento que se extiende más allá de las fronteras de Estados Unidos y puede observarse en otros líderes nativistas alrededor del mundo.

Los securitarianos, en su búsqueda de seguridad, mantienen una visión que, aunque rígida, es inquebrantable. Este enfoque no se trata simplemente de neutralizar una amenaza concreta, sino de prever y anticipar lo que podría amenazar el orden establecido. La seguridad se convierte en una misión que nunca termina, y por lo tanto, no importa cuántos datos sobre crímenes cometidos por inmigrantes se presenten, pues no cambiarán la percepción de los securitarianos. La verdadera transformación en su visión solo ocurre cuando se redefine quién es considerado "extranjero" y quién no.

Esto plantea una difícil situación para las sociedades modernas, que se ven constantemente divididas entre aquellos que abogan por proteger lo que consideran "su" sociedad y aquellos que abogan por proteger a los individuos ajenos a la misma. A nivel social, estas divisiones dificultan la creación de acuerdos y soluciones comunes, pues las decisiones colectivas, ya sean legislativas o sociales, tienden a alinearse con una de estas visiones del mundo. Este contraste de visiones, a menudo simplificado en la política como una lucha entre la izquierda y la derecha, revela un dilema mucho más profundo sobre la naturaleza de la seguridad en las sociedades contemporáneas.

Es esencial que los lectores comprendan que la percepción de amenaza no solo está basada en hechos o datos objetivos, sino que está profundamente influenciada por una serie de factores emocionales, culturales y psicológicos. La seguridad no es simplemente una respuesta a una amenaza real, sino una construcción social que está determinada por los temores, valores y creencias de aquellos que forman parte de la sociedad. De este modo, la pregunta no solo es cómo protegerse de las amenazas externas, sino cómo definir quién es considerado una amenaza y quién no, un debate que, en última instancia, define las políticas de seguridad y convivencia en nuestras sociedades.

¿Por qué los seguidores de Trump sienten la necesidad de reducir la inmigración, aunque no perciban a los inmigrantes como una amenaza directa?

Los seguidores más fervientes de Trump a menudo expresan una fuerte preocupación por la inmigración, no porque sientan que los inmigrantes son una amenaza directa a su seguridad o a su bienestar económico, sino porque consideran que su presencia pone en peligro la fuerza, homogeneidad y unidad del país. Incluso aquellos que admiten que los inmigrantes podrían ser una adición positiva a la sociedad y que, en general, no cometen crímenes, aún apoyan políticas que buscan reducir la inmigración. Este fenómeno puede parecer contradictorio, pero revela una perspectiva subyacente: la necesidad de mantener a "los otros" afuera, incluso si esos "otros" no representan una amenaza tangible.

Esta postura no está basada únicamente en el miedo a los inmigrantes como individuos, sino en un temor más abstracto, vinculado a la preservación de una identidad nacional unificada. Para los seguidores de Trump, la cuestión no es si los inmigrantes son buenos o malos, sino si deben formar parte de una estructura social homogénea que consideran esencial para el bienestar del país. En este contexto, la inmigración se ve no solo como un desafío demográfico, sino como una posible amenaza para una cultura nacional que se percibe como frágil y necesitada de protección.

El sentimiento de amenaza también se observa en el escepticismo general que estos seguidores tienen hacia los "extranjeros". Trump mismo ha expresado en varias ocasiones una visión del mundo en la que, según él, "nadie puede ser confiable". Esta postura es adoptada por un número considerable de sus seguidores, que ven a los inmigrantes con desconfianza, y no solo por su origen o por su relación con el crimen. Una encuesta reciente revela que solo un 11% de los liberales creen que los extranjeros tienden a hacernos daño de forma generalizada, mientras que un 57% de los seguidores de Trump comparten esa percepción. Esta diferencia no es casual: la desconfianza hacia lo ajeno está profundamente arraigada en el pensamiento de quienes apoyan las políticas más restrictivas de inmigración, como un principio de precaución, aunque en muchos casos esté teñido de etnocentrismo.

En este panorama, se podría decir que la xenofobia no es necesariamente la raíz del sentimiento de exclusión, sino una forma de racionalizarlo. La creencia de que los inmigrantes no pueden ser confiables o de que su presencia pone en peligro el equilibrio social y cultural del país parece estar estrechamente vinculada a la concepción de que los Estados Unidos deben permanecer fieles a un ideal homogéneo. Este tipo de visión no necesariamente se asocia con el racismo explícito, sino con una forma de pensamiento securitario que privilegia la unidad por encima de la diversidad.

Cuando se aborda el tema del racismo explícito, como la actitud hacia las comunidades afroamericanas, se observa un patrón interesante. Según los datos de una encuesta de 2019, la actitud hacia los negros varía significativamente entre los distintos grupos políticos. Los liberales, por ejemplo, tienden a reconocer que la discriminación sigue siendo un factor importante en la desigualdad racial, mientras que los conservadores, y especialmente los seguidores de Trump, a menudo sostienen que los negros simplemente "deberían esforzarse más" para alcanzar el éxito. Esta postura refleja una percepción de que las disparidades raciales se deben en gran medida a la falta de esfuerzo individual, en lugar de a estructuras sistémicas de opresión.

Lo más revelador de estos datos es el cambio que se observa en la relación entre la política y las percepciones raciales. Los seguidores de Trump no solo tienden a creer que las disparidades raciales en Estados Unidos son resultado de la falta de esfuerzo, sino que también son los más propensos a creer que los negros "merecen" lo que tienen. Este punto de vista está alineado con la noción de que el orden social debe ser mantenido de acuerdo con ciertas normas, y que cualquier tipo de alteración, incluso la que proviene de la "lucha" de otros grupos, pone en peligro ese orden.

Por otro lado, las actitudes hacia las mujeres también reflejan una visión más tradicionalista, aunque con matices diferentes. Si bien la idea de que las mujeres deberían ser "protegidas" por los hombres se puede ver como una forma de "sexismo benevolente", no deja de ser una concepción paternalista que subraya la necesidad de una "protección" dentro de un sistema que aún es percibido como dominado por los hombres. Las actitudes sobre la igualdad de género son diversas, pero el rechazo de una "excesiva" igualdad entre los géneros también es evidente en la ideología de los seguidores más conservadores. La percepción de que las mujeres tienen demasiados derechos es, por ejemplo, una postura que crece entre los seguidores de Trump.

Lo que emerge de estos análisis es que la actitud de los seguidores de Trump hacia los inmigrantes, las minorías raciales y las mujeres no solo es el resultado de prejuicios explícitos, sino de un conjunto de creencias profundamente enraizadas sobre lo que significa ser parte de una nación "unificada" y "homogénea". El miedo a lo "exterior" —ya sea en términos de raza, género o cultura— refleja una ansiedad más amplia sobre la integridad de esa nación. Estos temores son amplificados por discursos políticos que apuntan a la preservación de un ideal percibido de unidad, sin considerar los desafíos y beneficios que la diversidad puede aportar.