Las experiencias de los sanadores tradicionales, o "ngangkere" en las culturas aborígenes australianas, van más allá de los simples relatos de poderes sobrenaturales o visiones místicas. Estas vivencias forman parte de una rica tradición heredada, profundamente conectada con la comprensión cultural de la vida, la muerte y los poderes invisibles que rigen la existencia humana. En este contexto, el proceso de iniciación de un sanador no es solo una cuestión de aprendizaje intelectual, sino también de vivencias intensas y transformadoras que atraviesan las dimensiones espirituales de la realidad.
Los individuos llamados a convertirse en sanadores suelen ser seleccionados por sus comunidades de manera particular: algunos de ellos reciben esta vocación a través de experiencias oníricas, otras veces mediante intuiciones durante estados de trance. Sin embargo, la iniciación no se limita a una simple revelación; es un proceso arduo y riguroso que se extiende a lo largo de varios años de formación. Este entrenamiento involucra, entre otras cosas, recordar canciones, historias y lugares curativos, así como aprender a navegar en un "mapa mental" que les permite viajar bajo tierra en estados oníricos, donde se encuentran con fuentes de energía sanadora.
Kathleen Kemarre Wallace, una sanadora tradicional de la región central de Australia, pasó años aprendiendo estas prácticas. Según la investigadora Christine Black, su formación no consistió en estudiar libros o textos escritos, sino en un proceso continuo de experiencia emocional e intelectual, lo cual es un aspecto crucial para comprender la formación de los sanadores en estas culturas. La medicina ngangkere se transmite mediante la vivencia directa, a través de sensaciones y aprendizajes que no se encuentran en ninguna biblioteca académica.
Este tipo de conocimiento implica también una conexión profunda con lo espiritual. Mick McClean Irinyili, otro sanador de la región del Desierto Simpson, fue llamado a su rol de forma inesperada a través de un sueño donde una figura ancestral lo "quemó" con una antorcha de fuego. Según su relato, fue a través de esta experiencia que adquirió el don para sanar, sintiendo el calor de las llamas, que no solo representaba un sufrimiento físico, sino también una transformación del ser. Durante este proceso, los espíritus de los muertos se congregan, observando cómo el iniciador es "cocido" y recibiendo la sabiduría que luego utilizará para diagnosticar y tratar a los enfermos. Esta experiencia, tan simbólica como real, le permitió entender que a partir de ese momento sería guiado por un espíritu que le indicaría la causa de las enfermedades.
Las vivencias de personas como Wallace e Irinyili son ejemplos claros de cómo el conocimiento tradicional no se limita a lo visible, lo tangible o lo racionalmente comprensible. Estas prácticas y percepciones tienen una base cultural profundamente arraigada, en la que la vida después de la muerte y la interacción con esferas espirituales son partes fundamentales de la comprensión de la realidad. Es importante destacar que tales creencias no son exclusivas de las culturas aborígenes australianas, sino que se encuentran presentes, de formas diversas, en muchas tradiciones indígenas a lo largo del mundo.
El antropólogo A.P. Elkin, que también era sacerdote anglicano, llegó a entender que las experiencias y capacidades de los sanadores tradicionales aborígenes eran reales, aunque fuera algo raro. Al participar en ceremonias rituales de los pueblos aborígenes, Elkin describió cómo en ellas no solo se conmemoraba el pasado, sino que, de algún modo, ese pasado místico se vivía nuevamente en el presente. Esta concepción del tiempo y la realidad muestra la profundidad con que estas culturas viven la conexión con lo sagrado y lo invisible.
A pesar de la riqueza de estas tradiciones, las investigaciones científicas sobre medicina indígena tradicional han intentado separar la práctica espiritual del análisis farmacológico. La colaboración de científicos con comunidades aborígenes en el estudio de plantas medicinales ha arrojado una gran cantidad de datos sobre especies que han sido utilizadas durante generaciones. Sin embargo, estas investigaciones, aunque valiosas, a menudo tienden a ver la medicina tradicional desde una perspectiva puramente pragmática y material, sin comprender la totalidad de lo que implica el sanamiento tradicional. Las plantas pueden tener propiedades medicinales, pero el contexto cultural, el uso ritual y el conocimiento ancestral son igualmente cruciales para su eficacia.
Además de la ciencia y el conocimiento espiritual, el impacto histórico del despojo y la colonización es un aspecto fundamental para comprender la medicina tradicional aborigen. La violencia estructural, el desplazamiento forzoso de las comunidades indígenas, la destrucción de sus tierras y, en muchos casos, la separación de las familias y la erradicación de sus prácticas culturales, han generado una carga traumática profunda que sigue afectando a las generaciones actuales. Este trauma intergeneracional ha influido en la forma en que se practican y preservan las tradiciones curativas, y es necesario abordarlo como parte de la sanación integral que las comunidades aborígenes buscan hoy en día.
¿Cómo la desprofesionalización de la medicina puede reconfigurar el enfoque terapéutico y la relación con el paciente?
La crítica a la profesionalización de la medicina ha sido un tema recurrente entre aquellos que abogan por un enfoque más holístico y menos dependiente de las estrictas jerarquías y normas del sistema biomédico actual. Carlsson, al igual que Illich, subraya la necesidad de eliminar las barreras impuestas por la profesionalización, que limitan no solo la comunicación efectiva entre el médico y el paciente, sino también la posibilidad de una relación más humana y significativa. La profesionalización de la medicina no solo implica la autonomía ocupacional de los médicos, sino que está estrechamente vinculada al poder cultural que esta profesión ejerce sobre la sociedad.
Illich va aún más allá al sugerir que la desprofesionalización de la medicina no debe ser vista como una negación del lenguaje técnico ni de la competencia genuina de los médicos. Lo que está en juego es la necesidad de desmitificar la medicina y sus instituciones, romper el mito de que el progreso técnico necesariamente resuelve los problemas humanos, y replantear la especialización laboral como la mejor forma de mejorar la salud. En este sentido, la desprofesionalización implica, entre otras cosas, evitar la discriminación legal y social que se genera cuando la sociedad apoya ciegamente a una elite médica o cuando las personas no tienen la posibilidad de elegir a sus propios sanadores según sus necesidades.
La crítica de Illich y de otros pensadores también apunta a una reflexión importante: la desprofesionalización no se trata de rechazar la medicina o la competencia técnica, sino de abrir la puerta a una medicina más accesible y menos centrada en la desconexión y deshumanización que a veces genera el sistema biomédico. De hecho, esta desprofesionalización busca dar espacio a otras formas de sanación que, aunque quizás no estén dentro de los estándares científicos convencionales, tienen una validez y un valor cultural en el contexto de las comunidades.
Helen Graham, psicóloga del Reino Unido, explora más a fondo la importancia de los aspectos menos cuantificables de la salud y el bienestar, identificando estos elementos como esenciales para los objetivos terapéuticos que están presentes en muchas de las tradiciones médicas no occidentales. Para ella, el objetivo de los sanadores es ayudar a la persona a reorganizar su visión del mundo, reconociendo que es un ser en proceso y parte de un todo, no una entidad aislada. Este concepto de salud, por tanto, se aleja de una mera gestión de enfermedades y se enfoca en el equilibrio y la armonía entre los aspectos internos y externos del individuo.
Este tipo de enfoque se refleja, por ejemplo, en las tradiciones de la medicina osteopática, que aunque superficially pueden parecer distantes de las tradiciones médicas orientales, comparten principios similares. Un osteópata, al hablar de su labor, describe el proceso de ayudar a las personas a alinearse nuevamente con su comunidad, con sus conflictos internos y con sus redes sociales. Esta visión refleja la importancia de la conexión entre la salud del individuo y su entorno social y cultural, algo que también está presente en las tradiciones chamánicas.
El concepto de salud en la medicina tradicional no occidental se basa en la idea de que la enfermedad surge de una disonancia con el orden cósmico o social. En lugar de centrarse únicamente en los mecanismos biológicos que causan la enfermedad, como hace la medicina occidental, se considera que el malestar surge de una desconexión o desequilibrio en los vínculos socioculturales del individuo. Fritjof Capra, al referirse a esta visión, señala que los seres humanos no somos entidades divididas, como lo postulaba Descartes, sino partes integrales de un sistema ordenado y participativo, en el que nuestras acciones y pensamientos interactúan con las fuerzas naturales y cósmicas. Esta filosofía de participación es una característica clave de los enfoques holísticos.
Por otro lado, aunque la medicina biomedicina se ha centrado en el tratamiento y manejo de enfermedades, las medicinas complementarias tienen un enfoque más preventivo, buscando fortalecer la salud general y las reservas vitales del paciente. La salud no se reduce únicamente al funcionamiento del cuerpo físico, sino que también involucra aspectos mentales, emocionales, sociales y espirituales. El equilibrio entre estos factores es lo que contribuye a una salud verdadera y duradera.
Si bien es cierto que los practicantes de medicina complementaria, como osteópatas o naturópatas, suelen identificarse con estos modelos holísticos, es necesario tener en cuenta que cada profesional interpreta su papel de manera única. La libertad clínica permite que los sanadores puedan practicar según sus propias convicciones, pero esto también puede llevar a una tendencia hacia la simplificación excesiva de ciertos métodos o incluso a una forma de dogmatismo que, en algunos casos, puede resultar contraproducente. La medicina alternativa, en lugar de convertirse en un simple rechazo de la medicina convencional, corre el riesgo de volverse igualmente rígida y mecanicista.
El estilo clínico de los practicantes está influenciado por una variedad de factores, y existen casos en los que terapeutas alternativos adoptan una visión demasiado mecanicista, similar a la que critican en la medicina tradicional. La rapidez con la que se atienden a los pacientes, sin un contacto genuino o sin tener en cuenta el contexto emocional y social de cada uno, puede ser un signo de una deshumanización dentro del propio ámbito de la medicina alternativa. Este fenómeno pone de manifiesto que, independientemente del enfoque o la formación del profesional, la atención integral al paciente debe ser siempre una prioridad, evitando caer en la simplificación excesiva o en la mecanización de las prácticas de sanación.
¿Cómo influye el estrés constante y los desequilibrios en nuestra salud?
El estrés continuo y los excesos solo llegan hasta cierto punto. La tarea del médico no es solo identificar los cambios patológicos en nuestro entorno interno y proporcionar intervenciones adecuadas, sino igualmente reconocer cuándo tales cambios patológicos pueden ser el resultado de grandes desequilibrios en la manera en que vivimos. En este sentido, un naturópata comenta: “Es todo este concepto de que la salud tiene algo que ver con un médico o un practicante de cualquier tipo que venga a arreglar las cosas. La idea de ‘arreglar’ es un mito. No existe tal cosa como arreglar. Es algo político también. Es una cuestión sociológica y política porque esta falta de atención a la salud, el descanso y llevar una vida equilibrada se refleja en toda la sociedad. Las personas no se recuperan de sus enfermedades. No se acuestan en la cama cuando tienen gripe o cualquier otro malestar”.
Hay una especie de “fascismo” en el lugar de trabajo que no permite que esto ocurra. Si tratamos nuestras pequeñas enfermedades con respeto, no desarrollaremos, tan pronto, las grandes enfermedades que nos matan. Esta es una verdad más profunda que la simple sabiduría popular. El naturópata afirma una verdad básica sobre el rechazo cultural generalizado de señales que nos llaman a reflexionar sobre lo que está sucediendo en nuestras vidas. Ignorar los efectos del estrés constante y de los estilos de vida caóticos puede hacer que las finas rutas metabólicas que median la auto-regulación se descompongan, y nuestras energías vitales declinen progresivamente.
Este mismo naturópata también nos recuerda que la economía política del lugar de trabajo a menudo sobrepone las necesidades del individuo. La consecuencia de la negligencia a largo plazo de tales necesidades puede incluir un debilitamiento progresivo de las defensas del cuerpo, una disminución de las reservas vitales y una mayor susceptibilidad a las llamadas “enfermedades de la civilización”, que corroen los últimos años de muchos en el mundo occidental.
Ivan Illich, por su parte, señala la influencia de un sistema social y económico que puede ser inherentemente dañino para muchos de aquellos cuyas energías lo sostienen: "La razón fundamental por la cual estas costosas burocracias [médicas] niegan la salud no radica en su instrumental, sino en su función simbólica: todas ellas enfatizan la entrega de servicios de reparación y mantenimiento para el componente humano de la megamáquina, y las críticas que proponen una entrega mejor y más equitativa solo refuerzan el compromiso social de mantener a las personas trabajando en trabajos enfermantes”.
Los enfoques holísticos incluyen necesariamente no solo al paciente y sus síntomas, sino también el contexto total dentro del cual viven, se mueven y existen. La tarea de sanar, aunque dirigida principalmente al paciente, debe incluir eventualmente un compromiso con la sanación de las patologías sociales, económicas y ambientales. La gran pregunta, claro está, es cómo se debe realizar esto.
El término “sanación” significa cosas diferentes para distintas personas. Para algunos, implica una forma de recuperación de enfermedades que se logra a través de fuerzas espirituales o psíquicas. Jesús de Nazaret es el sanador por excelencia en este sentido. En el primer libro de Corintios, el poder para sanar se describe como uno de los dones del Espíritu Santo. Este poder continúa invocándose en gestos como la imposición de manos y en conceptos como la intercesión espiritual. También hablamos de la sanación de heridas y de huesos rotos, y de las propiedades curativas de ciertas plantas.
La ortodoxia médica ha tendido a considerar los términos “sanador” y “sanación” algo manchados por connotaciones de misticismo o ingenuidad. Sin embargo, el proceso de sanación en su sentido esencial apunta hacia la manifestación de una capacidad inherente de los sistemas vivos para la autorreparación y restauración. Ser curado de una condición implica liberarse de los síntomas o molestias que caracterizan esa condición. Sin embargo, ser sanado implica un proceso transformador en el cual el individuo —cuerpo, alma y espíritu— se vuelve entero nuevamente. La sanación no es algo que se le haga a otro por una persona o un medicamento. Es un atributo de todos los seres vivos.
Aunque algunos aspectos del organismo humano y su funcionamiento puedan ser vistos en términos mecánicos, los procesos de reparación y autorrenovación son como llamas vivas que arden dentro de nosotros, transformando continuamente nuestra naturaleza corporal. Las células que componen nuestro cuerpo se están renovando constantemente en un proceso de descomposición, reparación y regeneración. Nuestra piel se renueva constantemente mientras se forman nuevas células para reemplazarla. Las células que recubren el estómago y el sistema digestivo se renuevan cada pocos días. Los glóbulos blancos se reemplazan dos o tres veces al mes, mientras que cuatro generaciones de glóbulos rojos se renuevan cada año. Tales procesos están fuera de nuestro control consciente. Son parte de la misteriosa capacidad de los sistemas vivos para crecer, reparar y regenerarse a sí mismos.
El organismo humano está impregnado con poderosas fuerzas de sanación cuya actividad puede liberarse o incrementarse a través de la mediación de un practicante capacitado. Un osteópata reflexiona: “No me considero un sanador —jamás me describiría así—, sino alguien con un gran interés por lo que constituye un proceso de sanación y un explorador de medios para hacer funcionar ese proceso. Pero si las cosas cambian, me consideraría no más que un catalizador”. Este osteópata hace referencia indirecta al principio central de la osteopatía, que afirma que el cuerpo tiene una capacidad innata para sanar por sí mismo. Esa capacidad de auto-sanación puede ser fortalecida y mejorada por los efectos de una corrección estructural aplicada con sensibilidad.
La activación o el refuerzo de una fuerza de sanación innata que es ordenada e inteligente es uno de los objetivos terapéuticos clave comunes a las diversas modalidades de la medicina complementaria, aunque se puede expresar de muchas maneras diferentes.
La medicina naturista se basa en tres principios. El primero es el vitalismo, que sostiene que estamos animados por una fuerza vital coherente que regula y gobierna el crecimiento, reparación y regeneración del cuerpo y sus diversos sistemas. Este principio casi universal ha sido denominado en la tradición europea como el spiritus vitae o espíritu de la vida, un término frecuentemente usado por Paracelso y otros de su tiempo, y la vis medicatrix naturae o el poder curativo de la naturaleza. El segundo principio es el de la toxicidad, según el cual se entiende que la acumulación de toxinas provenientes de fuentes dietéticas y ambientales tendrá un efecto adverso sobre la salud. Este entendimiento ha sido central en varias tradiciones a lo largo de la historia.
¿Cómo influyen las medicinas tradicionales en la medicina moderna y la ciencia de la salud?
El análisis de las medicinas tradicionales y su impacto en la medicina contemporánea revela la profunda conexión entre ambas, que a menudo se pasa por alto en los debates sobre la eficacia y la legitimidad de las terapias alternativas. Aunque muchos sistemas de salud convencionales desprecian las prácticas que no se ajustan a sus protocolos científicos, no se puede negar la evidencia histórica y cultural que respalda su validez. Entre estos sistemas destaca la medicina ayurvédica, la naturopatía y las tradiciones curativas de culturas ancestrales, que a pesar de no siempre ser verificadas por los métodos científicos modernos, han perdurado a través de siglos gracias a su efectividad práctica y su comprensión holística del cuerpo humano.
Una de las bases de la medicina tradicional es la concepción del cuerpo humano no como una simple máquina de partes separadas, sino como un sistema integral donde la mente, el cuerpo y el espíritu están interconectados. Esta visión se aleja de la medicina tradicional occidental, que tiende a segmentar y especializar las enfermedades, centrándose en tratamientos para problemas específicos y, en ocasiones, ignorando los factores sociales, emocionales y espirituales que influyen en la salud de una persona.
La medicina ayurvédica, por ejemplo, se basa en el equilibrio de las tres doshas o energías (vata, pitta y kapha), y busca restaurar ese balance en el paciente a través de dietas, hierbas y prácticas como el yoga y la meditación. Este enfoque global tiene un fuerte vínculo con la prevención y la salud preventiva, un campo que en la medicina moderna ha comenzado a ganar importancia en las últimas décadas. La idea de que los trastornos físicos a menudo son manifestaciones de desequilibrios emocionales o mentales es central en muchas de estas tradiciones, y plantea un reto al paradigma biomédico occidental, que rara vez explora estos aspectos de la salud.
En cuanto a la naturopatía, esta disciplina también se apoya en el poder curativo de la naturaleza, abogando por el uso de plantas medicinales, cambios en el estilo de vida y terapias físicas para tratar enfermedades. A diferencia de la medicina convencional, que suele centrarse en la eliminación de los síntomas, la naturopatía se ocupa de la causa subyacente de la enfermedad, promoviendo la autorregulación del cuerpo. La integración de estas terapias con la medicina convencional puede resultar particularmente efectiva cuando se trata de enfermedades crónicas o de larga duración, donde los tratamientos farmacológicos convencionales no siempre brindan una solución completa.
Es interesante observar cómo, en la era moderna, las prácticas de la medicina tradicional se han comenzado a integrar dentro de los marcos de la medicina occidental, especialmente en el campo de la medicina integrativa. Esta tendencia refleja un cambio en la actitud de los profesionales de la salud hacia una mayor apertura hacia enfoques complementarios. Aunque esta integración está en sus primeras etapas, ya se ha demostrado que la combinación de tratamientos convencionales con terapias alternativas puede resultar en una mejora en los resultados clínicos y una mayor satisfacción del paciente.
Sin embargo, para que este enfoque sea viable, es esencial que las terapias tradicionales sean evaluadas de manera rigurosa mediante métodos científicos. La falta de investigación adecuada ha sido un obstáculo para la aceptación generalizada de la medicina alternativa en muchos círculos médicos. A pesar de esto, se observa un creciente cuerpo de investigaciones que avalan la eficacia de tratamientos como la acupuntura, el uso de hierbas y la meditación, lo que podría allanar el camino para una integración más profunda de estas prácticas en la medicina convencional.
Es fundamental entender que la medicina tradicional no es una cura milagrosa, ni un reemplazo para la medicina moderna. Sin embargo, su valor radica en su enfoque holístico y preventivo, que puede complementar el tratamiento convencional en muchas situaciones. La clave de la medicina integrativa es la colaboración entre las distintas disciplinas, respetando tanto los principios de la medicina tradicional como los avances científicos de la medicina moderna.
Además de la integración de estas prácticas, es crucial que el lector también comprenda que la medicina tradicional no solo se basa en la utilización de hierbas o en tratamientos alternativos, sino en una filosofía más amplia que incluye una vida equilibrada y una comprensión profunda de las necesidades físicas, mentales y espirituales del ser humano. Las lecciones que se pueden aprender de estas tradiciones son valiosas no solo para los profesionales de la salud, sino también para cualquier persona interesada en su bienestar.
El futuro de la medicina parece estar encaminado hacia una mayor flexibilidad y apertura en cuanto a los enfoques terapéuticos, con un enfoque en la personalización de los tratamientos para cada paciente. Este cambio permitirá que la medicina evolucione hacia un modelo más inclusivo, que no se limite a las terapias farmacológicas convencionales, sino que también reconozca el valor de las prácticas tradicionales que, a lo largo de los siglos, han mostrado su efectividad en la promoción de la salud y el bienestar.

Deutsch
Francais
Nederlands
Svenska
Norsk
Dansk
Suomi
Espanol
Italiano
Portugues
Magyar
Polski
Cestina
Русский