Durante nuestra estancia en Perú, pudimos observar cómo la interacción entre el clima, el terreno y la vegetación juega un papel fundamental en la salud humana, particularmente en relación con las enfermedades que se propagan en determinadas zonas. El contraste entre la salud de diferentes regiones del país y sus alrededores fue un tema recurrente durante nuestras observaciones.
Las llanuras abiertas, por ejemplo, en las que la vegetación solo sobrevive unas pocas semanas después de la temporada de lluvias, se transforman rápidamente en terrenos áridos y secos. Durante este período, el aire adquiere una calidad tan nociva que tanto locales como forasteros suelen verse afectados por fiebres violentas. En cambio, las Islas Galápagos, a pesar de contar con un suelo similar y ser periódicamente sometidas a los mismos procesos de vegetación, presentan un ambiente saludable y libre de las mismas enfermedades. Humboldt observó que, bajo el trópico, incluso los más pequeños pantanos representan el mayor peligro para la salud, pues están rodeados de suelos áridos y arenosos que elevan la temperatura del aire circundante, creando condiciones propicias para la proliferación de enfermedades.
En la costa de Perú, sin embargo, la temperatura no alcanza extremos excesivos, lo que puede ser una razón por la cual las fiebres intermitentes no son de la clase más mortal. No obstante, en las zonas de mayor riesgo para la salud, como las costas, dormir en tierra firme presenta un peligro mayor que permanecer a bordo de un barco anclado cerca de la costa. Si bien el estar en un barco ofrece un resguardo de la miasma, también se han reportado casos excepcionales, como el de una tripulación de un barco de guerra, que, a cientos de millas de la costa africana, contrajo fiebre al mismo tiempo que se desencadenaban los períodos más letales en Sierra Leona.
Este contexto de salud en Perú se ve agravado por un panorama político y social de inestabilidad. En el momento de nuestra visita, el país se encontraba bajo la presión de la anarquía, con cuatro caudillos luchando por el poder. La situación política reflejaba una falta de cohesión y un continuo cambio de alianzas, lo que dificultaba el desarrollo y el bienestar de la población. Este caos social se traduce en un clima de inseguridad generalizada, lo que impide que los habitantes puedan disfrutar de actividades al aire libre o realizar excursiones en los alrededores de las ciudades.
Un lugar donde, no obstante, uno puede caminar con algo de seguridad es la isla de San Lorenzo, que forma parte del puerto de Callao. Durante la temporada de invierno, su parte más alta, que supera los 1,000 pies de altura, se encuentra dentro del límite inferior de las nubes. Como consecuencia de ello, el lugar se ve cubierto por una abundante vegetación criptogámica, mientras que en las colinas cercanas a Lima, a una altura similar, el suelo está cubierto por musgo y hermosos lirios amarillos, conocidos como Amancaes. Esta diferencia en la vegetación refleja un nivel mucho mayor de humedad en comparación con otras regiones del país, como Iquique.
A medida que nos dirigimos al norte de Lima, el clima se vuelve más húmedo, y la vegetación se torna más exuberante, especialmente en los alrededores de Guayaquil, donde las selvas tropicales alcanzan su máximo esplendor. Este cambio se produce de manera abrupta en las cercanías del Cabo Blanco, donde la costa de Perú se funde con un paisaje mucho más fértil y verde, contrastando radicalmente con las áridas costas del sur del país.
La ciudad de Callao, a la que se accede desde Lima, es un puerto pequeño y mal construido, cuyo ambiente está marcado por un aire cargado de olores desagradables, típicos de muchas ciudades tropicales. Los habitantes, una mezcla de sangre europea, negra e indígena, parecen estar atrapados en un ciclo de decadencia social, que se refleja en su comportamiento y en el ambiente de abandono que caracteriza la ciudad.
Lima, por su parte, es una ciudad que, aunque alguna vez fue un lugar de esplendor, ahora muestra claros signos de declive. Las calles, casi sin pavimentar, están llenas de basura, mientras que los gallinazos (buitres) buscan restos de carne en los montones de desechos. Las casas, en su mayoría de dos plantas y construidas en madera y yeso debido a los terremotos frecuentes, son testigos de un pasado de grandeza. A pesar de su estado actual, la cantidad de iglesias y edificios antiguos otorgan a Lima un carácter único, aún visible desde la distancia.
La ciudad de Lima está situada en una llanura que fue formada por la retirada gradual del mar. Aunque se encuentra a solo siete millas de Callao, la ciudad está a unos 500 pies de altura sobre el nivel del mar, lo que en ocasiones da la impresión de que el terreno es completamente plano. Este fenómeno engaña al observador, que no puede imaginar que haya ascendido siquiera 100 pies. Humboldt ya había señalado esta curiosa anomalía.
Durante nuestra estancia en Lima, tuvimos la oportunidad de explorar las ruinas de un antiguo pueblo indígena. Las estructuras de casas, enseres, y las impresionantes montañas funerarias, conocidas como Huacas, son testimonio de un desarrollo avanzado en la vida social, económica y política de las civilizaciones prehispánicas. Las huacas, aunque algunas parecen ser colinas naturales cubiertas por la acción humana, ofrecen una visión impresionante del alto nivel de organización de los pueblos que habitaron estas tierras antes de la llegada de los conquistadores.
En Callao, las ruinas del antiguo pueblo, sepultadas por un gran terremoto y maremoto en 1746, revelan la magnitud de la destrucción sufrida en esa época. La ciudad quedó prácticamente devastada, y las grandes cantidades de escombros arrojadas por las olas del mar aún son visibles. La costa ha experimentado un proceso de hundimiento que ha alterado por completo el paisaje original. Algunos estudios, como los realizados por M. Tschudi, sugieren que la tierra de la costa tanto al norte como al sur de Lima se ha hundido desde entonces.
La isla de San Lorenzo, en cambio, ofrece pruebas de un reciente proceso de elevación, como lo demuestran las terrazas claramente visibles en sus costas. Este fenómeno, de una lenta y continua transformación del paisaje, no se opone a la posibilidad de que haya habido hundimientos en ciertas áreas.
¿Cómo sobrevivir en la selva amazónica? Relatos de la vida en la jungla y la supervivencia a través de la caza, la pesca y la comida nativa.
En las vastas extensiones de la selva amazónica, la vida y la supervivencia dependen de una estrecha relación con la naturaleza. El río, las criaturas que habitan en su entorno y las plantas que lo rodean son elementos esenciales para quienes se aventuran en estos territorios remotos. El proceso de caza, pesca y la obtención de alimentos, aunque muchas veces inusual para el ojo occidental, es la clave para mantener la vida en este terreno hostil.
En uno de los relatos más impactantes, se describe el encuentro con una anaconda de proporciones gigantescas. El padre de familia, al ver que el reptil representaba una amenaza inminente, se lanzó al rescate con valentía, agarrando a la serpiente por la cabeza y desgarrando su mandíbula. Se cree que estas serpientes, que alcanzan longitudes impresionantes de hasta cuarenta y dos pies, tienen una vida extremadamente larga, lo que las convierte en una figura central en las leyendas de los nativos del Amazonas. En las comunidades locales, la figura de la serpiente mítica, conocida como Mai d’agoa, la madre o espíritu del agua, ha sido transmitida de generación en generación. Su existencia ha dado pie a innumerables historias que hablan de su aparición en distintos puntos del río, convirtiéndose en parte del folklore amazónico que se comparte alrededor del fuego.
A lo largo de este viaje en la selva, la relación con los nativos y su forma de vida resulta indispensable. Por ejemplo, después de dejar el sitio de Antonio Malagueita, el viaje a través del río continuó por varias millas, deteniéndose en la casa de Paulo Christo, un hombre de origen mameluco. Durante este descanso, se dedicaron varias horas a explorar la selva, recolectando productos naturales que podrían ser útiles. Sin embargo, la vida en la selva no es sencilla, y el trabajo de caza y pesca se hace indispensable. Los habitantes de la región, como Paulo, tienen un profundo conocimiento sobre cómo lidiar con la naturaleza y sus recursos, como la construcción de una "montaria", una especie de canoa hecha a mano.
La construcción de la montaria, una balsa esencial para navegar por el río, es un proceso que requiere paciencia y destreza. Los nativos seleccionan un árbol adecuado para hacer el casco, como el Itaiiba amarello, una especie de madera tan dura que resiste las exigencias de la jungla. Tras cortar el tronco, los hombres lo arrastran a lo largo del terreno, utilizando troncos como rodillos, y luego lo vacían con cinceles. Este proceso dura varias semanas y requiere una atención constante para evitar que la madera se agriete. Para evitar que el tronco se deforme, se coloca sobre un fuego durante horas, mientras se ajusta con cuñas de madera para darle la forma correcta. Una vez terminada, la montaria es puesta a prueba en el río, con gran entusiasmo por parte de los nativos, quienes celebran la creación de su nueva embarcación como una victoria.
A lo largo del tiempo, los viajeros enfrentan dificultades alimenticias. El pescado es la fuente principal de sustento, pero a menudo resulta insuficiente, lo que lleva a buscar alternativas. En un momento de escasez, se recurre a la caza de animales como el Coaita, un mono araña de color blanco, cuya carne se considera deliciosa, con un sabor similar al de la carne de res pero más dulce. La carne se seca al humo, utilizando un método conocido como "muquiar", que es común entre los nativos para conservar los alimentos en un clima donde la carne se descompone rápidamente.
El viaje por la selva no es solo una prueba de resistencia física, sino también un desafío mental. La escasez de alimentos, las dificultades en la pesca y caza, y el riesgo constante de encontrarse con animales peligrosos o territorios inexplorados son solo algunos de los obstáculos a los que se enfrentan los aventureros. No obstante, la capacidad para adaptarse a las circunstancias y el conocimiento profundo de los recursos naturales locales es lo que garantiza la supervivencia.
Los habitantes del Amazonas no solo sobreviven en este entorno, sino que han aprendido a vivir de él de manera respetuosa, utilizando cada recurso disponible de manera eficaz. La naturaleza, con toda su belleza y ferocidad, les ha enseñado a vivir de forma sostenible, respetando sus propios límites y los de su entorno.
La experiencia de vivir en la selva amazónica implica un constante reto, pero también una profunda conexión con la naturaleza y una gratitud hacia los recursos que esta ofrece. No se trata solo de encontrar alimentos, sino de comprender la importancia de cada elemento del ecosistema y su papel en la supervivencia.
¿Qué se puede aprender al observar aves?
Desde que era niño, me sentí atraído por las aves, pero fue a los catorce años cuando comencé a convertirme en un verdadero observador de aves. El incidente que marcó este cambio sucedió una mañana de invierno, cuando cruzaba el patio de lavandería de la casa de campo de mi tía. Allí vi, a pocos metros de mí, un pico verde en el césped. Apenas tuve tiempo de admirar su presencia antes de que el ave volara hacia el bosque más allá del seto. El pico verde es un ave común, pero nunca la había visto tan cerca. Observé cada detalle: el verde intenso de sus alas, el destello amarillo brillante en su espalda al volar, el ojo brillante y pálido, la nuca escarlata y el extraño bigote negro y rojo. Fue como si hubiera visto un ave del paraíso, incluso un fénix. Me estremecí con la repentina realización de que, bajo mis propios ojos, en los campos y bosques familiares, vivían criaturas extrañas y hermosas de las cuales no había sido consciente hasta entonces.
La mayoría de los observadores de aves, imagino, comienzan su afición por algún momento similar, al descubrir, por primera vez, la belleza oculta en especies comunes. El siguiente paso en la carrera de un observador de aves es, generalmente, una nueva apreciación de la belleza y la rareza en otras aves comunes; y solo cuando la familiaridad apaga el filo de la novedad, buscan raras especies que les ofrezcan una nueva excitación. Este ciertamente fue el camino que seguí. Hoy, aún recuerdo con extrema claridad el placer de descubrir la hermosura detallada de un pinzón macho que se alimentaba en un árbol frutal, con su cabeza negra brillante, el suave y vívido rojo ladrillo de su pecho, el delicado blanco de su cobertera y el exquisito gris azulado de su espalda. También recuerdo el momento en que, por primera vez, vi a un trepador común trepar un árbol y hurgar en las grietas con su largo pico curvado, y me di cuenta de que había un tipo de existencia desconocida que nunca antes había sospechado.
Así, recuerdo la asombrosa belleza del plumaje del ánade real al ver un grupo de estos patos en un estanque en Surrey, y cómo quedé hechizado por la fantástica y ventriloquial nota del ruiseñor de los prados, la primera primavera en que lo escuché. Un año después, puedo revivir con igual vividez la emoción de haber visto, al subir una colina de brezos, a un enorme ave de presa levantarse a solo unos metros de distancia, dejando media carcasa de faisán en el suelo, y descubrir que se trataba de un joven águila real. Esa fue mi primera experiencia con una emoción de rareza, y me impulsó a comenzar una búsqueda deliberada por observar aves raras, como un filatelista colecciona sellos raros. Puedo tomar un mapa y marcar los lugares donde vi por primera vez al mirlo de Dartford, al smew, al aguilucho de Montagu, entre otros.
Pero, como sucede con todos los observadores de aves, pronto la fascinación por las raras comenzó a disminuir. Lo que realmente se vuelve valioso es la comprensión de las vidas de las aves más comunes, sus capacidades y sus bellezas, que parecen inalcanzables en la cotidianidad. Recuerdo claramente cómo, un día de abril, desde un viejo puente de piedra sobre el río Wey en Surrey, vi una cantidad inusual de pequeñas aves en los arbustos. Al investigar, descubrí que se trataba de diferentes especies de warblers, y que las orillas y los arbustos estaban llenos de ellas, alimentándose o conversando suavemente entre sí. Eran un grupo de aves migratorias que seguían el cauce del río, su comportamiento apacible reflejaba el cansancio de su largo viaje. Aquella escena fue más conmovedora que si hubieran sido golondrinas volando. La diferencia entre su quietud cansada en el paisaje inglés y la vasta distancia que habían recorrido resultaba abrumadora.
La belleza del vuelo de las aves es otra revelación inesperada. Recuerdo una vez en Gales del Norte, en las montañas sobre Ogwen, cuando vi un busardo mecerse en el aire. Lo observé mientras subía muy alto, apenas una mota en el cielo, sobre las rocas de los Glyders. De repente, con un ángulo preciso, comenzó a planear hacia abajo. Sin cambiar su dirección ni su velocidad, siguió su curso invisible hasta desaparecer tras una lejana cresta, contra el cielo del atardecer. En un solo acto de vuelo, había cruzado la mitad de Snowdonia. Ningún otro ser vivo podría lograr una hazaña de velocidad y movimiento tan fluido como un ave grande.
Los momentos más íntimos de observación suelen ser recompensas inesperadas, como aquel día en el Congo belga. Estaba parado al borde de una carretera, en la caída rápida del crepúsculo ecuatorial, cuando mi camión se atascó en el barro, una vez más. Vi formas volando contra el cielo, y me di cuenta de que eran chotacabras, unos treinta o cuarenta de ellos, que giraban silenciosamente en un mismo lugar. Bajé por el banco para acercarme, y entonces me di cuenta de por qué estaban allí. Un gran hormiguero blanco se encontraba en la pendiente, y cientos de termitas voladoras, reinas y reyes, comenzaban su vuelo nupcial. Los chotacabras, al descubrirlo, comenzaron a capturarlas en el aire, abriendo sus grandes picos. La escena, llena de grácil movimiento y belleza controlada, me envolvió en una calma única.
Es importante recordar que la observación de aves no solo implica encontrar especies raras o ver su vuelo magnífico. Cada pequeña observación, cada detalle descubierto, se suma a una comprensión más profunda del mundo natural. La paciencia, la atención al detalle y el respeto por los ritmos y comportamientos de las aves enriquecen la experiencia, convirtiéndola en algo más que un simple pasatiempo: una forma de conectar con la naturaleza misma.
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