El comportamiento humano ante las amenazas, ya sean reales o percibidas, es un campo complejo que no puede entenderse solo a través de la lógica del miedo. Muchos tienden a pensar que aquellos que adoptan posturas de seguridad extrema, conocidos como “securitarianos”, lo hacen por un miedo constante a las amenazas externas, como los inmigrantes o el terrorismo. Sin embargo, esta interpretación simplista no toma en cuenta la complejidad de la psicología humana. De hecho, los securitarianos no necesariamente sienten más miedo que los unitarios (aquellos que son más relajados respecto a la seguridad), sino que su predisposición a construir muros, ya sean físicos o ideológicos, responde a un fenómeno mucho más profundo: una predisposición inherente a evitar lo que es “ajeno” o “desconocido”.

El comportamiento de los securitarianos, al igual que el de ciertos animales, puede entenderse a través de una analogía con los ratones de campo. Si estos ratones, por alguna razón, no pudieran construir túneles de escape a pesar de estar rodeados de amenazas, es probable que se sintieran nerviosos y desprotegidos. De manera similar, los securitarianos pueden sentirse profundamente incómodos si no pueden tomar medidas para asegurar su entorno, aún cuando la amenaza en sí misma no sea inmediata o incluso inexistente. La creación de barreras de seguridad no es solo una respuesta al peligro percibido, sino una característica inherente de su personalidad, una necesidad emocional de controlar lo que está fuera de su alcance.

Por otro lado, los unitarios tienden a ser indiferentes ante las amenazas percibidas. Pese a los argumentos o datos que sugieren que las amenazas externas son una realidad, estos individuos se resisten a reaccionar de la misma manera que los securitarianos. Este fenómeno se debe a una serie de factores psicológicos y sociales profundamente arraigados que influyen en su comportamiento político y social. La evidencia de una amenaza no será suficiente para que un unitariano cambie su postura, al igual que un ratón de ciénaga no comenzaría a construir túneles solo porque el entorno se ha vuelto más peligroso. Los unitarios tienden a mantener su enfoque optimista o indiferente, incluso cuando la evidencia de la amenaza es abrumadora.

Esta diferencia en las reacciones ante la amenaza también se refleja en los estudios psicológicos sobre la atención. Por ejemplo, se ha observado que los conservadores, que a menudo adoptan posturas securitarias, pasan más tiempo enfocándose en imágenes negativas o amenazantes que los liberales. Esto no significa que sientan más miedo, sino que su cerebro está más predispuesto a atender a estas señales. En estudios de rastreo ocular, los conservadores muestran una tendencia a dedicar más tiempo a observar imágenes desagradables, como escenas de violencia o desastres. Esto sugiere que los conservadores no temen necesariamente más a estos estímulos negativos, sino que su cerebro está sintonizado para detectarlos y procesarlos más intensamente.

Este comportamiento no es exclusivo de los humanos. En la naturaleza, algunos animales, como los zorros o los ratones de campo, desarrollan mecanismos de defensa no tanto porque temen a sus depredadores, sino porque están genéticamente predispuestos a reaccionar de esa forma. Esta predisposición biológica para “estar alerta” ante lo desconocido o lo extraño es un rasgo común que se refleja en los seres humanos en la forma en que manejan las amenazas sociales o culturales.

Para entender por qué algunas personas adoptan estas posturas de seguridad extremas, es necesario reconocer que no se trata únicamente de un miedo a lo desconocido, sino de una predisposición natural que configura la forma en que perciben el mundo. Las diferencias entre securitarians y unitarians no son solo ideológicas, sino profundamente psicológicas, ancladas en la manera en que cada grupo procesa la información y las amenazas.

Lo que es clave para comprender este fenómeno es que las personas no cambian fácilmente sus posturas políticas o sociales a pesar de la evidencia que podría contradecir su visión del mundo. Así como los ratones no cambian su comportamiento de construcción de túneles a pesar de que el peligro ya no exista, los seres humanos tienden a volver a su "punto de partida" ideológico, incluso después de eventos significativos como el 11 de septiembre. La psique humana tiene un setpoint, una inclinación predeterminada que es resistente a los cambios.

En resumen, lo que mueve a los securitarianos a mantener una postura defensiva no es solo el miedo a las amenazas, sino una predisposición psicológica a “cuidarse” de lo ajeno. Esta tendencia, profundamente arraigada en nuestra biología y psicología, crea divisiones duraderas entre aquellos que se sienten más cómodos con la seguridad estricta y aquellos que se sienten relajados ante las mismas circunstancias. En este contexto, tanto los estudios científicos sobre la atención y las emociones como las experiencias cotidianas de las personas nos muestran que, más allá de la percepción de amenazas, lo que define el comportamiento humano ante lo desconocido es la capacidad para adaptarse o resistir al cambio.

¿Qué impulsa la mentalidad securitarista y cómo se manifiesta en la sociedad contemporánea?

La mentalidad securitarista se fundamenta en un profundo deseo de autodefensa y autosuficiencia frente a un mundo percibido como amenazante y lleno de riesgos. Este enfoque no es exclusivo de un grupo racial o socioeconómico; abarca desde sectores blancos hasta negros, todos compartiendo una desconfianza hacia la complacencia generalizada de la sociedad. La reacción típica del securitarista ante cualquier indicio de peligro, real o ficticio, es prepararse exhaustivamente para evitar ser víctima, como demuestra aquel individuo que, tras ver una película de crimen, decidió aprender todo lo necesario para evitar semejante situación.

El estallido de la pandemia del coronavirus en 2020 sirvió para reforzar la convicción de muchos securitaristas: la autosuficiencia y el distanciamiento social no solo son deseables, sino necesarios. Para ellos, la dependencia es sinónimo de vulnerabilidad y la incapacidad de autodefensa es una afrenta a la dignidad personal. Como señala el análisis de French, la cuestión central es cómo pueden quienes no se ven a sí mismos como protectores mantener una autoestima auténtica si renuncian a su deber básico de defensa. Esta tensión se refleja también en el discurso político y social, donde figuras como Michelle Malkin reivindican a los “disruptores” como los verdaderos guardianes del destino nacional, aquellos dispuestos a desafiar un sistema que, en opinión securitarista, no representa los intereses auténticos de la nación.

La relación entre securitarismo y libertarismo es compleja. Aunque comparten la aversión a un gobierno invasivo y un deseo por la mínima intervención estatal, los securitaristas difieren en que su rechazo no se basa únicamente en principios económicos o sociales, sino en la preocupación de que el gobierno limite su capacidad de defensa personal. La idea de un gobierno capaz de controlar aspectos cotidianos —desde la composición del agua hasta las normativas sobre bolsas plásticas— es vista como una amenaza directa a su libertad para protegerse y garantizar su seguridad. Por ello, las teorías conspirativas y la desconfianza hacia las instituciones gubernamentales son comunes entre ellos, como se ha evidenciado en amplios sectores de seguidores fervientes del expresidente Trump.

Este fenómeno no se limita a Estados Unidos. A nivel global, aunque las leyes de control de armas varían, el espíritu securitarista persiste. En Europa, Asia o América Latina, grupos y comunidades buscan formas de mantener el control sobre su seguridad, desde resistir mandatos externos hasta promover la justicia por mano propia, rechazando la tutela estatal cuando la consideran insuficiente o peligrosa. La atracción por líderes que encarnan esta filosofía —fuerte, pero que no anula la autonomía individual— explica el apoyo a figuras que, como Trump, se presentan como disruptores del sistema autoritario tradicional.

Para entender el securitarismo es vital reconocer su dualidad entre un deseo de orden fuerte y la necesidad de libertad absoluta para defenderse. Esta tensión genera una relación ambivalente con el poder político: se busca un líder que sea protector sin ser opresor, que fortalezca sin coartar la capacidad de autodefensa. La historia constitucional de Estados Unidos, con su sistema de contrapesos, representa un ideal teórico para manejar esta tensión, aunque para los securitaristas la solución más práctica y confiable radica en elegir con suma cautela a sus líderes, apoyando solo a aquellos que encarnan plenamente su ideología.

Más allá del tema de la posesión de armas, que destaca en el contexto estadounidense, la esencia del securitarismo se manifiesta en la búsqueda constante de autonomía frente a amenazas percibidas, sean criminales, inmigrantes, o entidades estatales consideradas invasivas. La mentalidad securitarista no solo explica ciertas dinámicas políticas contemporáneas, sino que revela una profunda reacción humana ante la vulnerabilidad y la necesidad de control sobre el propio entorno.

Es importante comprender que esta visión surge de un miedo real o sentido a la pérdida de control y de la imposibilidad de depender de sistemas externos para la protección personal o colectiva. No es simplemente una postura política, sino una respuesta existencial al mundo cambiante y muchas veces impredecible. En este sentido, el securitarismo ofrece una lente para analizar comportamientos sociales, electorales y culturales que, de otro modo, podrían parecer contradictorios o irracionales.

¿Cómo la protección de la comunidad y la seguridad personal configuran las ideologías políticas en la sociedad actual?

La compleja relación entre la seguridad, la comunidad y la ideología política ha adquirido una relevancia cada vez mayor en un mundo marcado por la polarización social y política. En la vida rural de Estados Unidos, un ejemplo paradigmático de esta dinámica, los habitantes, a menudo considerados conservadores y fervientes seguidores de figuras como Donald Trump, se caracterizan por su fuerte sentido de comunidad. Sin embargo, este vínculo no se traduce en un ideal de comunidad inclusiva o generosa, sino en una forma de comunidad funcional y práctica, orientada más hacia la seguridad y la estabilidad personal que hacia una visión altruista de la colectividad.

Robert Wuthnow, sociólogo que ha estudiado las interacciones en comunidades rurales, señala que, aunque los habitantes de estos lugares pueden ser considerados individualistas en muchos aspectos, su relación con la comunidad es esencialmente utilitaria. Para ellos, el pequeño pueblo representa un espacio donde pueden mantener un control sobre su vida diaria, donde todos se conocen y donde la seguridad personal parece más garantizada. Esta concepción de comunidad se aleja de las nociones teóricas que la ven como un entorno enriquecedor y emancipador. En su lugar, se busca una comunidad cerrada, reconocible y homogénea, donde la seguridad frente a los "extranjeros" es prioritaria. Aquí, la presencia de extraños es vista con desconfianza, ya que perciben la amenaza externa como un riesgo para el orden establecido y la cohesión del grupo.

Lo que Wuthnow observa en estas comunidades es que, lejos de ver la vida en común como una aspiración a una mejora colectiva, muchos de estos habitantes sienten que su obligación hacia la comunidad se cumple al atender a su propia familia y a sus propios intereses. De hecho, existe una fuerte creencia en la idea de no ser una carga para los demás, lo que refuerza una noción de comunidad basada en la autosuficiencia y el individualismo. Esta forma de comunalismo difiere enormemente de las interpretaciones académicas que valoran la colaboración y el compromiso compartido para el bienestar de todos. En lugar de construir una "aldea" que respete a cada individuo como parte de un colectivo, muchos se inclinan más por la afirmación de que "cada quien debe hacer su parte por sí mismo". Esta visión individualista no parece encajar en las ideologías de los comunitaristas tradicionales, que promueven una colaboración más abierta y menos circunscrita a los límites del propio grupo.

Es fácil suponer que los seguidores fervientes de Trump podrían ser considerados populistas, dada su retórica en favor del pueblo frente a las élites políticas. Sin embargo, esta calificación de "populismo" no siempre refleja con exactitud las motivaciones de aquellos que apoyan al expresidente. El populismo, en su sentido más literal, defiende el poder del pueblo frente a las élites, pero este concepto puede resultar engañoso. La visión de Trump, aunque se presenta como un defensor del pueblo, está más vinculada a la idea de seguridad, tanto física como cultural, que a una genuina preferencia por el poder popular. La retórica populista es solo una de las herramientas utilizadas para fortalecer la unidad interna y garantizar la protección frente a amenazas percibidas. En este sentido, los seguidores de Trump no necesariamente buscan un poder popular en su forma más pura, sino que se alinean con una ideología que pone por encima la protección frente a los "extranjeros" y las amenazas externas.

En la división política contemporánea, este tipo de orientación hacia la seguridad y la protección de la comunidad es fundamental para entender las diferencias ideológicas entre los partidos políticos. Mientras que el Partido Republicano, bajo su inclinación por la seguridad y la protección de los "nativos" frente a los extraños, presenta una ideología enfocada en la exclusión, el Partido Demócrata promueve una inclusión más amplia, pero también orientada a proteger a los desfavorecidos y a las comunidades vulnerables frente a la amenaza de la exclusión. Aunque las dos ideologías pueden parecer, a primera vista, opuestas, ambas tienen en común un núcleo fundamental: la seguridad, ya sea de la comunidad cerrada o de aquellos que se consideran en riesgo de ser excluidos.

Esta división refleja una distinción más profunda que la que tradicionalmente se ha hecho entre conservadores y liberales. La verdadera brecha ideológica no se encuentra solo en las políticas económicas o sociales, sino en la forma en que cada grupo percibe la amenaza externa y cómo busca protegerse de ella. La seguridad no solo es un tema político, sino también psicológico y cultural, que forma la base de cómo las sociedades se estructuran y cómo se definen las fronteras entre los "adentro" y los "afuera".

Entender estas dinámicas es esencial para captar el verdadero motor de la política contemporánea. Las ideologías de exclusión e inclusión no son meras cuestiones de política partidaria, sino que están profundamente arraigadas en las formas en que las personas comprenden su identidad, su seguridad y su lugar en el mundo. De ahí que las respuestas a la inseguridad, tanto real como percibida, puedan llevar a configuraciones políticas que van desde el autoritarismo hasta el populismo, siempre bajo la premisa de proteger lo que se percibe como lo propio frente a lo extraño.

¿Cómo se comportan los seguidores de Trump? Impacto en la política posterior a su presidencia.

El comportamiento de los seguidores de Donald Trump, especialmente en relación con sus creencias y actitudes, ofrece una visión profunda sobre las dinámicas políticas que se han forjado durante su mandato y cómo estas podrían evolucionar en el futuro. Para entender las implicaciones de su presidencia, es necesario analizar no solo la figura de Trump en sí, sino también los perfiles de sus adeptos, quienes han seguido su liderazgo con devoción.

La base de apoyo de Trump estuvo compuesta mayoritariamente por individuos con tendencias securitarias, un tipo de personalidad política que ha existido a lo largo de la historia, caracterizada por un profundo escepticismo hacia los extraños y un deseo persistente de proteger a los "propios", ya sea de amenazas externas o internas. Esta inclinación hacia la seguridad y la protección se manifiesta en actitudes y comportamientos personales que revelan una visión del mundo en la que lo desconocido o lo diferente es visto como una amenaza, y donde se busca la estabilidad a toda costa.

En cuanto a las estadísticas relacionadas con los comportamientos personales de los diferentes grupos de seguidores de Trump, existen patrones claros que permiten comprender mejor el perfil sociopolítico de sus adeptos. Por ejemplo, los seguidores del Tea Party, conocidos por su postura conservadora en cuanto a cuestiones sociales y económicas, tienden a ser más propensos a realizar comportamientos como poseer armas de fuego (75%), fumar (42%) y participar en actividades de riesgo como el juego o la lotería. Estas tendencias sugieren un vínculo entre los comportamientos de riesgo y una inclinación hacia la autodefinición de la seguridad y la autonomía.

En un nivel más ideológico, los individuos que se identifican como securitarios tienden a rechazar la idea de ser vulnerables o débiles. Ven la seguridad como un principio fundamental, y sus políticas y actitudes tienden a estar profundamente influenciadas por esta búsqueda de protección ante amenazas percibidas. Este tipo de personalidad se caracteriza por un enfoque rígido hacia las normas sociales y una fuerte preferencia por que otros tomen decisiones por ellos, ya que esto les da una sensación de seguridad y control. Sin embargo, dentro de este grupo, existen diferencias sutiles entre aquellos que priorizan la seguridad sobre la autonomía y aquellos que buscan alguna forma de independencia dentro de un marco estructurado.

La relación entre autoritarismo y securitarismo también es un tema clave en el comportamiento de estos seguidores. Las actitudes autoritarias suelen estar asociadas con un enfoque de "obedecer reglas" y "mantener el orden", lo que se complementa con un deseo de proteger lo que consideran la estructura tradicional de la sociedad. Este enfoque autoritario se ve reflejado en los índices de personalidad que miden tendencias como la agresividad, la falta de tolerancia hacia la diversidad y la preferencia por la sumisión a una figura de autoridad.

No obstante, el impacto de Trump y sus seguidores no se limita a cuestiones individuales o comportamentales. Las estructuras políticas que surgieron en torno a su figura tienen implicaciones mucho más profundas. Uno de los aspectos más significativos de su presidencia fue su capacidad para movilizar a un sector de la población que sentía que sus preocupaciones no estaban siendo escuchadas. La retórica de Trump fue un catalizador para una nueva forma de política que subrayó la polarización y la segmentación social, basándose en miedos y ansiedades relacionadas con la globalización, la inmigración y el cambio social.

El futuro político, especialmente en los Estados Unidos, se enfrenta a una pregunta fundamental: ¿Cómo se comportarán los seguidores de Trump en un escenario post-Trump? Aunque es difícil predecir los resultados de elecciones o movimientos políticos específicos, lo que está claro es que el tipo de polarización que Trump generó no desaparecerá de inmediato. La lealtad de sus seguidores, especialmente aquellos con una fuerte inclinación hacia el securitarismo, permanecerá, probablemente, como un factor importante en la configuración del debate político.

Es importante entender que, aunque las figuras políticas cambian, las actitudes y las divisiones profundas que Trump ayudó a amplificar seguirán influyendo en las dinámicas de poder en el futuro. El securitarismo, el autoritarismo y las actitudes de resistencia al cambio serán fuerzas políticas que seguirán definiendo el escenario. La clave estará en cómo los partidos políticos, tanto en los Estados Unidos como a nivel global, se adaptan a estas realidades y logran superar las divisiones que han sido exacerbadas por la retórica de Trump.

En definitiva, más allá de las especificidades de los comportamientos personales y las políticas de seguridad, lo que define este fenómeno es una visión del mundo centrada en la defensa de lo conocido frente a lo incierto, una disposición a movilizarse para protegerse de amenazas y una constante desconfianza hacia el otro. La política post-Trump será inevitablemente un campo de batalla donde estas tensiones seguirán siendo clave, y la forma en que se gestionen determinará el futuro de las democracias contemporáneas.