La fermentación de syngas (gas de síntesis), un proceso clave para la producción de biocombustibles, depende de diversos factores que determinan la eficiencia de la conversión de gases como CO, H2 y CO2 en productos útiles, principalmente etanol y acetato. En este contexto, la elección de la configuración del reactor juega un papel crucial en el rendimiento del proceso, ya que influye directamente en la transferencia de masa entre las fases gaseosa y líquida, en la cinética de crecimiento microbiano, y en la generación de productos. Existen diversas configuraciones de reactores, como el reactor de lecho empacado rotatorio (RPBR), el reactor de biofilm monolítico (MBR), el reactor de fibra hueca (HFMBR), el reactor de lecho de goteo (TBR), y el reactor de tanque agitado continuo (CSTR), cada uno con características particulares que afectan la producción de etanol y acetato.

En los estudios comparativos realizados en diferentes configuraciones de reactores, se observa una gran variabilidad en la eficiencia de producción, no solo por la composición del gas de entrada, sino también por el volumen de trabajo del reactor y las condiciones de temperatura y pH, que a su vez influyen en la selección de organismos microbianos adecuados. Por ejemplo, en el caso del RPBR, se empleó una mezcla de gas CO:H2:CO2:N2 (20:5:15:60) en un volumen de trabajo de 3,3 L con Clostridium carboxidivorans P7 a una temperatura de 37°C, alcanzando una producción de etanol de 7,0 g/L. En cambio, el reactor CSTR con una mezcla similar pero en un volumen más pequeño (350 mL), produjo 2,8 g/L de etanol y 6,0 g/L de acetato, lo que pone de manifiesto la influencia del diseño del reactor sobre el rendimiento final.

Para entender mejor el comportamiento de estos sistemas, es esencial abordar el proceso de transferencia de masa en sistemas bifásicos, como ocurre en la fermentación de syngas. En particular, la transferencia de los gases reactantes hacia la fase líquida es el principal desafío. Este proceso puede dividirse en varias etapas: desde la transferencia de masa de la fase gaseosa a la interfaz gas-líquido, hasta la transferencia al interior de las células microbianas, pasando por la disolución de los reactantes en el medio líquido. Cada una de estas etapas está limitada por factores como la solubilidad de los gases, la velocidad de agitación, la relación superficie-volumen del sistema y la presencia de inhibidores, como el CO en concentraciones elevadas.

Los modelos matemáticos desempeñan un papel fundamental en la comprensión y optimización de la fermentación de syngas. Un modelo típico, como el que se utiliza para el reactor CSTR, contempla tanto la transferencia de masa como la cinética de crecimiento microbiano, que sigue generalmente el modelo de Monod bajo condiciones no inhibidas y el modelo de Haldane bajo condiciones de inhibición, como ocurre en presencia de CO. Las ecuaciones de balance de masa desarrolladas permiten predecir la concentración de los productos (etanol y acetato) a lo largo del tiempo y optimizar las condiciones operativas del reactor, como el caudal de gas, la velocidad de agitación y la temperatura.

El reactor CSTR es, de hecho, uno de los tipos más comunes de biorreactores para la fermentación de syngas. Este reactor permite la agitación continua de la mezcla, lo que favorece la homogeneización de la temperatura y la concentración dentro del volumen del reactor. Sin embargo, una de las principales limitaciones de este tipo de reactor es el alto consumo energético que implica la agitación, especialmente cuando se manejan gases de baja solubilidad, como el CO. Para maximizar la eficiencia de los CSTR, se deben emplear velocidades de agitación elevadas, pero esto puede dañar microorganismos sensibles a la cizalladura, disminuir la concentración celular debido al lavado de biomasa y generar un mal mezclado en reactores de gran diámetro.

En comparación, los reactores de columna de burbujas (Bubble Column Reactors) presentan algunas ventajas en términos de transferencia de masa. En estos sistemas, los gases reaccionantes se introducen por la parte inferior y ascienden por la columna, aumentando el tiempo de contacto entre los gases y el líquido. La concentración de CO y H2 disminuye a medida que los gases son consumidos por los microorganismos, lo que favorece un perfil espacial óptimo de la composición del gas dentro de la columna. Además, la recirculación de gases no consumidos puede aumentar la eficiencia del proceso de conversión. Este tipo de reactor también permite la recolección de productos líquidos, como etanol y ácido acético, en la parte superior de la columna.

El modelado matemático de estos reactores de columna de burbujas, como el propuesto por Chen et al., tiene en cuenta tanto la inhibición por parte de los productos (etanol y acetato) como la transferencia de masa de CO y H2. Se utiliza una expresión Monod para describir la cinética de absorción de los sustratos gaseosos, lo que permite predecir la eficiencia de la fermentación bajo diferentes condiciones operativas. Este tipo de modelo es especialmente útil para optimizar la operación de estos reactores, teniendo en cuenta la inhibición mutua entre los productos y los sustratos.

Finalmente, es importante señalar que la fermentación de syngas en cualquiera de estas configuraciones de reactores no está exenta de desafíos. La solubilidad limitada de los gases en el medio líquido, la sensibilidad de los microorganismos a las condiciones de agitación y la inhibición por parte de los productos generados son factores clave que deben ser gestionados cuidadosamente. La investigación continua en el diseño de reactores y la mejora de las condiciones operativas permitirá mejorar la eficiencia de la conversión de syngas en biocombustibles, una parte esencial en la transición hacia fuentes de energía más sostenibles.

¿Cómo se lleva a cabo la gasificación de biomasa y cuáles son sus aplicaciones?

La gasificación es un proceso termquímico que se realiza a temperaturas elevadas, entre 550 y 950 °C, para convertir la biomasa sólida en gas de síntesis (syngas), una mezcla compuesta por monóxido de carbono (CO), hidrógeno (H2), metano (CH4), dióxido de carbono (CO2), vapor de agua (H2O), hidrocarburos ligeros, alquitranes condensables, compuestos nitrogenados (NH3), compuestos sulfurosos (H2S) y partículas sólidas finas. Este proceso endotérmico se lleva a cabo en presencia de agentes gasificantes como el aire, vapor de agua o oxígeno. El syngas producido puede ser utilizado en diversas aplicaciones como combustión en motores de gas, producción de biocombustibles de segunda generación, celdas de combustible, combustión directa y co-combustión en calderas de carbón existentes.

La gasificación es un proceso complejo que se divide en cuatro zonas diferentes: la zona de secado, la zona de descomposición térmica o pirólisis, la zona de combustión/combustión parcial y la zona de reducción. En la zona de secado, la biomasa pierde la humedad presente a temperaturas cercanas a los 100-200 °C. La biomasa sólida, con un contenido típico de humedad entre el 10 y el 20%, es la más recomendable para la gasificación. Un contenido de humedad superior resulta en una pérdida considerable de energía y reduce tanto la calidad como el rendimiento del syngas. La biomasa seca pasa entonces a la zona de pirólisis, donde se forman biochar, aceites bioquímicos y gases. La pirólisis comienza con la descomposición de las moléculas de hemicelulosa entre los 150 y 270 °C, lo que genera vapores, carbón y alquitranes. Las moléculas de celulosa en la biomasa se descomponen entre 275 y 350 °C. La lignina presente en la biomasa se descompone entre 250 y 500 °C, produciendo principalmente aromáticos y carbón sólido. Sin embargo, por encima de los 500 °C, la producción de productos gaseosos se acelera con una mínima producción de alquitranes.

En la zona de combustión, ocurren reacciones exotérmicas a temperaturas que oscilan entre los 900 y 1200 °C. El tipo y la cantidad de agente gasificante controlan generalmente la temperatura de esta zona, evitando que se alcance la temperatura de fusión de las cenizas. La combustión de la biomasa da lugar a la formación de gases de escape (CO2, H2O, CO, H2), así como a una cantidad suficiente de calor, que se utiliza para el secado parcial y la pirólisis. En la zona de reducción, el carbón no quemado y los gases de pirólisis, junto con las partículas de alquitrán, se reducen entre 600 y 1000 °C. Las reacciones de reducción son endotérmicas por naturaleza, lo que provoca una disminución de la temperatura en esta zona. Al final de esta zona, el carbón y la mayoría de los alquitránes se consumen, produciendo syngas y cenizas.

Los gasificadores se pueden clasificar de manera general según el agente gasificante (aire, O2, CO2 o vapor), la presión (atmosférica o presurizada), la dinámica de fluidos, la temperatura (con o sin escoria) y el suministro de calor (directo o indirecto mediante un intercambiador de calor). Según la dinámica de los fluidos, los gasificadores se dividen en gasificadores de lecho fijo, lecho fluidizado, lecho suspendido y plasma. Los gasificadores de lecho fijo son los más antiguos y los más utilizados a nivel comercial debido a su diseño sencillo y facilidad de operación. La composición típica del syngas producido en un gasificador de lecho fijo es 10-15% CO, 15-20% H2, 3-5% CH4, 10-15% CO2, y el resto es N2, con un valor calorífico bruto de entre 5 y 10 MJ/Nm3. Los gasificadores de lecho fijo pueden clasificarse según el contacto entre el combustible sólido y el agente gasificante en gasificadores de flujo descendente, ascendente y cruzado. En el gasificador de flujo descendente, la biomasa se alimenta desde la parte superior y el agente gasificante (aire) se introduce en la mitad del gasificador cerca de la zona de combustión. En el gasificador de flujo ascendente, el flujo de biomasa es hacia abajo debido a la gravedad y el agente gasificante entra desde la parte inferior. Este tipo de gasificador genera mayor eficiencia térmica, pero los gases producidos contienen alquitrán y vapor de agua. El gasificador de flujo cruzado tiene una entrada lateral de aire y una alimentación superior de biomasa.

Los gasificadores de lecho fluidizado ofrecen una distribución uniforme de la temperatura en la mezcla gas-sólido, lo que mejora las reacciones y minimiza el riesgo de aglomeración. Los materiales de lecho más comunes son la arena de sílice, la dolomita, las perlas de vidrio, el olivino, la calcita, entre otros, para la gasificación de una amplia gama de biomasas. Estos gasificadores se operan a temperaturas entre 650 y 950 °C, por debajo de la temperatura de fusión de las cenizas y los materiales de lecho. La eficiencia de conversión de carbono es notablemente alta, alcanzando hasta el 95%. Los gasificadores de lecho fluidizado se pueden clasificar en lechos fluidizados burbujeantes (BFB), lechos fluidizados circulantes (CFB) y lechos fluidizados duales (DFB). En los gasificadores BFB, el agente gasificante de baja velocidad se suministra desde la parte inferior del lecho, que está compuesto principalmente por arena de sílice. La fluidización crea un movimiento ascendente de los materiales del lecho, y el syngas sale por la parte superior y se separa de las cenizas mediante un ciclón. Este tipo de gasificador es eficiente para biomasas con alta ceniza y buena flexibilidad en el combustible.

La gasificación es un proceso crucial para la conversión energética y la producción de químicos valiosos a partir de biomasa. Su capacidad de producir un gas de síntesis versátil abre posibilidades para diversas aplicaciones industriales, desde la producción de biocombustibles hasta la generación de electricidad a partir de fuentes renovables. La eficiencia del proceso depende de varios factores, como la elección del tipo de gasificador, las características del combustible y el control preciso de las condiciones operativas en cada una de las zonas del gasificador.

¿Cómo optimizar la eficiencia energética en edificios inteligentes mediante tecnologías avanzadas?

La optimización energética en edificios inteligentes se ha convertido en una necesidad fundamental en la construcción moderna, donde las demandas de sostenibilidad y eficiencia son cada vez más urgentes. Los algoritmos de inteligencia artificial (IA) entrenados con datos provenientes de diversos sensores en el edificio juegan un papel crucial en este proceso. Estos algoritmos permiten la mejora continua del rendimiento del edificio, ajustando las operaciones a las necesidades cambiantes de los ocupantes y a las variaciones ambientales. Mediante un monitoreo y medición energética avanzados, los administradores de edificios comerciales pueden observar en tiempo real el consumo de energía, lo que permite tomar decisiones informadas sobre las medidas de conservación.

Uno de los componentes esenciales en la gestión energética de los edificios inteligentes es el monitoreo en tiempo real de la energía. Los sistemas de submedición permiten un análisis detallado del consumo de electricidad en diferentes zonas del edificio o en maquinaria específica, facilitando así la identificación de áreas en las que se pueden implementar estrategias de ahorro. Las ventanas inteligentes, que ajustan su transparencia en respuesta a factores ambientales, junto con la gestión del sistema de calefacción, ventilación y aire acondicionado (HVAC) basada en la ocupación, son ejemplos de cómo la tecnología contribuye a reducir el consumo de energía de manera eficaz.

Los sistemas de almacenamiento de energía, como las baterías, están ganando relevancia en los edificios inteligentes, ya que permiten almacenar el exceso de energía generada por fuentes renovables, como los paneles solares, y utilizarla cuando la demanda es alta o la producción de energía renovable es baja. Este tipo de almacenamiento no solo optimiza el uso de la energía, sino que también facilita una distribución más eficiente de la misma.

La gestión de la demanda y la respuesta ante picos de consumo juegan un papel esencial en la eficiencia energética. Los edificios inteligentes pueden participar en programas de gestión de la demanda, modificando su consumo durante los períodos de alta demanda y contribuyendo a la estabilidad de la red eléctrica. A través de la implementación de plataformas de gestión de energía, los administradores pueden acceder a datos en tiempo real, personalizar ajustes y obtener información sobre el rendimiento energético del edificio, facilitando así la toma de decisiones estratégicas.

En cuanto a la integración de fuentes de energía renovables, muchos edificios inteligentes están incorporando paneles solares, turbinas eólicas o sistemas geotérmicos, lo que no solo reduce la dependencia de los combustibles fósiles, sino que también disminuye la huella de carbono de la edificación. La combinación de estas fuentes de energía con los sistemas de gestión energética permite optimizar el uso de los recursos renovables y garantizar un futuro más sostenible.

En la vanguardia de la tecnología aplicada a la eficiencia energética en edificios inteligentes, la incorporación de sistemas fotovoltaicos en las ventanas, como se ha propuesto en investigaciones recientes, abre nuevas posibilidades para la generación de energía dentro del propio edificio. Estos sistemas, basados en geles termotrópicos, no solo mejoran la eficiencia energética al reducir la necesidad de calefacción o refrigeración, sino que también incorporan tecnologías de análisis autónomo de datos, que permiten una gestión más eficiente del consumo energético.

El control avanzado del consumo energético, que incluye desde la iluminación hasta el manejo de climatización, ha demostrado una reducción significativa del uso de energía. La inteligencia artificial y el aprendizaje automático aplicados al control de sistemas HVAC o de iluminación pueden disminuir el consumo hasta en un 30%, mejorando el confort térmico sin comprometer la eficiencia.

En este contexto, el uso de tecnologías IoT se ha posicionado como una solución integral. Los dispositivos conectados a través de Internet de las Cosas (IoT) no solo mejoran la accesibilidad y la seguridad del edificio, sino que también optimizan la gestión energética. Gracias a protocolos como CoAP (Constrained Application Protocol), es posible reducir el consumo de energía en un 30,86% en comparación con otros protocolos, como MQTT, que se utilizan en otros sistemas de gestión energética.

La importancia de la integración de energías renovables distribuidas en el ámbito de los edificios inteligentes es otra área que no puede pasarse por alto. Las energías renovables distribuidas, como la solar, la eólica o la hidroeléctrica, permiten una producción de energía más cercana al punto de consumo, reduciendo las pérdidas en la transmisión y aumentando la independencia energética de los edificios. Este enfoque contribuye significativamente a la reducción de las emisiones de CO2, siendo una de las claves para el futuro de las ciudades sostenibles.

Es importante reconocer que la eficiencia energética en edificios inteligentes no solo depende de las tecnologías de vanguardia, sino también de la correcta implementación y la integración de estos sistemas en el diseño y la operación diaria del edificio. Además de la incorporación de renovables y el uso de algoritmos de optimización, una adecuada educación sobre la importancia de las energías renovables distribuidas, así como de los beneficios de un diseño arquitectónico que priorice la eficiencia energética, son elementos clave para avanzar hacia un futuro más verde.

¿Cómo realizar auditorías y establecer indicadores de rendimiento energético en edificios inteligentes?

La auditoría energética y el benchmarking son dos herramientas fundamentales en la gestión eficiente de la energía en edificios inteligentes. Estas prácticas no solo ayudan a identificar áreas de mejora en el consumo energético, sino que también proporcionan una referencia clave para comparar el rendimiento de un edificio con estándares industriales o con otros edificios similares. Este enfoque es esencial para reducir el desperdicio de energía y promover un uso más racional de los recursos.

Una auditoría energética es un análisis exhaustivo de los hábitos de consumo energético, los sistemas que utilizan energía y el rendimiento general energético de una instalación. El proceso generalmente sigue una serie de etapas que incluyen la recolección de datos, la inspección en el sitio, el análisis de la información recabada, la formulación de recomendaciones para mejorar la eficiencia y un análisis costo-beneficio. La recolección de datos implica obtener información sobre el consumo energético, las características del edificio, los hábitos de los ocupantes y las especificaciones de los equipos. La inspección in situ consiste en revisar el aislamiento, ventanas, iluminación, sistemas de calefacción, ventilación y aire acondicionado (HVAC), entre otros elementos que consumen energía. Con los datos recopilados, se procede al análisis para identificar comportamientos ineficientes y evaluar el rendimiento de las tecnologías existentes. Finalmente, se emiten recomendaciones para mejorar la eficiencia energética, basadas en una evaluación técnica y económica de las posibles mejoras.

Una auditoría energética puede variar en profundidad, desde una revisión básica hasta una evaluación más detallada en niveles II o III. Los propietarios y gestores de edificios pueden aprender mucho sobre cómo optimizar el consumo de energía a través de estos informes detallados. En algunos casos, las auditorías se enfocan más en ciertos aspectos del edificio, dependiendo de las necesidades específicas de cada estructura.

El benchmarking, por su parte, permite medir el rendimiento energético de un edificio y compararlo con el de otras edificaciones similares o con los estándares establecidos por la industria. Este proceso comienza con la recopilación de datos sobre el uso de electricidad, gas y otras fuentes de energía. A continuación, se normalizan estos datos para tener en cuenta variables como el tamaño del edificio, la ocupación y el clima, lo que permite realizar una comparación más justa y representativa. Luego, se lleva a cabo la comparación, en la que se evalúa la eficiencia energética del edificio en relación con otros de características semejantes o frente a los estándares de la industria. Finalmente, se desarrolla un plan para corregir las deficiencias identificadas en la comparación, lo que permite a los gestores del edificio establecer objetivos claros para mejorar su rendimiento energético.

Una vez que se cuenta con los datos de la auditoría y el benchmarking, se pueden implementar medidas específicas de eficiencia energética en edificios inteligentes. Estos edificios están diseñados para ser sostenibles y eficientes en términos de consumo de energía, utilizando una variedad de tecnologías avanzadas. Entre estas se incluyen sistemas de iluminación inteligentes que ajustan el brillo en función de la luz natural y la ocupación, y sistemas HVAC que se adaptan automáticamente a las condiciones cambiantes para optimizar el uso de la energía. Además, los diseños de edificios inteligentes incluyen un aislamiento de alto rendimiento, ventanas eficientes y estrategias de ventilación y iluminación natural que contribuyen al ahorro energético.

Otra herramienta esencial para la eficiencia energética en los edificios inteligentes son los medidores inteligentes y los sistemas de sub-medición, que permiten un seguimiento preciso del consumo de energía de cada dispositivo o sistema. Esto facilita la identificación de oportunidades de mejora y el ajuste de los sistemas en tiempo real. Los algoritmos de inteligencia artificial pueden analizar los datos recopilados y detectar patrones y anomalías, lo que permite a los gestores de edificios optimizar los sistemas y corregir problemas antes de que se conviertan en fallas importantes. Además, el mantenimiento predictivo habilitado por el aprendizaje automático mejora el rendimiento de los equipos, alargando su vida útil y reduciendo el consumo innecesario de energía.

Es importante señalar que, además de los avances tecnológicos, el comportamiento de los ocupantes tiene un impacto significativo en la eficiencia energética. Los edificios inteligentes utilizan pantallas interactivas y retroalimentación en tiempo real para educar a los residentes sobre su consumo de energía, lo que les permite tomar decisiones informadas para reducir el gasto energético.

La implementación de estrategias de eficiencia energética no solo tiene beneficios económicos, al reducir los costos operativos, sino que también contribuye a un entorno más sostenible y saludable. La reducción de las emisiones de carbono y la creación de ambientes más agradables para los ocupantes son aspectos clave de esta transformación. Con la creciente demanda de edificios energéticamente eficientes, las tecnologías y enfoques innovadores están redefiniendo la manera en que construimos y gestionamos los edificios modernos.

Además de las tecnologías y estrategias mencionadas, es fundamental destacar la importancia de un enfoque holístico en la gestión energética. El uso de energías renovables, como la solar, la eólica y la geotérmica, puede integrarse de manera coordinada para maximizar la eficiencia energética en los edificios inteligentes. El aprovechamiento de estas fuentes de energía no solo reduce la dependencia de los combustibles fósiles, sino que también mejora la estabilidad de la red eléctrica.

Asimismo, el uso de soluciones avanzadas de almacenamiento de energía, como las baterías, permite a los edificios inteligentes almacenar el exceso de energía generada a partir de fuentes renovables para su utilización en momentos de alta demanda o cuando la oferta de energía renovable es insuficiente. Esta independencia energética aumenta la resiliencia del edificio y contribuye a la estabilidad de la red eléctrica en su conjunto.

El uso de la tecnología también permite una integración más eficiente entre los edificios y la red eléctrica. Los edificios inteligentes no solo consumen energía, sino que también pueden generar y devolver electricidad a la red, lo que mejora la estabilidad de la red y facilita la integración de fuentes de energía renovables. Esta capacidad de comunicación bidireccional entre el edificio y la red es uno de los avances más prometedores en la gestión de la energía en entornos urbanos.

¿Cómo las tecnologías de almacenamiento de energía pueden garantizar la estabilidad en sistemas energéticos renovables?

En el contexto actual de transición hacia energías renovables, uno de los mayores desafíos es asegurar la fiabilidad del suministro. Las fuentes de energía renovables como la solar, eólica e hidráulica son altamente dependientes de las condiciones meteorológicas, lo que provoca variabilidad en la generación de electricidad. La intermitencia de estas fuentes implica que en ciertos períodos de tiempo no se genera suficiente energía, lo que puede comprometer la estabilidad de la red eléctrica. Por esta razón, la incorporación de sistemas de almacenamiento de energía (EES, por sus siglas en inglés) juega un papel crucial en la gestión de esta variabilidad y en la optimización del uso de las energías renovables.

Un ejemplo interesante de este enfoque lo presenta Panda et al. [8], quienes demostraron que una combinación de cuatro fuentes de energía —solar, eólica, hidroeléctrica y térmica— suele ofrecer la mejor solución en comparación con cualquier combinación de tres de estas fuentes. Sin embargo, es fundamental reconocer el concepto de "sequía energética", que se refiere a la reducción significativa o incluso al colapso total de la generación de energía a partir de fuentes renovables, debido a factores como la falta de lluvia o disturbios geopolíticos. Las sequías, por ejemplo, afectan enormemente la generación de energía hidroeléctrica, mientras que los días sin viento o sin sol pueden limitar la producción de energía eólica y solar.

La variabilidad de las energías renovables está influenciada por múltiples factores, como la órbita de la Tierra alrededor del Sol, el ángulo de la radiación solar con respecto a la superficie terrestre, fenómenos meteorológicos como las nubes y las tormentas de polvo, y las variaciones en la velocidad y dirección del viento debido a las condiciones atmosféricas [10]. Estos factores complican aún más la previsibilidad de la generación de energía, lo que exige un sistema de almacenamiento eficiente que pueda absorber el exceso de energía cuando esté disponible y liberarla cuando sea necesario, asegurando así una oferta continua de electricidad.

En este contexto, las tecnologías de almacenamiento de energía son esenciales. Estas tecnologías permiten almacenar el exceso de energía durante los períodos de baja demanda y liberarla en momentos de alta demanda, ayudando a equilibrar la carga de la red eléctrica. Entre las principales categorías de tecnologías de almacenamiento de energía se encuentran las mecánicas, electroquímicas, químicas y térmicas [14–16]. En particular, el almacenamiento de energía mecánico (MES, por sus siglas en inglés) se destaca por su capacidad para convertir rápidamente la energía almacenada en energía eléctrica.

Dentro de los sistemas de almacenamiento mecánico, destacan tres tecnologías principales: el almacenamiento de energía hidroeléctrica por bombeo (PHS), el almacenamiento de energía por aire comprimido (CAES) y el almacenamiento de energía mediante volantes de inercia (FES). En cuanto a los sistemas de almacenamiento de gran escala (más de 100 MW), las opciones más viables son el PHS y el CAES. Aunque existen cientos de plantas de PHS en todo el mundo, con una capacidad total cercana a los 130 GW, las plantas de CAES son mucho más raras, con solo dos grandes instalaciones en Alemania y EE.UU., con capacidades de 100 MW y 290 MW, respectivamente [13].

El PHS destaca por su eficiencia operativa y una vida útil más prolongada en comparación con otras tecnologías de almacenamiento. Además, sus costos de inversión y operación son considerablemente más bajos que los de los sistemas de baterías, lo que lo convierte en una opción muy atractiva para el almacenamiento de grandes volúmenes de energía. Las plantas de PHS también presentan un menor impacto ambiental, con una huella de carbono que es la mitad de la de los sistemas basados en baterías, sin mencionar los problemas relacionados con la gestión de materiales tóxicos.

El sistema PHS opera mediante el bombeo de agua desde un embalse inferior a uno superior cuando la demanda de electricidad es baja, y luego permite que el agua fluya hacia abajo a través de turbinas durante los picos de demanda para generar electricidad. Dependiendo de su diseño operativo, los sistemas PHS se pueden clasificar en dos tipos: cerrados (PHS puro) y abiertos (PHS de bombeo). Los sistemas cerrados se basan únicamente en el agua bombeada desde el embalse inferior al superior, mientras que los abiertos combinan este bombeo con el flujo natural de agua de un río o corriente [26].

Las capacidades de almacenamiento de los sistemas PHS dependen de varios factores, como la diferencia de altura gravitacional entre los dos embalses y la cantidad de agua que puede ser bombeada. Las ventajas de este sistema incluyen una alta densidad energética, bajos costos de mantenimiento y una larga vida útil, lo que lo hace ideal para la gestión de la energía renovable a gran escala.

Además, la integración de PHS con fuentes de energía renovables como la solar y la eólica contribuye significativamente a la estabilidad de la red. En momentos de baja demanda y alta producción de energía solar o eólica, el exceso de energía puede utilizarse para bombear agua a un embalse superior. Luego, durante los picos de demanda, cuando la producción de energía renovable es insuficiente, el agua almacenada se puede liberar para generar electricidad de manera rápida y eficiente, equilibrando las variaciones en la oferta y demanda de energía.

Por último, es crucial tener en cuenta que el almacenamiento de energía no es solo una cuestión de capacidad, sino también de gestión eficiente de los recursos. Los sistemas PHS, con su capacidad de manejar grandes volúmenes de energía, junto con otros métodos de almacenamiento más pequeños y rápidos, como los volantes de inercia, son fundamentales para garantizar que las energías renovables puedan cumplir con los requisitos de la red en todo momento.