El concepto de "nacionalismo banal" propuesto por Michael Billig revela las formas sutiles pero omnipresentes en las que el nacionalismo se infiltra en la vida cotidiana sin ser cuestionado ni observado como tal. Si bien el nacionalismo más visible se manifiesta en actos como desfiles o reuniones en los que se ondean banderas, el nacionalismo banal se teje en lo cotidiano, convirtiéndose en un fenómeno invisible hasta que se hace necesario. Billig describe cómo, en sociedades occidentales, los ciudadanos están constantemente rodeados de símbolos nacionales —banderas en edificios públicos, estampillas, camisetas, calcomanías en autos— pero rara vez los perciben de manera crítica, ya que son parte de la normalidad del día a día. Esto se debe a que la verdadera esencia del nacionalismo banal no reside en un acto visible o conspicuo, sino en las formas en las que las categorías nacionales son constantemente traídas a la mente, de manera casi imperceptible.

El ejemplo de los Juegos Olímpicos es particularmente revelador. Originalmente concebidos como un movimiento para fomentar la paz y la convivencia entre naciones a través del deporte, los Juegos han evolucionado hasta convertirse en una plataforma donde se exhibe el nacionalismo en su forma más competitiva. A lo largo de la cobertura mediática de los Juegos Olímpicos, especialmente en los Estados Unidos, se presentan las historias de los atletas estadounidenses como héroes nacionales, mientras que los competidores de otras naciones suelen ser retratados como antagonistas que representan una amenaza para el sueño olímpico americano. Este fenómeno no solo refleja la competencia por medallas, sino una narrativa de superioridad nacional, en la que el deporte se convierte en un medio para alimentar y reforzar el nacionalismo.

Este tipo de nacionalismo no siempre se presenta de manera abierta. En países como los Estados Unidos o el Reino Unido, el nacionalismo es algo que se mantiene en segundo plano, en parte porque estos países no se encuentran en una crisis inmediata que requiera de una reafirmación constante de su identidad nacional. Sin embargo, cuando ocurre una crisis, como los ataques del 11 de septiembre de 2001, el nacionalismo banal se vuelve explícito. En esos días, la demanda de banderas nacionales en los Estados Unidos se disparó, hasta tal punto que los fabricantes no podían satisfacerla. Las calcomanías patrióticas comenzaron a llenar los parabrisas de los autos, como una manifestación visible de unidad y lealtad nacional. Este resurgimiento de los símbolos nacionales en momentos de crisis resalta cómo el nacionalismo banal se mantiene latente, listo para ser activado cuando las circunstancias lo requieren.

La geopolítica crítica, que cuestiona la naturaleza centrada en el Estado de la política global, se ocupa de analizar estos procesos que nos llevan a pensar en nosotros mismos como ciudadanos nacionales. El nacionalismo banal, al anclar nuestra identidad en la cultura popular cotidiana, juega un papel crucial en la formación y perpetuación de estas identidades. La intertextualidad entre la cultura popular y la geopolítica es un concepto fundamental para entender cómo los símbolos y las narrativas nacionales están entrelazados en la vida diaria. Los discursos políticos, las películas de acción y los programas de televisión influyen mutuamente, creando un entramado de ideas y representaciones que forma la base sobre la cual entendemos nuestra relación con el resto del mundo.

Un claro ejemplo de esto se da con el presidente George W. Bush, quien, al anunciar en diciembre de 2001 que quería a Osama bin Laden "muerto o vivo", apeló a la mitología del "western" estadounidense, una narrativa profundamente enraizada en la cultura popular de ese país. Esta referencia no fue una mera coincidencia; muestra cómo los líderes políticos recurren a figuras y arquetipos de la cultura popular para moldear sus discursos y conectar con el sentimiento nacionalista de la población. De manera similar, estos elementos de la cultura popular no solo son utilizados por los políticos, sino que también influyen en cómo los ciudadanos perciben y entienden los acontecimientos geopolíticos.

El concepto de "intertextualidad" nos invita a considerar que los textos y las representaciones culturales no existen de manera aislada, sino que están interconectados y se influyen mutuamente. En este sentido, no es posible trazar una línea clara entre las influencias de un texto o evento sobre otro, ya que todos estos elementos forman parte de un proceso continuo y en constante evolución. La interconexión de los discursos políticos, los medios de comunicación y la cultura popular contribuye a la construcción de una narrativa nacionalista que se refuerza a través de los medios, los símbolos y las prácticas cotidianas.

Es importante entender que el nacionalismo banal no es simplemente una herramienta de control social, sino también un fenómeno que configura nuestra percepción del mundo. Los símbolos nacionales, los himnos y las banderas no solo nos recuerdan nuestra identidad, sino que nos colocan dentro de una narrativa geopolítica que establece lo "propio" y lo "ajeno". Estas categorías son fundamentales para entender las dinámicas de poder, conflicto y cooperación entre naciones. El papel de la cultura popular en la geopolítica no es solo un reflejo de las tensiones globales, sino que también es un motor que impulsa la percepción pública de estos conflictos.

¿Cómo la cultura popular está vinculada a la geopolítica?

La cultura popular es una manifestación diaria de la geopolítica. En su aparente ligereza, esta forma de cultura tiene un impacto profundo sobre la manera en que las naciones se representan a sí mismas y a los demás, influyendo en el modo en que el público percibe las relaciones internacionales. Uno de los términos más comúnmente asociados a los medios de comunicación y la geopolítica es el de “propaganda”. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, “propaganda” no se refiere a la acción de quien la produce, sino a los esfuerzos de los otros, como una forma de deslegitimar el mensaje de la cultura mediada. Este fenómeno se puede observar en noticias aparentemente "sesgadas" contra gobiernos rivales, en películas donde el villano representa una nacionalidad específica, o en canciones que evocan sentimientos bélicos en momentos críticos de las relaciones diplomáticas. La diferencia entre lo que se percibe como “propaganda” y “verdad” no siempre es clara, ya que depende de la posición del espectador y de las intenciones del productor, que en el mundo de la cultura popular son difíciles de evaluar.

El ejemplo de la película The Interview ilustra cómo la cultura popular puede tener un impacto geopolítico al abordar la propaganda del estado norcoreano de manera satírica. Activistas surcoreanos incluso utilizaron globos aerostáticos para lanzar copias de la película a través de la frontera norcoreana, con el objetivo de hacer que la población de ese país cuestionara los medios de comunicación controlados por el régimen. No obstante, algunos argumentan que la película en sí misma es una forma de propaganda de los Estados Unidos, destinada a socavar la legitimidad del régimen de Kim Jong-un y a reforzar el deseo del gobierno estadounidense de derrocar a la dinastía de los Kim. Así, si la cultura popular no tuviera importancia en la geopolítica, ¿por qué tantas personas se complicarían la vida luchando por moldearla?

La identidad es otro concepto fundamental para entender cómo la cultura popular se conecta con la geopolítica. ¿Quiénes somos, cómo nos perciben los demás y cómo nos identificamos con ciertos lugares o culturas? La identidad es crucial para comprender cómo consumimos la cultura popular. Ya no es un concepto simple ni unívoco; se ha politizado, especialmente desde los años 60, con el auge de los movimientos sociales que abogaban por los derechos civiles, la liberación de las mujeres, y la lucha contra el imperialismo. Desde entonces, los procesos de globalización no han eliminado las identidades, sino que han intensificado su relevancia, especialmente en un contexto marcado por la migración y la circulación global de personas, bienes e ideas.

Las identidades, tanto individuales como colectivas, se construyen constantemente en relación con los lugares, y la cultura popular juega un papel vital en este proceso. La cultura popular transmite información sobre lugares y, al mismo tiempo, es producida y consumida en contextos geográficos diversos. Esta dualidad geográfica de la cultura popular es fundamental para entender cómo se manifiestan los conflictos de poder, las representaciones y las jerarquías entre diferentes lugares. La geopolítica no se limita a las élites o a los escenarios de alta política; más bien, circula en las interacciones cotidianas a través de la cultura popular, contribuyendo a construir y reforzar identidades.

Por otra parte, la geopolítica no solo define a los lugares que importan, sino también a las personas que los forman. Al igual que la cultura popular, la geopolítica tiene una dimensión geográfica que se refleja en la forma en que se asignan valores a los lugares y las personas que los habitan. Es decir, la geopolítica también actúa como una fuerza que moldea las identidades al asociar ciertos valores con determinados lugares, excluyendo a otros. Es en este contexto que la cultura popular se convierte en un medio crucial para comprender cómo se constituyen los significados geopolíticos.

El estudio de la geopolítica popular ha sido una disciplina marginal dentro de la geografía política, con pocos académicos dedicándose a su investigación durante períodos prolongados. Sin embargo, en las últimas décadas, el campo ha ido creciendo, conectándose con diversas disciplinas como los estudios culturales, la geografía cultural y las relaciones internacionales. A pesar de ser un área relativamente pequeña dentro de la geografía política, la geopolítica popular ha tenido un impacto significativo en la forma en que los estudiosos comprenden la interacción entre cultura, identidad y poder.

Este enfoque interdisciplinario ha abierto nuevas perspectivas para estudiar la cultura popular como un fenómeno que va más allá de las fronteras nacionales, contribuyendo al debate global sobre el poder, la hegemonía y las identidades en un mundo interconectado. Los ejemplos de la cultura popular pueden ser útiles para comprender cómo las relaciones internacionales se tejen en las narrativas cotidianas, mostrando cómo, incluso en la distancia, los consumidores de cultura popular se convierten en actores indirectos en la construcción de un orden mundial.

Es esencial tener en cuenta que, más allá de las representaciones superficiales, las identidades en la cultura popular están en constante negociación y transformación. La globalización no ha eliminado las identidades locales; más bien, ha intensificado su relevancia, creando una dinámica de resistencia y adaptación que se refleja en la producción y consumo de la cultura popular. De esta manera, las representaciones en los medios no solo tienen implicaciones políticas, sino también un impacto profundo en las percepciones que las personas tienen de sí mismas y de los demás.

¿Cómo influyen los eventos y las emociones en la audiencia activa?

En un mundo cada vez más globalizado y tecnológicamente interconectado, el concepto de audiencia activa se ha convertido en un tema crucial en los estudios contemporáneos de medios, cultura y comunicación. En este contexto, la audiencia ya no es simplemente un receptor pasivo de contenidos, sino un participante dinámico en la creación y difusión de significados. Esta transformación ha sido impulsada por la interactividad de las plataformas digitales, que permiten a los individuos influir directamente en las narrativas mediáticas, a través de comentarios, comparticiones y, en muchos casos, la creación de contenido propio.

Uno de los aspectos más interesantes de la audiencia activa es su capacidad para afectar las dinámicas sociales y culturales, desde el activismo hasta la formación de subculturas. En muchos casos, la participación activa en los medios de comunicación se asocia con movimientos sociales, como la Primavera Árabe o las protestas en las redes sociales en torno a temas como el cambio climático o la desigualdad racial. A través de plataformas como Twitter, Facebook o YouTube, los usuarios se convierten en agentes de cambio, utilizando estos medios para organizarse, movilizarse y comunicar sus demandas a un público global.

Sin embargo, este fenómeno de la audiencia activa no se limita únicamente a cuestiones políticas o sociales. También se extiende a la cultura popular, donde los fanáticos de ciertos productos mediáticos, como series de televisión, videojuegos o películas, no solo consumen los productos, sino que los reinterpretan y los reconfiguran según sus propios intereses. Este proceso de bricolaje cultural, que se observa en comunidades de "fanfiction" o en el fenómeno de los "Bronies", quienes transforman sus pasiones en nuevas formas de expresión, refleja cómo la audiencia se apropia de los productos culturales para producir algo completamente nuevo.

Por otro lado, el concepto de afectividad y emociones juega un papel crucial en la participación de la audiencia activa. La conexión emocional que los individuos sienten hacia ciertos temas o personajes puede movilizarlos a actuar, ya sea participando en debates en línea, apoyando campañas o incluso participando en acciones físicas como protestas o manifestaciones. La creación de una atmósfera afectiva en torno a ciertos eventos puede ser un catalizador poderoso para la acción colectiva. Por ejemplo, los videojuegos como Call of Duty no solo son productos de entretenimiento, sino que pueden generar fuertes respuestas emocionales que conectan a los jugadores con una sensación de identidad y pertenencia.

Asimismo, los eventos mediáticos y la representación de la violencia, el conflicto o el patriotismo en los medios de comunicación no solo informan, sino que también configuran las emociones de la audiencia. El poder de la imagen, ya sea en una película de guerra o en la cobertura de un evento político, tiene la capacidad de movilizar sentimientos profundos de solidaridad o antagonismo. Los estudios sobre la geopolítica y la seguridad, por ejemplo, muestran cómo los discursos de violencia o poder pueden ser absorbidos y reinterpretados por la audiencia, influyendo en sus percepciones del mundo.

Además, la audiencia activa no solo responde pasivamente a los estímulos mediáticos, sino que también se ve afectada por factores ambientales y sociales. El entorno en el que se encuentran los individuos, ya sea su contexto socioeconómico, cultural o político, influye enormemente en cómo interpretan y reaccionan ante los medios. Esta interacción entre lo individual y lo colectivo, lo personal y lo público, subraya la complejidad del concepto de audiencia activa y cómo se inserta en una red más amplia de significados, valores y emociones compartidas.

En este sentido, el concepto de agencia en los estudios de medios y comunicación es fundamental. La agencia no se refiere solo a la capacidad de la audiencia para tomar decisiones, sino también a cómo esas decisiones están informadas por emociones, experiencias previas y contextos culturales específicos. Es esta agencia la que permite que los individuos, a través de su interacción con los medios, puedan formar opiniones, influir en los demás y, en algunos casos, cambiar el curso de los eventos.

La influencia de la audiencia activa en la cultura contemporánea también plantea preguntas sobre el papel de las plataformas digitales en la construcción de la realidad. ¿Cómo contribuyen las redes sociales a la creación de burbujas informativas? ¿Hasta qué punto las emociones pueden ser manipuladas por los medios para fomentar la polarización o el consumo? Estas preguntas son fundamentales para comprender cómo las emociones, los eventos y las interacciones mediáticas se entrelazan en la construcción de la subjetividad colectiva.

Es esencial reconocer que la audiencia activa no es homogénea, y su participación está profundamente influenciada por una serie de factores, desde la clase social hasta la educación, pasando por el acceso a las tecnologías y la exposición a ciertos tipos de contenidos. Las diferencias en las percepciones y respuestas emocionales de los individuos nos recuerdan que, aunque los medios de comunicación tienen un poder significativo, la audiencia sigue siendo un sujeto activo que interpreta y responde a esos contenidos de manera única.