La campaña de Donald Trump en las primarias republicanas de 2016 fue un fenómeno singular que sorprendió a muchos observadores. Desde el principio, su enfoque no convenció a los expertos ni a sus rivales, quienes apostaron por estrategias más tradicionales, como la política de "retail", o la interacción directa con los votantes a través de eventos pequeños y cercanos, tales como reuniones en casas o charlas en pequeños grupos. Sin embargo, Trump, un nombre ya conocido por la fama adquirida en el mundo empresarial y mediático, no necesitaba de estas tácticas convencionales para ganar terreno. Su presencia como celebridad jugó un papel crucial, limitando la necesidad de este tipo de contacto directo.

La política de retail suele ser fundamental para los candidatos menos conocidos, quienes deben construir su base de apoyo a partir de un contacto personal. Gobernadores como John Kasich o Chris Christie, por ejemplo, utilizaban estos eventos para atraer votantes locales, conseguir cobertura mediática favorable y presentar sus propuestas de política. Sin embargo, Trump se encontraba en una situación única: la falta de propuestas detalladas y su enfoque en los slogans y los cánticos durante los mítines lo ponían en una posición distinta. Su campaña era más una serie de discursos impactantes que un despliegue de análisis profundo o presentaciones en PowerPoint. Para Trump, lo que otros consideraban necesario, como las interacciones en pequeñas reuniones, no solo era menos importante, sino que, en ciertos momentos, podría haber resultado contraproducente.

Además, las estrategias de retail suelen ser una necesidad para aquellos candidatos que cuentan con menos recursos o apoyos dentro de su partido. Este fue el caso de John McCain en 2000, quien, ante la falta de grandes donantes y figuras influyentes en su campaña, optó por realizar recorridos en autobús y realizar encuentros en pequeñas localidades. Sin embargo, Trump no compartía estas carencias. Al contrario, su visibilidad y popularidad inicial le permitieron prescindir de estos eventos, y sus rivales fueron los que se vieron obligados a centrarse en estas tácticas para generar relevancia.

A pesar de su falta de participación en eventos de retail, Trump no ganó solo gracias a su fama. La dinámica de la contienda interna dentro del Partido Republicano jugó un papel crucial. Los demás candidatos no supieron cómo enfrentarse a él. Trump dominó los debates de manera imponente, lo que dejó a muchos de sus rivales, como Jeb Bush, perdidos y desorientados. La incapacidad de responder a los ataques de Trump no solo les restó puntos, sino que les hizo parecer débiles. En vez de centrarse en lo que Trump estaba diciendo, sus rivales decidieron atacar entre sí, esperando que alguno de ellos pudiera posicionarse como el principal competidor de Trump. Este enfoque de “pensamiento mágico” contribuyó a que Trump pasara prácticamente ileso por los últimos debates antes de la primaria de Nueva Hampshire.

El otro factor que jugó a favor de Trump fue la falta de un rival claro dentro de su propio partido. En los días previos a la primaria, varios candidatos intentaron establecerse como la principal alternativa a Trump, pero sin éxito. Marco Rubio, uno de los contendientes con mayor proyección, sufrió de un entusiasmo limitado por parte de los votantes, y su campaña no logró posicionarse adecuadamente en los estados clave debido a su falta de presencia en los eventos más cercanos a los votantes. Mientras tanto, Jeb Bush y otros rivales fueron incapaces de aprovechar los errores de Trump o de ofrecer una alternativa convincente.

Este fenómeno subraya la importancia de entender que, en política, la estrategia de campaña no es un conjunto de acciones estándar, sino que depende de las circunstancias, el perfil del candidato y la percepción pública. Trump no necesitó involucrarse en el tipo de actividades que otros candidatos consideraban imprescindibles. Su estrategia no solo se apoyó en la fama, sino también en un vacío de liderazgo claro dentro de su propio partido y en la falta de una respuesta coordinada por parte de sus rivales.

Además de todo lo mencionado, es relevante comprender que la política de retail no es siempre una fórmula infalible. A veces, los eventos pequeños pueden ser más perjudiciales que beneficiosos, especialmente si el candidato no tiene una conexión genuina con los votantes. La política de retail se basa en la percepción de cercanía y la capacidad de movilizar a los votantes mediante interacciones personales; sin embargo, en el contexto de la era de los medios sociales y la cobertura mediática omnipresente, la visibilidad pública a menudo tiene un peso mayor que el contacto directo.

La elección de participar o no en eventos de retail, o incluso la elección de cómo responder a un ataque, son decisiones estratégicas que definen la trayectoria de una campaña. Para Trump, evitar los eventos más tradicionales le permitió mantener una imagen de outsider, mientras que sus rivales se enredaban en una serie de tácticas que, en última instancia, no les beneficiaron.

¿Cómo influenció Donald Trump en la política de New Hampshire durante 2017 y 2018?

En 2017 y 2018, la política de New Hampshire estuvo marcada por un crisol de tensiones: por un lado, el gobierno republicano consolidado, y por otro, un activismo liberal intensificado por la oposición a Donald Trump. Los manifestantes en Concord, por ejemplo, comenzaron las protestas con un recordatorio fundamental: “el cambio no viene de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba”. Este lema encapsulaba la energía de los movimientos de base que surgieron en respuesta a la administración de Trump, enfatizando la participación popular como catalizador para la acción política. La resistencia política, alimentada por la crítica a Trump, encontró en New Hampshire un microcosmos del panorama político nacional, con los demócratas logrando victorias destacadas en las elecciones de mitad de período de 2018.

El enfoque de Trump en New Hampshire, sin embargo, resultó ser inusual. Aunque Trump había perdido de forma estrecha en el estado en 2016, había ganado el voto electoral a nivel nacional con una ventaja mínima, mientras perdía el voto popular por un margen amplio. Se podría haber esperado que, al igual que cualquier otro republicano, intentara volcar el estado a su favor en las elecciones de 2020. Pero Trump no actuó de manera convencional. En lugar de centrarse en cambiar el voto de New Hampshire, insistió durante meses, sin pruebas, que había ganado el estado en 2016 si no fuera por los miles de votantes fraudulentos que, según él, habían sido trasladados desde Massachusetts para influir en el resultado. Esta alegación, que apuntaba a una conspiración masiva, fue desacreditada por varias investigaciones, que encontraron que las irregularidades electorales en el estado eran mínimas y generalmente se debían a errores de votantes, no a fraude organizado.

Frente a las acusaciones infundadas de Trump, la respuesta en New Hampshire fue firme. Fergus Cullen, ex presidente del Partido Republicano del estado y crítico de Trump, ofreció 1,000 dólares a quien pudiera aportar evidencia de fraude electoral. No obstante, Trump no se conformó con ser solo un personaje mediático y decidió dar un paso más. Formó la “Comisión Asesora Presidencial sobre la Integridad Electoral” con la supuesta intención de investigar la seguridad de las elecciones en EE. UU. En la práctica, esta comisión tenía el objetivo de respaldar la creencia republicana de que existía un fraude electoral masivo que justificaba la implementación de medidas restrictivas para dificultar el voto.

Kris Kobach, secretario de estado de Kansas y defensor de leyes más estrictas de votación, se convirtió en vicepresidente de la comisión y fue la cara visible de sus actividades diarias. Junto a él estaba Bill Gardner, secretario de estado de New Hampshire desde 1976, conocido por su enfoque apolítico y por ser un defensor del sistema electoral del estado, que incluye la primacía presidencial de New Hampshire. Sin embargo, su participación en la comisión de Kobach fue mal recibida en su estado natal. La delegación congresional de New Hampshire exigió su renuncia, aunque Gardner se negó a dimitir. El evento culminó en una serie de protestas frente a la sede de la comisión, con activistas defendiendo la integridad del sistema electoral de New Hampshire.

Este conflicto llegó a un punto álgido cuando Gardner confrontó a Kobach durante una reunión de la comisión. Gardner, con su profundo conocimiento de las leyes electorales locales, desafió las afirmaciones de Kobach sobre el fraude electoral, defendiendo la validez de las elecciones en New Hampshire. A pesar de la ovación de los activistas dentro del auditorio, la figura de Gardner sufrió un golpe significativo a su reputación apolítica. En particular, Dudley Dudley, una figura prominente de la política demócrata de New Hampshire, acusó a Gardner de actuar con deshonor al participar en una comisión basada en afirmaciones sin fundamento.

Mientras tanto, el impacto de las políticas republicanas en New Hampshire fue notable. Con un gobernador republicano y una mayoría republicana en la legislatura estatal, los republicanos intentaron avanzar en varias agendas políticas que habían sido bloqueadas por administraciones demócratas anteriores. Estas incluían una liberalización de las regulaciones sobre el porte de armas, recortes fiscales para las corporaciones y leyes que dificultaban el registro y voto de los estudiantes universitarios de otros estados. A pesar de algunos fracasos, como el intento de aprobar legislación sobre el derecho al trabajo y una propuesta de elección escolar, los republicanos trabajaron para consolidar sus prioridades políticas.

En contraste, los demócratas experimentaron una fuerte ola de apoyo que los colocó en una excelente posición para las elecciones de mitad de período de 2018. La estructura peculiar de la legislatura de New Hampshire, que cuenta con 424 miembros y es la tercera más grande del hemisferio occidental, facilitó una gran cantidad de elecciones especiales. Esto permitió a los demócratas capitalizar el descontento generalizado con las políticas de Trump, lo que resultó en un periodo electoral favorable para ellos.

Al final de este proceso, New Hampshire se erigió como un campo de batalla clave no solo para las elecciones locales, sino también para la polarización política a nivel nacional, donde el enfrentamiento entre una administración republicana y una oposición demócrata revitalizada marcó el pulso de la política de la región.

¿Por qué los demócratas no lograron ganar la gobernatura de New Hampshire en 2018?

La carrera por la gobernatura de New Hampshire en 2018 se desarrolló en un contexto de gran actividad política y cambios significativos. Aunque los demócratas tuvieron victorias notables en las elecciones de medio término, logrando ganar varias posiciones clave tanto a nivel local como nacional, la gobernatura se escapó de sus manos. Este fenómeno puede explicarse por varios factores, tanto históricos como estratégicos, que favorecieron a Chris Sununu, el gobernador republicano en ejercicio.

Uno de los principales elementos que jugó a favor de Sununu fue la tradición histórica de los gobernadores de New Hampshire, quienes suelen ser reelegidos tras su primer mandato. Esto se debe, en parte, a que los gobernadores en el estado solo sirven períodos de dos años, lo que provoca una menor resistencia por parte del electorado cuando un gobernador intenta buscar la reelección. Desde la segunda mitad del siglo XX, apenas un gobernador republicano, Craig Benson, no logró un segundo mandato en 2004, lo que refuerza la idea de que los votantes en el estado tienden a dar otra oportunidad a los nuevos gobernadores antes de juzgar su desempeño.

En el contexto de las elecciones de 2018, figuras prominentes dentro del Partido Demócrata, como Colin Van Ostern, quien fue candidato en 2016, así como Andru Volinsky y Dan Feltes, decidieron no competir contra Sununu, tal vez por la percepción de que las probabilidades de ganar eran bajas debido a la solidez del apoyo popular que disfrutaba el actual gobernador. Sununu, además de ser hijo de un exgobernador y hermano de un exsenador de los Estados Unidos, contaba con una gran popularidad en el estado, un factor que fue determinante en su reelección. Durante su mandato, mantuvo altos niveles de aprobación, por encima del 60%, lo que lo ponía en una posición ventajosa, incluso frente a un posible "blue wave" o ola azul que beneficiaba a los demócratas a nivel nacional.

El propio Sununu, a pesar de estar alineado con el Partido Republicano, consiguió mantener una cierta distancia de las políticas de la administración Trump. En particular, se distanció públicamente de algunas de las políticas del presidente Trump, como el controversial plan de perforación en alta mar y las declaraciones del presidente sobre New Hampshire, que él calificó como un "nido infestado de drogas". Estos gestos de independencia le permitieron mantener el apoyo tanto de los republicanos moderados como de los votantes indecisos, sin alienar a su base más conservadora.

Por otro lado, los demócratas que se presentaron como sus rivales carecían de la visibilidad o el respaldo necesario para hacer frente a un mandatario tan popular. Molly Kelly, exsenadora estatal, fue la candidata demócrata más destacada, pero no logró ganar la visibilidad que necesitaba para ganar la gobernatura, a pesar de contar con una considerable recaudación de fondos. La campaña de Kelly intentó asociar a Sununu con Trump y resaltar temas como la falta de una política de licencia por maternidad, un asunto que Sununu, en un desafortunado comentario, calificó erróneamente como unas "vacaciones". Sin embargo, estos intentos no fueron suficientes para superar las altas expectativas que los votantes tenían respecto a la estabilidad económica y la gestión de Sununu en relación con la crisis de opioides.

Por último, el contexto económico de New Hampshire también favoreció a Sununu. Con una tasa de desempleo por debajo del promedio nacional y una economía en crecimiento, Sununu logró posicionarse como el candidato de la estabilidad, haciendo hincapié en su manejo económico y en los esfuerzos para combatir la crisis de opioides, temas de gran relevancia en el estado.

El resultado de las elecciones en New Hampshire es un claro ejemplo de cómo los factores históricos, la popularidad personal y las dinámicas locales pueden tener un impacto significativo en las carreras políticas. A pesar de la ola azul que barría muchas otras partes del país, la figura de Chris Sununu permaneció fuerte en el panorama político del estado.