El cambio que ha experimentado la agricultura ha traído consigo una evolución en las costumbres y festividades que antes definían el carácter de las comunidades rurales. A lo largo de los años, las celebraciones vinculadas a las cosechas, el pastoreo y las tareas agrícolas se han transformado, adaptándose a las nuevas realidades del sector. Tradicionalmente, el esquileo de las ovejas, sobre todo en las zonas de pastoreo, era una de las festividades más esperadas en el campo. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta antigua celebración ha ido perdiendo terreno, y las grandes festividades que antes unían a patrones y obreros han dado paso a eventos de distinta índole.
El sistema de subastas, que ha revolucionado la agricultura, se ha convertido en el centro de nuevas festividades. La subasta anual de corderos o de ganado, como vacas de raza, marca el momento culmen en muchas explotaciones ganaderas. Estas subastas no solo son eventos comerciales, sino también sociales, en los que los participantes se reúnen para disfrutar de una jornada de camaradería. Aunque el evento en sí se centra en la compra y venta de animales, la celebración va más allá de los negocios: una comida suele ser parte indispensable de la jornada, con cenas que se prolongan varias horas, seguidas de brindis, charlas y cigars. En estos eventos, el sherry ha reemplazado al tradicional ale de octubre como la bebida por excelencia, reflejando una notable transformación en los hábitos de consumo en el ámbito rural.
Lo que antes era una fiesta exclusivamente agrícola ha ido tomando un aire más cosmopolita. De hecho, el sherry y los puros han sustituido a las bebidas y costumbres más locales, mientras que los hombres mayores siguen aferrándose a sus pipas de barro. En este sentido, el evento de la subasta es una celebración donde lo agrícola se encuentra con lo social, y donde la comunidad local se ve enriquecida por la presencia de personas de distintos rincones del país e incluso del extranjero. Los agentes americanos o coloniales, por ejemplo, son una presencia cada vez más común en estas subastas, mostrando cómo la agricultura ha trascendido fronteras.
La rutina diaria de los campesinos, por otro lado, sigue marcada por la continuidad de los ciclos naturales y las exigencias del trabajo. Los días comienzan temprano, a veces antes de las tres de la mañana, cuando los primeros sonidos del campo resuenan en la quietud. Desde los trinos de las aves hasta los ruidos de las pesadas botas de los ordeñadores, todo contribuye a establecer una rutina que es esencialmente un reflejo de la conexión con la tierra. En los meses de verano, cuando las labores de la cosecha se intensifican, la vida del agricultor se rige por un horario estricto. A las seis de la mañana ya se ha desayunado y, en las horas siguientes, el trabajo en los campos continúa de manera imparable, con los sonidos de las carretas y los llamados de los trabajadores rompiendo el silencio matutino.
Aunque el campo parece un lugar alejado de las ciudades y de los entretenimientos modernos, lo cierto es que las festividades han cambiado. El famoso "ale de Clerk", que una vez fue una tradición muy esperada, ha desaparecido, y las antiguas reuniones del "Court Leet" se han vuelto una mera sombra de lo que fueron. Estos eventos, antes importantes, se han convertido en una especie de farsa inofensiva donde se discuten trivialidades sin mayor importancia. Sin embargo, lo que no ha cambiado es el papel de la hospitalidad en la vida rural. Aunque el mundo agrícola se ha modernizado y muchos de los viejos rituales se han desvanecido, la generosidad y la apertura del anfitrión hacia los invitados siguen siendo la piedra angular de las interacciones sociales en el campo.
Además, la transformación en las tradiciones agrícolas no solo está vinculada a lo que se vende o se compra, sino también a los lazos que se forjan durante estos encuentros. Estos eventos, por más comerciales que sean, son también un momento para fortalecer los lazos vecinales y promover un espíritu de comunidad. La competencia en las subastas, por ejemplo, no impide que todos los participantes se encuentren al final del día en un clima de amistad y camaradería. Esta integración social refleja el carácter esencial de los festejos rurales, donde lo que importa no es solo el negocio, sino la relación humana que se construye en torno a él.
Aunque hoy en día los agricultores están más ocupados que nunca con sus labores, como la siembra o el cuidado del ganado, la importancia de estas festividades sigue siendo notable. A través de ellas, los habitantes del campo no solo celebran el éxito de la cosecha o la venta, sino también la vida en común, las tradiciones compartidas y la continuidad de una cultura que, aunque en transformación, sigue siendo profundamente significativa para la identidad del mundo rural.
¿Cómo capturar y cuidar a un oso joven en la naturaleza?
Nos acercamos con cautela, conscientes de que los oseznos, a pesar de su aparente vulnerabilidad, no dejarían de ser cautelosos y atentos a cualquier movimiento extraño. La madre, ya muerta, descansaba a unos quince metros de un gran abeto, y los tres cubs, aunque evidentemente atemorizados, se mantenían vigilantes. Sabíamos que no podríamos atraparlos sin que se dieran cuenta, por lo que nuestra única opción era acercarnos sigilosamente, paso a paso, hasta que ellos se alarmaran, y luego correr hacia el árbol donde buscaban refugio.
Sin embargo, antes de que pudiéramos hacer nada, los cubs, al percatarse de nuestra presencia, se levantaron rápidamente y corrieron hacia el tronco del abeto, a pesar del frío y la nieve que cubría sus cuerpos. A pesar de su pequeño tamaño, con un peso que no superaba los cinco kilos, escalaron el árbol con asombrosa agilidad. Logré atrapar al último de ellos, pero no sin resistencia: el pequeño oso luchó, gruñó, y sus garras se aferraron a mi piel. Finalmente, lo metí en un saco de yute, lo que me permitió apartarlo momentáneamente mientras pensaba en cómo atrapar a los dos restantes.
El tronco del abeto, robusto y sin ramas durante los primeros doce metros, hacía difícil cualquier intento de alcanzar a los cubs, quienes observaban con sus labios superiores levantados, emitiendo cortos gruñidos, como si se tratara de osos adultos. La única solución era trepar por el árbol y hacerlos caer, como si fueran frutas maduras. Aunque mis compañeros Spencer y Jack se encargaron de interceptar a los cubs si intentaban trepar nuevamente, yo debía ser el que subiera al árbol.
El ascenso resultó ser mucho más complicado de lo que había anticipado. El tronco del árbol, aunque rugoso y con buenas superficies para sujetarse, rasgaba mi piel, y el dolor en mis rodillas no hacía más que aumentar. Finalmente, después de superar las primeras dificultades, llegué a una de las ramas más bajas y descansé brevemente antes de continuar. Los cubs, al percatarse de mi acercamiento, subieron rápidamente, alejándose cada vez más. Cuando llegué al primero, un osezno se había acomodado en una rama a unos seis metros de altura, por lo que intenté hacer que cayera sacudiendo la rama. Al principio, el pequeño oso no cedió. Después de varios intentos, logré hacer que se soltara, y cayó pesadamente hacia el suelo, lo que fue seguido de un fuerte chapoteo. Sin embargo, no se rindió fácilmente, y antes de que pudiera atraparlo definitivamente, ya había alcanzado otro árbol.
Mientras tanto, el segundo osezno, asustado por los ruidos, se refugió en la parte más alta del abeto. Era difícil atraparlo debido a la altura, pero logré trepar un poco más y, usando un palo largo que corté con mi cuchillo, conseguí hacerle perder el equilibrio. El oso se descolgó brevemente, pero nuevamente se aferró con todas sus fuerzas. La lucha se alargó durante un largo tiempo, hasta que, exhausto, el pequeño oso finalmente cayó a mis manos. Ambos cubs fueron depositados en los sacos, mientras yo me preparaba para bajar lentamente al suelo.
Una vez de vuelta en el campamento, tuvimos que construir un pequeño refugio para los cubs. Cavamos un hoyo en una ladera empinada, lo cubrimos con troncos y corteza, y lo rellenamos con agujas de pino secas y calentadas al fuego. Utilizamos cuero curtido para hacer cuerdas y atamos a los oseznos a un estaca frente a su nueva cueva. Cada uno de nosotros se encargó de un oso: Jack eligió el más pequeño, una hembra, Spencer tomó uno de los machos, y yo elegí el más luchador, que me recordó a un "Ben Franklin" de mi juventud.
No obstante, el mayor desafío estaba por llegar. No solo teníamos que cuidar de ellos, sino también alimentarlos. La experiencia de "Grizzly Adams" me vino a la mente. Él había criado a su "Ben", un osezno aún más pequeño que el mío, y sabía que el proceso de alimentación no sería sencillo. Los cubs, siendo tan jóvenes, requerían una dieta especializada que fuera adecuada a su crecimiento y bienestar.
Para alimentarlos, necesitaríamos saber que el proceso de crianza de un oso en cautiverio es complejo. No basta con darles comida; se deben entender las necesidades emocionales y físicas de los cubs, que, aunque parecen frágiles y dependientes, tienen instintos de supervivencia que son extremadamente fuertes. Alimentar a un oso joven, por ejemplo, no es como alimentar a cualquier otro animal; se requiere un tipo de dieta rica en nutrientes específicos que simulan lo que su madre les proporcionaría en su hábitat natural. Además, es crucial que, aunque estos animales estén en cautiverio, tengan el espacio necesario para ejercitarse y desarrollar sus habilidades motoras. La interacción social también juega un papel fundamental, y es vital que se les brinde el contacto con otros de su especie para su correcto desarrollo emocional.
Al final, lo más importante es recordar que, aunque estos cubs puedan parecer inofensivos, su naturaleza salvaje nunca desaparece. Con el tiempo, si se crían adecuadamente, pueden convertirse en animales fuertes y poderosos. Sin embargo, la convivencia con un oso, aunque pueda ser gratificante, también representa un desafío constante que exige responsabilidad, conocimiento profundo y respeto hacia el animal y su naturaleza.

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