En las últimas décadas, la cuestión del cambio climático se ha transformado en un tema altamente polarizado, y es evidente que las ideologías y los intereses políticos han condicionado la forma en que se aborda científicamente este fenómeno. Según el sociólogo Bruno Latour, el debate sobre el cambio climático es ahora mucho más que una discusión de hechos científicos, se ha convertido en una batalla de valores e intereses, donde los científicos deben tomar una postura política clara. Para Latour, la pretensión de que la ciencia debe permanecer imparcial, desconectada de los procesos políticos, es una falacia. La ciencia, al igual que cualquier otro campo humano, está profundamente influenciada por los contextos sociales y políticos, y los científicos no son ajenos a esta realidad.
Hace 30 años, aunque el cambio climático ya era un tema debatido, los avances legislativos en Estados Unidos fueron posibles gracias a la colaboración entre republicanos y demócratas, quienes lograron acuerdos sobre leyes ambientales. Sin embargo, con el paso del tiempo, los conflictos ideológicos se han intensificado, y hoy en día los desacuerdos sobre el cambio climático no solo afectan a la política, sino que también cuestionan la misma validez de los hechos científicos. Este fenómeno revela una desconexión entre lo que Latour denomina “asuntos de hechos” y “asuntos de preocupación”. La vieja concepción de que las decisiones políticas debían basarse en hechos científicos claros y neutrales ha sido reemplazada por una lucha constante por la interpretación y el significado de esos hechos.
Latour argumenta que el enfoque tradicional de la ciencia, que busca ser objetiva e imparcial, resulta inadecuado cuando se trata de un fenómeno tan complejo y urgente como el cambio climático. El cambio climático no es un evento puntual, sino un proceso que ha estado en marcha durante siglos. Por tanto, no puede seguir el modelo tradicional de "primeros los hechos, luego la política". En un mundo donde los hechos son interpretados de maneras diversas y donde la polarización crece, es fundamental que los científicos no se recluyan en sus laboratorios, haciendo sus estudios sin involucrarse en los debates políticos. Los científicos deben tomar partido y comprometerse con la verdad, incluso si esta verdad se ve distorsionada o manipulada por intereses ajenos a la ciencia.
Latour subraya que, en lugar de aspirar a ser meros transmisores de hechos, los científicos deben convertirse en actores políticos conscientes, ya que el debate público sobre el cambio climático no puede reducirse a una simple discusión técnica. En lugar de recurrir únicamente a gráficos, estadísticas y estudios complejos, es necesario enfocar la conversación en los intereses y valores subyacentes que guían las decisiones políticas. La postura neutral ya no es viable; los científicos deben ser transparentes y claros sobre sus propias creencias y motivaciones, especialmente en un contexto donde los intereses corporativos y políticos tienen un peso considerable en la interpretación de la ciencia.
Un elemento crucial en este proceso es la necesidad de enseñar al público a identificar sesgos. Tal como señala Latour, el público, en su mayoría, es incompetente para comprender los detalles complejos del cambio climático y se ve forzado a tomar decisiones basadas en la información que reciben de expertos. Esta situación se complica aún más cuando los expertos mismos están divididos o cuando los intereses políticos influyen en la interpretación de los datos científicos. En este contexto, el público debe aprender a identificar las señales de parcialidad, lo que puede hacerse mediante el uso de herramientas como el mapeo de controversias, que Latour ha desarrollado como una forma de visualizar las disputas científicas y las influencias políticas que afectan la producción del conocimiento.
El mapeo de controversias permite identificar los actores clave en cualquier debate sobre el cambio climático, separando a los científicos verdaderos de aquellos que tienen una agenda política o económica. Latour sostiene que la mejor estrategia es ignorar a los escépticos que no aportan investigaciones científicas legítimas y centrarse en los científicos que publican trabajos revisados por pares. Este enfoque ayuda a limitar la influencia de la "ignorancia deliberada", un fenómeno que ha sido utilizado en el pasado para socavar otros conocimientos científicos, como ocurrió con el tabaco o el Holocausto. La "ciencia de la ignorancia deliberada", como la llama Latour, tiene un impacto devastador, ya que diluye la comprensión pública de los hechos y crea una falsa equivalencia entre las posturas científicas bien fundamentadas y las ideologías desinformadas.
Latour también hace hincapié en la importancia de reconocer los intereses detrás de las opiniones científicas. La ciencia no es neutra; los científicos, al igual que cualquier otro ser humano, están influenciados por sus contextos sociales, políticos y económicos. Por lo tanto, en lugar de enfocarse únicamente en los resultados o los hechos aislados, debemos ser capaces de comprender las fuerzas que modelan esos resultados. Si el cambio climático es un desafío que requiere un cambio profundo en nuestra forma de vivir, entonces la ciencia debe ser vista como un campo en el que los intereses y los valores deben ser reconocidos abiertamente, no ocultados bajo el velo de la objetividad.
Al final, la lucha por el cambio climático es, como Latour sugiere, una lucha política en la que los científicos deben estar dispuestos a comprometerse abiertamente. La confrontación entre ciencia y política no puede resolverse simplemente con hechos. Los hechos, como tal, no son los protagonistas en este conflicto; lo son los intereses, las percepciones y las creencias que definen las posturas de los actores involucrados. El desafío para los científicos es aprender a navegar en este terreno complicado, reconociendo sus propios intereses y participando activamente en el debate político.
¿Es posible regular el sistema corporativo para evitar desastres?
El sistema corporativo, tal como lo conocemos hoy en día, enfrenta una grave crisis de regulación y ética que, si no se aborda con urgencia, podría llevar a consecuencias irreparables tanto para la humanidad como para el medio ambiente. La idea de que las grandes corporaciones operen de manera autónoma y sin restricciones ha llevado al surgimiento de externalidades negativas, es decir, impactos colaterales que no se contabilizan dentro de las transacciones del mercado. El resultado es una concentración de poder y riqueza que socava los principios básicos de la democracia, mientras los intereses privados prevalecen sobre el bien común.
Joel Bakan, en su análisis sobre la naturaleza de las corporaciones, hace una afirmación impactante: las empresas han sido creadas con un propósito esencial: reunir enormes cantidades de capital para financiar grandes infraestructuras, como puentes, ferrocarriles y sistemas de transporte. Sin embargo, con el tiempo, este objetivo ha sido distorsionado. La misión de las corporaciones se ha convertido en la maximización del valor para los accionistas, un objetivo que se ha visto amplificado por la desregulación impulsada por gobiernos como el de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Esta desregulación ha permitido que las corporaciones actúen sin freno, a menudo en detrimento de las comunidades y el medio ambiente.
Lo más alarmante es que las corporaciones no solo operan de manera dañina, sino que cuando sus productos o prácticas son cuestionados —como en los casos de la industria tabacalera o el impacto del petróleo en el cambio climático—, su respuesta generalmente no es la mejora o la corrección de sus acciones, sino la manipulación de la opinión pública a través de una propaganda masiva. Esta estrategia tiene como objetivo diluir el debate público y mantener el poder de las grandes corporaciones, incluso a costa de la verdad.
Noam Chomsky, en su crítica a los sistemas de poder corporativo, expone que la política de los gobiernos ya no responde a los intereses del pueblo, sino a los intereses de las élites económicas y corporativas. Esta desviación del poder hacia los más ricos ha llevado a la desprotección de las mayorías, que son las que sufren las consecuencias de la falta de regulación y control. Chomsky denuncia la creación de una ideología que busca mantener a la ciudadanía ajena a los problemas reales, y que impide el desarrollo de un pensamiento crítico y una conciencia social amplia.
En este contexto, el papel de los medios de comunicación, especialmente aquellos impulsados por la publicidad y los intereses corporativos, se vuelve crucial. Los medios son los encargados de moldear la opinión pública, pero en lugar de fomentar un análisis profundo y riguroso, a menudo sirven como vehículos de propaganda que refuerzan los intereses del poder. En Estados Unidos, por ejemplo, grupos como la Cámara de Comercio y ALEC (American Legislative Exchange Council) han logrado influir en las políticas públicas, promoviendo leyes que niegan el cambio climático y que distorsionan la información científica con el fin de proteger los intereses económicos de las grandes corporaciones.
Pero, ¿qué papel tienen los ciudadanos en este panorama? La conciencia pública, la presión popular y la regulación gubernamental son los elementos clave para contrarrestar el poder desmedido de las corporaciones. A pesar de que la democracia parece haberse visto debilitada por la desigualdad en la distribución del capital, la participación activa de los ciudadanos sigue siendo la única vía para forjar cambios. La educación en pensamiento crítico, la lucha por una mayor transparencia y la demanda de regulación efectiva son pasos imprescindibles para recuperar el control y garantizar que los intereses privados no prevalezcan por encima del bienestar colectivo.
Es importante comprender que la solución no radica únicamente en una regulación externa o en la creación de leyes. Es necesario un cambio estructural que modifique el funcionamiento mismo de las corporaciones. Estas instituciones, al estar tan profundamente arraigadas en los sistemas económicos, políticos y sociales, requieren un replanteamiento radical. El sistema económico actual, diseñado para generar crisis y desastres, puede ser reformado solo si las bases mismas de su funcionamiento son cuestionadas y modificadas. Los intereses a corto plazo de las grandes corporaciones, que anteponen las ganancias inmediatas a los impactos a largo plazo, deben ser desafiados por un nuevo modelo económico que tenga en cuenta las externalidades, los derechos humanos y la sostenibilidad.
En última instancia, es esencial que la sociedad recupere la capacidad de cuestionar, de entender los sistemas que se están creando, de resistir la manipulación mediática y de exigir un entorno donde la justicia social, económica y ambiental sean las prioridades. La lucha por una mayor regulación y un control real sobre las corporaciones no es un tema de ideologías, sino de supervivencia y dignidad humana. El poder del cambio está en manos de los ciudadanos, pero para ello es necesario que se despierten y actúen con conciencia y determinación.
¿Cómo las plataformas sociales manipulan nuestra percepción y comportamiento?
El escándalo de Cambridge Analytica no es un episodio aislado de prácticas comerciales corruptas, sino un problema sistémico que ha sido habilitado por los algoritmos de plataformas como Facebook, Google y otras. Estas plataformas han transformado la publicidad y los flujos de noticias en máquinas de modificación de comportamiento. Lo que estamos presenciando es propaganda a una escala titánica. A mediados de 2018, Facebook contaba con 2.23 mil millones de usuarios activos mensuales, Twitter con 336 millones, y Google con más de 2 mil millones de dispositivos activos. Es evidente, a partir del escándalo de CA, que Facebook ha tenido un impacto negativo en la política y en la calidad del discurso público. Facebook participó en la manipulación de personas durante las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos y el referéndum del Brexit, y por primera vez en la historia humana, tenemos la capacidad global de espiar, segmentar y manipular a cientos de millones de personas, modificando su comportamiento sin que se den cuenta, y de maneras que nunca imaginamos.
Jaron Lanier afirma que debemos deshacernos de esta máquina de manipulación: "No creo que nuestra especie pueda sobrevivir si no arreglamos esto. No podemos tener una sociedad en la que, si dos personas desean comunicarse, la única forma en que esto puede ocurrir es si un tercero lo financia con el propósito de manipularlas". Para poder hacer frente a amenazas existenciales como el cambio climático, nuestra sociedad debe ser sana. No podemos volvernos locos con un esquema universal de manipulación y engaño, según Lanier. Este problema de la economía digital no fue causado por decisiones siniestras o empresarios malvados, sino por la bienintencionada idea de que la información debería ser gratuita en Internet. Lanier sostiene que esto no puede ser gratuito. Si el acceso a Internet y a las redes sociales es gratuito (porque los anunciantes pagan), estamos abonando el terreno para un modelo de vigilancia y manipulación que asegura la efectividad de la publicidad en línea. Y entonces, esta tecnología manipuladora puede ser utilizada por actores malintencionados para difundir propaganda digital.
El escándalo de filtraciones de datos ha revelado las entrañas de una patología social que tiene más que ver con la división que con la desinformación. Hemos visto cómo la estrategia de Cambridge Analytica sembró división, al igual que las estrategias de Trump y Brexit. La estrategia rusa hizo lo mismo, y la consecuencia no deseada de los algoritmos de Facebook y Google también está sembrando división. El "psicómetro" (psicographic targeting) es una forma insidiosa y perniciosa de propaganda que se extiende por Internet bajo el manto del anonimato. Es una operación encubierta que permite que mensajes cuidadosamente diseñados se infiltren en la conciencia pública, ya sea para atacar el matrimonio entre personas del mismo sexo, criticar las políticas migratorias o fomentar tendencias yihadistas. Si alguien duda del poder de esta nueva arma, puede leer un reciente estudio de la Universidad de Warwick que analizó 3,334 ataques contra refugiados durante un período de dos años en Alemania. El estudio encontró un denominador común: el uso de Facebook. Los investigadores descubrieron un fenómeno que era sospechado por quienes estudian Facebook: que esta red social fomenta la violencia racial. También encontraron que en los lugares donde el uso de Facebook era superior al promedio, los ataques contra refugiados aumentaban en un 50%. Este vínculo se mantuvo constante en comunidades de todo tipo, ya fueran grandes ciudades o pequeños pueblos, zonas acomodadas o empobrecidas, barrios de extrema derecha o de extrema izquierda. El aumento de la violencia relacionado únicamente con Facebook no se correlacionó con el uso de Internet en general, pero un creciente cuerpo de investigaciones demuestra que las redes sociales pueden influir en las percepciones de los usuarios sobre los "extranjero" de formas sutiles y perniciosas, alterando la realidad o los normas sociales.
Defensores de los derechos humanos también señalan que Facebook jugó un papel clave en la campaña de limpieza étnica del gobierno de Myanmar, cuando no moderó ni supervisó el contenido abusivo que incitaba a la violencia contra los Rohingya, la minoría musulmana de Myanmar. Raymond Serrato, analista de redes sociales que trabaja en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, ha estudiado el impacto que el discurso de odio y la desinformación en las redes sociales tienen sobre las comunidades vulnerables y los derechos humanos. Según su investigación, el discurso de odio aumentó dramáticamente entre los 14 millones de usuarios de Facebook en Myanmar antes de que las hordas budistas y el ejército masacraran a miles de musulmanes Rohingya y quemaran sus aldeas. Más de 700,000 personas han huido a Bangladesh para escapar de los incendios, las violaciones y la violencia. Grupos de la sociedad civil han criticado desde entonces a Facebook por alimentar la violencia y por no ofrecer la protección ni la supervisión que brinda en los países occidentales.
Es fundamental entender cómo las plataformas sociales están alterando nuestra percepción de la realidad. Internet, que prometía ser un vasto espacio público donde los ciudadanos podían participar activamente en una democracia robusta, ha resultado ser todo lo contrario. En lugar de ello, ha emergido su lado oscuro, que propaga creencias falsas, teorías conspirativas, propaganda y debates falsos. El discurso de odio y la intolerancia que se difunden a través de Facebook y YouTube no tienen cabida en una plaza pública saludable. Como los mayores distribuidores de noticias del planeta, Facebook, Google y Twitter tienen una obligación moral de ser guardianes de la verdad, y al igual que los medios de comunicación respetados y confiables, deberían esforzarse por separar los hechos de la ficción y evitar la propagación de propaganda polarizante y falsa.
¿Por qué el discurso público en sociedades democráticas se vuelve cada vez más incierto?
En sociedades autoritarias, el discurso público pierde rápidamente su valor debido a la falta de confianza. En un contexto donde las autoridades manipulan constantemente la información y promueven propaganda, los ciudadanos dejan de confiar en cualquier forma de comunicación oficial. Este fenómeno se observa en lugares como Corea del Norte, donde la desconfianza es tan profunda que se impide la comunicación auténtica en la esfera pública. Los ciudadanos suponen que todo lo que escuchan es propaganda, lo que destruye la capacidad de debatir de manera razonada y libre.
Este problema también afecta a sociedades democráticas como las de América del Norte, donde la libertad de expresión parece garantizada, pero, sin embargo, surgen dudas sobre la veracidad de las declaraciones públicas. La pregunta fundamental es: ¿cómo es posible que, en sociedades con libertad de expresión, no haya confianza en lo que se dice? La respuesta a esta inquietud reside en la fragmentación de la verdad. Cuando todos pueden inventar sus propios hechos, se debilita la capacidad de comunicarse con integridad. La libertad de expresión no es suficiente para asegurar un debate razonado. Para ello, es indispensable la confianza mutua y la sinceridad. Esta es la clave para resolver lo que el filósofo Stanley denomina "los caminos del silenciamiento", un concepto que aborda cómo se manipula la información para evitar el diálogo genuino.
Un ejemplo claro de este proceso en acción es el caso del "aceite ético" en Canadá. Durante años, la industria del petróleo y gas canadiense ignoró las preocupaciones sobre el cambio climático, mientras el gobierno conservador permanecía pasivo ante las crecientes legislaciones ambientales en Europa y California. Sin embargo, cuando se comenzaron a proponer directivas que amenazaban con poner en duda la "limpieza" del petróleo canadiense, el gobierno y las grandes empresas se vieron obligados a reaccionar. La respuesta fue crear una narrativa que acusaba a "radicales financiados por el extranjero" de atacar el "aceite ético" de Canadá. De esta manera, la crítica a la industria petrolera dejó de centrarse en el cambio climático o los riesgos ambientales, y pasó a ser vista como una amenaza a la soberanía canadiense. Este tipo de manipulación de la narrativa no busca aclarar la verdad, sino silenciar a los opositores y desviar el foco del debate. En lugar de discutir sobre los riesgos ambientales de un proyecto como el oleoducto Northern Gateway, se comenzó a hablar de financiación extranjera y soberanía, temas que eran mucho más fáciles de atacar.
El gaslighting, una técnica psicológica descrita por Bryant Welch en su libro State of Confusion, ofrece una perspectiva aún más profunda sobre cómo este proceso de distorsión de la realidad opera en el discurso público. El gaslighting, que originalmente hacía referencia a una forma de manipulación en la que una persona altera la percepción de la realidad de otra para hacerla dudar de sí misma, se ha convertido en una herramienta poderosa en el ámbito político y mediático. Hoy en día, los "gaslighters" aprovechan la vulnerabilidad del público para sembrar confusión y manipular la percepción colectiva. En un mundo saturado de información y marcado por una creciente incertidumbre, las personas se vuelven más susceptibles a creencias simplificadas que les resultan más cómodas, incluso cuando son erróneas. Esto es particularmente evidente en temas complejos como el cambio climático, donde las voces que defienden la urgencia de actuar se ven rápidamente opacadas por aquellos que niegan la realidad científica, a menudo con mensajes de certeza absoluta y simplificación extrema.
Welch explica que, al estar abrumada por la cantidad de información, la mente humana tiende a buscar respuestas simples. Los medios y figuras públicas que ofrecen soluciones absolutas y descalifican a los expertos juegan con esta necesidad de certidumbre. Los discursos autoritarios, como los que se observan en figuras mediáticas como Rush Limbaugh o ciertos medios como Fox News, son atractivos precisamente porque dan respuestas claras a la confusión generalizada. De este modo, el público se siente aliviado al encontrar certezas, aunque estas certezas sean completamente erróneas.
Este fenómeno de gaslighting tiene consecuencias profundas. Al eliminar los apoyos para el pensamiento racional y alentar a las personas a abrazar creencias que son agradables o convenientes, se erosiona la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones informadas y, en última instancia, se socava la democracia misma. La manipulación de la información, la distorsión de los hechos y la creación de narrativas alternativas hacen que los debates sobre cuestiones críticas como el cambio climático se conviertan en campos de batalla ideológicos en lugar de discusiones basadas en la evidencia.
Es crucial reconocer que este tipo de manipulación no solo afecta el discurso sobre el cambio climático, sino que también se extiende a otros aspectos de la política y la sociedad. El gaslighting no se limita a negar hechos; se trata de crear una versión alternativa de la realidad en la que las personas se sienten cada vez más desconectadas de lo que realmente está ocurriendo en el mundo. Esta desconexión mental abre la puerta a la radicalización, ya que las personas comienzan a ver el mundo a través de lentes distorsionadas, basadas en emociones y no en hechos.
Para contrarrestar este fenómeno, es esencial cultivar un ambiente de confianza y sinceridad en el discurso público. La comunicación debe ser clara, fundamentada en hechos verificables, y debe promover el pensamiento crítico en lugar de la aceptación ciega de certezas que no tienen base en la realidad. Solo a través de un esfuerzo consciente por restaurar la integridad en el discurso público podremos abordar los problemas complejos que enfrentamos como sociedad de manera efectiva.
¿Cómo superar la polarización y fomentar la conciencia global sobre el cambio climático?
Hoy en día, los portavoces más efectivos en temas complejos y polarizadores como el cambio climático son aquellos que logran transmitir un mensaje claro sin recurrir al tono moralista ni al enfrentamiento directo. Son "guerreros felices", como se les ha denominado, dispuestos a involucrarse en la batalla, pero con una sonrisa, evitando que su mensaje se convierta en una cruzada moralista donde las personas se acusan mutuamente. Esta actitud, comparable a la de un gran competidor deportivo que respeta a sus oponentes mientras lucha por vencerlos, se convierte en un elemento esencial para que el mensaje sea recibido sin que cause rechazo. Un activista serio, apesadumbrado y moralizador tiene más probabilidades de resultar contraproducente y de ser ineficaz.
La forma en que las personas se identifican actualmente está fuertemente influenciada por sus países de origen, una identidad nacional que se impone a nivel global. Sin embargo, se necesita una nueva visión que reconozca que todos somos ciudadanos de la Tierra, y que el destino de cada uno está intrínsecamente ligado al de todos los demás en el planeta. Hoy en día, más del 80% de la población mundial tiene acceso a teléfonos móviles y, a través de Internet, estamos más conectados que nunca. Esta interconexión es una herramienta poderosa que puede contribuir a una mayor conciencia global sobre los problemas que enfrentamos.
El caso de Estados Unidos, con su profunda división política, ilustra el fracaso de la unidad frente a los grandes problemas colectivos como el cambio climático, el medio ambiente, la deuda o el sistema de salud. Los partidos políticos están tan polarizados que cualquier propuesta, ya sea de demócratas o republicanos, genera una feroz oposición. A pesar de las décadas de discusión sobre estos temas, no se han logrado avances significativos porque ambas partes sienten que ceder en algo significaría una victoria para el otro. Esta parálisis política impide que se aborde el cambio climático de manera eficaz, a pesar de la creciente evidencia científica que señala su urgencia.
Además, el ambiente polarizado y tenso en los Estados Unidos ha sido fomentado por representantes electos extremadamente partidistas. Según los estudios de Leiserowitz y Maibach, este clima ha dificultado una conversación sincera sobre la naturaleza del problema del cambio climático, ya que los diferentes grupos tienen definiciones diametralmente opuestas de lo que está sucediendo y de las causas que lo provocan. Esta falta de acuerdo ha generado una desconexión entre lo que la ciencia nos dice y lo que la población percibe.
Otro factor importante es la tendencia de muchas personas a ser nostálgicas respecto al pasado, prefiriendo mantener la estabilidad actual en lugar de enfrentarse a un futuro incierto. Para muchos, la idea del cambio climático parece ser algo lejano y abstracto, que no les afecta directamente. Sin embargo, a medida que los fenómenos climáticos extremos se hacen más frecuentes, las personas comienzan a conectar los puntos y a darse cuenta de que el problema es mucho más cercano de lo que pensaban.
La investigación de Maibach y Leiserowitz revela que la conciencia pública sobre el cambio climático ha aumentado considerablemente. Los grupos más alarmados, que representan alrededor del 21% de la población, están profundamente preocupados por lo que el futuro les deparará debido al cambio climático, pero también se sienten impotentes porque los responsables de tomar decisiones no están abordando el problema de manera adecuada. Este sentimiento de impotencia puede disminuir el sentido de agencia colectiva y de eficacia social. Sin embargo, el estudio de "Las Seis Américas" también muestra que, a medida que los fenómenos climáticos extremos se experimentan más directamente, las percepciones públicas comienzan a cambiar. Este cambio en la percepción está conduciendo a un mayor entendimiento y compromiso con el tema.
El mayor desafío que enfrentan los expertos en comunicación del cambio climático es superar la creencia falsa de que aún existe un debate significativo entre los científicos sobre la existencia del cambio climático y su origen humano. Esta creencia, alimentada por campañas de desinformación, es un obstáculo importante. Según los estudios realizados, la mayoría de los estadounidenses creen erróneamente que los científicos no están de acuerdo sobre el cambio climático, lo que reduce su motivación para aprender más sobre el tema. La clave para cambiar esta percepción es desmentir este mito de manera efectiva, mostrando que más del 97% de los científicos están de acuerdo en que el cambio climático es real, causado por el ser humano y potencialmente catastrófico si no se toman medidas.
En sus investigaciones, Maibach y Leiserowitz encontraron que la mejor forma de contrarrestar este mito es utilizar datos cuantificados. Por ejemplo, cuando se dice que "el 97% de los científicos climáticos están convencidos de que el cambio climático causado por el ser humano está ocurriendo", el público tiende a aceptar más fácilmente este hecho y modificar su comprensión del problema. De hecho, un mensaje que incluye la frase "basado en la evidencia" incrementó la comprensión pública del problema en varios puntos porcentuales, lo que demuestra que las afirmaciones cuantificadas son mucho más efectivas que las cualitativas.
El cambio climático ya no es una preocupación lejana, ni un tema de discusión en círculos científicos. Hoy en día, las personas lo perciben en sus vidas cotidianas a través de eventos climáticos extremos como huracanes, olas de calor y sequías. Es fundamental continuar fortaleciendo esta conciencia global, reconociendo que, a pesar de nuestras diferencias, todos compartimos un destino común. Si conseguimos eliminar las creencias erróneas y fomentar un sentido de urgencia en la población, podremos movilizar a la sociedad hacia una respuesta colectiva ante uno de los mayores retos de la humanidad.
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