En la economía ecológica ha existido una marcada tendencia a importar sin suficiente crítica conceptos y modelos provenientes de la ecología, sobre todo aquellos relacionados con la comprensión de sistemas: sostenibilidad, resiliencia, coevolución. Esta inclinación ha llevado a una adopción acrítica de analogías extraídas del estudio de ecosistemas forestales, como las propuestas por Holling, quien introdujo un modelo cíclico de cambio ecosistémico con fases de explotación, destrucción creativa, reorganización y renovación. Este esquema, originalmente formulado para describir el comportamiento de los ecosistemas, ha sido proyectado hacia las ciencias sociales con la pretensión de explicar fenómenos económicos, institucionales, tecnológicos e incluso psicológicos.
A través del trabajo de la Resilience Alliance, esta visión ha sido amplificada y aplicada a una multiplicidad de ámbitos humanos. La suposición implícita es que los ritmos naturales de los ecosistemas –considerados inevitables y estructurados– también rigen las dinámicas sociales y culturales. Sin embargo, esta extrapolación ignora un elemento crucial: la agencia humana. Mientras que en la naturaleza las fases del ciclo ocurren sin intervención consciente, en las sociedades humanas existe deliberación, propósito y capacidad de elección. La contradicción se hace evidente cuando, al tiempo que se afirma el carácter determinista de estos ciclos naturales, se exige a los humanos que gestionen, adapten y reorganicen, implicando así que dichas fases no son, en última instancia, inevitables.
De forma similar, se ha intentado trasplantar analogías desde la biología evolutiva, retomando ideas que ya Veblen y Marshall habían considerado a fines del siglo XIX y principios del XX. La teoría darwinista se ha erigido como una supuesta analogía estructural válida para entender el desarrollo económico y social. El concepto de coevolución, surgido en la biología para describir la relación entre mariposas y plantas, ha sido invocado como fundamento conceptual para explicar las interacciones entre tecnología, instituciones y medio ambiente. Norgaard, por ejemplo, utiliza esta noción para describir cómo la agricultura industrial moderna ha generado un sistema tecnológico que se retroalimenta en su destrucción de la naturaleza, ahora agravado por la ingeniería genética.
Aunque estas aplicaciones pueden ofrecer ciertos insights cuando se mantienen dentro de contextos analíticos específicos, su expansión indiscriminada genera problemas epistemológicos profundos. La extrapolación de términos como "aptitud" biológica a categorías culturales y axiológicas reduce la complejidad de la vida social a mecanismos de adaptación ciega, olvidando las mediaciones simbólicas, históricas y normativas que caracterizan a las sociedades humanas. Así, cuando se afirma que los valores y creencias culturales funcionan como genes, se incurre en un reduccionismo que desvirtúa el carácter reflexivo y deliberativo de la cultura.
Este problema se agrava cuando los proponentes de estas analogías biológicas critican con dureza los modelos neoclásicos por su uso de la física mecánica como analogía dominante, solo para sustituirlos con modelos evolutivos igualmente inapropiados. Hodgson, por ejemplo, denuncia el objetivismo ingenuo de la economía ortodoxa mientras adopta sin reservas supuestos objetivistas de la biología evolutiva, contradiciendo así su propia argumentación sobre la necesidad de una construcción teórica más adecuada a las realidades sociales.
Lo que subyace a estas contradicciones es una inconsistencia epistemológica: se exige una rigurosidad crítica en el análisis económico pero se suspenden tales exigencias cuando se recurre a la biología para establecer fundamentos teóricos. Esta incoherencia revela una falta de compromiso con una ontología adecuada a la especificidad de los fenómenos sociales. Desde una perspectiva realista crítica, como la que suscribe Kapp, los diferentes niveles de la realidad –físico, químico, biológico, social, económico– no pueden ser abordados con las mismas herramientas conceptuales sin incurrir en errores categoriales. Cada estrato posee propiedades emergentes que no se explican por la simple agregación de propiedades de niveles inferiores.
Cuando se ignoran estas diferencias cualitativas, se corre el riesgo de interpretar los sistemas sociales como si fueran meras extensiones de sistemas naturales, negando la capacidad humana de actuar con propósito, de cuestionar sus propias estructuras y de transformar las condiciones sociales en que se inserta. La sociedad humana no está sometida a leyes inmutables de selección natural ni a ciclos deterministas. La conciencia, la voluntad y la capacidad de acción son características fundamentales que impiden cualquier equiparación directa entre el orden natural y el orden social.
Así, aunque las analogías ecológicas y biológicas pueden ofrecer puntos de partida interesantes para la reflexión teórica, su uso debe ser cuidadosamente delimitado y sometido a constante revisión crítica. Su mayor peligro reside en su aparente capacidad explicativa, que seduce por su coherencia interna y su elegancia formal, pero que enmascara una simplificación radical de la complejidad humana. En este contexto, el reduccionismo no solo es un error metodológico, sino también una forma de ocultamiento ideológico que desactiva la crítica y limita el pensamiento.
Es importante también señalar que esta transferencia de conceptos no es unidireccional. Del mismo modo que las ciencias sociales se han apropiado de modelos ecológicos sin suficiente ajuste, la ecología y la biología de la conservación han incorporado sin reflexión crítica nociones económicas ortodoxas que resultan incompatibles con la lógica propia de los sistemas naturales que pretenden proteger. La búsqueda de una ciencia unificada, como la promovida por ciertos sectores del Círculo de Viena, aunque noble en su intención, fracasa en la medida en que ignora la diversidad ontológica de los objetos de estudio y pretende aplicar un mismo lenguaje científico a todas las esferas de la realidad. Esta homogeneización epistémica no solo es inapropiada, sino también epistemológicamente peligrosa.
¿Cómo se integran los conceptos en las ciencias sociales y naturales?
Kapp acepta el papel de la metafísica y, en su obra, ofrece una exposición explícita sobre la ontología. En este sentido, acepta tanto la jerarquía ontológica como la estructura de la realidad. La tesis central que emerge de su discusión puede expresarse de manera sencilla: la materia inorgánica, los organismos vivos y la sociedad humana, aunque intrínsecamente vinculados entre sí, deben considerarse niveles de organización esencialmente diferentes y especiales. Este enfoque se ajusta bien a la comprensión ecológica y económica social de la realidad, donde lo físico se ordena antes que lo biológico, y lo biológico antes que lo social. La economía es co-emergente con lo social, siendo entendida como una disciplina preocupada por la provisión social para satisfacer las necesidades. Cada nivel o estrato depende de los que lo preceden, y esto también coincide con la ontología estratificada del realismo crítico.
Por lo tanto, no podemos tener una sociedad o economía sin un sistema biofísico funcional, un hecho aún ausente en casi todas las ramas de la economía, salvo en la economía ecológica. Los tres niveles de organización especificados por Kapp están conectados y entrelazados, pero, al mismo tiempo, son estructuras únicas debido a sus complejidades y diferencias cualitativas. Kapp se esfuerza por dejar claro, como se ha señalado, que la realidad social exhibe características especiales que la hacen distinta e irreducible a las ciencias naturales (ya sea por analogía o de otro modo). El objetivo de su estudio es ofrecer un enfoque que empareje la interrelación fundamental de todos los elementos de la realidad social con un marco integrado para el análisis.
Para lograr esto, propone "conceptos integradores" que ayuden a desarrollar un marco conceptual común que explique las relaciones significativas y sistémicas. El conocimiento científico se describe como un sistema de hipótesis y teorías formuladas en términos de conceptos. El marco conceptual debe ser abierto, flexible y examinado constantemente a la luz de nuevos datos empíricos. Los conceptos deben tener un significado preciso, pero, en lugar de ser descripciones, se consideran representaciones que simbolizan características comunes de los fenómenos agrupados como una clase, es decir, tipos o imágenes de la realidad.
Los ejemplos dados por Kapp desde las ciencias naturales son la temperatura, la materia, la energía y la vida. Los conceptos más específicos en el mismo nivel deben expresarse en términos de conceptos más amplios y marcos lógicos (por ejemplo, como el calor y el frío se combinan en la temperatura). Entre los conceptos fundamentales de integración en las ciencias sociales, Kapp incluye contexto social, estructura social, proceso social, causalidad social, ley social, realidad social, acción social y tiempo y espacio. Estos y otros aspectos deben ser reunidos para lograr la integración, y esto requiere "conceptos de denominador común" en los cuales podamos expresar lo que de otro modo podrían parecer conceptos incomparables de diferentes disciplinas, objetos de estudio y culturas.
Kapp recurre a un proceso (que va de los hechos, a las interrelaciones, a los fenómenos, a las teorías, hasta las reglas generales) para el refinamiento del entendimiento, lo que lleva a una explicación bajo leyes o regularidades generales. Desde una perspectiva de realismo crítico, este enfoque es interesante pero necesita ser actualizado desde su epistemología lógico-empiricista. El potencial de sacar inferencias en Kapp (como en la última cita) es empirista, apoyado en la inducción, y puede ampliarse para incluir la deducción y la abducción. La conceptualización es una preocupación central, pero nunca se divide de manera tajante de nuestra comprensión teórica. Por eso, la observación se considera cargada de teoría. Sin embargo, esto no significa que la observación esté determinada por la teoría, ya que, de ser así, no seríamos capaces de aprender de nuestras experiencias empíricas y prácticas. El proceso de refinamiento, ajuste, revisión o cambio conceptual es iterativo y no tan lineal como sugiere Kapp.
El objetivo de la explicación también es bastante diferente cuando se informa desde el realismo crítico, ya que no busca encontrar leyes generales tradicionales ni centrarse en las regularidades de los eventos (como lo haría un enfoque humeano). En lugar de leyes generales, existen solo condiciones parecidas a las leyes, donde los mecanismos operan para causar o contrarrestar la ocurrencia de eventos. Con estos ajustes en mente, podemos regresar a la propuesta de Kapp. Para la integración de la investigación social, los conceptos de denominador común deben ser lo suficientemente generales como para abarcar varias disciplinas. También deben evitar el etnocentrismo. El marco conceptual integrador debe abarcar el carácter estructural de la sociedad humana y relacionarse con la interacción dinámica de las partes y el todo, y sus relaciones transformadoras.
El objetivo central es forzar el pensamiento en términos de interdependencias funcionales. Al mismo tiempo, se enfatiza la apertura a nuevas evidencias y nuevos conocimientos. Además, Kapp desea claramente evitar el sesgo ideológico, señalando la necesidad de que los investigadores aclaren sus valores y filosofía social. Al igual que en la "visión preanalítica" de Schumpeter, el sesgo ideológico es inevitable, pero la esperanza es que se pueda realizar un proceso analítico libre de ideologías para refinar el conocimiento.
Sin embargo, las disciplinas tienden a monopolizar conceptos: la economía trata con la riqueza, la ciencia política con el poder, la antropología con la cultura, la sociología con la sociedad. Kapp desea que rompamos estas barreras disciplinarias y propone dos marcos conceptuales generales. El primero lo llama "hombre", haciendo referencia a la psicología individual humana (por ejemplo, motivación, voluntad). El término "hombre" se usa como abreviatura de humanidad, naturaleza humana, etc., pero ahora resulta sesgado desde el punto de vista de género; no obstante, este aspecto desactualizado no debe distraer del contenido de su argumento. El segundo marco conceptual es "cultura", que cubre los aspectos sociales e institucionales. Kapp estaba consciente y advertía contra el peligro de reducir esto a una dicotomía entre el individuo y la sociedad (o, por ejemplo, actor-estructura), y subrayaba la realidad de la interacción y fusión entre ambos.
Al recomendar investigaciones sobre la naturaleza humana y los marcos socioculturales del conocimiento, Kapp advierte contra la generalización a partir de la investigación experimental y prefiere estudios contextuales, pero también rechaza el relativismo cultural. Explica detalladamente la importancia de la cultura en el desarrollo humano, pero acepta la capacidad de generalizar sobre la naturaleza humana, la motivación y la psicología. El objetivo aquí es lograr una comprensión integradora que atraviese las disciplinas tradicionales. Kapp creía que el nuevo enfoque en la naturaleza humana y los marcos socioculturales del conocimiento tendría efectos profundos en la investigación de las ciencias sociales.
En particular, lo explica en términos de cuatro aspectos clave: (i) orientación hacia el contexto social; (ii) preocupación por la estructura social, la dinámica social y la causalidad acumulativa; (iii) aceptación de la indeterminación social y la predictibilidad incompleta; (iv) la importancia de los tipos reales y los sustantivos.
¿Cómo reconciliar la economía monetizada con el cuidado y el medio ambiente desde la perspectiva del decrecimiento?
La tensión entre la economía monetizada y los valores de cuidado y sostenibilidad ambiental se ha convertido en un tema central en los debates económicos contemporáneos. En un mundo donde el crecimiento económico sigue siendo considerado el objetivo primordial, se plantea la cuestión de cómo la expansión de la economía de mercado puede integrarse con la preservación del medio ambiente y el bienestar social. Esta cuestión se vuelve aún más crítica al examinar las perspectivas del decrecimiento, que cuestionan la premisa fundamental del crecimiento constante.
El concepto de decrecimiento desafía la idea dominante de que el progreso se mide en términos de aumento de la producción y consumo. Sostiene que un enfoque basado únicamente en el crecimiento económico no puede resolver los problemas ambientales y sociales, sino que más bien perpetúa las desigualdades y la degradación ecológica. Desde esta perspectiva, la economía monetizada, que pone en valor la acumulación de capital y la maximización de beneficios, entra en conflicto con las necesidades de cuidado de las personas y la conservación del medio ambiente.
Una de las áreas más críticas que se deben abordar es cómo reconfigurar las relaciones laborales y de consumo para integrar los principios de sostenibilidad y equidad. El trabajo de cuidado, que históricamente ha sido invisibilizado y poco remunerado, debe ser reconocido y revalorizado, ya que es fundamental para el bienestar social y ecológico. Las economías basadas en el mercado tienden a reducir el trabajo de cuidado a una categoría secundaria, mientras que las perspectivas del decrecimiento enfatizan su centralidad para la vida humana. El trabajo de cuidado, que incluye desde el hogar hasta las labores relacionadas con la salud, la educación y la protección del medio ambiente, debe ser apreciado no solo desde una perspectiva económica, sino también ética y social.
En el ámbito ecológico, la transición hacia una economía post-crecimiento implica abandonar el enfoque de "desacoplamiento" que busca separar el crecimiento económico del deterioro ambiental. Los estudios críticos del modelo de crecimiento continúan demostrando que no es posible mantener una expansión económica continua sin efectos negativos sobre los ecosistemas. Así, las perspectivas del decrecimiento sugieren que la única forma de garantizar un futuro sostenible es limitar el consumo de recursos naturales y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, esto no debe entenderse como un retroceso, sino como un paso hacia un modelo económico que valore la sostenibilidad a largo plazo.
El desafío del decrecimiento es, en última instancia, de carácter político. Implica una reestructuración de las instituciones sociales y económicas que actualmente promueven la acumulación de capital y la maximización del beneficio. En lugar de una economía orientada al consumo, se debe fomentar una economía orientada al bienestar, que priorice el acceso a los recursos básicos, como la salud, la educación y la vivienda, por encima de la producción en masa y la acumulación de riqueza. Esto implica una revisión profunda de las políticas fiscales, laborales y comerciales, así como de los valores culturales y sociales prevalentes.
El concepto de "suficiencia" es clave en este enfoque. En lugar de buscar la maximización del consumo, se propone una vida más simple y menos centrada en la adquisición de bienes materiales. Esta perspectiva puede ser vista como un acto de resistencia frente a la lógica capitalista, que ha establecido la acumulación como el centro de la vida humana. A través de esta visión, se aboga por un equilibrio entre las necesidades humanas y las capacidades del planeta, favoreciendo una distribución más equitativa de los recursos y una vida más plena y menos consumista.
El decrecimiento no solo cuestiona los modelos económicos convencionales, sino también las estructuras de poder que los sostienen. La economía política del decrecimiento se enfrenta a los intereses corporativos y gubernamentales que continúan promoviendo el crecimiento económico como el motor de la estabilidad y el progreso social. Para avanzar hacia un modelo de decrecimiento, es crucial la construcción de una conciencia colectiva que valore el cuidado, la equidad y la sostenibilidad, principios que deben ser incorporados en las políticas públicas y en la cultura económica global.
Es fundamental que los ciudadanos, economistas, políticos y activistas comprendan que la economía no es una ciencia neutral. Las decisiones que tomamos sobre cómo organizamos nuestra sociedad y nuestras economías están profundamente influenciadas por ideologías, intereses y valores. Por lo tanto, al explorar el decrecimiento, se debe tener en cuenta no solo el aspecto económico, sino también el impacto que tiene sobre la calidad de vida, la justicia social y la preservación ambiental. Solo así será posible avanzar hacia un futuro en el que los valores del cuidado y la sostenibilidad no sean antagonistas de la economía, sino sus componentes esenciales.

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