El término "amok" ha sido utilizado a lo largo de la historia para describir episodios violentos de destrucción o asesinato. Tradicionalmente, el amok se entendía como una táctica de batalla de los guerreros malayos, quienes, en un frenesí violento, atacaban a sus enemigos sin importar su propia supervivencia, gritando "Amok" durante el ataque. Este comportamiento, ahora relacionado con "un frenesí espontáneo e imprevisto de locura", fue definido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un episodio aparentemente arbitrario y no provocado de comportamiento destructivo y mortal. Sin embargo, es importante destacar que no todas las agresiones de gran escala pueden clasificarse de manera equívoca como ataques terroristas o amok, ya que aunque comparten ciertos rasgos, en realidad se diferencian notablemente en su naturaleza y objetivos.
Los ataques terroristas, en su mayoría, son actos de violencia dirigidos hacia un público amplio con el fin de transmitir un mensaje político o ideológico. Los perpetradores de estos actos buscan generar miedo y conmoción, y sus acciones son deliberadas y calculadas con el objetivo de alcanzar fines políticos específicos, como el cambio social o la reforma política. Los terroristas, a menudo, escogen víctimas no involucradas directamente con su causa, como civiles que representan a un grupo o sistema político al que se oponen. En este sentido, los ataques terroristas se caracterizan por su propósito claro de alcanzar una meta ideológica o política, y no necesariamente un desahogo emocional o una venganza personal.
En contraste, los individuos que corren amok no siguen una lógica racional ni ideológica. Su comportamiento tiende a estar más relacionado con impulsos emocionales, generalmente desencadenados por un estado de desesperación o furia. Las víctimas de un amok suelen ser personas cercanas o conocidas para el agresor, quienes pueden haber causado una ofensa personal, aunque, en muchos casos, el agresor ataca al azar, sin un plan premeditado. El amok, como fenómeno patológico, se distingue por su falta de un objetivo político claro, y sus perpetradores no actúan para lograr un cambio social, sino como una explosión de rabia incontrolada, a menudo dirigida hacia un círculo cercano.
Es crucial, por tanto, distinguir entre estos dos fenómenos, ya que la clasificación incorrecta de un ataque como un acto de terrorismo cuando se trata de un amok puede llevar a malentendidos sobre la motivación y la naturaleza de los actos cometidos. Esto no solo afecta la evaluación del incidente en términos de seguridad y política pública, sino también la forma en que la sociedad y las autoridades manejan la situación y responden a ella. La línea divisoria entre la violencia política y la locura patológica no siempre es fácil de trazar. El periodista suizo Eric Gujer señaló la dificultad de hacer esta distinción con claridad, y cómo esta evaluación afecta la forma en que la sociedad percibe y responde al evento, especialmente cuando se trata de víctimas inocentes.
Otro aspecto importante a considerar es que los actores de amok suelen ser considerados personas mentalmente perturbadas, lo que sugiere que sus acciones pueden ser el resultado de trastornos psicológicos o personales. En cambio, los terroristas, aunque pueden tener ideologías extremistas o patologías subyacentes, son generalmente vistos como individuos que eligen conscientemente sus víctimas con el fin de promover una agenda política. Sin embargo, tanto en los ataques de amok como en los terroristas, es fundamental entender el contexto y los factores sociales y psicológicos que contribuyen a la acción violenta. Solo así es posible prevenir futuros incidentes y proporcionar una respuesta más efectiva a estos comportamientos extremos.
El caso de un tiroteo en El Paso, Texas, en 2019, es un ejemplo reciente de cómo los ataques, aunque puedan parecer actos de amok, en realidad son el resultado de motivaciones políticas claras. El atacante, inspirado por un manifiesto que justificaba su odio hacia los hispanos y mexicanos, fue clasificado como un terrorista de derecha, no como una persona mentalmente perturbada. Este tipo de incidentes subraya la importancia de no reducir el análisis de actos violentos a una simple cuestión de patología individual, sino de considerar siempre el contexto ideológico o político que pueda estar presente.
Por tanto, la distinción entre terrorismo y amok no solo es un ejercicio académico, sino que tiene implicaciones directas en cómo se perciben y se gestionan estos actos de violencia en la sociedad. Entender esta diferencia permite una evaluación más precisa de los factores involucrados y, lo más importante, puede llevar a políticas y respuestas sociales más efectivas para prevenir y mitigar futuros actos de violencia.
¿Qué impulsó a David Sonboly a cometer su ataque en Múnich?
El ataque de David Ali Sonboly, ocurrido el 22 de julio de 2016 en Múnich, fue un acto de violencia extremista cuyas motivaciones reflejaron una profunda ideología de odio hacia personas con origen migratorio. Este joven, de solo 18 años, utilizó el mismo tipo de arma que Anders Behring Breivik, un Glock 17, para matar a nueve personas antes de suicidarse. Lo más notable de este ataque fue que todas sus víctimas tenían un trasfondo migratorio reconocible, lo que hizo que su crimen fuera un claro reflejo de su odio hacia los "extranjeros", particularmente los jóvenes provenientes de Turquía, los Balcanes y otras regiones no alemanas.
En sus últimas palabras, dirigidas a su última víctima, un joven de origen kosovar, Sonboly gritó: "¡No soy un Kanak, soy alemán!" Esta declaración, que denota su rechazo hacia lo que él consideraba una amenaza extranjera, señala la compleja y contradictoria ideología de un individuo profundamente influenciado por el nacionalismo extremo y la xenofobia. A pesar de su aparente aislamiento social, Sonboly nutría su odio en el mundo virtual, donde intercambiaba ideas y fantasías sobre la violencia con otras personas.
Uno de los aspectos más inquietantes de su perfil es su fascinación con Anders Breivik, el asesino noruego, a quien consideraba un "héroe" y un modelo a seguir. Sonboly se identificaba con la visión de Breivik sobre la inmigración musulmana en Europa, y de hecho, intentó emular el mismo horario para su ataque, coincidiendo con el aniversario de la masacre de Breivik en 2011. De acuerdo con los registros de sus chats, Sonboly veía en Breivik no solo un símbolo de resistencia a la inmigración, sino también un referente en cuanto a la violencia extrema como medio para "proteger" su país.
Lo que parece ser una motivación personal de venganza también está cargado de una profunda ideología de extrema derecha. En un manifiesto escrito por Sonboly, titulado "Mi venganza contra aquellos que me han hecho daño", expresaba su aversión hacia lo que él consideraba una "invasión" de extranjeros, principalmente de origen turco y balcanico, en su país. En este texto, Sonboly hablaba del "virus" de los "subhumanos extranjeros", acusándolos de destruir los barrios alemanes a través de la criminalidad y la agresividad. Al mismo tiempo, su manifiesto reflejaba una contradicción interna, ya que él mismo era de origen iraní y había crecido en Alemania, lo que añade una capa de complejidad a su odio, que no era exclusivamente hacia los musulmanes, sino hacia aquellos que él percibía como "otros".
Los análisis posteriores al ataque sugieren que Sonboly actuó de manera premeditada, eligiendo deliberadamente la ubicación y el momento del ataque. Esto, sumado a su interés por Breivik, da la impresión de que su acto no fue un simple brote de ira o frustración por el bullying que alegaba haber sufrido, sino más bien una manifestación de una ideología de ultraderecha fuertemente influenciada por el terrorismo de derecha y el odio hacia los migrantes. En sus últimos días, Sonboly se había vuelto cada vez más aislado y obsesionado con sus pensamientos radicales. En conversaciones con amigos, revelaba su desprecio por la sociedad alemana moderna, especialmente por los jóvenes que él consideraba "perdidos" o "demasiado liberales". Su crítica hacia las mujeres con "faldas demasiado cortas" y su molestia por la "apariencia liberal" de los jóvenes en lugares públicos como McDonald’s reflejan un rechazo profundo hacia cualquier forma de modernidad que él percibía como una amenaza a los valores "tradicionales" alemanes.
Lo más relevante de este caso es la manera en que Sonboly utilizó las redes sociales y plataformas en línea para nutrir su odio. En estos espacios virtuales, donde las ideologías extremistas a menudo encuentran un terreno fértil para su propagación, Sonboly se rodeó de personas con ideas similares y desarrolló una visión del mundo distorsionada y paranoica, donde los migrantes eran responsables de todos los males de la sociedad. Su acción no fue un accidente o un producto aislado de un joven confundido, sino el resultado de un proceso ideológico que se alimentó de influencias extremistas, tanto a nivel personal como colectivo.
El caso de David Sonboly pone de manifiesto la creciente amenaza del terrorismo de extrema derecha en Europa y la manera en que las ideologías xenófobas y nacionalistas pueden desencadenar actos de violencia extrema. Además, destaca la importancia de identificar y comprender las dinámicas de radicalización en jóvenes que, al igual que Sonboly, se sienten marginados o alienados por la sociedad. La combinación de un sentido de injusticia personal con una ideología política radical puede ser el caldo de cultivo para la violencia.
Es crucial comprender que este tipo de ideologías no solo nacen de un entorno social problemático o de experiencias personales traumáticas, sino también de la influencia de movimientos políticos y subculturas extremistas que operan tanto en el mundo real como en el virtual. La radicalización, en este sentido, no es un fenómeno aislado, sino una intersección de múltiples factores que incluyen la ideología, el entorno social, la historia personal y las plataformas de comunicación en línea. El caso de Sonboly debería servir como un recordatorio de la importancia de la vigilancia social, el apoyo a los jóvenes vulnerables y el monitoreo de las tendencias extremistas en las redes sociales.
¿Cómo influye la subcultura en línea en la radicalización y la violencia?
Durante largo tiempo, ha existido una subcultura global en línea, altamente interactiva, que opera más allá de las fronteras nacionales. Los activistas de este entorno no necesitan abandonar sus dormitorios, no necesitan ir a la guerra ni vivir en la clandestinidad. Un ordenador y una conexión a Internet son suficientes para ellos. Es fundamental prestar atención a este fenómeno en el futuro, ya que la industria misma ignora el riesgo político que representa esta situación. Felix Falk, director ejecutivo de GAME, la Asociación de la Industria de Videojuegos Alemana, no ve peligro en que los videojuegos se conviertan en un vehículo de radicalización involuntaria. Según Falk, cuando los jugadores intercambian ideas entre ellos, lo que ocurre son acuerdos y pactos, no debates políticos. Además, solo unos pocos juegos permiten la comunicación entre los jugadores, y en esos casos, la comunicación es “normalmente monitoreada por moderadores y verificada”. En respuesta a una solicitud sobre los casos de Sonboly y Atchison, Falk afirmó que en Steam no se había dado ningún debate relevante sobre la opinión pública. Sin embargo, es inevitable recordar a los tres sabios monos, que no ven, no oyen ni dicen nada.
Incluso el presidente Donald Trump se reunió con la compañía encargada de Steam en marzo de 2018, a medida que los casos motivados racialmente se volvían más frecuentes. En esa reunión, advirtió sobre los efectos peligrosos de la violencia en los juegos. Un claro ejemplo de la necesidad de intervención. Sonboly, por ejemplo, fue reportado por sus comentarios agresivos y racistas, pero no se tomaron medidas. Entre otras cosas, usó el nombre del asesino de Winnenden, Tim Kretschmer, como seudónimo, escribiendo en Steam que era la reencarnación o el fantasma de Tim K. y que “nos atraparía a todos”. El problema radica en que personas como Sonboly no incurrieron en delito solo por glorificar a un asesino en masa, ya que sus declaraciones están protegidas por la libertad de expresión. El problema surge cuando esos comentarios son seguidos o respaldados por acciones específicas, pero incluso entonces, no se considera problemático hasta que se considere que “la aprobación es adecuada para perturbar la paz pública”.
Un sistema de alerta temprana funcional habría sido útil en este caso, cuando personas de la misma edad comienzan a escuchar atentamente y desean intervenir. Sin embargo, la industria de los videojuegos no toma en serio este aspecto, y apenas existe presión desde el ámbito político o de las autoridades. Sin embargo, el caso de Sonboly demuestra que los lobos solitarios también dejan rastros fáciles de seguir si se busca en el lugar adecuado. Grupos como el “Anti-Refugee Club” no son una excepción en Steam. Una búsqueda en la plataforma con el término “Nazi” arroja unos 18,000 resultados; “amok” da unos 1,500. Al buscar el nombre “Sonboly”, se puede observar una gran cantidad de coincidencias. Tres usuarios compartían el mismo seudónimo que él usaba en mayo de 2018. No solo Sonboly y Atchison eran "hermanos de espíritu", como se podría decir, que se conocieron a través de su entusiasmo por juegos violentos y de asesinatos. Un grupo en Steam con el nombre “Eldigado es un dios” honra el seudónimo de Atchison. Tenía 70 miembros en julio de 2018. Es necesario penetrar más en esta subcultura para protegernos y perpetuar una sociedad abierta en el mundo virtual.
Es fundamental comprender que la globalización puede tener un lado sombrío que revitaliza el odio motivado por la militancia y el racismo. Con frecuencia, estamos ante jóvenes, nacidos y criados en el centro de Europa, que de forma voluntaria se embarcan en un camino alejado de los aparentemente estables senderos de la sociedad civil “educada”. A menudo, estos jóvenes se mantienen un paso adelante de los investigadores gracias a su red virtual. Es cierto que muchos investigadores, fiscales y funcionarios judiciales carecen de un conocimiento profundo del Darknet, lo que complica su capacidad para intervenir en estos casos. Por lo general, solo los investigadores especializados saben cómo funcionan los mercados anónimos y cómo los delincuentes realizan transacciones, como el tráfico de armas, en el Darknet.
Aunque las autoridades suelen tener dificultades para operar en el Darknet, esto no significa que estén actuando correctamente. El acceso a los foros criminales en esta red solo es posible si un sospechoso ha sido detenido y se le ofrece un trato, permitiéndole a las autoridades infiltrar los foros y actuar como señuelo. Incluso en el caso de Philipp Körber, quien consiguió el arma para David Sonboly, los investigadores pudieron acceder a su cuenta tras su detención y utilizarla para identificar y desmantelar la red que operaba en el Darknet. La investigación en este foro comenzó en abril de 2015, un año antes del ataque mortal en Múnich. Sin embargo, aunque la investigación comenzó a tiempo, la entrega de armas a Sonboly no pudo ser evitada.
Este caso muestra cómo, incluso con información a su alcance, las autoridades pueden ser demasiado lentas para intervenir a tiempo y prevenir tragedias. La conexión entre el mundo digital y los hechos violentos reales resalta la necesidad urgente de replantear las políticas de seguridad y el control de las plataformas en línea. Si no se actúa, la proliferación de discursos de odio y radicalización a través de estos canales solo continuará creciendo, poniendo en peligro a toda la sociedad. La subcultura en línea es un fenómeno que no puede seguir siendo ignorado.
¿Cómo comprender el fenómeno del "lobo solitario" en el contexto actual?
En la sociedad moderna, el fenómeno del "lobo solitario" sigue siendo un tema tabú, a pesar de los esfuerzos mediáticos recientes para crear conciencia sobre las enfermedades mentales y los trastornos de conducta que los afectan. Estos casos, aunque a menudo son tratados como excepcionales, en realidad representan un riesgo persistente y creciente en nuestra era. Un caso paradigmático para analizar este fenómeno es el de David Sonboly, un joven que, a pesar de haber buscado asistencia médica, no fue considerado como una amenaza potencial por los profesionales de la salud. La hospitalización y el tratamiento que recibió Sonboly no lograron detectar la peligrosidad que él albergaba, y, más aún, los terapeutas minimizan las fantasías violentas y racistas que comenzaban a tomar forma en su mente. Este caso muestra que no es suficiente culpar a la sociedad en su totalidad por estos actos violentos cuando incluso el personal profesional, encargado de evaluar el peligro, falla en su diagnóstico.
Es importante señalar que parte de la responsabilidad recae también en la capacidad de manipulación del individuo que, consciente de su enfermedad, logró ocultar sus verdaderas intenciones. En su última consulta con los médicos, tan solo 9 días antes del ataque mortal, Sonboly distanció cualquier indicio de un riesgo inmediato de suicidio o peligro hacia otras personas. Esta capacidad de ocultar los síntomas de su trastorno, unida a una fachada de aparente normalidad, permitió que los terapeutas lo creyeran y lo liberaran de cualquier sospecha. De este modo, el caso de Sonboly ilustra cómo los trastornos psicológicos, sumados a factores socioculturales y personales, pueden convertirse en una bomba de tiempo, difícil de detectar por las instituciones encargadas de la seguridad.
El fenómeno del "lobo solitario" es complejo y multifacético. Se trata de individuos que, en su aislamiento, desarrollan ideologías extremistas y actúan sin la dirección de ninguna organización o grupo. Estos ataques, a menudo planeados durante largos periodos de tiempo, no son simples explosiones de violencia al azar, sino actos fríamente calculados, dirigidos contra un enemigo percibido como responsable de su sufrimiento, ya sea por motivos raciales, religiosos o políticos. La ideología detrás de estos actos, como en el caso de Sonboly, está lejos de ser accidental. Estos individuos construyen una narrativa que les permite justificar sus acciones y, en su mente, buscar una forma de venganza contra aquellos a quienes consideran el enemigo.
Además, es fundamental considerar que estos ataques no se limitan a los "lobos solitarios" que pertenecen a grupos extremistas ya conocidos, sino que se extienden a otros individuos que, aunque no estén formalmente vinculados a organizaciones terroristas, adoptan ideologías extremas y actúan por su cuenta. La exposición a contenidos violentos a través de videojuegos y redes sociales, sumada a un aislamiento creciente, puede contribuir al surgimiento de estos fenómenos. Esto subraya la necesidad urgente de abordar las adicciones a los dispositivos electrónicos y los videojuegos violentos en la población joven como parte de las estrategias preventivas.
En términos de prevención, se hace necesario repensar cómo tratamos a los jóvenes que desarrollan una relación disfuncional con la tecnología y la violencia. Las políticas de salud mental deben considerar no solo el diagnóstico de trastornos psicológicos, sino también el contexto social y cultural en el que estos individuos se desarrollan. La capacidad de identificar señales de alerta, más allá de los diagnósticos clínicos, es crucial para prevenir tragedias como la ocurrida en Munich.
La historia del "lobo solitario" refleja una sociedad cada vez más fragmentada, donde los individuos se ven obligados a buscar respuestas en ideologías extremas debido a un vacío emocional o social. El acto violento no es solo una respuesta a una crisis interna del individuo, sino también un reflejo de la incapacidad de la sociedad para integrar a estos individuos y ofrecerles vías de resolución pacífica de sus conflictos internos.
Por ello, es necesario abordar el fenómeno del "lobo solitario" desde una perspectiva integral que no solo trate los síntomas del trastorno psicológico, sino que también se enfoque en los factores sociales, culturales y tecnológicos que facilitan su radicalización. El tratamiento de este fenómeno no puede limitarse a un enfoque clínico o de seguridad, sino que debe incluir una reflexión profunda sobre los valores de la sociedad, el aislamiento social y la fragilidad de los vínculos comunitarios.

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