Las economías y sus estructuras emergen de procesos físicos y biológicos, sometiéndose por ello a leyes fundamentales que gobiernan la naturaleza. La relevancia de diferentes niveles de análisis científico dependerá del objeto y la pregunta de investigación, pero en la economía ecológica es esencial comprender cómo los sistemas económicos se relacionan con los flujos de materia y energía. Esta relación, intuitiva en contextos como las guerras por recursos, ha sido frecuentemente ignorada por la economía convencional.

La energía, definida en termodinámica como la capacidad para realizar trabajo mecánico, está sujeta a dos leyes fundamentales. La Primera Ley establece que la energía no se crea ni se destruye, manteniéndose constante en un sistema aislado. La Segunda Ley, conocida como la Ley de la Entropía, implica que la energía útil (de baja entropía) inevitablemente se degrada en formas menos útiles (alta entropía) a medida que se dispersa. Este proceso es irreversible y está asociado con la flecha del tiempo, señalando un sentido unidireccional al cambio energético. La actividad económica depende, por tanto, de la exergía, que es la energía disponible para realizar trabajo útil. A diferencia de la energía total, la exergía se consume en cada transformación.

La sociedad industrial moderna se fundamenta en la utilización de exergía almacenada en recursos minerales y combustibles fósiles, de baja entropía. La degradación de estos recursos implica una limitación física absoluta para el crecimiento económico indefinido, ya que la extracción y el uso de energía y materiales dispersan la materia en formas irreversibles, a menudo irreparables. Aunque existe debate sobre la dispersión de materiales comparada con la energía, está claro que los sistemas cerrados pueden crear formas concentradas de materia y energía solo a partir de la entrada de energía externa, sin violar la Segunda Ley.

El planeta Tierra, un sistema abierto con intercambio limitado de materia pero con abundante entrada energética solar, sostiene la vida y las economías naturales. Georgescu-Roegen, en su obra fundamental, concluyó que el crecimiento económico ilimitado es inviable a largo plazo y que la economía ortodoxa debe reformarse para incorporar las restricciones físicas fundamentales. Esta realidad tiene implicaciones éticas, pues el recurso más escaso no es otro que la baja entropía, y su uso indiscriminado priva a generaciones futuras y a otras formas de vida de las condiciones mínimas para sobrevivir y prosperar.

Los diferentes tipos de energía no son equivalentes en su utilidad, y el destino de los residuos en el medio ambiente también es crucial, ya que estos retornan con igual masa pero distinta calidad, afectando la capacidad del ecosistema para recuperarse. El metabolismo social, concepto que describe el flujo de energía y materiales necesario para mantener los sistemas económicos, refleja esta interdependencia. Mientras las economías tradicionales utilizaban fuentes solares y residuos biológicos asimilables, las modernas dependen de combustibles fósiles que generan impactos ambientales globales devastadores.

La distinción entre fondos y stocks que introduce Georgescu-Roegen es fundamental para entender la sostenibilidad. Un fondo, como un ecosistema, puede mantener una función constante a lo largo del tiempo, mientras que un stock es un recurso finito que, al agotarse, no permite sostener dicha función. La transformación de fondos naturales en stocks consumibles, bajo la ilusión de acumular capital, destruye procesos sostenibles esenciales tanto para humanos como para otras especies. Concebir ecosistemas y seres vivos meramente como capital económico implica una grave simplificación que oculta la naturaleza dinámica y diversa de estos sistemas.

El cambio en los sistemas económicos y ecológicos debe ser entendido históricamente y en tiempo real, evitando abstracciones estáticas y modelos de equilibrio que no reflejan la realidad dinámica. Los intentos de mantener sistemas en estados teóricos de equilibrio pueden ser perjudiciales, como demuestra la política forestal que evita incendios menores, lo que ha provocado incendios catastróficos mayores. La teoría de Holling sobre los ciclos de organización, acumulación, destrucción y liberación de energía y materiales en los ecosistemas subraya la importancia de comprender estos procesos para lograr actividades económicas sostenibles y reproducibles.

La economía convencional ha privilegiado la física mecanicista, ignorando la biología evolutiva como marco para comprender la economía como un sistema dinámico y en evolución. Autores clásicos reconocieron que una analogía biológica es más adecuada para entender los cambios en las instituciones económicas que las simplificaciones mecánicas basadas en equilibrio y reversibilidad. Este enfoque abre la puerta a una economía que reconozca la complejidad, la incertidumbre y la irreversibilidad de los procesos socioecológicos.

Es crucial entender que los sistemas económicos no pueden considerarse aislados de las leyes naturales; sus límites físicos y la calidad de los recursos disponibles condicionan su viabilidad y sustentabilidad. La ética en el uso de recursos energéticos y materiales debe ser central en cualquier política económica, reconociendo la necesidad de preservar fondos naturales y de respetar los ciclos ecológicos para asegurar el bienestar presente y futuro de todas las formas de vida.

¿Cómo impactan las crisis económicas y ambientales en la sociedad y el pensamiento económico contemporáneo?

Las interacciones entre las crisis económicas y ambientales han transformado las perspectivas del pensamiento económico, obligando a una reevaluación profunda de nuestras estructuras socioeconómicas y la manera en que nos relacionamos con la naturaleza. La economía ecológica, como disciplina emergente, ha buscado dar respuesta a las limitaciones inherentes al modelo económico tradicional, que ha favorecido el crecimiento sin tener en cuenta los límites planetarios.

Este campo de estudio se enfoca en cómo los sistemas económicos interactúan con los ecosistemas, subrayando la necesidad urgente de integrar la sostenibilidad en la toma de decisiones económicas. A medida que las crisis ambientales, como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, se intensifican, los economistas ecológicos sugieren que el modelo de crecimiento infinito es insostenible, lo que obliga a replantear tanto los objetivos como las políticas económicas. Algunos, como el economista Tim Jackson, han propuesto alternativas como la "economía sin crecimiento", en la que el bienestar social se convierte en el principal indicador de éxito, por encima del crecimiento económico per se.

Además, en un mundo caracterizado por la globalización y la interdependencia, la economía ecológica pone en tela de juicio las nociones tradicionales de eficiencia económica y bienestar. La "creciente economía azul", que promueve el aprovechamiento sostenible de los recursos marinos, es un ejemplo de cómo las ideas económicas deben evolucionar para incorporar la preservación del medio ambiente. Sin embargo, este enfoque también ha sido criticado por no cuestionar suficientemente las estructuras de poder y las relaciones socioeconómicas que perpetúan la explotación ambiental.

En la raíz de esta crítica se encuentra el concepto de "capitalismo verde", una estrategia que intenta reformar el capitalismo para adaptarse a los principios de sostenibilidad. Mientras que algunos lo ven como un paso en la dirección correcta, otros advierten que podría ser una cooptación del concepto de sostenibilidad, desviando la atención de un cambio estructural más profundo y necesario.

Por otra parte, se han desarrollado enfoques como el de la economía ecológica crítica, que propone una visión de la economía basada no solo en el análisis técnico, sino en una crítica profunda de las instituciones que han facilitado el desequilibrio entre crecimiento económico y deterioro ambiental. Filósofos y economistas como Wolfgang Sachs y Fritz Schumacher han abogado por una economía que valore la riqueza social y cultural por encima de la acumulación material, impulsando un cambio hacia economías de menor consumo y más equitativas.

En este contexto, la cuestión de cómo integrar las "economías alternativas" en los marcos políticos actuales se vuelve crucial. La teoría de la "gestión adaptativa" de los recursos naturales, que promueve la flexibilidad y la adaptación en las políticas ambientales, se ve como una respuesta directa a la inestabilidad inherente a las crisis económicas y ecológicas. Este enfoque sugiere que las políticas deben ser diseñadas de manera que puedan modificarse en función de nuevos conocimientos y circunstancias, lo que implica una forma de gobernanza que favorezca la resiliencia frente a las incertidumbres.

Además, el análisis de las "narrativas económicas" desempeña un papel importante al revelar cómo las historias que contamos sobre la economía afectan nuestras respuestas a las crisis. Narrativas que enfatizan la inevitabilidad del crecimiento, o que ven la naturaleza como un recurso ilimitado, deben ser cuestionadas si queremos construir un futuro verdaderamente sostenible. En su lugar, las narrativas emergentes buscan conectar los problemas ecológicos con las injusticias sociales, defendiendo una economía que favorezca la equidad y la conservación.

En cuanto a las implicaciones para el pensamiento económico contemporáneo, es esencial reconocer que las instituciones económicas no solo reflejan, sino que también configuran las estructuras sociales y de poder. El análisis de la economía debe, por lo tanto, incorporar no solo variables económicas, sino también consideraciones sociales, políticas y ecológicas. Esto invita a una expansión del concepto de "bienestar" que no se limite a indicadores como el Producto Interno Bruto (PIB), sino que considere también la salud del medio ambiente, la justicia social y la equidad intergeneracional.

A medida que los ecosistemas naturales continúan deteriorándose y las desigualdades sociales se acentúan, es necesario adoptar un enfoque más holístico y menos mecanicista en el diseño de políticas. La economía ecológica, con su énfasis en la interconexión entre lo social, lo económico y lo ambiental, ofrece un marco para esta reorientación. Este enfoque desafía las viejas narrativas de la economía, proponiendo en su lugar una visión más integradora, que prioriza el bienestar humano a través de una convivencia respetuosa con los límites naturales del planeta.