La pandemia del COVID-19 obligó a una recalibración radical de las estrategias políticas en Estados Unidos. El regreso de los mítines de campaña fue uno de los eventos más esperados por los seguidores del presidente Donald Trump, pero la manera en que se gestionó este regreso revela mucho sobre las prioridades y las tensiones internas del equipo de campaña. Tras meses de restricciones por la pandemia, el equipo de Trump se empeñó en volver a la carretera, con la esperanza de revitalizar el apoyo popular. En este contexto, Brad Parscale, su gerente de campaña, sugirió que un mitin no solo debía ser un evento para ganar votos, sino un espectáculo grandioso que captara la atención del país entero.

El lugar elegido fue Tulsa, Oklahoma, y la fecha, el 19 de junio, una combinación que se revelaría ser un error monumental. Tulsa había sido el sitio de la masacre racial de 1921, donde una turba blanca arrasó con la próspera comunidad negra de Greenwood. A pesar de las advertencias de que la fecha era inapropiada, especialmente porque el 19 de junio es Juneteenth, el día que conmemora la liberación de los esclavos en Texas, la campaña siguió adelante con su plan. La tensión racial en Estados Unidos, ya elevada por las protestas contra el racismo, convirtió esa decisión en un punto de fricción, que se vería reflejado en la opinión pública. El propio Trump, en un intento de controlar la narrativa, se enfrentó a la controversia de manera torpe, preguntando incluso a su equipo si conocían Juneteenth, una festividad esencial para la comunidad afroamericana.

El evento en Tulsa, que se promocionó como un hito de la campaña, no cumplió con las expectativas. A pesar de las cientos de miles de inscripciones para asistir, la arena estaba vacía, un golpe directo a la imagen de Trump, quien había anticipado una multitud masiva. A medida que el presidente abordaba Air Force One, los temores de que las expectativas fueran demasiado altas se hicieron evidentes. Parscale, quien había hablado de una audiencia sin precedentes, comenzó a buscar excusas para justificar el fracaso de la convocatoria, mencionando incluso a los manifestantes de izquierda como responsables de los pocos asistentes. Pero la realidad era aún más humillante: la mayoría de las inscripciones habían sido fraudulentas, una broma de internautas que lograron engañar al equipo de campaña.

Este fracaso reflejaba algo más que un error de organización. A lo largo de esa jornada, Trump no solo experimentó la derrota en términos de asistencia, sino también en términos de imagen. La campaña había invertido mucho en crear una atmósfera de triunfo, pero terminó siendo un evento vacío, tanto en términos de público como de efectividad. Trump intentó sobrellevar la situación con humor, pero su actitud derrotista y el gesto de caminar solo hacia la Casa Blanca, con una gorra de campaña arrugada en la mano, mostraban una desconexión con la realidad. La ambición de su equipo no había sido suficiente para salvar una campaña que ya estaba marcada por las contradicciones internas y la polarización social.

El incidente de Tulsa subrayó una característica clave de la campaña presidencial de Trump: su incapacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias impuestas por la pandemia. Mientras muchos de sus rivales adaptaban sus estrategias a los desafíos del momento, Trump seguía aferrado a viejas tácticas de confrontación y espectáculo. La campaña presidencial de 2020 no solo estuvo marcada por la división política, sino también por la resistencia a reconocer la magnitud de la crisis sanitaria, lo que terminó influyendo en el desenlace de las elecciones.

Más allá de los detalles de la logística de los mítines, hay algo crucial que entender. La pandemia, en su dimensión global, transformó las reglas de la política. Mientras otros se vieron obligados a innovar y a reinventarse, Trump mantuvo una postura que lo alejó de la empatía que requería la situación. Esto no fue solo un problema de comunicación, sino también una muestra de un liderazgo que no se ajustaba a las exigencias de una crisis sanitaria. El continuo desprecio por las medidas de precaución y la estrategia de minimizar el peligro del virus no solo afectó la imagen de su campaña, sino que también consolidó una narrativa de desinformación que marcaría el tono de su presidencia en esos momentos.

¿Cómo se construyó la imagen de Donald Trump como magnate y su influencia en la sociedad estadounidense?

Donald Trump, figura destacada en el mundo de los negocios, fue forjando su imagen pública en las décadas de los 70 y 80, una era marcada por el crecimiento acelerado de Nueva York y la expansión de su imperio inmobiliario. A través de una serie de decisiones controvertidas y movimientos estratégicos, logró situarse como uno de los personajes más influyentes y polémicos de la historia empresarial de Estados Unidos.

Su ascenso comenzó con la adquisición de propiedades importantes como el Commodore Hotel, que más tarde se transformaría en el lujoso Grand Hyatt. Sin embargo, este proceso no estuvo exento de dificultades y enfrentó la oposición de figuras clave en la política y el sector empresarial de Nueva York. A menudo, Trump se encontraba en el centro de críticas por la forma en que manejaba sus negocios, la falta de ética en ciertas decisiones y los vínculos con figuras cuestionadas.

En sus primeros años como promotor inmobiliario, Trump utilizó su habilidad para navegar en un sistema corrupto, lleno de favores políticos, donaciones estratégicas y la construcción de relaciones con personas influyentes, lo que le permitió asegurar contratos multimillonarios. Entre estas relaciones, sobresale su conexión con el mundo de la mafia, un tema que ha sido ampliamente discutido por los medios y expertos. A menudo se le vinculaba con la familia criminal Genovese, aunque él nunca admitió una relación directa.

Una de las tácticas que utilizó fue la de rodearse de personajes con un perfil bajo, pero que poseían conexiones de gran valor en el mundo de la política y la justicia. Por ejemplo, su estrecha relación con figuras como Rudy Giuliani y su vínculo con el fiscal de distrito de Manhattan, Robert Morgenthau, le permitió superar obstáculos legales y obtener concesiones que le fueron esenciales en su crecimiento.

Trump también fue conocido por su enfoque agresivo en cuanto a la obtención de permisos de construcción y la manipulación de las leyes urbanísticas. En particular, su enfrentamiento por el permiso para la construcción de su famosa torre en la Quinta Avenida fue un ejemplo de cómo sus relaciones con el poder político le daban ventaja sobre sus competidores. Durante este proceso, se rumoreaba sobre sobornos y la utilización de trabajadores indocumentados para reducir costos, un tema que ha salido a la luz en varias ocasiones a lo largo de los años.

La construcción del Trump Tower en la Quinta Avenida también fue una muestra de su estilo implacable. Durante el proceso de remodelación del edificio Bonwit Teller, Trump decidió destruir un friso histórico que formaba parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad, lo que generó una ola de protestas. Este tipo de decisiones, centradas en la maximización de sus ganancias a costa del patrimonio, consolidaron su reputación de magnate despiadado.

En cuanto a su incursión en el mundo de los casinos, la compra de propiedades en Atlantic City y la posterior construcción de su casino fue un ejemplo de cómo Trump se aprovechó de la legalización del juego en Nueva Jersey. Sin embargo, su camino estuvo lleno de controversias. Hubo investigaciones relacionadas con sus vínculos con el crimen organizado, y la calidad de su casino fue constantemente puesta en duda. A pesar de las dificultades, su capacidad para sortear obstáculos legales y su uso estratégico de la imagen pública le permitió seguir siendo un jugador importante en el mercado inmobiliario.

Lo que muchos no sabían era que detrás de este imperio empresarial estaba una red de aliados y personas clave, algunos de los cuales permanecían en las sombras, pero que cumplían un papel fundamental en el avance de sus proyectos. Estas conexiones se extendían no solo a la mafia, sino también a figuras clave en el mundo del crimen corporativo y la política.

Más allá de su faceta empresarial, Trump cultivó una imagen de hombre de negocios exitoso que se proyectaba como una figura de autoridad en la sociedad estadounidense. Esta imagen fue cuidadosamente construida a través de su aparición en los medios y su habilidad para crear un aura de misterio alrededor de su persona. No era solo su habilidad para generar riqueza lo que lo convertía en un personaje intrigante, sino también su capacidad para generar una constante atención mediática, que lo mantenía en el centro del debate público.

Sin embargo, es crucial entender que detrás de este ascenso vertiginoso estaba un sistema que favorecía a los más poderosos. Trump nunca jugó limpio: utilizó su influencia para burlar las leyes, negociar con personajes oscuros y presionar a las autoridades para que favorecieran sus proyectos. Esta red de favores, manipulaciones y escándalos es una parte fundamental para comprender cómo logró consolidar su imperio.

Además, es importante considerar el impacto que este tipo de prácticas tuvo en el desarrollo de las ciudades, especialmente en Nueva York, donde los intereses empresariales de Trump contribuyeron a la transformación de una ciudad que luchaba por mantenerse a flote en medio de la crisis económica de los años 70 y 80. Los proyectos de Trump, aunque cuestionados, fueron parte de una serie de movimientos que cambiaron para siempre el paisaje urbano y la economía de la ciudad.

¿Cómo afectaron las decisiones políticas de Trump a la frontera y la inmigración en EE.UU.?

La administración de Donald Trump, marcada por políticas migratorias drásticas, tuvo un enfoque centrado en la construcción de un muro en la frontera sur de los Estados Unidos, que fue, sin duda, uno de los proyectos más controversiales de su gobierno. Esta propuesta de muro, que se convirtió en una obsesión para el presidente, no solo definió su discurso sobre la inmigración, sino que también arrastró a la política estadounidense a un conflicto constante sobre los métodos y la ética involucrada en la aplicación de sus medidas.

Trump no solo insistió en la construcción de una barrera física, sino que también sugirió modificaciones inusuales, como pintar el muro de negro y agregar pinchos en su parte superior. Estas propuestas, más allá de ser una cuestión arquitectónica, reflejaban su visión de la inmigración como una amenaza. En el contexto de una retórica cada vez más polarizada, estas ideas se combinaron con otras más extremas, como la posibilidad de usar "rayos de calor" para disuadir a los migrantes.

La decisión de implementar una política de separación de familias en la frontera sur generó una respuesta internacional de rechazo. La orden de separar a los niños de sus padres fue considerada un acto de crueldad que afectó tanto a la imagen de Estados Unidos como a la vida de miles de personas. La experiencia traumática vivida por los niños, muchos de los cuales pasaron tiempo en centros de detención y en condiciones de hacinamiento, fue un punto álgido en la política migratoria del gobierno de Trump. Las imágenes de niños "enjaulados" en jaulas metálicas fueron difundidas por los medios de comunicación, lo que desató una ola de protestas tanto a nivel nacional como internacional.

El impacto psicológico de esta política fue devastador, con informes que señalaban que el trauma sufrido por los menores perduraría incluso después de ser reunificados con sus familias. Las consecuencias emocionales y psicológicas de la separación, sumadas a las condiciones de detención, dejaron una marca indeleble en la vida de muchos de estos niños.

Por otro lado, la administración también impulsó un aumento en el presupuesto militar, con un enfoque en reforzar la seguridad fronteriza. A pesar de las críticas, Trump defendió sus decisiones sobre la base de la seguridad nacional, argumentando que el control de la frontera era esencial para evitar la inmigración ilegal y el crimen.

No obstante, a medida que el tiempo avanzaba, la presión tanto interna como externa sobre Trump aumentó. La controversia por la política de separación de familias obligó a la administración a retractarse, pero no sin antes dejar una huella negativa en la percepción pública. Las decisiones que se tomaron en relación con el trato a los migrantes y la construcción del muro no solo fueron una cuestión de política interna, sino que también afectaron las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos, especialmente con México y América Central.

Lo que los lectores deben comprender más allá de la controversia inmediata es que estas políticas fueron más que simples medidas de seguridad. Representan un cambio en el paradigma de la inmigración en los Estados Unidos, donde la seguridad nacional pasó a ser vista como una prioridad por encima de los derechos humanos básicos. Además, las decisiones tomadas en ese contexto resuenan más allá de la presidencia de Trump, ya que las repercusiones políticas y sociales continúan modelando el debate sobre la inmigración en la actualidad.