La curiosidad, más allá de una simple inclinación por el saber, es una herramienta poderosa para acceder a una comprensión más profunda del entorno, las personas y los procesos que nos rodean. En un mundo cada vez más influenciado por la complejidad y la disrupción tecnológica, la capacidad de hacer preguntas pertinentes y de desafiar suposiciones es una competencia clave para comunicarse con claridad, precisión y propósito.

Imagina adoptar la mentalidad de un detective, como Sherlock Holmes, quien resolvía los casos más intrincados gracias a su disposición a observar, cuestionar y analizar sin dejarse llevar por interpretaciones apresuradas. Holmes no era sólo un maestro del razonamiento lógico; era, ante todo, un observador agudo del comportamiento humano y un cuestionador incansable. Su éxito radicaba en su rechazo constante a aceptar lo aparente como definitivo.

Cultivar esta mentalidad implica desarrollar ciertas habilidades. Primero, la atención al detalle. Una observación minuciosa revela matices que muchos pasan por alto y que pueden ser decisivos no sólo para entender una situación, sino también para comunicarla con precisión. Detalles ignorados pueden alterar por completo la percepción compartida en una conversación, llevando a malentendidos costosos.

Segundo, es imprescindible adoptar una mentalidad analítica. Ser capaz de examinar información, detectar inconsistencias, identificar vacíos y descomponer lo complejo en elementos comprensibles es una competencia esencial. Comunicar no sólo el resultado de un análisis, sino también el camino recorrido para llegar a una conclusión, fortalece la credibilidad y mejora la comprensión mutua.

Tercero, saber entrevistar o, más ampliamente, saber preguntar. La intención detrás de la pregunta debe ser genuina: un deseo real de entender al otro, de obtener claridad, no de imponer una narrativa. Interrogar no significa presionar. De hecho, la eficacia de una pregunta se multiplica cuando quien la hace sabe escuchar activamente, en silencio, procesando tanto lo verbal como lo no verbal, y reflejando luego su comprensión de manera que el otro pueda confirmar o corregir lo entendido.

A esto se suma la necesidad de adaptabilidad. Un comunicador hábil detecta cuando su estilo de pregunta o enfoque no está produciendo la interacción deseada. Entonces cambia. Pasa, por ejemplo, de preguntas cerradas —que limitan las respuestas a opciones concretas— a preguntas abiertas, que invitan a explorar ideas, emociones, percepciones y experiencias. Mientras las preguntas cerradas recogen datos, las abiertas recogen perspectivas.

Preguntar bien también implica desafiar nuestras suposiciones. Las suposiciones, por definición, son creencias que aceptamos sin haberlas verificado. En la comunicación, las suposiciones incorrectas tienen efectos colaterales profundos. Generan malentendidos, decisiones erróneas y conflictos innecesarios. Un equipo de marketing que asume que las características de un producto siguen siendo las mismas que hace dos semanas puede lanzar campañas equivocadas, desperdiciando recursos y dañando la imagen de marca. Un emprendedor que asume que tener una página web basta para atraer clientes puede malgastar capital sin comprender las dinámicas reales del mercado. En el plano humano, atribuir intenciones sin confirmar hechos deteriora relaciones y crea tensiones difíciles de reparar.

Es fundamental desconfiar de todo aquello que creemos saber pero que no ha sido verificado. La experiencia directa, la observación crítica y la corroboración de los hechos deben estar por encima de lo que otros dicen o lo que asumimos por costumbre. Esta actitud requiere valentía intelectual, porque implica convivir con la duda y el cuestionamiento continuo, pero es la única vía hacia una comunicación verdaderamente efectiva y consciente.

También es esencial entender que la curiosidad no se limita al ámbito profesional. La vida cotidiana ofrece constantes oportunidades para practicarla: desde analizar por qué ciertos procesos domésticos no son eficientes, hasta detener una discusión para indagar con honestidad qué motiva al otro a reaccionar de cierto modo. En todo momento hay una posibilidad de aprender, mejorar y conectar mejor con quienes nos rodean.

Para los lectores, resulta útil comenzar a cuestionar el lenguaje automático que utilizan en sus interacciones, observar con más cuidado las reacciones ajenas, y adoptar una disposición constante a verificar, confirmar y explorar. Lo no dicho, lo implícito, lo aparentemente evidente, puede contener claves decisivas que sólo se revelan a quienes deciden mirar más allá.

¿Cómo liderar eficazmente comunicando con transparencia, curiosidad y empatía?

Actualmente, ya no es suficiente que los líderes simplemente den órdenes o instrucciones sin mayor explicación. Las personas que dirigimos y gestionamos desean conocer el panorama completo y no temen hacer preguntas. Esta evolución en la dinámica no es negativa; al contrario, cuando alguien entiende el motivo detrás de una tarea, se siente más motivado para desempeñarse mejor. Por ello, al comunicar de arriba hacia abajo, es fundamental buscar oportunidades para explicar las razones y el contexto general — cómo lo que se le pide a un subordinado contribuye al éxito del equipo, del proyecto o de la organización. Esta estrategia no solo inspira y motiva, sino que también puede desencadenar discusiones que lleven a formas más innovadoras, efectivas y eficientes de cumplir con los objetivos.

Por ejemplo, si permitimos que los miembros del equipo trabajen remotamente varios días a la semana, pero notamos que la innovación y la cohesión han disminuido, no es recomendable imponer reglas estrictas sin consultar al equipo. En cambio, al convocar una reunión abierta para compartir impresiones, se puede llegar a un consenso sobre la importancia de socializar y colaborar presencialmente para fortalecer la cultura del grupo. Esta apertura permite que los colaboradores entiendan y acepten mejor la necesidad de pasar más tiempo juntos físicamente, reconociendo que la creatividad y el compañerismo se nutren de la interacción espontánea y cercana.

El liderazgo efectivo está marcado por la curiosidad. Un buen líder no asume que posee todas las respuestas ni toda la información relevante. Al comunicarse con subordinados, debe recopilar datos suficientes sobre la situación y mantener una actitud inquisitiva durante la conversación. Por ejemplo, si un miembro del equipo no cumple sus metas de ventas, no es prudente precipitarse a conclusiones o emitir amenazas. En lugar de ello, un enfoque más eficaz es plantear preguntas abiertas que inviten al diálogo y permitan al colaborador expresar dificultades o necesidades específicas, como problemas personales, falta de capacitación o la posibilidad de recibir mentoría. Solo cuando se escucha genuinamente se puede entender la situación real y diseñar una solución adecuada.

Cuando se aborda un problema en la comunicación descendente, es probable que la persona reaccione con defensividad, ya sea a través de excusas o quejas. Un líder debe estar preparado para manejar estas respuestas sin desestimar las preocupaciones legítimas, pues ignorarlas puede cerrar canales de comunicación futuros. Por otro lado, algunas quejas crónicas pueden ser señales de una búsqueda de atención o intentos sutiles de eludir responsabilidades. En esos casos, conviene redirigir la conversación hacia la búsqueda conjunta de soluciones, preguntando por propuestas concretas para superar obstáculos.

Es importante además verificar que tanto líder como subordinado compartan la misma comprensión del problema. Para ello, es útil parafrasear lo expuesto, incluyendo todos los obstáculos mencionados y cualquier otro que el líder considere relevante, y preguntar si algo ha quedado fuera. Este ejercicio asegura una base común antes de avanzar a la exploración de alternativas.

La comunicación lateral, o entre iguales, representa otro desafío particular. En ella, no hay jerarquías ni órdenes claras, sino la necesidad de alcanzar consensos y construir relaciones sólidas. La clave está en buscar soluciones mutuamente beneficiosas, reconociendo que cada parte aporta recursos valiosos: tiempo, conocimientos, habilidades, talentos. La colaboración se basa en el intercambio equitativo y en la creación de valor compartido.

Además de lo expuesto, es esencial que el lector comprenda que la comunicación efectiva en el liderazgo no es un evento puntual sino un proceso dinámico y bidireccional. La transparencia genera confianza, y la confianza fomenta el compromiso y la innovación. Por otra parte, la empatía y la curiosidad no solo facilitan la resolución de problemas, sino que también fortalecen la resiliencia del equipo frente a los cambios y desafíos constantes del entorno laboral. La gestión de las emociones y el reconocimiento de la perspectiva del otro son habilidades tan cruciales como el dominio técnico o estratégico para cualquier líder que aspire a influir positivamente en su organización.