Vivimos en tiempos de cambios profundos, donde las pandemias no solo afectan la salud física, sino también la estructura misma de nuestras sociedades. La lucha contra el fascismo y la necesidad de una democracia socialista surgen como imperativos en una era marcada por la crisis y el autoritarismo. David Harvey señala que "los problemas fundamentales son tan profundos en este momento que no vamos a llegar a ningún lado sin un movimiento anticapitalista muy fuerte". Esta afirmación pone de manifiesto que los desafíos que enfrentan las sociedades autoritarias y neoliberales requieren una visión revolucionaria y una acción radical para transformar el orden mundial.
La pandemia del COVID-19 ha dejado claro algo crucial: es hora de decidir si queremos una sociedad que priorice las necesidades humanas o si nos resignamos a vivir en un mundo gobernado por una lógica de supervivencia del más apto, donde las personas se convierten en piezas desechables dentro de un sistema sin corazón. La escritora Arundhati Roy advirtió sobre el riesgo de que, en nombre de la crisis, se profundice el control autoritario y las medidas fascistas disfrazadas de protección sanitaria. A su juicio, la pregunta es clara: "¿Vamos a caminar dormidos hacia este estado fascista de vigilancia que nos tienen preparado?".
Este es el contexto en el que el historiador Yuval Noah Harari nos recuerda que estamos en una encrucijada: una entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano; y otra entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global. Para Harari, un pueblo bien informado y auto-motivado es más poderoso y efectivo que una población ignorante vigilada por la policía. Así, la lucha por una democracia socialista no solo se trata de justicia económica, sino también de una lucha por los derechos humanos frente a la violencia estatal, el racismo y la injusticia capitalista. La brutalidad policial y el racismo estructural, como se evidenció en los asesinatos de figuras como George Floyd, Breonna Taylor, y otros, muestran que la injusticia económica y la política están intrínsecamente ligadas.
A medida que las protestas masivas contra el racismo y la violencia policial crecían en los Estados Unidos, también lo hacía la resistencia contra la militarización de la sociedad. Los términos bélicos como "estado de guerra", "lanzar un asalto" o "reunir a las tropas" se hicieron comunes en el discurso político frente a la pandemia, normalizando la expansión del capitalismo de vigilancia, el cierre de fronteras y la suspensión de libertades civiles. Este tipo de lenguaje refuerza la lógica bélica, el control social y el autoritarismo, lo que pone en riesgo la democracia y la libertad.
La militarización no es una novedad; ha sido un proceso histórico presente en momentos de crisis, como ocurrió en Europa durante las dos guerras mundiales. Michael Geyer definió la militarización como un "proceso social contradictorio y tenso en el que la sociedad civil se organiza para la producción de violencia". Hoy, en la era de la pandemia, esta definición cobra una nueva relevancia, pues el miedo y la incertidumbre se han utilizado para justificar la militarización de las políticas de salud pública y la vida cotidiana. Los mismos líderes que promovieron la militarización de la pandemia son los que también han alimentado la cultura de la guerra como un medio para defender el statu quo, sin cuestionar los problemas estructurales que han permitido que la crisis de salud se convirtiera en una crisis económica y social.
En los Estados Unidos, la administración Trump ejemplificó cómo la retórica de la guerra puede usarse para dividir y controlar. Al mismo tiempo que la pandemia ponía de manifiesto las deficiencias del sistema de salud y las consecuencias de años de desmantelamiento del estado de bienestar, los poderosos utilizaban el lenguaje de la guerra para desviar la atención de la responsabilidad del gobierno ante la crisis. La pandemia, en este sentido, puso en evidencia los fallos estructurales de un sistema económico y social incapaz de proveer lo esencial a sus ciudadanos más vulnerables.
Este uso del lenguaje bélico, además de desviar la atención, también enmascara las consecuencias devastadoras de décadas de políticas neoliberales. La pandemia no solo ha dejado en claro la precariedad de los sistemas de salud y la desigualdad social, sino que también ha demostrado que el modelo capitalista está profundamente en crisis. Las historias de hospitales desbordados, trabajadores de la salud que se ven obligados a improvisar equipos de protección con materiales de desecho, y la competencia entre estados para conseguir ventiladores, son solo algunos ejemplos de los daños colaterales de un sistema que coloca las ganancias por encima de la vida humana.
El lenguaje de la guerra también se ha utilizado para expandir los intereses del capitalismo global, que busca perpetuar las desigualdades económicas mientras se refuerzan las estructuras de poder político y militar. En lugar de utilizar la ira y la indignación popular para cuestionar estos abusos, la narrativa de la guerra nos incita a centrarnos en la lucha por la "supervivencia" individual y la protección a toda costa, lo que a menudo implica aceptar una mayor vigilancia y control social.
Es esencial reconocer que, además de la lucha contra el fascismo y el neoliberalismo, la pandemia ha mostrado la fragilidad de los sistemas sociales y económicos que creíamos estables. A medida que las políticas de austeridad y privatización han socavado los servicios públicos, el colapso de estos sistemas en momentos de crisis global subraya la necesidad urgente de repensar la forma en que organizamos nuestras sociedades. La solidaridad global, el acceso universal a la salud y la educación, y un modelo económico que priorice el bienestar humano por encima de la ganancia son esenciales para evitar que esta crisis se convierta en una oportunidad más para el avance de los intereses capitalistas.
¿Cómo la pedagogía crítica y pandémica puede transformar la lucha por una sociedad socialista democrática?
En este momento de crisis global, la pedagogía crítica y pandémica se presentan como herramientas fundamentales para repensar y transformar las estructuras de poder dominantes. Este enfoque no solo se encuentra arraigado en la teoría, sino que también es una respuesta urgente a los retos actuales que enfrenta la humanidad. La crisis global que estamos viviendo no es un evento aislado ni temporal, sino una serie de interacciones complejas entre la crisis económica, sanitaria, racial y educativa que tocan todos los aspectos de la vida pública. Si bien la mirada se centra en los Estados Unidos, las lecciones que se pueden extraer de este análisis son universales, ya que el capitalismo globalizado ha generado una crisis multidimensional que afecta tanto al sur como al norte global.
El concepto de pedagogía crítica cobra especial relevancia, pues está estrechamente vinculado a los problemas de agencia, poder, política y justicia. En este contexto, el capitalismo neoliberal no solo ha fallado en abordar las crisis sociales, sino que ha exacerbado las desigualdades existentes, mostrando de manera dramática su incapacidad para enfrentar desafíos tan complejos como la pandemia del COVID-19. La respuesta de este sistema a la crisis sanitaria ha sido trágicamente inadecuada, subyugando la vida humana a la lógica de la rentabilidad. Esta forma de organización social es responsable de la tragedia de millones de vidas perdidas, exacerbando la pobreza y perpetuando el racismo estructural.
En los últimos años, hemos sido testigos del renacer de una política autoritaria, alimentada por una ideología de odio, nacionalismo blanco y militarismo. La pandemia ha revelado de manera inequívoca los límites de un sistema que pone el lucro por encima de las personas, al mismo tiempo que desmantela instituciones esenciales como la salud pública, las cuales han sido destruidas en nombre de la austeridad. En los Estados Unidos, por ejemplo, se ha destinado apenas un 2,5% del presupuesto sanitario al sistema de salud pública, dejando a millones de personas desprotegidas frente a la enfermedad y la muerte.
Este contexto plantea una cuestión fundamental: ¿cómo podemos reinterpretar y reorganizar nuestras vidas y nuestras luchas en una sociedad que se enfrenta a la crisis de la democracia y el ascenso de políticas fascistas? La pedagogía pandémica ofrece una respuesta, pues nos invita a cuestionar las estructuras de poder, a reflexionar críticamente sobre los valores que nos gobiernan y, en última instancia, a reconstruir nuestras sociedades sobre una base de justicia y solidaridad. En lugar de aceptar la normalización del autoritarismo, el racismo y la violencia, debemos construir una educación que desafíe estos principios y que impulse un cambio radical hacia una sociedad democrática socialista.
El pensamiento pedagógico en tiempos de crisis no se limita solo a la educación formal, sino que abarca todas las formas de conocimiento, valores y deseos que se transmiten en la sociedad. En este contexto, las plataformas de medios de comunicación y las instituciones culturales tienen un papel crucial, ya que, en muchas ocasiones, son responsables de la propagación de ideas fascistas y autoritarias. La pedagogía pandémica debe, por lo tanto, ser una herramienta de resistencia que desafié el sentido común impuesto por el capitalismo neoliberal y nos permita recuperar el control de nuestras vidas.
Este proceso de transformación también implica un cambio en las formas de entender la política. En lugar de seguir la lógica de la competencia y la división, es necesario fomentar una política que promueva la cooperación, la equidad y la justicia social. La lucha contra el capitalismo debe ser, ante todo, una lucha por la humanización de la vida pública, por la creación de un mundo donde las necesidades humanas estén por encima de la acumulación de capital.
Por último, es crucial reconocer que la crisis actual no solo es un producto de la pandemia, sino también del legado de décadas de políticas neoliberales. La explotación desenfrenada, la desregulación, la militarización y la racialización de la pobreza son características inherentes a este sistema. No podemos permitir que la crisis se convierta en una catástrofe irreversible. La pandemia, aunque devastadora, ofrece también una oportunidad para repensar nuestra forma de vivir, aprender y resistir, forjando nuevos caminos hacia una sociedad democrática y socialista.
¿Cómo la Desigualdad Estructural Se Profundiza en Tiempos de Pandemia?
La pandemia de COVID-19 reveló la magnitud de la desigualdad estructural existente en muchas sociedades modernas, donde las vidas de algunos son consideradas dignas de ser vividas, mientras que otras son vistas como prescindibles. En este contexto, la desigualdad estructural y el poder corporativo no solo emergen como una injusticia social, sino como una amenaza real para la vida humana, el planeta y la democracia. A pesar de la quiebra del neoliberalismo, que ha atacado los bienes públicos y las redes de seguridad social, el tema de la desigualdad económica sigue siendo desplazado en los medios de comunicación dominantes. Esto ocurre a pesar de que la administración de Trump, en medio de una pandemia descontrolada, no pudo ocultar los fracasos de un estado económico y racial que devastó la sociedad.
Entre estos fracasos se encuentra la incapacidad del gobierno para proporcionar pruebas adecuadas, respiradores y equipos de protección para los trabajadores de la salud y de emergencia, principalmente debido a su negativa a apoyar un plan federal que hubiera invertido de manera significativa en un sistema de salud equitativo, un sistema de bienestar robusto y provisiones sociales cruciales. En cambio, la administración de Trump expandió y profundizó las fuerzas estructurales y políticas que favorecen a los ricos, priorizando la acumulación de grandes beneficios en manos de unos pocos, en lugar de atender las necesidades sociales.
La pedagogía de la pandemia y la política del espectáculo han sido herramientas utilizadas para encubrir esta desigualdad. La crisis de la COVID-19 destapó los costos sociales de la aceleración de la desigualdad durante los últimos cuarenta años, al mismo tiempo que despojaba al gobierno de sus funciones cívicas y sometía a un número creciente de personas a la escasez de viviendas, la discriminación, la supresión del voto, los trabajos mal remunerados y la conversión de las ciudades en zonas de combate. La desigualdad es especialmente visible en la atención médica, que se trata como una mercancía que impone una carga financiera insoportable a millones de personas sin seguro médico o con seguros insuficientes.
Uno de los resultados más notorios del levantamiento pandémico fue la desmaskarización de un ethos neoliberal arraigado en profundas desigualdades, que ya no pueden ser explicadas o ignoradas. Estas desigualdades estuvieron a la vista en el desempleo masivo, la pérdida récord de empleos y una crisis sanitaria sin precedentes en la historia de Estados Unidos. La desigualdad no solo se convirtió en un combustible para un incendio ardiente en medio de la pandemia, sino que sus tácticas inmorales fueron utilizadas en este contexto para ofrecer privilegios a los ricos mediante la transferencia de enormes sumas de "riqueza de la base económica a la cima", profundizando la brecha entre la élite financiera y los pobres.
El neoliberalismo, lejos de huir de la crisis, intenta apropiarse de ella para su propio beneficio, aportando nueva energía a lo que Joseph Schumpeter llamó "destrucción creativa". David Harvey describe cómo la innovación continua puede desvalorizar, e incluso destruir, inversiones pasadas y habilidades laborales, exacerbando la inestabilidad e inseguridad y, finalmente, empujando al capitalismo a crisis periódicas. En este escenario, el capitalismo no utiliza las crisis para abordar sus causas subyacentes y destructivas. Por el contrario, las ve como oportunidades para inventar nuevas formas de apropiarse de ellas, siempre sin preocuparse por las consecuencias morales del capitalismo desmedido, como la contaminación, la desfinanciación de los bienes públicos o la profundización de la desigualdad de ingresos.
En el contexto de la pandemia de COVID-19, la élite financiera y política utilizó la niebla radiactiva de la ansiedad y el miedo masivo para legislar reformas que, en realidad, los beneficiaron a ellos mismos y ampliaron aún más la brecha entre ricos y pobres. Este cambio de política corrupto y poco ético no solo se llevó a cabo a través de leyes como el paquete de estímulo financiero de 2020 en Estados Unidos, sino también mediante una pedagogía pandémica que convenció al público de la legitimidad de esas reformas, a través de una avalancha de propaganda corporativa y de los medios de comunicación convencionales. Lo que se presentó como "sentido común" intentaba persuadir a la población de que reorganizar la sociedad en torno a divisiones de clase y raza tan marcadas era, en última instancia, lo mejor para ellos, cuando en realidad favorecía a la élite financiera, las grandes corporaciones, las casas de inversión y los bancos gigantes.
En este contexto, la desigualdad no solo afianza la brecha social, sino que también empeora las divisiones de clase, raza y género. Las políticas neoliberales son destructivas por naturaleza, ya que se nutren de las carencias y sufrimientos de los más vulnerables, aquellos considerados económicamente improductivos o prescindibles. La desigualdad se convierte en un factor clave para entender las fallas de las infraestructuras sanitarias y las redes de seguridad social, instituciones que fueron sistemáticamente debilitadas por la administración Trump. No fue sino hasta recientemente que los medios de comunicación principales comenzaron a centrar su atención en cómo diversas personas y grupos vivieron la pandemia y sufrieron las consecuencias de manera diferente.
La desigualdad y la pobreza durante la pandemia de COVID-19 han exacerbado la posibilidad de transmisión y muerte para todos, pero especialmente para aquellos que tradicionalmente han sido considerados desechables debido a su clase y marginalización racial. La investigación sugiere que las personas en estratos económicos más bajos tienen más probabilidades de contraer la enfermedad y, también, de morir por ella. Incluso aquellos que permanecen saludables enfrentan la pérdida de ingresos o atención médica debido a las cuarentenas y otras medidas, lo que agrava aún más las dificultades para estas comunidades. A pesar de la falta de respuesta adecuada del gobierno, los medios de comunicación insistieron en cubrir las cifras de desempleo, sin considerar adecuadamente la desigualdad como un factor crucial para entender la pandemia y sus consecuencias.
Es esencial comprender que la desigualdad estructural no solo se manifiesta en una distribución desigual de recursos, sino también en el acceso desigual a la salud, la educación y la seguridad. Las reformas políticas que surgen en tiempos de crisis no son neutrales y, muy a menudo, refuerzan las jerarquías de poder que perpetúan las divisiones sociales. La crisis sanitaria mundial ha puesto de manifiesto cómo los sistemas económicos y políticos pueden ser utilizados para consolidar aún más el poder de las élites, mientras que los sectores más vulnerables de la sociedad continúan pagando el precio más alto.
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