La lucha por la supervivencia en los terrenos más desolados de la Tierra, lejos de la comodidad de los valles bajos y las llanuras protegidas, exige una resistencia implacable. En las regiones más altas, donde el viento golpea sin cesar y las temperaturas pueden ser letales, los animales deben adaptarse o perecer. Un claro ejemplo de esta lucha inclemente se encuentra en los relatos de animales que habitan en el timberline, la línea que marca la transición entre el bosque y la tundra. Este es un lugar donde la vida florece, pero también se enfrenta constantemente a las fuerzas más crueles de la naturaleza.
Un relato que ilustra con crudeza la supervivencia en estos límites es el enfrentamiento de un oso grizzly y un puma, dos de los predadores más formidables de la región. En un día particularmente frío y ventoso, los dos osos, conocidos como silver-tips, subían un estrecho sendero entre las rocas, buscando alimento para la hibernación. A medida que el viento aullaba y la nieve cubría el terreno, la necesidad de encontrar sustento se volvía desesperada. La cosecha de bayas y frutos que solían ser su alimento en esa época había fallado, y los osos se veían obligados a buscar presas más difíciles de capturar.
En ese momento, un viejo puma, uno de los más experimentados cazadores del rango de Sunlight, también había marcado la presencia de un grupo de carneros monteses que bajaban por la cara de la montaña, buscando refugio del viento cortante. Era el tipo de presa rara que un puma podía matar con destreza, pero el desafío no era menor. Después de años de acechar a estos animales, el puma ya había diezmado significativamente la manada de carneros, dejando solo a unos pocos.
Por azar, los caminos del puma y los osos se cruzaron en ese día fatídico. Los carneros, sin saberlo, estaban siendo guiados hacia un encuentro mortal. Los osos, astutos como son, se posicionaron en el sendero por el cual los carneros se deslizaban, aprovechando la cobertura del viento y el terreno. La emboscada fue perfecta: los osos lograron cazar a una hembra de carnero montés que no pudo escapar de su ataque fulminante. La caída del animal y su posterior muerte no solo significaron la victoria para los osos, sino que también marcaron una victoria sobre el puma, que observaba desde arriba, impotente ante el desenlace.
Lo que este relato deja claro es que en estos lugares de extrema supervivencia, cada acción cuenta, cada movimiento se paga con una vida. Los animales, incluso los más formidables, deben compartir un territorio que está limitado tanto por los recursos como por los peligros constantes. La competencia entre depredadores no solo es una cuestión de fuerza, sino también de astucia, paciencia y una comprensión profunda del entorno. La lucha no siempre es solo entre un animal y su presa; a menudo es una batalla contra los propios elementos, la fatiga y el hambre.
Además, es importante notar cómo las estaciones del año influyen en el comportamiento de estos animales. El invierno no solo representa un desafío por las condiciones del clima, sino también una época de escasez. La supervivencia, entonces, no depende solo de la capacidad de cazar o de defenderse, sino de la habilidad para adaptarse a los cambios constantes de la naturaleza. La sabiduría de un animal en la montaña no radica solo en su capacidad de cazar, sino en su conocimiento de cuándo y cómo moverse para evitar el peligro y encontrar los recursos necesarios para sobrevivir.
Por otro lado, la relación entre los diferentes depredadores y presas en estos ecosistemas también debe ser entendida en su contexto. El puma, por ejemplo, no solo caza por hambre, sino también por el dominio de su territorio. En un ecosistema tan dinámico, las presas no solo son alimento, sino también símbolos de control y poder. La interacción entre el puma y los osos refleja cómo, a veces, la competencia no solo es por la supervivencia, sino también por el reconocimiento de quién es el verdadero dominante en el terreno.
Por lo tanto, no solo es importante entender las tácticas de caza de estos animales, sino también la interdependencia y la lucha constante que definen sus vidas. En el timberline, cada ser, desde el más pequeño roedor hasta el gran oso, juega un papel crucial en la red de vida que se desarrolla en las alturas. La interacción entre estas especies crea un equilibrio que, aunque parece brutal y despiadado, es esencial para el mantenimiento del ecosistema.
¿Cómo la geología de la costa chilena revela procesos de elevación y subsistencia del continente?
Al observar las formaciones geológicas de la costa chilena, se hace evidente la influencia de los movimientos tectónicos y la acción del mar sobre el territorio. Las terrazas escalonadas de guijarros, conocidas en algunos estudios como terrazas marinas, son un claro testimonio de la elevación gradual del continente, producto de movimientos sísmicos que han sido frecuentes en la región. Estos elementos geológicos no solo nos hablan de los procesos de denudación y sedimentación, sino también de la interacción continua entre la tierra y el mar a lo largo de milenios.
Las terrazas de guijarros observadas en la región de Coquimbo son uno de los fenómenos más fascinantes. Estas terrazas, que se extienden hacia el mar, están formadas por capas de guijarros y conchas marinas de especies actuales, lo que indica que fueron depositadas por el mar en un periodo relativamente reciente. Este fenómeno ocurre debido a la subida gradual de la tierra, lo cual es corroborado por los cientos de conchas de especies vivas que se encuentran incrustadas en la roca caliza que compone las terrazas. Sin embargo, en algunos puntos, como en Guasco al norte de Coquimbo, la magnitud de estas terrazas es mucho mayor, extendiéndose por varios kilómetros y creando una serie de llanuras elevadas que bordean el valle.
Lo que resulta más interesante es la falta de depósitos fósiles de especies marinas recientes en otras partes del continente, a excepción de estos puntos en la costa chilena. Mientras que la teoría geológica convencional sostiene que la ausencia de estratos fósiles de una determinada época se debe a la existencia de tierra firme en esos momentos, en este caso, no parece ser aplicable. La evidencia de que las costas de Chile y Patagonia han estado sumergidas durante largos periodos es irrefutable, y eso lo demuestran las conchas modernas que descansan sobre la superficie de las terrazas. Este fenómeno sugiere que la tierra ha sido, y sigue siendo, sometida a un proceso de elevación lenta pero continua.
Este lento ascenso de la tierra en el sur de América, que no es exclusivo de Chile, sino que afecta también a otras regiones, se ha traducido en la exposición de formaciones geológicas más antiguas. Un ejemplo claro de esto son las capas de sedimentos de la era terciaria encontradas en Coquimbo, que contienen conchas de especies que ya no existen, lo que refuerza la idea de una larga historia de cambios geológicos en la región. Aunque estas capas de sedimentos no se extienden de forma continua a lo largo de la costa, su presencia a lo largo de grandes distancias —tanto en la costa del Pacífico como en la del Atlántico— indica que un proceso común de subsistencia y elevación ha ocurrido a lo largo de vastas áreas.
Además, este fenómeno geológico tiene implicaciones significativas sobre la forma en que los geólogos interpretan la evolución de las costas. El hecho de que no existan depósitos fosilíferos continuos en ciertas regiones no significa necesariamente que en ese periodo la zona fuera tierra firme. Es más probable que los sedimentos marinos hayan sido levantados y erosionados por la acción de las olas, dificultando la acumulación de capas gruesas y continuas de sedimentos. Esto también explica por qué, en lugares como la Patagonia y el norte de Chile, algunos de estos sedimentos se preservan mejor que en otros lugares donde el proceso de erosión fue más agresivo.
Es esencial comprender que este fenómeno no es un caso aislado, sino que refleja un patrón más amplio de la dinámica de la Tierra, donde el mar y la tierra se influyen mutuamente a través de los movimientos tectónicos y la erosión costera. Así, el estudio de estas terrazas escalonadas no solo nos proporciona una visión de la historia geológica de Chile, sino que también nos invita a reflexionar sobre los procesos naturales que han dado forma a otros continentes y ecosistemas a lo largo de la historia de la Tierra.
En este contexto, la interacción entre los movimientos de elevación y los procesos de erosión marina son fundamentales para comprender la formación y la evolución de las costas en muchas partes del mundo. Sin duda, estos estudios ayudan a esclarecer cómo las grandes formaciones geológicas no solo se forman por un solo proceso, sino por una serie de interacciones complejas a lo largo de miles o incluso millones de años.
¿Qué pasa cuando seguimos un plan sin conocer todos los detalles?
Nada puede hacerse hasta que sepamos dónde está. Eso, mi querido, es lo primero. Y dicho esto, vamos arriba, estoy cansado. Tras besar al niño, se fue a la cama y durmió profundamente. Al amanecer, se levantó temprano, encendió el fuego, como siempre hacía cuando estaba en casa, y, mientras hervía el agua en la tetera, fue a buscar una jarra de agua en el manantial y algo de turba del pequeño montón de heno para el día. Después del desayuno, se dispuso a presentar sus planes al Señor. No tenía dudas de que serían aceptados, pues no veía ninguna alternativa, y en este tipo de asuntos, el Señor generalmente solía coincidir con sus opiniones. Sin embargo, su sorpresa al ver lo que le esperaba en el patio del castillo fue mayúscula. El guardabosques principal estaba sentado en un carro de dos caballos con tres terriers a su lado; frente a él, un labriego con una colección de picos y palas; mientras que el cochero, con las riendas en una mano, metía un saco en el maletero con la otra. "Bueno, bueno", murmuró, mirando desde cerca de las grandes puertas, como si estuviera congelado en el suelo, "¿qué significa todo esto?"
Sabía lo impulsivo que podía ser el Señor, pero nunca imaginó que llegaría a tal locura: preparar una expedición para desenterrar un tejón sin ni siquiera saber dónde se encontraba. Si bien el guardabosques había afirmado haber visto un tejón blanco, su guarida podría estar en cualquier parte dentro de un radio de cuatro millas del "Giant’s Quoit" donde había encontrado huellas, y en esa área, sabía que había al menos una veintena de madrigueras. ¿Era posible que el Señor hubiera dicho algo acerca del tejón? Esos pensamientos pasaban por la mente del "Earthstopper" mientras se quedaba allí, apoyado en su bastón de espino negro, como quien está “aturdido”, mientras los hombres del carro se lanzaban miradas furtivas, preguntándose qué le pasaba.
Había algo que podía hacer, y lo haría, sin importar las consecuencias: ir a ver al Señor y señalar la absurdidad de emprender tal expedición. “¿Hay algo que te pasa, Andrew? ¿No vas a saltar? Son las ocho y cuarto y hemos estado listos desde las ocho y media.” Sin responder al guardabosques, Andrew preguntó, más bien molesto: "¿Dónde está el Señor?" "Se ha ido hace dos horas, y dijo que tú debías seguirlo." Esto hizo que la sangre se le subiera a las mejillas, y por un momento pensó en regresar a casa y olvidarse del asunto. Pero dominó ese impulso, subió al carro sin decir palabra—sus labios demasiado apretados para decir algo—y se sentó al lado del cochero.
Poco después, el carro comenzó a avanzar por un camino rural hacia la carretera de peaje de St. Just. “¿A dónde vas a conducir, cochero?”, dijo Andrew, intentando tantear la situación una vez que pudo hablar. "Mi trabajo es llevarlo a la granja de William Trevaskis, que está bajo el 'Hooting Cairn'." "¿Qué le pasa al Señor para que lo saque tan temprano?" “No sé si te lo pueda decir, pero ten cuidado al hablar con él, está tan excitado que parece que ha perdido un mirlo con una cresta blanca.” Andrew, quien desde que entró en el patio del castillo había supuesto que todo el mundo debía estar al tanto del tejón blanco, ahora habría estado esperanzado de que no fuera el caso, si no fuera por la extraña sonrisa del cochero y la manera algo altanera en que manejaba el látigo. Sin embargo, se guardó sus sospechas para sí mismo, mientras observaba con atención las huellas frescas de un caballo que había galopado a lo largo de un lado del camino esa mañana, y trataba de recordar si alguna vez había visto una madriguera de tejón en el Cairn Kenidzhek.
La realidad es que Andrew sabía mucho menos sobre el Hooting Cairn que sobre cualquier otra colina al oeste de Crobben, ni tampoco podía recordar alguna vez una persecución de zorros en esa zona. Si se tratara de Mulfra, Galver, Sancreed Beacon, Bartinney o Chapel Cairn Brea, habría podido caminar directo a cada madriguera en sus empinadas laderas. Tras casi una hora de viaje, el extraño conjunto de rocas se mostró claramente contra el cielo; minutos después, la cara de la colina apareció, y al pie de ella, la casa de Trevaskis, en el borde de una pequeña zona cultivada, recuperada hace años de las tierras de páramo que se extienden hacia los acantilados del norte. El sol iluminó la pequeña ventana del ático de Shellal, los canales donde había colocado sus trampas y la piscina más allá de la franja de juncos amarillos, que reflejaba las olas de la mar.
Al acercarse, Andrew reconoció al agricultor, vestido con camisa de manga corta. Pero lo que vio le hizo frotarse los ojos: allí estaban, tres, cuatro, cinco mineros al lado del montón de turba; Trevaskis sostenía un hacha en una mano y una pala en la otra; picos y palas apilados ante los mineros; Shellal con dos cubos, que sin duda contenían agua para los terriers; y, por encima de todo, el Squire, que había salido de la casa con un par de pinzas para tejones, jugueteando con la protección. En resumen, una partida completamente equipada para un asalto a la fortaleza de un tejón, y, a juzgar por las risas, una de las más alegres que se pudiera imaginar. Pero el buen humor del Señor, del agricultor y de los mineros no era compartido por el Earthstopper. Las elaboradas preparaciones, así como la alegría, parecían burlarse de él. Preveía que lo que sucediera ese día lo ridiculizaría para siempre en la comunidad. Todo el campo se enteraría de cómo Andrew había guiado al Señor en una absurda persecución tras un tejón blanco, ¡por dios! Y dondequiera que fuera, la gente se burlarían de sus poderes de observación o lo tratarían con compasión silenciosa, según su temperamento. Después de tantos años de servicio fiel, siendo constantemente molestado durante la temporada de caza por los tejones que rompían sus trampas, permitir que lo arrastraran a esta empresa era suficiente para encender su ira y poner en duda su lealtad al Señor.
Si Andrew alguna vez estuvo verdaderamente irritado, era ahora. No se acercaría al Señor, salvo que se lo pidiera. Ante una orden perentoria, se haría el sordo. Sin embargo, a pesar de su furia, no eludiría su deber, por más que lo considerara una tarea inútil. Buscaría hasta la caída de la noche, aunque media docena de chicos riendo lo siguieran todo el camino. Sabía que la madriguera del tejón podría estar en el Cairn Kenidzhek, pero solo había una posibilidad entre cien.
Saltó del carro antes de que llegara al portal donde el Señor lo esperaba, y aprovechó la oportunidad, mientras el Squire hablaba con el guardabosques, para saltar el muro, dirigirse a Trevaskis y preguntarle si conocía alguna madriguera de tejón en la colina. “Nunca tuve negocios allí”, respondió Trevaskis en voz alta, “ni siquiera subo por el día. Dejo el corte de zarzas a Shellal. La madriguera más cercana que conozco está en el campo bajo el Goomp.” Con maldiciones en su mente, Andrew se despidió antes de que la charla terminara y, sin consultar a Shellal, cruzó la calle y comenzó a subir la colina de rocas, lo que para él fue la mejor decisión que podía tomar. Solo mediante un esfuerzo tremendo podría esperar liberar su rabia, y así lo hizo. Seldom había puesto sus músculos y nervios a tal esfuerzo como ese día, buscando en la empinada ladera la guarida del tejón.

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