En este contexto, uno de los desarrollos más interesantes ha sido la introducción del realismo crítico en la economía (Archer et al., 1998; Fleetwood, 1999; Lawson, 1997). Este enfoque postula la existencia de una realidad objetiva que puede ser conocida y descrita, aunque reconoce que todas las afirmaciones de conocimiento son falibles. Los realistas críticos en economía concluyen que la explicación social es posible, pero solo si nos alejamos de la metodología deductiva. Lawson (1997: 36), un defensor importante de esta corriente, establece lo siguiente: “Específicamente, la explicación social, concebida apropiadamente, no es el intento de deducir eventos a partir de un conjunto de condiciones individuales y ‘leyes’ de conjunción constante, sino la identificación e iluminación de las estructuras y/o mecanismos responsables de producir o facilitar los fenómenos sociales de interés”. En contraste, la corriente principal de la economía parece ser extremadamente prescriptiva y restrictiva, con una dependencia cada vez más dogmática y retórica del formalismo matemático como metodología monista (Dow, 2007), lo que, a su vez, va acompañado de una metodología empírica cuantitativa formalista.
Los economistas oficiales siguen un enfoque epistemológico riguroso y científico vinculado al empirismo lógico. Este establece un procedimiento para obtener conocimiento basado en el desarrollo lógico de teorías deductivas, que lleva a la formulación de hipótesis que deben ser comprobadas empíricamente mediante la observación, resultando en una validación (ya sea verificación, falsificación o confirmación) – la metodología hipotético-deductiva. Un resumen de los principales fracasos de la economía dominante que se han destacado es el siguiente: (i) la filosofía de la ciencia de la cual se supone que proviene este enfoque ha sido caricaturizada en una forma singular, cuando en realidad era un cuerpo diverso y contestado de trabajo del cual se podrían aprender lecciones valiosas; (ii) los economistas no siguen realmente su metodología supuesta; (iii) su práctica carece de una ontología explícita, lo que lleva a la falacia epistémica; (iv) el formalismo matemático y la cuantificación no equivalen a rigor científico y pueden reducir la capacidad de avanzar en la comprensión económica; (v) los aspectos cualitativos quedan excluidos; (vi) la teoría deductiva axiomática no tiene relación con la realidad y la verdad de las afirmaciones fundamentales se impone dogmáticamente.
No hay razón para que los economistas ecológicos intenten emular el enfoque dominante, pero como se mostrará a continuación, esto es precisamente lo que ha ocurrido bajo un conjunto erróneo de argumentos que caen bajo el título de ‘pluralismo metodológico’.
A pesar de la importancia de tener fundamentos claros sobre los cuales basar y validar las afirmaciones de conocimiento, y evitar los errores del pasado, la filosofía de la ciencia ha recibido relativamente poca atención en la economía ecológica. En los primeros treinta años de la revista Ecological Economics, una búsqueda por palabras clave/resúmenes/títulos revela solo diez artículos que mencionan ontología y doce sobre epistemología de un total de más de 4,000. Røpke (2005) ha sostenido que la base de conocimiento no está bien estructurada ni sistemáticamente organizada, y que la identidad del campo es débil. Faber (2008: 4) ha lamentado la fragilidad de la economía ecológica, afirmando que "aún no se ha definido un marco teórico o metodología generalmente aceptados". El eclecticismo ha llevado a la aceptación de epistemologías diametralmente opuestas, desde el objetivismo ingenuo hasta el relativismo radical. La economía ecológica ha sido etiquetada tanto como una subdisciplina de la economía neoclásica dominante (Hoepner et al., 2012), en una tradición positivista moderna, como una ciencia postnormal (Silva y Teixeira, 2011), en una tradición constructivista posmoderna. La confusión ha reinado en estas aguas epistemológicas turbias.
Como se explicó en el capítulo 2, la dominación de la economía por parte de la corriente ortodoxa principal condujo a una reacción en contra que dio lugar a la organización de escuelas de pensamiento heterodoxas y a la promoción de la existencia de múltiples teorías y enfoques económicos. La defensa de este pluralismo en la heterodoxia económica se ha aceptado comúnmente como inherentemente buena, pero sin una diferenciación clara entre los temas de aplicación. Es decir, las diferentes formas de pluralismo en la economía son poco distinguibles, y lo que realmente se está recomendando a menudo no está claro. El pluralismo en la educación económica, en la práctica científica (métodos, metodología, epistemología), en las realidades (ontología), los valores, etc., no está suficientemente aclarado. La argumentación errónea ha resultado de la confusión de diferentes significados de pluralismo (como señala Spash, 2021e), lo que ha sido un problema recurrente en la economía ecológica (por ejemplo, Goddard et al., 2019; Levrel y Martinet, 2021; Norgaard, 1989).
Más específicamente, la prevalencia del eclecticismo, promovido bajo la bandera del ‘pluralismo metodológico’, ha creado una actitud de "todo vale", resultando en autocontradicciones. Sus defensores llegan incluso a legitimar la economía ortodoxa como parte de la economía ecológica, mientras que simultáneamente desean excluirla por ser imperialista.
Es fundamental entender que el pluralismo en economía no debe ser entendido de manera general y sin distinciones claras. Es necesario tener en cuenta las implicaciones filosóficas de cada enfoque y reconocer que la simple coexistencia de teorías no siempre implica progreso. La integración de diferentes métodos y enfoques en la economía ecológica debe basarse en un análisis crítico de las estructuras subyacentes y los mecanismos que producen fenómenos sociales, y no en la mera acumulación de teorías dispares. Para evitar la confusión y el eclecticismo, es crucial que los economistas ecológicos desarrollen una identidad teórica coherente y un marco metodológico que se distinga claramente de las tendencias dominantes en la economía convencional.
¿Por qué es necesario repensar las economías actuales y hacia dónde deben dirigirse?
Los sistemas económicos actuales, sobre todo aquellos basados en la lógica de la competencia de mercados y la maximización de la eficiencia, se encuentran profundamente desconectados de las realidades sociales y ecológicas. Aunque estos sistemas se presentan como la mejor forma de asignar recursos y promover el bienestar colectivo, las evidencias demuestran que no solo son inadecuados para describir las economías reales, sino que además resultan peligrosamente engañosos cuando se utilizan como guías para políticas sociales y ambientales (Spash, 2019). A medida que nos alejamos de los modelos convencionales de economía, se hace evidente que no pueden abordar ni la transformación de los sistemas económicos actuales ni los problemas sociales y ambientales que estos generan.
Comprender cómo operan realmente los sistemas económicos actuales es crucial para poder avanzar hacia un modelo más justo y sostenible. La teoría económica dominante ha sido incapaz de reflejar la complejidad y diversidad de las relaciones sociales y económicas reales. Modelos matemáticos deductivos que describen mercados perfectos, con empresas competitivas y consumidores que actúan de forma completamente racional, no tienen cabida en una economía basada en relaciones humanas reales, llenas de imperfecciones, contradicciones y conflictos de valor. Es necesario, por tanto, un enfoque realista que considere a los individuos no como autómatas racionales, sino como seres sociales falibles, cuya conducta está moldeada por valores contradictorios y circunstancias sociales diversas.
El segundo paso hacia una transformación económica implica alterar las relaciones institucionales y sociales que actualmente dominan la producción y el consumo. Esta transformación no es simplemente una cuestión de reajustar precios o modificar algunas políticas superficiales, sino de una reestructuración radical tanto de la infraestructura física como de las estructuras sociales que subyacen en el sistema económico. Luchar contra el cambio climático, por ejemplo, enfrenta una resistencia feroz por parte de aquellos grupos con intereses establecidos en la economía basada en los combustibles fósiles. Sin embargo, el cambio climático es solo uno de los muchos problemas ambientales generados por los humanos, como la contaminación radiactiva, los microplásticos, los desechos tóxicos y el ruido. Estos problemas son síntomas de un sistema económico y social que ha sido diseñado para externalizar costos hacia el medio ambiente y las comunidades más vulnerables.
El tercer aspecto fundamental de esta transformación es la necesidad de visiones alternativas que ofrezcan un modelo más armonioso y equilibrado de relaciones sociales, ecológicas y económicas. Estas visiones, que no deben basarse en los paradigmas actuales de crecimiento infinito, materialismo y avances tecnológicos sin fin, deben considerar a la naturaleza no solo como un recurso para la explotación humana, sino como un ente con valor intrínseco y autonomía. Las visiones utópicas científicas y realistas ofrecen un camino inspirador hacia el futuro, uno que no se limite a los sueños de riqueza material interminable, sino que busque el bien común y el respeto por los límites planetarios. Estas visiones deben ser parte integral de la agenda de investigación y desarrollo de políticas públicas.
El concepto de metabolismo social, utilizado en la economía ecológica, ofrece una clave para entender cómo los sistemas humanos dependen de los flujos de materiales y energía. Al igual que un organismo biológico, las sociedades humanas necesitan mantener un equilibrio en el uso de estos recursos. Las sociedades tradicionales, en su mayoría, dependían del flujo de energía solar y de la utilización de recursos naturales de manera más local y menos intensiva, mientras que las economías industriales modernas están construidas sobre el uso intensivo de minerales concentrados y combustibles fósiles. Esta dependencia de fuentes de baja entropía y energía ha creado un sistema económico insostenible que, más allá de la producción y el consumo, también ha transformado las relaciones sociales, creando una desconexión profunda entre los seres humanos y la naturaleza.
Una de las principales lecciones que debemos aprender es que las economías no capitalistas, como las economías tradicionales o las economías comunitarias, existen y desempeñan un papel crucial en la reproducción de las sociedades modernas. Sin embargo, estos sistemas han sido sistemáticamente destruidos en nombre del desarrollo y la modernización, como parte de un proceso colonial que ha erosionado las formas de vida sustentables que alguna vez existieron en muchas partes del mundo. Este fenómeno se ve claramente en las críticas al desarrollo, que señalan cómo las políticas de crecimiento económico han relegado a las economías tradicionales a la invisibilidad, ignorando sus contribuciones valiosas tanto en términos de sostenibilidad como de bienestar social.
Para avanzar hacia una transformación social y ecológica significativa, es necesario reconocer la validez de estas economías alternativas y promover su revalorización. Debemos mirar más allá de las soluciones superficiales y temporales que ofrecen los modelos de crecimiento continuo y pensar en formas de vivir que no solo sean sostenibles, sino que también fomenten la cooperación, la solidaridad y el respeto por todos los seres vivos. El cambio económico y social no es solo una cuestión de transformar las instituciones y la infraestructura física, sino también de cambiar las mentalidades, los valores y las relaciones de poder que actualmente dominan nuestras sociedades.

Deutsch
Francais
Nederlands
Svenska
Norsk
Dansk
Suomi
Espanol
Italiano
Portugues
Magyar
Polski
Cestina
Русский