La política de resentimiento ha sido un motor fundamental en la configuración del panorama político estadounidense desde la mitad del siglo XX hasta la actualidad. Este fenómeno, que puede parecer un mero sentimiento de descontento social, es, en realidad, una poderosa herramienta movilizadora que ha permitido a diversos actores políticos consolidar y expandir su influencia. Es crucial entender cómo este tipo de política ha evolucionado, cómo ha sido explotada por diferentes movimientos y cómo ha transformado las estructuras del poder en Estados Unidos.

El concepto de "política de resentimiento" no es nuevo. En los años 60 y 70, un creciente sentimiento de desconfianza hacia las élites políticas y culturales sentó las bases para la creación de lo que hoy conocemos como la "Nueva Derecha". Estos movimientos aprovecharon el descontento popular por las reformas sociales y los cambios económicos, especialmente en las clases medias y bajas. La respuesta a las políticas progresistas de la década de 1960 y 1970, como la ampliación de los derechos civiles y el surgimiento del feminismo y los movimientos por los derechos de los homosexuales, fue un rechazo visceral hacia lo que muchos veían como una amenaza a los valores tradicionales.

El discurso de la "guerra cultural", promovido por figuras como Phyllis Schlafly y otros líderes conservadores, aprovechó el miedo y la frustración que sentían muchos estadounidenses ante el cambio. Al mismo tiempo, el resurgimiento del conservadurismo religioso dio un nuevo impulso a la derecha, que comenzó a asociarse estrechamente con la defensa de la moral cristiana y la lucha contra el laicismo en la política. Estos movimientos, aunque inicialmente marginales, lograron consolidarse en las últimas décadas gracias a un uso astuto de los medios de comunicación y, más tarde, a la consolidación de las plataformas digitales.

Uno de los episodios más emblemáticos de este fenómeno fue la candidatura de Ronald Reagan en los años 80. Reagan, quien se presentó como un hombre del pueblo frente a las élites liberales de Washington, utilizó la política de resentimiento de manera magistral. Con su retórica, logró movilizar a amplios sectores de la clase trabajadora y a aquellos que se sentían desplazados por los cambios económicos y sociales de la postguerra. A través de su discurso, Reagan no solo apelaba a los intereses económicos, sino también a los valores culturales y familiares que muchos consideraban perdidos.

En el siglo XXI, la política de resentimiento tomó nuevas formas con el ascenso del Tea Party y, más tarde, con la candidatura y presidencia de Donald Trump. Trump, al igual que Reagan, supo aprovechar el descontento popular, aunque con un enfoque mucho más radical. Su discurso se centró en la idea de un "establishment" corrupto que estaba destruyendo el país, y ofreció una retórica abrasiva que polarizó aún más a la sociedad estadounidense. La promesa de "hacer grande a América otra vez" apeló a aquellos que sentían que habían sido dejados atrás por la globalización y la inmigración, utilizando un lenguaje de división y enfrentamiento que resonó especialmente en los sectores más conservadores.

Este tipo de política no solo se basa en las diferencias económicas, sino que también juega con identidades culturales y sociales. A lo largo de las últimas décadas, se ha fortalecido la idea de que hay un "nosotros" y un "ellos": los estadounidenses "verdaderos" frente a las élites cosmopolitas, los inmigrantes y las minorías. Esta narrativa ha sido alimentada por medios de comunicación de tendencia conservadora, que presentan a los opositores como una amenaza a la seguridad y a la identidad nacional. Este proceso de creación de "enemigos comunes" no solo ha afectado a las instituciones políticas, sino también a las relaciones sociales dentro de la misma sociedad estadounidense.

Es fundamental también entender que la política de resentimiento no siempre ha tenido el mismo grado de éxito en todos los sectores sociales. En el caso de la derecha cristiana, por ejemplo, su capacidad de movilización estuvo inicialmente vinculada a una postura moralista que se opuso a las políticas de derechos civiles y las reformas sociales. Sin embargo, con el tiempo, las cuestiones económicas empezaron a jugar un papel cada vez más central, lo que llevó a la derecha a adoptar un discurso populista que apelaba a las frustraciones de los votantes de clase trabajadora.

Otro punto clave en este análisis es la relación entre la política de resentimiento y el uso de los medios de comunicación. La televisión y, más recientemente, las redes sociales, han sido herramientas fundamentales para la expansión de este discurso. Los programas de radio de figuras como Rush Limbaugh o los programas de Fox News crearon una nueva forma de informar, que no solo presentaba noticias, sino que también ofrecía un espacio para el desahogo y la reafirmación de los resentimientos. Esta dinámica ha permitido que las narrativas conservadoras se mantengan vivas y relevantes en la conversación pública, incluso cuando se alejan de los hechos verificables.

Lo que es crucial para comprender este fenómeno es que la política de resentimiento no es solo un rasgo de la derecha estadounidense. En muchos sentidos, esta política ha sido un reflejo de la polarización y el enfado generalizado que se ha desarrollado en todo el mundo occidental. Las economías neoliberales y las crecientes desigualdades han generado un caldo de cultivo perfecto para el resentimiento, y los movimientos populistas han sabido aprovecharlo. En este sentido, la política de resentimiento no solo ha transformado la derecha estadounidense, sino también las dinámicas políticas globales.

La política de resentimiento es también una de las principales razones por las cuales las divisiones dentro de la sociedad estadounidense siguen siendo tan profundas. No se trata solo de desacuerdos sobre políticas públicas, sino de una disputa sobre quién tiene el derecho a definir lo que es "América" y qué valores deben prevalecer. La retórica de la derecha, alimentada por el resentimiento, ha logrado imponer su visión de una nación que se ve amenazada tanto interna como externamente, una visión que, aunque no siempre coherente con la realidad, ha ganado una fuerte base de apoyo entre amplios sectores de la población.

¿Cómo Ronald Reagan Convirtió el Extremismo en una Forma Aceptable de Política?

La figura de Ronald Reagan es, por mucho, una de las más influyentes y complejas de la historia política de Estados Unidos, especialmente en su ascenso dentro del Partido Republicano durante la década de 1960. Su éxito radica en su capacidad para fusionar el extremismo de la derecha con una imagen de fortaleza y optimismo, distanciándose, al mismo tiempo, de las etiquetas que habían marcado a otros personajes como Barry Goldwater. Aunque sus raíces eran profundamente extremas, Reagan logró presentar una versión más moderada que sedujo a un amplio espectro de votantes. La estrategia que utilizó y las circunstancias sociales y políticas de la época le permitieron capitalizar las tensiones de la sociedad estadounidense, transformando la percepción del extremismo en algo viable políticamente.

Reagan había comenzado su carrera en un entorno lleno de personajes radicales. Entre sus aliados se encontraba el pastor McBirnie, quien se había visto envuelto en varios escándalos políticos y sociales, y quien, aunque nunca se consideró un miembro formal de la sociedad John Birch, compartía con Reagan muchos de sus puntos de vista sobre el comunismo y el socialismo. McBirnie, que había sido forzado a dimitir como pastor en 1959 por un escándalo de adulterio, se convirtió en un crítico feroz de lo que consideraba una sociedad estadounidense cada vez más dominada por el comunismo. Desde el control de los derechos civiles hasta la legalización de la marihuana, McBirnie veía en todo ello un signo de la corrupción que la ideología comunista había sembrado en la nación. Reagan, por su parte, nunca hizo alarde de sus vínculos con los personajes más extremos, pero su retórica se nutría de sus opiniones y, en gran medida, de la paranoia que impregnaba el pensamiento conservador de la época.

El aspecto más interesante de su ascenso fue la habilidad que mostró para neutralizar el extremismo a su alrededor. Reagan no se dedicó a abrazar abiertamente las ideas más radicales, como hizo Goldwater, sino que, con su carisma y su popularidad como actor de Hollywood, logró transformar sus opiniones más extremas en un mensaje de esperanza, fuerza y unidad. Fue capaz de presentar un país dividido, sumido en el caos de los disturbios y las protestas, como una nación que necesitaba ser guiada de nuevo hacia la tranquilidad y el orden. Así, Reagan, quien tenía un pie en el ala más radical de la derecha, logró proyectar una imagen de sensatez y de “sentido común” que atrajo a millones de votantes.

Este fenómeno se consolidó en su victoria en las elecciones de 1966, donde, con la ayuda de un poderoso grupo de asesores y psicólogos del comportamiento, logró forjar una coalición que unía a los trabajadores blancos, los votantes de sindicatos, y a los conservadores y extremistas de la derecha. Su victoria no solo significó un cambio en California, sino que inauguró un nuevo camino para el Partido Republicano, al menos en términos de su imagen pública. A diferencia de Goldwater, quien fue percibido como un extremista, Reagan logró suavizar ese radicalismo mediante su imagen de líder fuerte y confiable.

A pesar de su asociación con los sectores más radicales de la política estadounidense, Reagan consiguió hacer que el extremismo fuera más aceptable para el público en general. Utilizó su estatus de estrella de cine y su habilidad para conectar con las masas para disfrazar su pasado y sus conexiones con el ala más extrema. En lugar de promover el miedo o la histeria, como muchos de sus contemporáneos, Reagan optó por un enfoque más optimista, prometiendo un futuro más brillante al retroceder en el tiempo hacia lo que él veía como los “buenos viejos tiempos”.

El impacto de su victoria en las elecciones no solo transformó su propio destino político, sino que también marcó un hito en la historia del Partido Republicano. La llegada de Reagan representó un cambio crucial: el Partido Republicano ya no era percibido como un bastión de extremistas. La habilidad de Reagan para gestionar y transformar las visiones radicales de su partido permitió al conservadurismo asumir una forma más amigable y menos polarizadora. La vieja percepción de que el Partido Republicano estaba lleno de fanáticos y paranoicos comenzó a desvanecerse, dando paso a una imagen más profesional y unificada.

Más allá de las tácticas políticas de Reagan, es crucial entender el contexto social y político en el que este ascenso ocurrió. Durante la década de 1960, Estados Unidos vivía una época de profundos cambios. El país se encontraba sumido en protestas y disturbios civiles, alimentados por el descontento social, racial y político. El movimiento por los derechos civiles, las protestas contra la guerra de Vietnam, la lucha por la igualdad de género, y la revuelta juvenil contra el orden establecido, creaban un clima de agitación constante. En este contexto, las promesas de restaurar el orden y el respeto por los valores tradicionales, ofrecidas por Reagan, fueron recibidas con gran entusiasmo por aquellos que sentían que su país estaba perdiendo su rumbo.

El triunfo de Reagan en California y su posterior ascenso al poder no fueron casualidades. Su habilidad para canalizar las tensiones y temores de la sociedad, y transformarlas en una plataforma política viable, le permitió convertir lo que podría haber sido una postura marginal en una victoria electoral decisiva. La relación entre Reagan y la derecha radical es compleja: si bien se distanció de la etiqueta de extremista, nunca renunció a las ideas que sustentaban esa etiqueta. Fue precisamente este equilibrio el que lo convirtió en un líder político excepcional, capaz de navegar las aguas turbulentas de la política estadounidense sin ser devorado por ellas.

¿Cómo la Guerra Fría y la Caza de Brujas Definieron la Política de la Postguerra en Estados Unidos?

La lucha política en la postguerra de Estados Unidos fue marcada por un fuerte enfrentamiento entre dos fuerzas ideológicas: el comunismo y el "americanismo". La Segunda Guerra Mundial había dejado un vacío de poder y una crisis de identidad, donde los demócratas del sur y los republicanos encontraron terreno común en su lucha contra la expansión de los derechos civiles y las reformas económicas del New Deal. Juntos, bloquearon la legislación sobre derechos civiles y la expansión del sistema de bienestar, al tiempo que desmantelaron leyes laborales que favorecían a los trabajadores, favoreciendo en cambio los intereses corporativos.

En este contexto, los republicanos, liderados por figuras como Richard Nixon, intensificaron la caza de "subversivos" bajo el manto del anticomunismo. La Comisión de Actividades Antiestadounidenses, conocida como HUAC, se convirtió en el principal vehículo para esta cruzada, especialmente en su investigación sobre la influencia comunista en Hollywood. Durante una de sus audiencias, el actor Ronald Reagan testificó en contra del comunismo, pero hizo una advertencia crucial: no permitir que el miedo o el resentimiento contra los comunistas llevaran a los estadounidenses a comprometer sus principios democráticos. Sin embargo, el temor comenzaba a ser la herramienta política de los republicanos, y más tarde lo sería también de Reagan, quien, en su futuro liderazgo del partido, haría del miedo una parte central de su retórica.

El ascenso de Nixon es inseparable de la campaña anticomunista. Fue un joven republicano que ganó notoriedad en el caso de Alger Hiss, un exfuncionario del Departamento de Estado acusado de espionaje. La acusación de Hiss, aunque negada vehementemente por él, sirvió para consolidar la narrativa republicana de una amenaza interna en los Estados Unidos, alimentando la creciente paranoia sobre la infiltración comunista tanto dentro del gobierno como en la sociedad. Nixon, aprovechando el clima de miedo, se convirtió en una estrella política, y su habilidad para generar sospecha sobre las instituciones democráticas sentó las bases para su carrera posterior.

No obstante, aunque la retórica anticomunista parecía ganar terreno, las elecciones presidenciales de 1948 revelaron la incapacidad de los republicanos para capitalizar plenamente este miedo. A pesar de una división interna en el Partido Demócrata, los republicanos, liderados nuevamente por Thomas Dewey, no pudieron derrotar al presidente Truman. Dewey optó por una campaña moderada que no atacó suficientemente el New Deal, y su falta de agresividad en los temas clave, como la seguridad social y la salud, fue vista como un error estratégico por parte de muchos conservadores.

Sin embargo, los acontecimientos internacionales en la década de 1950 proporcionaron un nuevo contexto para la lucha interna en Estados Unidos. En 1949, la Unión Soviética probó su primera bomba atómica, lo que terminó con el monopolio nuclear estadounidense, y la victoria de los comunistas en China marcó la expansión del comunismo en Asia. Estas derrotas estratégicas provocaron una creciente ansiedad en el pueblo estadounidense, exacerbada por la captura de Klaus Fuchs, un físico británico que había trabajado en el Proyecto Manhattan y que fue arrestado por espiar para los soviéticos. Estos eventos crearon un clima de paranoia en el que muchos vieron a los comunistas no solo como una amenaza externa, sino como un enemigo que ya había penetrado las instituciones americanas.

Es en este contexto que la figura de Joe McCarthy comenzó a tomar protagonismo. En 1950, McCarthy, un senador republicano de Wisconsin, acusó públicamente al gobierno de Truman de estar infiltrado por comunistas, presentando una lista de 205 personas que, según él, trabajaban para el gobierno de Estados Unidos siendo miembros del Partido Comunista. Aunque esta lista resultó ser falsa, McCarthy supo explotar el miedo colectivo al presentar a los comunistas como una amenaza interna. Su discurso no era solo una denuncia de una ideología extranjera, sino una acusación directa contra las elites estadounidenses, que, según él, traicionaban los intereses del país.

La estrategia de McCarthy fue simple pero efectiva: construir una narrativa en la que el verdadero enemigo no estaba en el extranjero, sino en el interior, entre las figuras de poder que, de acuerdo con McCarthy, habían recibido los beneficios de la nación para luego traicionarla. Este discurso apelaba a un sentimiento profundo de desconfianza hacia el gobierno y hacia los poderosos. A pesar de que su lista era falsa, McCarthy logró captar la atención nacional y creó un clima de miedo y desinformación que se prolongaría durante años.

Este período de la historia estadounidense es crucial para entender cómo la política de miedo y la polarización ideológica se entrelazaron para moldear el futuro del país. La narrativa anticomunista no solo afectó las relaciones internacionales de Estados Unidos, sino que también configuró el escenario interno de la política. La paranoia sobre los enemigos internos se convirtió en una herramienta política poderosa, que permitió a figuras como Nixon y McCarthy consolidar su influencia en la política estadounidense durante los años posteriores.

Es fundamental comprender que, además de la constante amenaza externa, el miedo a los enemigos internos jugó un papel central en la definición de la política estadounidense de la época. La lucha contra el comunismo no solo se libraba en el campo internacional, sino también en el corazón mismo del país. Este clima de miedo y sospecha sigue siendo una referencia importante para entender las dinámicas políticas actuales, donde la retórica del "enemigo interno" y la polarización ideológica continúan siendo herramientas poderosas en la lucha por el poder.