Existen varios factores que influyen en la motivación de los estudiantes, y uno de los más relevantes es la relación entre sus metas personales y las metas que los profesores esperan que alcancen. En ocasiones, los estudiantes tienen objetivos que pueden entrar en conflicto con los de los instructores. Un ejemplo claro de esto son los objetivos evitadores del trabajo. Este tipo de metas refleja el deseo de completar las tareas lo más rápido posible y con el mínimo esfuerzo, lo cual genera desinterés por el aprendizaje, y lleva a que los estudiantes se muestren desmotivados o desvinculados. Sin embargo, es importante recordar que estos objetivos evitadores pueden ser contextuales, lo que significa que un estudiante que trabaja intensamente en una área específica puede mostrar una actitud diferente hacia otras asignaturas. Por ejemplo, un estudiante de ingeniería puede mostrar poco interés por una clase de Filosofía Continental si no comprende cómo el conocimiento adquirido en ese curso se aplica a su desarrollo profesional. No obstante, si logra ver la relación entre el estudio de la filosofía y su futuro como ingeniero, su motivación puede aumentar considerablemente.

Cuando las metas de los estudiantes se alinean con las del profesor, se pueden generar situaciones de aprendizaje muy efectivas. Si, en el ejemplo anterior, el estudiante de ingeniería se da cuenta de que desarrollar y presentar un argumento lógico es una habilidad valiosa también en su campo (como defender una elección de diseño ante un cliente), tanto sus metas como las del profesor estarían mucho más cercanas, creando una situación motivacional muy poderosa. El poder de esta alineación de objetivos radica en el refuerzo mutuo de metas que, a su vez, potencia la motivación para alcanzar los resultados deseados.

Además, si una actividad puede satisfacer múltiples objetivos, la motivación para participar en ella tiende a ser mayor. Esto se observa en diversas situaciones en las que los estudiantes no solo buscan aprender, sino también interactuar socialmente o disfrutar de un momento placentero. Por ejemplo, en un curso de diseño industrial, si una estudiante tiene el objetivo de aprender principios fundamentales de diseño, hacer amigos y participar en una actividad estimulante, trabajar en grupo le permitirá cumplir con estos tres objetivos simultáneamente, aumentando su motivación para participar activamente en la tarea. Investigaciones han demostrado que los estudiantes con metas de diferente tipo suelen tener un rendimiento superior a aquellos que se centran solo en una meta específica.

Sin embargo, no es raro que los estudiantes tengan objetivos contradictorios. Un estudiante puede tener la meta de hacerlo bien en un examen de psicología, pero al mismo tiempo estar interesado en asistir a una reunión de deportes intramuros. Además, puede tener el objetivo de mantenerse saludable y, al sentirse mal, optar por irse a la cama en lugar de asistir a cualquiera de los eventos anteriores. En situaciones como estas, los estudiantes eligen la meta que perciben como más importante. La interacción entre el valor subjetivo de las metas y las expectativas de éxito tiene un papel fundamental en la decisión final del estudiante.

El valor subjetivo de un objetivo, es decir, la importancia que el estudiante le atribuye, es uno de los elementos clave que influye en la motivación. Los estudiantes se sienten más motivados a perseguir aquellos objetivos que consideran de mayor valor. Este valor puede derivarse de varias fuentes. Una de ellas es el valor de logro, que se refiere a la satisfacción que uno experimenta al alcanzar una meta o completar una tarea. Esto puede ser evidente en estudiantes que disfrutan resolver problemas complejos o en aquellos que se sienten realizados al lograr un avance significativo en una habilidad específica.

Otra fuente importante es el valor intrínseco, que está relacionado con la satisfacción que se obtiene simplemente al realizar una tarea, sin importar los resultados concretos de la misma. Los estudiantes motivados por el valor intrínseco pueden estar profundamente interesados en una actividad por lo que representa, independientemente de la recompensa externa que puedan recibir. Este tipo de valor se observa con frecuencia en estudiantes que se entregan con pasión a su disciplina, ya sea por amor al conocimiento o por el placer de crear algo nuevo, como es el caso de los programadores o diseñadores.

Finalmente, el valor instrumental se refiere a la utilidad de una tarea o meta para alcanzar objetivos más amplios, como obtener un buen salario o lograr un reconocimiento público. Los estudiantes que buscan beneficios tangibles a través de sus estudios, como un empleo prestigioso o un sueldo alto, están motivados principalmente por el valor instrumental de sus acciones. Este tipo de valor se ve claramente en estudiantes que se enfocan en carreras que les proporcionarán recompensas materiales o estatus social.

A menudo, estas fuentes de valor no son exclusivas, sino que se combinan. Por ejemplo, un estudiante de biología podría encontrar valor en resolver problemas complejos (valor de logro), disfrutar investigando procesos biológicos (valor intrínseco), y buscar mejorar sus posibilidades de ingresar a una escuela de medicina (valor instrumental). Estas fuentes no se excluyen, sino que se refuerzan entre sí, lo que hace que la motivación del estudiante se multiplique. Incluso una tarea que inicialmente solo tiene un valor instrumental puede convertirse en algo de valor intrínseco a medida que el estudiante se familiariza con el contenido y desarrolla competencia en esa área.

En resumen, los estudiantes son motivados por una compleja interacción de metas, valores y expectativas. Para fomentar un entorno de aprendizaje productivo, es esencial que los profesores comprendan cómo las metas de los estudiantes se alinean o entran en conflicto con las metas académicas, y cómo estas influencias afectan la motivación. Por tanto, las tareas que aborden múltiples objetivos y que ofrezcan tanto un valor intrínseco como instrumental son más propensas a aumentar la motivación y el compromiso de los estudiantes. Esto refuerza la necesidad de crear un contexto de aprendizaje que no solo sea intelectualmente desafiante, sino también relevante para los intereses y aspiraciones de los estudiantes.

¿Cómo afectan la práctica y el feedback a la efectividad del aprendizaje?

El desarrollo, que define el nivel óptimo de desafío para el aprendizaje de un estudiante, se refiere a una tarea que este no puede realizar con éxito por sí mismo, pero que podría lograr con cierta ayuda de otra persona o grupo. Un estudio de investigación realizado por Palincsar y Brown (1984) mostró el éxito de este enfoque para ayudar a los estudiantes a aprender a leer textos de forma activa, en lugar de pasiva. En particular, los investigadores crearon un protocolo para que parejas de estudiantes lo siguieran, donde se alternaban entre los roles de maestro y estudiante. El "maestro" le hacía al "estudiante" una serie de preguntas diseñadas para ejercitar cuatro habilidades estratégicas clave de la lectura activa: cuestionar, aclarar, resumir y predecir. Los investigadores encontraron que, cuando las habilidades de lectura activa se apoyaban explícitamente de esta manera, la comprensión general de los estudiantes y su retención mejoraban notablemente.

El apoyo instruccional no necesita provenir directamente de otra persona para ser útil. Por ejemplo, Bereiter y Scardamalia desarrollaron un conjunto de indicaciones escritas para ayudar a los estudiantes de escritura a enfocarse en dos etapas a menudo descuidadas del proceso de escritura: la planificación y la revisión. Dado que los estudiantes no se involucraban de forma natural en estas dos etapas por sí mismos, seguir las indicaciones les permitió redirigir su atención y esfuerzo hacia (a) generar, refinar y elaborar sus ideas, y (b) evaluar su propia escritura, diagnosticar problemas y decidir qué revisar. Como resultado, el proceso de escritura de los estudiantes y su producto mostraron mejoras significativas, incluido un aumento diez veces mayor en la frecuencia de las revisiones a nivel de ideas (Bereiter & Scardamalia, 1987). Estos resultados de investigación sugieren que si el profesor Strait hubiera empleado varios tipos de andamiajes instruccionales para apoyar a sus estudiantes en la realización de sus presentaciones finales, probablemente habrían aprovechado su tiempo de práctica de manera más efectiva, aprendido más de él y cumplido con sus expectativas.

Un beneficio adicional de encontrar el nivel adecuado de desafío en la práctica de los estudiantes es que puede ayudar a los estudiantes a mantenerse motivados para sostener su esfuerzo. Por ejemplo, si el desafío es demasiado grande, los aprendices pueden tener una expectativa negativa de éxito, lo que puede llevar a que se desconecten y se vuelvan apáticos. En cambio, si los estudiantes sienten que el desafío es razonable, es probable que mantengan una expectativa positiva de éxito que aumentará su tendencia a perseverar y trabajar arduamente por alcanzar la meta. Finalmente, realizar una tarea que esté en el nivel adecuado de desafío para el conocimiento y las habilidades de una persona es uno de los principales predictores del estado de flujo, aquel estado de consciencia en el que una persona está completamente absorbida en una tarea y experimenta un disfrute profundo de ella (Csikszentmihalyi, 1991).

El tiempo dedicado a la práctica, además de identificar las dos características que hacen que la práctica sea más productiva —la orientación a metas y el desafío apropiado— subraya también la importancia de la cantidad de tiempo que se invierte en la tarea. Es decir, incluso si los estudiantes participan en una práctica de alta calidad, todavía necesitan una cantidad suficiente de práctica para que los beneficios se acumulen (Healy, Clawson & McNamara, 1993; Martin, Klein & Sullivan, 2007). La idea de que los beneficios de la práctica se acumulan gradualmente puede parecer obvia, pero las limitaciones prácticas de tiempo y recursos a menudo hacen que los profesores pasen rápidamente de un concepto a otro o de una habilidad a otra, dando a los estudiantes solo una oportunidad de practicar cada uno. Por ejemplo, el profesor Cox está exponiendo a sus estudiantes a varios géneros, pero esto ocurre a costa de darles solo una oportunidad para desarrollar sus habilidades en cada uno de los géneros asignados. Si su objetivo es simplemente exponer a los estudiantes a los tres géneros diferentes, sin esperar que dominen ninguno de ellos, entonces el diseño de sus actividades es apropiado. Pero si su meta es que los estudiantes, al final del curso, sean capaces de escribir en cada uno de los tres géneros a nivel profesional, entonces necesitarán más tiempo dedicado a la práctica.

En términos generales, tanto los profesores como los estudiantes subestiman la necesidad de la práctica. Los estudiantes a menudo suponen que cuando pueden realizar una tarea una vez en un contexto, su conocimiento está asegurado, cuando en realidad es mucho más difícil que eso (ver Capítulo Cuatro). Se necesita mucho más que una sola prueba para aprender algo nuevo, especialmente si el objetivo es que ese nuevo conocimiento se conserve a través del tiempo y se transfiera a nuevos contextos.

Aunque es cierto que los beneficios de la práctica se acumulan gradualmente, es importante notar que el conocimiento o las habilidades obtenidas a través de una cantidad determinada de práctica a menudo dependen de la fase en la que el estudiante se encuentre en su proceso de aprendizaje. Como se indica en la Figura 5.2, las primeras y últimas fases del aprendizaje suelen mostrar un efecto relativamente pequeño de la práctica en comparación con la fase intermedia. Estas porciones más planas en ambos extremos de la curva tienden a ocurrir por dos razones. La primera es que las medidas que los estudiantes suelen usar para monitorear su aprendizaje, como la precisión, tienden a ser menos sensibles en los extremos. Por lo tanto, aunque el aprendizaje pueda estar ocurriendo, los estudiantes no ven evidencia del cambio y, en consecuencia, sienten que están en una meseta. Por ejemplo, considere un estudiante que acaba de comenzar a aprender a tocar el violín. Aunque este estudiante puede estar mejorando de varias maneras (mejor recuerdo de las posiciones de los dedos para las diferentes notas, mayor precisión en la colocación del arco), el sonido producido puede ser tan pobre que las mejoras son difíciles de detectar. O imagine a un estudiante que aprende a programar en un nuevo lenguaje de programación. Al principio, el estudiante puede cometer tantos errores en la sintaxis de programación que resulta difícil discernir que está formulando algoritmos cada vez mejores.

Una falta similar de sensibilidad hacia el rendimiento cambiante tiende a ocurrir en la fase avanzada del aprendizaje porque, en esta etapa, los estudiantes han logrado refinar tanto su desempeño que ya no perciben los cambios, o estos cambios ocurren en aspectos del rendimiento que no están prestando atención. Por ejemplo, los estudiantes avanzados pueden no reconocer que realmente han mejorado en su capacidad para completar tareas más rápidamente y con menos esfuerzo que antes, o pueden no darse cuenta de que ahora son capaces de reflexionar sobre sus propios procesos mientras completan tareas complejas. Así, debido a este fenómeno en las fases tempranas y tardías del aprendizaje, es aún más importante que los instructores resalten a los estudiantes cómo está cambiando su rendimiento o que proporcionen metas y criterios más refinados para que los estudiantes puedan notar que están mejorando.

Una segunda razón por la cual la curva de aprendizaje en la Figura 5.2 tiende a ser más plana en los extremos es que las tareas que naturalmente asignamos para practicar tienden a presentar un desafío demasiado grande para los estudiantes principiantes y un desafío insuficiente para los estudiantes avanzados. Como se mencionó anteriormente, cuando los estudiantes se enfrentan a una práctica que es demasiado desafiante o no lo suficientemente desafiante, su aprendizaje se ve afectado negativamente. Esta razón refuerza la idea de establecer un nivel adecuado de desafío para los estudiantes.

En contraste con las fases tempranas y tardías del aprendizaje, la parte intermedia de la curva en la Figura 5.2 es empinada, lo que indica que los estudiantes son capaces de ver grandes mejoras en su rendimiento con la práctica.

¿Cómo afectan los estereotipos y el clima del curso al aprendizaje de los estudiantes?

El impacto del clima del curso en el aprendizaje de los estudiantes ha sido ampliamente documentado en investigaciones que demuestran cómo la percepción de un ambiente educativo negativo puede influir en el rendimiento académico. A pesar de que cada instancia de marginalización sutil puede parecer manejable por sí sola, la acumulación de "micro-desigualdades" tiene un efecto negativo profundo en el aprendizaje de los estudiantes. Esto se ha observado especialmente en contextos donde el estereotipo, la interacción entre profesores y estudiantes, o incluso la percepción de la propia identidad, afectan directamente la experiencia educativa.

Estudios previos han mostrado que las percepciones de un clima negativo o marginalizante están relacionadas inversamente con el desarrollo cognitivo de los estudiantes. Por ejemplo, investigaciones de Pascarella y otros (1997) revelaron que las estudiantes de colleges de dos años que percibían un clima académico negativo experimentaban un menor desarrollo en áreas como comprensión lectora, matemáticas y pensamiento crítico. Incluso después de haber establecido que el clima afecta el aprendizaje, queda una pregunta: ¿cómo? En otras palabras, ¿qué mecanismos operan para traducir las percepciones de inclusión o marginalización en un impacto en el rendimiento académico? Este es un tema complejo, pues muchos factores contribuyen al clima del curso. Sin embargo, hay cuatro áreas clave que son particularmente relevantes: los estereotipos, el tono, las interacciones entre profesores y estudiantes, y el contenido del curso.

Estereotipos y su impacto en el rendimiento académico

Uno de los mecanismos más sutiles pero poderosos que afecta el clima del curso es el fenómeno conocido como “amenaza del estereotipo”. Esta ocurre cuando los miembros de un grupo estereotipado sienten que pueden ser evaluados según los prejuicios asociados a su identidad. Este tipo de amenaza tiene el potencial de disminuir significativamente su rendimiento académico, independientemente de sus habilidades reales. En un estudio seminal de Steele y Aronson (1995), los investigadores demostraron que al hacer explícito el estereotipo de que los afroamericanos suelen obtener peores resultados en pruebas estandarizadas, los estudiantes afroamericanos cuyas razas fueron destacadas al inicio del examen tuvieron un rendimiento inferior comparado con aquellos a quienes no se les pidió indicar su raza. Este fenómeno no se limita a un grupo específico. Investigaciones posteriores mostraron que mujeres, estudiantes latinos, asiáticos, mayores de edad o estudiantes de bajos recursos económicos también experimentaron efectos similares bajo la amenaza del estereotipo. Lo que es aún más problemático es que esta amenaza puede ser activada de forma sutil, sin necesidad de intenciones explícitas. Comentarios aparentemente inocentes de los profesores, ejemplos o incluso la presencia de un solo estudiante de minoría en un grupo pueden activar estos estereotipos, lo que genera un impacto negativo en el rendimiento del estudiante.

El tono del profesor y su influencia en el clima del curso

El tono con el que un instructor se comunica con los estudiantes es otro elemento clave en la creación de un clima de aprendizaje positivo o negativo. El tono no solo se refiere a cómo se expresa el profesor, sino también a las expectativas que se comunican a través del lenguaje y las políticas del curso. Investigaciones como las de Ishiyama y Hartlaub (2002) han demostrado que el simple hecho de cambiar la redacción de un syllabus (plan de estudios) de un tono punitivo a uno más alentador puede influir en la disposición de los estudiantes a buscar ayuda y, en general, en su percepción de accesibilidad del profesor. Los estudiantes tienen más probabilidades de pedir asistencia a un profesor cuyas políticas se expresan de manera positiva y acogedora que a uno cuyo tono es más castigador o autoritario. El modo en que un profesor formula sus expectativas y responde a los desafíos de los estudiantes puede tener un efecto significativo en la confianza y el nivel de participación de los estudiantes.

Interacciones entre profesores y estudiantes

Además del tono, las interacciones entre los estudiantes y el profesorado juegan un papel fundamental en la creación de un clima de aprendizaje inclusivo o excluyente. Las interacciones positivas, que demuestran empatía y apoyo, ayudan a los estudiantes a sentirse valorados y capaces de participar plenamente en el proceso de aprendizaje. Por el contrario, las interacciones negativas, que pueden manifestarse en actitudes despectivas o desinteresadas, pueden aumentar la sensación de marginación y afectar la motivación de los estudiantes. Estas interacciones no siempre tienen que ser explícitamente hostiles; a veces, las microagresiones o los comentarios pasivos pueden tener un impacto similar.

Contenido del curso y su relevancia para los estudiantes

Finalmente, el contenido del curso, su relevancia y la forma en que se presenta también son determinantes para el clima de aprendizaje. Cuando el contenido del curso refleja las experiencias, intereses y valores de los estudiantes, estos se sienten más involucrados y motivados. Por otro lado, cuando el material se presenta de manera que parece ajeno o irrelevante para los estudiantes, puede contribuir a una sensación de exclusión. Es fundamental que los instructores consideren la diversidad de sus estudiantes al desarrollar el currículo, no solo en términos de contenido académico, sino también en cuanto a la manera en que se abordan y representan las diferentes perspectivas culturales, raciales y sociales.

A lo largo de todas estas áreas, lo que subyace es la importancia de la percepción que los estudiantes tienen de su ambiente educativo. Si un estudiante siente que pertenece a la comunidad académica y que su identidad es respetada, es más probable que se comprometa con su aprendizaje y se desarrolle de manera integral. Sin embargo, si siente que está siendo marginalizado o que su capacidad se pone en duda debido a estereotipos o interacciones negativas, es probable que se vea afectado en su rendimiento académico, autoestima y actitud hacia el aprendizaje.

En resumen, el clima del curso, los estereotipos, el tono de la comunicación y las interacciones juegan un papel crucial en el rendimiento académico de los estudiantes. Estos factores son interdependientes y su impacto puede ser tanto directo como indirecto, afectando no solo el rendimiento académico, sino también la motivación y la percepción de los estudiantes sobre su capacidad para tener éxito.

¿Cómo afecta el conocimiento previo de los estudiantes a su aprendizaje?

El aprendizaje de los estudiantes se ve profundamente influido por el conocimiento previo que traen consigo, ya sea obtenido a través de cursos anteriores o de su vida cotidiana. Este conocimiento previo no solo facilita la integración de nuevos contenidos, sino que, cuando es activado de manera adecuada, puede fortalecer la comprensión y el rendimiento en diversas áreas académicas (Peeck, Van Den Bosch y Kruepeling, 1982). Por ejemplo, en un estudio realizado por Garfield y sus colegas (2007), se observó cómo el concepto de variabilidad, un tema complicado de entender en cursos de estadística, se volvía más accesible cuando los estudiantes generaban ejemplos personales relacionados con el concepto y los usaban como base para razonar sobre la variabilidad. Los resultados mostraron que aquellos estudiantes que pudieron generar este tipo de conocimiento previo se desempeñaron mucho mejor que aquellos que no lo hicieron.

Sin embargo, no todo conocimiento previo es igualmente útil. Si los estudiantes generan ejemplos o recuerdos que son inexactos o irrelevantes para el contexto, estos pueden interferir en el aprendizaje. De hecho, como señalan Alvermann, Smith y Readance (1985), la generación de conocimiento previo puede ser un arma de doble filo si no se asegura que este conocimiento sea apropiado para la tarea que se enfrenta. Es crucial que los educadores no asuman que los estudiantes harán conexiones de manera natural con el nuevo material, sino que deben activar conscientemente su conocimiento previo para ayudarles a establecer enlaces sólidos con lo que están aprendiendo.

Existen diferentes tipos de conocimiento que los estudiantes pueden tener, los cuales no siempre son suficientes para abordar tareas académicas complejas. El conocimiento declarativo, o el conocimiento de hechos y conceptos que pueden ser expresados verbalmente, es importante, pero no siempre se traduce en una habilidad para aplicar esos conocimientos en situaciones prácticas. Por ejemplo, los estudiantes pueden saber qué es la ley de la gravedad, pero pueden tener dificultades para aplicar esta ley para resolver problemas o interpretar datos en un contexto nuevo (Clement, 1982).

A la par, el conocimiento procedural, que se refiere a saber cómo realizar ciertas tareas o aplicar técnicas específicas, también puede ser insuficiente si no está acompañado de un entendimiento profundo de los principios subyacentes. En muchas disciplinas, los estudiantes pueden realizar procedimientos sin comprender completamente los conceptos que están detrás de esos procedimientos. Así, en el ámbito de los negocios, un estudiante puede ser capaz de aplicar fórmulas financieras sin entender la lógica que las sustenta. Del mismo modo, un estudiante de diseño puede ejecutar una tarea de diseño sin ser capaz de justificar sus decisiones.

Este fenómeno es particularmente importante cuando se trata de aprender habilidades o conocimientos interrelacionados. Es común que los estudiantes posean un tipo de conocimiento, pero no el otro. Es decir, pueden conocer los hechos, pero no saber cómo o cuándo aplicarlos adecuadamente. Este vacío entre el conocimiento declarativo y procedural puede obstaculizar el aprendizaje profundo y la capacidad de transferencia de conocimientos a situaciones nuevas, una habilidad fundamental en el aprendizaje a largo plazo.

Además, el conocimiento previo que los estudiantes traen consigo no siempre es apropiado para el contexto de aprendizaje en cuestión. En ocasiones, los estudiantes aplican definiciones cotidianas o intuitivas en contextos técnicos, lo que puede distorsionar su comprensión de conceptos especializados. Un ejemplo común en estadística es la confusión que puede surgir cuando se utilizan términos como "aleatorio" o "dispersión", que tienen significados muy distintos en un contexto cotidiano y en uno técnico (Del Mas y Liu, 2007). Esta apropiación incorrecta de conceptos puede generar malentendidos, como en el caso de los estudiantes que aplican su conocimiento de los términos "positivo" y "negativo" en contextos de refuerzo conductual, lo que puede llevar a una interpretación equivocada de los conceptos.

Otro desafío surge cuando los estudiantes emplean analogías para conectar conocimientos previos con nuevos conceptos, pero no reconocen las limitaciones de esas analogías. Las analogías son una herramienta pedagógica valiosa para ayudar a los estudiantes a comprender conceptos abstractos, pero pueden ser problemáticas si los estudiantes no son capaces de identificar las diferencias esenciales entre los conceptos que se están comparando. Por ejemplo, aunque los músculos esqueléticos y cardíacos comparten algunas características, las diferencias entre ellos son cruciales para entender su funcionamiento normal y para abordar problemas de salud relacionados.

El conocimiento previo proveniente de un contexto disciplinario específico también puede interferir con el aprendizaje en otros contextos si se aplica de manera incorrecta. En los cursos de composición universitaria, por ejemplo, los estudiantes pueden transferir inapropiadamente su conocimiento de la escritura creativa a la escritura académica, lo que afecta su rendimiento en el ámbito académico (Beaufort, 2007).

Para que los estudiantes aprovechen al máximo su conocimiento previo, es esencial que los docentes diseñen estrategias que no solo activan este conocimiento, sino que también ayuden a los estudiantes a identificar y corregir posibles malentendidos. Además, es importante que los educadores no den por hecho que los estudiantes comprenderán por sí mismos la relevancia y las limitaciones de su propio conocimiento previo. A través de una evaluación cuidadosa del conocimiento previo y de una enseñanza adaptada a las necesidades específicas de cada estudiante, se pueden evitar malentendidos y fomentar un aprendizaje más profundo y significativo.