El mundo empresarial está plagado de contratos y acuerdos que, aunque diseñados para mitigar riesgos y establecer expectativas claras, a menudo se convierten en barreras que limitan la innovación y deterioran las relaciones entre las partes involucradas. Un ejemplo claro de esto es la relación entre FedEx y Dell. A pesar de haber trabajado juntos durante casi diez años, FedEx nunca pareció impulsar mejoras continuas ni innovaciones proactivas en su colaboración con Dell. Esta falta de impulso hacia la innovación refleja cómo las relaciones contractuales, cuando no se gestionan adecuadamente, pueden generar una serie de problemas tanto a nivel estratégico como operativo.

Un caso paradigmático de cómo los contratos pueden frenar la innovación lo expone un director financiero de un proveedor de una empresa Fortune 100, quien explica que un contrato con una cláusula de terminación de 60 días implica que la relación será solo de dos meses. Esto hace que sea completamente irracional esperar que se realicen inversiones significativas en innovación si no hay una garantía mínima de tiempo para obtener un retorno. Como se puede ver, cuando las empresas intentan protegerse contra los riesgos derivados de una posible ruptura prematura del contrato, se terminan creando ineficiencias. Esta postura conservadora, basada en la gestión de riesgos, socava cualquier posibilidad de avance en términos de innovación.

A esta problemática se añade un concepto desarrollado por Hart y el economista John Moore, llamado "shading", que describe un comportamiento retaliatorio en el que una de las partes comienza a actuar de forma menos cooperativa o incluso se vuelve proactiva en la adopción de estrategias que restan valor a la relación contractual. El shading suele ser una respuesta a lo que una parte percibe como una injusticia o desequilibrio en los términos del contrato. Este fenómeno no solo disminuye la cooperación entre las partes, sino que también contribuye a la creación de ciclos negativos de comportamiento, en los que cada parte busca proteger sus propios intereses a costa de la otra.

Un ejemplo real de shading ocurrió entre la Autoridad de Salud de la Isla (Island Health) y la empresa South Island Hospitalists Inc (SIHI). Esta colaboración comenzó en 2000, con un contrato para ofrecer servicios hospitalarios especializados en pacientes críticos. Sin embargo, cuando Island Health decidió, sin previo aviso, eliminar la participación de médicos comunitarios, lo que resultó en un aumento significativo de la carga de trabajo para los Hospitalistas, surgieron tensiones. Los Hospitalistas, al no poder responder de manera adecuada a la sobrecarga de trabajo, comenzaron a reducir su rendimiento de manera sutil, lo que llevó a un ciclo de confrontaciones entre ambas partes. Island Health, por su parte, respondió con medidas disciplinarias, lo que agudizó aún más el conflicto. La falta de flexibilidad y la imposibilidad de renegociar los términos del contrato en medio de circunstancias cambiantes resultaron en una relación deteriorada y, en última instancia, en pérdidas de valor para ambas partes.

La teoría de Hart y Moore sugiere que los contratos no deben verse únicamente como instrumentos para mitigar riesgos, sino también como herramientas para gestionar expectativas a lo largo de toda la relación. Los contratos deben ser dinámicos, adaptándose a las realidades cambiantes y las necesidades emergentes, lo que requiere mecanismos que permitan ajustar las expectativas en función de los eventos imprevistos. Así, un contrato se convierte en un punto de referencia que debe evolucionar conforme a la relación, más que en un acuerdo estático que cubre todos los "qué pasaría si" posibles.

En la actualidad, muchas organizaciones optan por contratos formales para gestionar el riesgo, en lugar de confiar en acuerdos más flexibles o informales, como podría haber sido el caso de McDonald’s en sus primeros años. El crecimiento de las empresas tras la Segunda Guerra Mundial y la expansión de la industria legal en las décadas posteriores contribuyó a la creación de un mercado legal altamente especializado, en el cual los contratos empresariales se hicieron cada vez más complejos. La proliferación de abogados y firmas especializadas en negocios contribuyó al auge de los contratos "completos", que cubren una gran cantidad de escenarios posibles. Sin embargo, la evolución hacia contratos más largos y detallados ha hecho que la formalidad y la rigidez de los acuerdos prevalezcan, desplazando las relaciones basadas en la confianza y la ética hacia una mentalidad transaccional.

Hoy en día, el término "transacción" ha reemplazado en muchos casos al concepto de "relación". Los contratos son vistos como instrumentos que definen las reglas del juego de manera estricta, sin dejar espacio a la flexibilidad o la innovación continua. Sin embargo, esta transacción fría y calculadora rara vez facilita el avance real en la cooperación o en la creación de valor compartido, especialmente cuando las circunstancias cambian de manera inesperada. Por ello, es fundamental que los contratos se diseñen con mecanismos que permitan adaptarse a la realidad cambiante, promoviendo así un entorno donde la innovación y la cooperación no solo sean posibles, sino esenciales.

En el contexto de la gestión empresarial moderna, es crucial comprender que los contratos deben evolucionar más allá de ser simples acuerdos de intercambio y convertirse en instrumentos dinámicos que gestionen las expectativas de ambas partes. La capacidad de adaptación y la disposición para revisar los términos del acuerdo conforme a las necesidades cambiantes son esenciales para evitar que los contratos se conviertan en un obstáculo para el progreso y la innovación.

¿Cómo influyen las normas sociales en la creación y ejecución de contratos relacionales?

Las normas sociales juegan un papel fundamental en las relaciones contractuales, especialmente en aquellos acuerdos que, más allá de los documentos escritos, se basan en la cooperación mutua y la confianza entre las partes involucradas. El estudio de las normas como la lealtad y la equidad, llevado a cabo por investigadores como Macaulay y Ellickson, nos ofrece una perspectiva interesante sobre cómo los seres humanos negocian, interactúan y resuelven conflictos sin recurrir estrictamente a la legislación formal. Este enfoque se aleja de la concepción tradicional del contrato como un acuerdo rígido y cerrado, y lo presenta como un proceso dinámico influenciado por reglas sociales no escritas.

La norma de la lealtad, por ejemplo, puede observarse cuando un propietario de ganado enfrenta la responsabilidad de controlar su rebaño. Aquí, la lealtad no es solo una cuestión moral o ética, sino una cuestión práctica: resulta más barato para el propietario controlar su ganado que para los vecinos protegerse de éste. Este tipo de acuerdo se da de manera informal, ya que, aunque existen leyes para regular estos comportamientos, la mayoría de los rancheros no son conscientes de ellas y, sin embargo, actúan de acuerdo con estas normas no formales. La lealtad, en este contexto, fomenta la cooperación para reducir los costos para todos los involucrados, generando un beneficio mutuo sin la necesidad de un contrato explícito.

El concepto de equidad también desempeña un papel importante en los contratos relacionales. En sus estudios sobre los cercos en el Condado de Shasta, Ellickson observó cómo los propietarios de tierras compartían los costos de construcción de cercas, un bien público que enfrenta el problema del "aprovechamiento gratuito". En lugar de seguir una regulación impuesta, los propietarios aplicaban una norma de equidad, en la cual los costos se dividían proporcionalmente al número de animales que cada uno mantenía en su lado de la cerca. Esta forma de distribución equilibrada de responsabilidades refleja una percepción de justicia que no siempre se regula por leyes formales, pero que es esencial para que las relaciones entre las partes se mantengan armoniosas y sin conflictos.

Estas normas sociales de lealtad y equidad son solo una parte del panorama más amplio de los contratos relacionales. Otro principio clave es la reciprocidad, que, junto con la confianza, sustenta una variedad de transacciones económicas y sociales. La investigadora Elinor Ostrom, en sus estudios sobre el manejo de recursos comunes, demostró que la cooperación entre las partes no solo depende de reglas formales, sino de la disposición a actuar de manera recíproca. La reciprocidad permite que ambas partes se beneficien de la relación, sin que una de ellas se aproveche de la otra, lo que lleva a un intercambio más sostenible y equilibrado.

Por lo tanto, el contrato relacional no se limita a la firma de un documento legal; es una representación de una relación social más amplia en la que se combinan intereses egoístas y altruistas. Los contratos exitosos en este sentido son aquellos en los que se incluye explícitamente una serie de normas sociales, como la lealtad, la equidad y la reciprocidad, que alinean los intereses de las partes y fomentan una cooperación efectiva a largo plazo. Estas normas no son ajenas a la sociedad en general, sino que se aplican en una variedad de contextos, desde los acuerdos comerciales hasta las relaciones personales.

Además, el concepto de contrato relacional también implica un enfoque más flexible y adaptativo que el contrato transaccional clásico. Mientras que los contratos transaccionales son de corta duración, con objetivos bien definidos y poca necesidad de cooperación personal, los contratos relacionales requieren un compromiso a largo plazo, donde las expectativas pueden cambiar con el tiempo y donde el éxito depende en gran medida de la coordinación y la colaboración continua.

Es importante señalar que, aunque la lealtad, la equidad y la reciprocidad son fundamentales para el buen funcionamiento de los contratos relacionales, otros factores también influyen en el éxito de estas relaciones. El poder, la cultura organizacional, las normas del mercado y las expectativas externas son elementos que pueden modificar la dinámica de las partes involucradas. Además, los contratos relacionales no siempre son adecuados para todas las situaciones. En casos donde las partes no comparten valores similares o donde la cooperación no es viable, los contratos transaccionales o más formales pueden ser preferibles.

En este contexto, un contrato relacional bien diseñado no solo debe reflejar las expectativas y responsabilidades explícitas de las partes, sino que debe integrarse en un marco de confianza mutua, equidad y reciprocidad que permita la adaptación a posibles cambios futuros. A medida que el mundo empresarial y social se vuelve más interdependiente, los contratos relacionales, más que los contratos rígidos, se están convirtiendo en la norma para asegurar relaciones estables y fructíferas.

¿Cómo pueden los contratos relacionales transformar la gestión empresarial en tiempos de incertidumbre y complejidad?

Los acuerdos colectivos de trabajo son una de las formas más complejas y estructuradas de contrato, en los cuales se regulan una serie de aspectos importantes entre las organizaciones sindicales y las empleadoras, tales como salarios, horarios laborales, vacaciones, beneficios y más. La relación entre ambas partes, generalmente a largo plazo y con una alta dependencia mutua, puede dar lugar a conflictos si las expectativas y los intereses no están alineados. Estos contratos son un ejemplo claro de los contratos relacionales formales, en los que las interacciones entre las partes involucradas se basan en una dependencia continua y un riesgo compartido.

En el contexto de los contratos relacionados con el capital intelectual y la tecnología de la información, también podemos encontrar acuerdos que encajan perfectamente en el modelo de contrato relacional. Un tipo muy común dentro de estos acuerdos son los contratos de no divulgación, que regulan la protección de secretos comerciales. Existen, además, distintos tipos de acuerdos de licencia para gestionar patentes, marcas comerciales y derechos de autor, que permiten a las organizaciones controlar la distribución y el uso de productos creados bajo su propiedad intelectual. La industria musical, por ejemplo, depende enormemente de acuerdos de licencia en los cuales los titulares de derechos autorales ceden a otros el derecho de distribuir su música.

Los contratos de investigación y desarrollo también son esenciales en áreas donde la innovación y la creación de nuevos productos o tecnologías son cruciales. Un claro ejemplo de este tipo de contrato son los acuerdos entre el Departamento de Defensa de los Estados Unidos y los proveedores de tecnología para el desarrollo de sistemas de armas avanzados, como el avión de combate F-22 Raptor. Este tipo de contrato se convierte en un pilar fundamental dentro de la infraestructura de cualquier organismo gubernamental o empresarial que dependa de la creación continua de nuevos productos o tecnologías.

Por otro lado, los acuerdos relacionados con la tecnología de la información (TI) abarcan desde los más simples, como los contratos de compra de hardware, hasta los más complejos, como los contratos de desarrollo y mantenimiento de software. Un claro ejemplo de contratos complejos en este ámbito son los acuerdos de licencia de software. Microsoft, por ejemplo, utiliza acuerdos de licencia a gran escala para sus clientes corporativos, mientras que a nivel de consumidores individuales, los usuarios se ven obligados a aceptar acuerdos de licencia al descargar programas o aplicaciones.

Los acuerdos relacionados con la computación en la nube también son cada vez más frecuentes, dado que muchas organizaciones están migrando sus operaciones a plataformas basadas en la nube. Estos acuerdos permiten el acceso a software y datos de manera remota, utilizando infraestructura compartida a través de internet. Empresas como Google, Salesforce y Microsoft han hecho de estos acuerdos una parte esencial de su modelo de negocio, brindando a sus clientes la posibilidad de utilizar aplicaciones y almacenar información sin necesidad de tener equipos o servidores propios.

A medida que los datos se convierten en un activo fundamental para las empresas, los acuerdos para compartir y procesar datos también están tomando relevancia. En Europa, las estrictas normativas de protección de datos personales han dado lugar a contratos específicos, como los acuerdos de procesamiento de datos. Estos acuerdos, fundamentales para garantizar la conformidad con las leyes de protección de datos, son cada vez más importantes en un mundo interconectado digitalmente.

La evolución del desarrollo de software también ha traído consigo nuevas formas de contratación. El modelo tradicional de desarrollo de software en cascada, en el que todos los aspectos del software se especifican de antemano antes de comenzar su desarrollo, ha quedado en gran medida obsoleto. El enfoque ágil, que permite adaptarse a cambios durante el proceso de desarrollo, es mucho más flexible y ajustado a las necesidades reales de las organizaciones.

Dentro de este panorama, los contratos de investigación y desarrollo, los contratos de outsourcing de TI y los acuerdos de desarrollo de software utilizando metodologías ágiles se perfilan como los mejores candidatos para el modelo de contratos relacionales. Estos tipos de contratos, a menudo caracterizados por altos riesgos y una fuerte dependencia entre las partes, son especialmente susceptibles de beneficiarse de un enfoque relacional que permita una cooperación más estrecha y flexible.

En el ámbito de los contratos de salida, es decir, aquellos que regulan las relaciones con los clientes o la distribución de productos, encontramos ejemplos como los acuerdos de agencia, en los que un agente tiene derecho a comercializar productos o servicios a cambio de una comisión. Este tipo de contratos se utilizan comúnmente en la venta de automóviles, por ejemplo. También son comunes los contratos de franquicia, donde el franquiciante otorga a un franquiciado el derecho de operar bajo su marca, como es el caso de McDonald’s, cuyo modelo de negocio se basa principalmente en acuerdos de franquicia.

En cuanto a la distribución, los acuerdos entre distribuidores y las organizaciones que venden productos a través de ellos son muy frecuentes, especialmente en empresas que buscan reducir sus costos operativos. Un buen ejemplo de esto lo encontramos en SKF, una empresa sueca que fabrica rodamientos y lubricantes y que trabaja con distribuidores de todo el mundo. Estos acuerdos permiten a las empresas acceder a mercados más amplios sin tener que crear infraestructuras propias en cada región.

Finalmente, es importante señalar que, aunque los contratos de entrada y salida se dividen principalmente en categorías de negocios B2B (de empresa a empresa) y B2C (de empresa a consumidor), es relevante considerar que muchos de estos contratos también se solapan. Por ejemplo, el acuerdo de servicios en la nube puede verse desde la perspectiva del cliente como un contrato relacionado con el capital de la información, pero para el proveedor, este acuerdo regula una combinación compleja de servicios, como centros de datos, software, personal, etc.

Para una correcta implementación y maximización de los beneficios de los contratos relacionales, es crucial que las organizaciones tengan una visión clara de sus necesidades y capacidades a largo plazo, anticipando posibles cambios en el entorno empresarial y adaptando sus acuerdos a estos escenarios dinámicos. La flexibilidad y la confianza mutua son los pilares de cualquier contrato relacional exitoso.