La pedagogía pública es un concepto esencial para entender cómo las ideologías dominantes se difunden y se perpetúan a través de los discursos públicos. El análisis de la era Trump mediante esta lente teórica revela la manera en que el discurso de odio y fascista se ha articulado y normalizado, especialmente por medio de la alt-right, un movimiento de extrema derecha que encuentra en el uso estratégico de los medios digitales una herramienta clave para la promoción de sus ideas. El surgimiento de Trump como presidente no solo simboliza el ascenso de un sistema político más autoritario, sino también el florecimiento de una pedagogía pública que articula discursos de odio, xenofobia, racismo y misoginia con una intensidad nunca antes vista.

La pedagogía pública, tradicionalmente asociada al sistema educativo formal, se expande en este contexto para incluir todos los discursos que educan al público sobre cómo debe percibir el mundo, las estructuras sociales y las jerarquías de poder. En este sentido, las declaraciones y actitudes de Trump, tanto en sus discursos como en sus políticas, se constituyen en una forma de enseñanza social que moviliza a una base popular para respaldar visiones profundamente excluyentes y antidemocráticas. Al adoptar esta pedagogía, Trump no solo realiza una educación política en el sentido convencional, sino que promueve activamente una visión del mundo basada en el odio y la exclusión, dirigida a diversos sectores marginados de la sociedad.

La analogía con el fascismo tradicional del siglo XX resulta evidente al comparar los discursos y acciones de Trump con los de los líderes de movimientos fascistas en la Europa de entreguerras. Al igual que en aquellos tiempos, la polarización social y política ha sido usada estratégicamente para dividir a la sociedad en grupos "legítimos" y "no deseados", justificando políticas que atentan contra los derechos humanos y las libertades fundamentales. En particular, los símbolos de la alt-right, como los rallies de "Hail Trump", se presentan no solo como eventos políticos, sino como rituales pedagógicos que buscan inscribir en la memoria colectiva la necesidad de "despertar" a los blancos ante lo que perciben como una amenaza del cambio demográfico y social.

La ascensión de Trump también está marcada por un uso intensivo de las tecnologías de la información, con las redes sociales convirtiéndose en un campo de batalla crucial para la difusión de estos mensajes de odio. La alt-right ha sabido cómo aprovechar estas herramientas para crear y consolidar una comunidad virtual que se alimenta de teorías conspirativas, desinformación y un fervor que roza el fanatismo. A través de memes, hashtags y videos virales, esta forma de pedagogía pública ha sido capaz de inculcar un sentido de urgencia en sus seguidores, convocándolos a una lucha constante contra lo que perciben como un orden mundial en decadencia, y ofreciendo respuestas simplistas y violentas a complejas problemáticas sociales y económicas.

Es crucial destacar que esta pedagogía pública de odio no solo afecta a los grupos directamente atacados por las ideologías fascistas, sino que también tiene un impacto profundo en la sociedad en general, moldeando las percepciones del público sobre temas como la inmigración, el feminismo, los derechos LGBT+ y el cambio climático. El discurso de Trump y la alt-right reconfiguran la relación del público con estos temas, normalizando actitudes xenófobas y patriarcales bajo la apariencia de un retorno a un orden "natural" y "puro". En este contexto, el análisis de la pedagogía pública debe incluir una reflexión sobre cómo los medios de comunicación y las plataformas digitales operan como agentes activos en la construcción de esta nueva forma de enseñanza social.

El principal desafío frente a esta pedagogía de odio es la resistencia. Ante el avance de las ideologías fascistas, se requiere una respuesta pedagógica que no solo promueva la justicia social y la equidad, sino que también articule una alternativa ideológica y práctica frente al fascismo del siglo XXI. Este tipo de pedagogía debería estar centrado en la educación popular, en la que los individuos sean capacitados para reconocer los discursos de odio y resistir a sus efectos. Además, debe fomentar un pensamiento crítico que permita a los ciudadanos cuestionar las narrativas dominantes y empoderarse para transformar las estructuras sociales opresivas.

Para que esta resistencia sea efectiva, es necesario ir más allá de las protestas y movilizaciones callejeras, y trabajar en la creación de un sistema pedagógico que involucre tanto a los jóvenes como a los adultos en un proceso de reeducación hacia valores de solidaridad, justicia social y respeto por la diversidad. La pedagogía pública debe ser vista como una herramienta clave para derrotar no solo al fascismo, sino también al capitalismo neoliberal que ha facilitado su ascenso.

El uso de las plataformas digitales como medio para la resistencia también resulta fundamental. Si la alt-right ha sido capaz de utilizar estos canales para propagar sus ideologías, es imperativo que se construyan alternativas dentro de estos mismos espacios, que promuevan una pedagogía inclusiva, reflexiva y orientada hacia la creación de una sociedad más justa y equitativa.

¿Qué se esconde detrás del plan de inmigración de Trump?

El plan de inmigración propuesto por el presidente Donald Trump en 2018 se presentó con cuatro pilares, cuyo primer componente, en apariencia, parecía relativamente liberal. En este primer pilar, se ofrecía un camino hacia la ciudadanía para aproximadamente 1.8 millones de inmigrantes indocumentados que llegaron a los Estados Unidos siendo niños, conocido comúnmente como los "Dreamers". Este segmento de la población, mayormente proveniente de países como México, El Salvador, Guatemala y Honduras, había sido protegido bajo el programa DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia), establecido por Barack Obama en 2012. Sin embargo, el presidente Trump dejó claro que, aunque la propuesta incluía la regularización de este grupo, la medida también estaba cargada de restricciones.

A diferencia de los otros pilares de su plan, que claramente tenían intenciones de exclusión racial, este primer pilar de Trump parecía ofrecer una salida a aquellos inmigrantes indocumentados traídos al país por sus padres cuando eran niños. Sin embargo, esta propuesta excluía a una gran mayoría de inmigrantes que, aunque en su mayoría habían crecido y trabajado en los Estados Unidos durante años, no calificaban para el programa. En otras palabras, no solo la cantidad de personas cubiertas era limitada, sino que las exigencias para calificar se basaban en una serie de criterios estrictos, como demostrar un buen carácter moral y cumplir con ciertos requisitos educativos y laborales. A pesar de esto, esta oferta afectaba solo a una pequeña fracción de los más de 11 millones de inmigrantes indocumentados que residían en el país.

El programa DACA, que protegió a casi 800,000 jóvenes inmigrantes, no se había implementado sin controversia. Establecido como una medida temporal mientras se intentaba una reforma integral del sistema migratorio, DACA permitió que los "Dreamers" obtuvieran permisos para trabajar y estudiar, además de una protección contra la deportación. Sin embargo, tras la llegada de Trump al poder, uno de sus primeros actos fue anunciar la terminación de este programa. El argumento de su administración era que, bajo DACA, el gobierno otorgaba demasiados beneficios a quienes consideraba inmigrantes "ilegales", sin tener en cuenta la seguridad nacional o los intereses de los ciudadanos estadounidenses. De hecho, Trump había prometido durante su campaña electoral una lucha incansable contra la inmigración ilegal, incluyendo la deportación masiva de millones de personas. Esta política se tradujo en una serie de redadas, especialmente en los estados de California, donde el gobierno federal, a través de ICE (Inmigración y Control de Aduanas), llevó a cabo numerosas detenciones. Estos operativos, en su mayoría intimidatorios, tenían un impacto más allá de la cantidad de arrestos realizados, al generar un ambiente de miedo y desconfianza en las comunidades inmigrantes.

El uso de estrategias de terror, como las redadas y las amenazas públicas de deportaciones masivas, afectó profundamente a las comunidades de inmigrantes. En California, por ejemplo, la gubernatura estatal aprobó una ley en 2017 que proclamaba el estado como un "estado santuario", lo que impedía a las autoridades locales cooperar con los oficiales federales en la detención de inmigrantes sin una orden judicial. En respuesta, la administración de Trump intensificó las redadas y la persecución de inmigrantes, y en algunos casos, las deportaciones se realizaban sin que la población estuviera plenamente consciente de la legislación que existía en su defensa. Esto creó un ambiente en el que los inmigrantes, por temor a ser detenidos y deportados, comenzaron a evitar lugares públicos, escuelas y centros de salud. Este miedo, según los expertos, tenía un doble propósito: por un lado, desmantelar las redes de apoyo comunitarias y, por otro, hacer que los inmigrantes se conviertan en una clase baja y permanentemente marginada, sin derechos ni acceso a los recursos básicos.

El proyecto de inmigración de Trump no solo se limitaba a las medidas de deportación, sino que incluía una serie de propuestas para cambiar radicalmente el sistema migratorio estadounidense. Entre ellas se encontraban medidas como la construcción de un muro en la frontera sur del país, una mayor vigilancia sobre las ciudades santuario y la reducción drástica de los programas de asilo. A nivel ideológico, el gobierno de Trump promovió una visión de la inmigración que, más allá de cualquier justificación de seguridad o "mérito", tenía claras implicaciones raciales y xenófobas. Al hablar de una "inmigración basada en el mérito", se hacía un claro distingo entre los inmigrantes "aptos" —generalmente aquellos provenientes de Europa o países desarrollados— y los "indeseables", en su mayoría provenientes de América Latina, África y Asia. Esto se traduce en políticas que, al parecer, buscan favorecer la llegada de inmigrantes de países de mayoría blanca, mientras se cierran las puertas a aquellos que vienen de contextos más empobrecidos y, en muchos casos, devastados por la violencia y la pobreza.

Más allá de los detalles específicos de la política, es crucial comprender las implicaciones humanas de estos enfoques. Las políticas de deportación y la criminalización de la inmigración no solo afectan a los individuos directamente involucrados, sino que tienen efectos desproporcionados en las comunidades en su conjunto. El miedo y la inseguridad que generan estas políticas afectan la estabilidad de las familias, muchas de las cuales están formadas por ciudadanos estadounidenses, lo que lleva a un ciclo de pobreza y alienación.

Además, es esencial reflexionar sobre el contraste entre las promesas de un sistema migratorio basado en la "meritocracia" y las realidades de quienes buscan asilo o una vida mejor. Las circunstancias que llevan a una persona a migrar no son siempre una cuestión de "mérito" individual, sino más bien una respuesta a situaciones de violencia, pobreza y desesperación. La migración es, en muchos casos, un acto de supervivencia, y reducirla a un simple análisis de mérito no solo es simplista, sino profundamente injusto.

¿Cómo las redes sociales facilitan el avance del fascismo? Un análisis de la alt-right

El fenómeno del fascismo en la era digital tiene sus raíces en el uso estratégico de las redes sociales como plataformas de pedagogía pública. Específicamente, el caso de Reddit y sus comunidades extremistas, como r/The_Donald, revela la forma en que estas redes se convierten en espacios de incubación para la alt-right, un movimiento de derecha radical que ha encontrado en internet un terreno fértil para expandir su ideología.

El r/The_Donald, un subreddit con más de medio millón de suscriptores, se ha convertido en un caldo de cultivo para los simpatizantes de Donald Trump y de una gama de ideologías extremas. Según Tim Squirrell (2017), este espacio actúa como un "recipiente de fermentación" donde se conforma la identidad de los participantes, quienes se agrupan en diferentes facciones de la alt-right. A través del análisis de tres mil millones de comentarios de Reddit, Squirrell identificó un "taxonomía de trolls", en la cual se observan varios grupos con puntos de vista y métodos de expresión distintos, pero unidos por su antagonismo hacia los valores progresistas. Estas agrupaciones se caracterizan por un lenguaje específico, a menudo explícitamente provocador y ofensivo, que ayuda a consolidar su ideología.

Entre estos grupos destacan los 4chan shitposters, los anti-progressive gamers, los activistas de los derechos de los hombres, los supremacistas blancos y los anti-globalistas. Cada uno de estos grupos utiliza una terminología propia, que incluye términos despectivos como "SJW" (Social Justice Warrior), "snowflake", y "cucks", entre otros. Además, la adopción de memes como "Pepe the Frog" y frases como "deus vult" revelan una estrategia de desinformación y provocación que busca desconcertar y desestabilizar cualquier intento de diálogo serio.

Uno de los grupos más notorios es el de los 4chan shitposters, quienes se caracterizan por su uso del racismo, sexismo y antisemitismo en un formato de "broma", lo que les permite desactivar cualquier intento de debate al afirmar que sus comentarios eran solo una "broma". Este grupo tiene una presencia destacada en otros espacios como 4chan y 8chan, donde la violencia y la discriminación son presentadas como formas de rebelión y resistencia contra el "sistema". La constante provocación no solo es una táctica de entretenimiento, sino también una estrategia política para movilizar y radicalizar a más individuos, especialmente a jóvenes hombres, hacia una visión del mundo que justifica la exclusión y la violencia.

Por otro lado, los anti-progressive gamers son un grupo particularmente sensible a las discusiones sobre la representación de género y la diversidad en los medios de comunicación. Su rechazo a las iniciativas de justicia social, a menudo basadas en la crítica hacia el feminismo o las comunidades LGBT+, se ve reflejado en su desprecio hacia las representaciones inclusivas en el cine y los videojuegos. Este grupo ve en el auge de la diversidad cultural y sexual una amenaza a lo que consideran una "pureza" en los medios de entretenimiento, lo que alimenta aún más su animosidad hacia el progresismo y la igualdad de derechos.

En cuanto a los activistas de los derechos de los hombres, se observa una mezcla de luchas legítimas por la igualdad en ciertas áreas (como la custodia de los hijos o las muertes laborales masculinas) con un discurso profundamente misógino y anti-feminista. Este grupo ha creado una visión distorsionada de la lucha por los derechos de los hombres, al convertirla en una guerra cultural contra las mujeres y las feministas, a quienes consideran responsables de la "caída" del hombre moderno. La ideología que promueven es una especie de nihilismo masculino, donde los hombres se perciben como víctimas de un sistema opresivo controlado por las mujeres.

Los supremacistas blancos en r/The_Donald suelen operar de forma implícita. Aunque el racismo explícito es prohibido, la discriminación contra musulmanes y la utilización de códigos raciales son comunes. La crítica a la "Sharia" o la declaración de que "el Islam no es compatible con la cultura occidental" son ejemplos claros de cómo se oculta el racismo detrás de argumentos aparentemente racionales. En este espacio, la noción de "cultura occidental" se utiliza para promover una visión eurocéntrica que excluye a las minorías y busca afirmar una identidad blanca dominante en los Estados Unidos.

Finalmente, los anti-globalistas promueven teorías conspirativas que vinculan a cualquier oposición a Trump con un supuesto complot global para socavar los intereses de Estados Unidos. Este grupo utiliza un lenguaje conspiranoico, donde términos como "globalistas" y "el establishment" son comunes, y a menudo presentan a las élites liberales y a los progresistas como los villanos de una narrativa simplificada de lucha entre "los buenos" y "los malos".

Las redes sociales y plataformas como Reddit han facilitado la creación de estos "espacios seguros" para la alt-right, donde las ideas extremistas pueden circular sin restricciones y donde los participantes pueden reforzar sus creencias mediante la interacción con personas de opiniones similares. Estos grupos no solo están presentes en línea, sino que también se han materializado en protestas y manifestaciones en el mundo real, como lo demostró el evento en Charlottesville, Virginia, en 2017, un hito en la visibilidad de la alt-right en las calles.

Es crucial entender que las comunidades como r/The_Donald no son solo lugares donde se comparte odio y desinformación; son plataformas de movilización política. Los miembros de estas comunidades no solo están "burlándose" de sus adversarios o jugando con memes, sino que están participando en una lucha cultural más amplia por la dominación de la narrativa pública. A través de la repetición de términos, imágenes y conceptos, estos grupos crean un sentido de identidad colectiva que les permite actuar como una fuerza política coherente.

¿Cómo afecta la pobreza en Estados Unidos a la política y la sociedad actual?

La pobreza en Estados Unidos es un fenómeno complejo, cuya raíz no se encuentra solo en la falta de recursos, sino también en una serie de factores estructurales y políticos que influyen en la distribución de la riqueza y el poder. Desde un enfoque sociopolítico, la pobreza se ha convertido en una herramienta de control y división, utilizada por élites políticas y económicas para mantener el statu quo y desmovilizar a las clases trabajadoras.

A lo largo de las últimas décadas, la pobreza en Estados Unidos ha experimentado una transformación. Si bien en la primera mitad del siglo XX se enfocaba principalmente en la pobreza rural o en los barrios marginales urbanos, hoy en día la desigualdad se observa en múltiples esferas de la vida, desde la falta de acceso a servicios de salud hasta las brechas educativas y la concentración de la riqueza en manos de unos pocos. Esta realidad es especialmente visible en las grandes ciudades, donde miles de personas viven en condiciones de precariedad extrema, mientras que, al mismo tiempo, se observa un crecimiento significativo de las fortunas de las élites tecnológicas y financieras.

En este contexto, los discursos políticos en torno a la pobreza han sido moldeados, en gran medida, por los intereses de quienes se benefician de la pobreza estructural. Los discursos populistas, como los promovidos por Donald Trump, no solo ignoran la raíz de la pobreza, sino que, además, demonizan a aquellos que se encuentran en situación vulnerable. Este enfoque, que se manifiesta en propuestas como la reducción del presupuesto para programas sociales, refuerza la imagen del "otro" como responsable de su propia miseria, sin considerar las dinámicas económicas y políticas que perpetúan la pobreza.

Por ejemplo, las políticas de Trump y sus aliados en el Partido Republicano han favorecido la disminución de los impuestos a los ricos, mientras que las ayudas sociales han sido recortadas de manera drástica, creando un ciclo en el que las clases más desfavorecidas se ven atrapadas en una espiral de pobreza sin salida. Esto no solo afecta a los más pobres, sino también a los trabajadores de clase media, que se ven cada vez más presionados por la falta de servicios públicos accesibles y la precarización de sus empleos.

Uno de los elementos más inquietantes de la pobreza en la era moderna es cómo se vincula a otros fenómenos sociales y políticos, como el racismo y la discriminación. En un país marcado por su historia de segregación racial, la pobreza no afecta a todos por igual. Las comunidades afroamericanas, latinas y otras minorías siguen enfrentando barreras sistémicas que dificultan su ascenso social. A menudo, estas comunidades son objeto de políticas públicas que no solo ignoran sus necesidades económicas, sino que, además, refuerzan los estereotipos raciales y las divisiones sociales.

En los últimos años, fenómenos como el movimiento #BlackLivesMatter han puesto de manifiesto la intersección de la pobreza, el racismo y la violencia estatal. El racismo estructural en Estados Unidos no es solo una cuestión de actitudes individuales, sino que está profundamente arraigado en las políticas públicas que perpetúan la pobreza en ciertas comunidades. Este racismo institucional se ve reflejado en el sistema de justicia penal, en el acceso desigual a la educación y en la disparidad salarial entre diferentes grupos raciales.

Además de las políticas públicas, el discurso en torno a la pobreza en Estados Unidos está condicionado por una cultura de la que pocos se libran: la cultura del individualismo. En lugar de entender la pobreza como un problema colectivo, muchas veces se la ve como un fracaso personal. Este enfoque ha sido reforzado por décadas de campañas mediáticas que promueven la idea de que el éxito es cuestión de mérito individual, ignorando factores sociales, económicos y políticos que impiden que millones de estadounidenses accedan a una vida digna.

Es fundamental también entender que la pobreza no es un problema aislado de los aspectos económicos. En muchos casos, está profundamente relacionada con la falta de acceso a la educación, a una vivienda adecuada y a servicios de salud. Esto crea un círculo vicioso donde los individuos y las familias que ya viven en condiciones de pobreza no tienen las herramientas necesarias para salir de ella. Además, los servicios públicos que deberían actuar como redes de seguridad, como el Medicaid o los programas de asistencia alimentaria, se ven constantemente amenazados por las políticas neoliberales que buscan recortar el gasto público.

A medida que la pobreza sigue siendo un tema central en el debate político estadounidense, se vuelve más urgente la necesidad de reimaginar las políticas públicas. El bienestar de los ciudadanos no puede depender de una economía que prioriza el lucro sobre las necesidades humanas. Las reformas deben abordar la raíz de la desigualdad, promoviendo una redistribución más equitativa de los recursos, así como la implementación de políticas que aseguren una educación accesible, una vivienda digna y servicios de salud para todos.

Es importante tener en cuenta que la pobreza en Estados Unidos no es solo un asunto de números y estadísticas. Es, ante todo, una cuestión de derechos humanos, de dignidad y de justicia social. La lucha contra la pobreza requiere un cambio radical en la manera en que se organiza la sociedad y la economía. No se trata solo de mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos, sino de transformar un sistema que perpetúa la desigualdad y la injusticia.