En el ámbito político, especialmente dentro de la Casa Blanca bajo la administración de Donald Trump, el término "niñera" adquirió un nuevo significado que reflejaba tensiones y dinámicas de poder complejas entre los miembros más cercanos del equipo presidencial. La expresión fue utilizada por Steve Bannon, el exasesor principal del presidente, quien, según informaciones de Michael Wolff en su libro Fire and Fury, se sintió frustrado por el rol que desempeñaba dentro de la administración, el cual describió como el de una "niñera" para un hombre de 71 años. Bannon, quien durante un tiempo fue una figura clave en la estrategia política de Trump, usó la metáfora para expresar su hartazgo de tener que cuidar y proteger a un presidente que, a su juicio, tomaba decisiones sin consideración por el consejo experto que le rodeaba. Esta revelación no solo subraya las tensiones internas en la administración, sino también la visión que algunos tenían sobre el liderazgo errático de Trump y la constante necesidad de gestionarlo.

En la misma línea, durante la campaña electoral, el propio Donald Trump Jr. mostró poco reparo al involucrarse en discusiones sobre la obtención de información comprometedora sobre Hillary Clinton, lo que algunos interpretaron como una clara indicación de la disposición de la familia Trump para cruzar líneas éticas en busca de ventaja política. Esta actitud se refleja también en su trato hacia las instituciones federales y en los esfuerzos por deslegitimar las investigaciones que apuntaban a su campaña, especialmente en relación con la intervención rusa en las elecciones de 2016. Trump no dudó en calificar de "caza de brujas" cualquier intento de cuestionar la integridad de su victoria electoral, lo que desvelaba no solo una estrategia de comunicación, sino también un modo de desviar la atención de temas más delicados.

La dinámica de poder en la administración Trump estuvo marcada por conflictos frecuentes entre los miembros del equipo, quienes, como se vio con el exfiscal general Jeff Sessions, no dudaron en ser víctimas de ataques públicos. Trump, en muchas ocasiones, humilló públicamente a aquellos que no se alineaban completamente con sus intereses o que mostraban independencia, creando un ambiente en el que la lealtad personal primaba sobre la profesionalidad política.

En cuanto a la estrategia legal, la administración enfrentó varias complicaciones, especialmente cuando se trataba de la investigación sobre la posible colusión con Rusia. En lugar de colaborar plenamente con la investigación de Robert Mueller, los abogados de Trump adoptaron un enfoque de confrontación, cuestionando la legitimidad de las indagatorias y buscando siempre minimizar las repercusiones legales para su cliente. Las tensiones llegaron al punto en que los propios abogados del presidente discrepaban sobre la mejor forma de cooperar, lo que solo empeoró la situación.

Por otro lado, los movimientos tácticos de Trump también incluyeron indultos presidenciales, una herramienta que el presidente utilizó para reforzar sus lealtades y obtener favores políticos, como el indulto al sheriff Joe Arpaio, conocido por su postura dura contra la inmigración ilegal, y la conmutación de la pena a un ejecutivo de la industria cárnica que había sido condenado por fraude. Estos gestos no solo reflejaron su estilo de liderazgo personalista, sino también un intento de consolidar apoyo dentro de círculos específicos de poder.

El enfoque de Trump respecto a los medios de comunicación y su relación con figuras clave como Rudy Giuliani y su equipo legal dejó en claro su estrategia de resistencia ante las investigaciones y su determinación por controlar la narrativa. Giuliani, conocido por su estilo agresivo y su disposición a ser el "más ruidoso" en la sala, se convirtió en una figura central en la defensa de Trump, liderando ataques a los medios y a los investigadores con tal de proteger la imagen del presidente. La defensa férrea que ofreció Giuliani, aunque controvertida, refleja cómo Trump optó por rodearse de defensores que compartieran su disposición a desafiar las convenciones legales y políticas.

Lo que se debe entender es que estos eventos no solo describen una época convulsa en la política estadounidense, sino que son reflejo de un estilo de liderazgo en el que la lealtad personal, la manipulación mediática y la resistencia ante la adversidad fueron las principales herramientas de poder. La figura de Trump y su círculo cercano operaron en un terreno en el que las reglas tradicionales de la política fueron reinterpretadas y, a menudo, desafiadas.

Es importante también considerar que la administración de Trump fue una constante batalla por el control de la narrativa, tanto en los medios de comunicación como en el ámbito político interno. Su enfoque en confrontar a la prensa, y su disposición a rodearse de figuras con agendas personales o cuestionables, generó un clima de desconfianza y desestabilización. Este enfoque, aunque efectivo en ciertos momentos, también alimentó las críticas que cuestionaban la integridad del proceso democrático.

¿Cómo la división y el caos moldearon la política de Trump?

El enfoque polarizador de Donald Trump durante su presidencia se convirtió en una estrategia central para gestionar no solo su gobierno, sino también su campaña. En lugar de buscar la unidad, su modus operandi era dividir para conquistar. Este enfoque, que se convirtió en un sello distintivo de su administración, se hizo más evidente durante las tensiones sociales y políticas de 2020, cuando la nación se vio sacudida por una serie de protestas y enfrentamientos raciales. En medio de la pandemia de COVID-19 y la crisis económica, Trump utilizó la estrategia de "divide y vencerás" con el fin de consolidar su base de apoyo, a menudo a costa de exacerbar las divisiones sociales existentes.

En el caso de las protestas relacionadas con la muerte de George Floyd, Trump no dudó en emplear un discurso que no solo desestimaba las demandas de justicia racial, sino que además promovía la confrontación. En lugar de llamar a la reconciliación o al entendimiento, sus palabras a menudo resonaban con un tono beligerante y divisivo. Por ejemplo, su tweet de mayo de 2020, que mencionaba que "cuando comienza el saqueo, comienza el tiroteo", evocaba la histórica brutalidad policial y la represión violenta, lo que generó una reacción furiosa tanto dentro como fuera de su propio partido. Este tipo de retórica refleja cómo la administración Trump no solo se posicionó en contra de los movimientos de protesta, sino que también reforzó una narrativa que ponía en duda la legitimidad de quienes buscaban un cambio.

Su relación con las protestas fue, además, manipulada de manera que buscaba presentarse como el protector del orden, mientras deslegitimaba las demandas de los manifestantes. En ese contexto, el uso de la fuerza policial y de las fuerzas federales se convirtió en una herramienta para dar la sensación de control, aunque también aumentaba la tensión entre los diversos sectores de la sociedad. Durante los días más álgidos de las protestas, Trump y su equipo mostraron una habilidad notable para desviar la atención, no solo de los problemas estructurales subyacentes como el racismo y la violencia policial, sino también de las críticas que se generaban en torno a su manejo de la pandemia y sus políticas económicas.

Un ejemplo claro de esta estrategia fue la controvertida foto que Trump posó frente a una iglesia de Washington, D.C., después de que se dispersara a los manifestantes mediante el uso de gas lacrimógeno. Este acto fue percibido por muchos como una maniobra de relaciones públicas que no tenía otro propósito que el de reafirmar su imagen de autoridad y líder, sin tener en cuenta las implicaciones sociales y políticas que esta imagen generaba. A nivel nacional e internacional, este gesto fue un símbolo de cómo el presidente optó por la confrontación en lugar de la reconciliación.

El racismo estructural también estuvo presente en muchos de los comentarios de Trump, quien a menudo hacía alusiones a figuras históricas como el ex alcalde de Filadelfia, Frank Rizzo, conocido por su postura dura hacia los movimientos de derechos civiles. Este tipo de retórica no solo fue destructiva, sino que además alimentó una narrativa de "nosotros contra ellos", que servía para consolidar su apoyo entre aquellos que sentían que las élites y los movimientos progresistas estaban intentando socavar sus valores.

El enfoque polarizador también se extendió a la política internacional. En un momento de crisis económica y sanitaria, Trump intentó desviar la atención hacia sus logros en el ámbito exterior, como la firma de acuerdos con Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin. Estos acuerdos fueron presentados como victorias para la administración Trump, pero en muchos aspectos, su política exterior estuvo marcada por la misma división interna que caracterizó su gestión interna. Los acuerdos, aunque vistos como un avance en la política exterior de EE. UU., también se convirtieron en un símbolo de cómo la administración se enfocaba en fortalecer su imagen ante ciertos grupos sin abordar las preocupaciones domésticas más urgentes.

Las estrategias de Trump en este sentido no solo tenían un impacto en las relaciones internacionales y las políticas internas, sino que también generaron un clima de desconfianza y desconcierto. En medio de una pandemia mundial, la falta de una respuesta federal cohesiva para abordar el COVID-19 y las consecuencias económicas de la crisis sanitaria pusieron en evidencia la ineficacia de muchas de sus políticas. Sin embargo, mientras se enfrentaba a críticas sobre su manejo de la crisis, Trump logró mantener su base de apoyo gracias a la polarización política y al fomento del miedo hacia el "otro", ya fuera en forma de inmigrantes, comunidades de color o las élites liberales.

En el contexto de la campaña presidencial de 2020, el uso de eventos como los mítines de campaña, especialmente en lugares como Tulsa, fue otro ejemplo de cómo Trump intentó generar atención mediática, a pesar de las circunstancias adversas. La situación en Tulsa, una ciudad con una historia marcada por la violencia racial, fue especialmente significativa. Aunque inicialmente Trump había decidido realizar su mitin en una fecha que coincidía con el Juneteenth, el día que conmemora la liberación de los últimos esclavos en los Estados Unidos, la presión pública obligó a mover la fecha del evento. A pesar de esto, el mitin en sí resultó ser un fracaso logístico, con miles de asientos vacíos y una creciente preocupación sobre los riesgos de propagación del COVID-19 en grandes aglomeraciones.

Todo esto demuestra cómo la administración Trump manejó la política no solo como un instrumento de poder, sino también como una herramienta para consolidar el apoyo de aquellos que se sentían marginados o desplazados por los cambios sociales y culturales. La política de división, sin embargo, también tuvo su precio. La creciente polarización política y la inestabilidad social generaron una ruptura en la cohesión nacional, algo que quedó patente no solo en los protestas de 2020, sino también en las divisiones que caracterizaron la respuesta a la pandemia y las elecciones presidenciales de ese mismo año.

Es esencial comprender que la estrategia de dividir a la sociedad no solo fue un recurso táctico, sino también un reflejo de un sistema político que, en lugar de buscar la unidad, favoreció las luchas internas como forma de control y manipulación. A través de esta estrategia, Trump no solo construyó un frente fuerte entre sus seguidores, sino que también profundizó las brechas entre los distintos grupos sociales, lo que generó un entorno de mayor polarización política y social.

¿Cómo Trump enfrentó la competencia tribal en los casinos y manipuló la política para su beneficio económico?

Durante los años en los que Donald Trump expandía su imperio de casinos en la Costa Este, surgió una amenaza inesperada: las tribus nativas americanas. Tras un fallo decisivo del Tribunal Supremo de EE. UU. a finales de los años ochenta, las tribus adquirieron el derecho soberano de operar casinos en sus tierras. Esto alteró radicalmente el panorama del juego, especialmente para Trump, cuyos intereses se centraban en el tráfico de apostadores del área de Nueva York hacia Atlantic City.

Su principal competencia provenía de la tribu Mashantucket Pequot, operadora del gigantesco Foxwoods Casino en Connecticut. Este establecimiento, impulsado por su estatus soberano, drenaba el mercado natural de Trump. En respuesta, Trump aprovechó una audiencia del Subcomité de Asuntos Nativoamericanos de la Cámara de Representantes como una tribuna para desacreditar a sus rivales. Acompañado por su antiguo asesor Roger Stone, Trump preparó su intervención con la intención explícita de denunciar el casino tribal como un “fraude”. En la audiencia, desestimó las advertencias de moderación de Stone y sugirió que las operaciones tribales estaban infiltradas por el crimen organizado —una acusación rechazada de inmediato por el FBI.

Sin embargo, fue su ataque racial el que más resonó. Trump afirmó que muchos de los beneficiarios de concesiones para casinos “no se veían como indios”. Afirmación que repitió con insistencia, incluso cuando se le pidió que aclarara qué significaba “verse como indios”, simplemente respondió: “Ya saben”. Este tipo de retórica era deliberada, una mezcla de provocación y cálculo, diseñada no solo para generar titulares, sino para deslegitimar a sus competidores en términos raciales y culturales.

A pesar de su abierta hostilidad hacia los casinos tribales, Trump no dudó en intentar asociarse con otras tribus cuando le convenía. Así lo hizo en Florida con los Seminoles, una operación impulsada por su socio Fields. Intentaron ganarse a la tribu mediante espectáculos simbólicos como presenciar cómo su líder, el jefe Jim Billie, luchaba con un caimán, y los invitaron a conciertos exclusivos en Mar-a-Lago. El objetivo: establecer un nuevo casino bajo la bandera de Trump. Sin embargo, el entonces gobernador Lawton Chiles mostró claras reservas hacia el proyecto, y tras su muerte, su sucesor, Jeb Bush, fue tajante: un casino de Trump “solo sobre mi cadáver”.

Incluso los esfuerzos por ganarse a Bush con recaudaciones de campaña no dieron frutos. Al final, Trump abandonó el proyecto. Pero cuando el casino finalmente abrió años después sin él, demandó a sus antiguos socios, incluyendo a Fields, acusándolos de haber engañado a la tribu al hacerle creer que él seguía involucrado. Fue una de las pocas veces que Trump llevó a los tribunales a un amigo personal.

La experiencia en Florida reveló los límites de su estilo confrontacional. Lo que había funcionado en Nueva York —presionar, litigar, buscar vacíos legales— no necesariamente rendía frutos en otros estados, donde los equilibrios políticos eran distintos. Aun así, Trump no dejó de intentar transformar las estructuras institucionales en herramientas para su beneficio personal.

Un ejemplo paralelo ocurrió en su proyecto inmobiliario en el lado oeste de Manhattan, donde, pese a que se trataba de viviendas de lujo, buscó financiamiento federal destinado a proyectos de vivienda asequible. Logró el apoyo del entonces alcalde Rudy Giuliani, quien respaldó su solicitud de $350 millones en préstamos federales bajo el argumento cuestionable de que la zona era un “vecindario deteriorado”. Este movimiento generó resistencia, especialmente del congresista Jerry Nadler y del senador republicano John McCain, quienes denunciaron el uso de fondos públicos para enriquecer aún más a un magnate.

Al no lograr influir directamente en Andrew Cuomo, entonces secretario de Vivienda y Des