Durante las elecciones presidenciales de 2016, uno de los elementos más sorprendentes fue el inusitado fervor que rodeó la candidatura de Donald Trump, un fenómeno que alcanzó dimensiones de un movimiento popular en todo el país, especialmente en Iowa. Las actividades de los republicanos, desde tocar puertas hasta organizar fiestas en casas, reflejaron una energía que no se había visto en elecciones anteriores. Un demócrata de la región noreste de Iowa observó que, aunque muchos republicanos no estaban entusiasmados con Trump como presidente, su determinación de evitar que Hillary Clinton ganara fue suficiente para movilizarlos de manera excepcional. Este entusiasmo no solo se limitó a los votantes habituales, sino que alcanzó a personas que nunca antes habían participado en la política.

El cambio en la dinámica electoral fue palpable. Eric Branstad, en su testimonio de 2018, describió cómo el momento de Trump ganó rápidamente la categoría de “movimiento”. La primera gran manifestación de este fenómeno ocurrió cuando Trump realizó su mitin en el Adler Theatre de Davenport el 28 de julio de 2016. Todos los boletos fueron vendidos apenas dos horas después de ser puestos a disposición. La magnitud de este evento fue tan impresionante que el propio Terry Branstad, gobernador de Iowa, se sintió como una estrella de rock de los años 60 al ver el fervor del público. Las miles de personas que asistieron demostraban un entusiasmo desbordante que contrastaba con la falta de emoción de los seguidores de Clinton.

Además de las multitudes, algo que llamó poderosamente la atención fueron los votantes que previamente no participaban en las elecciones o que incluso habían votado por Obama en los comicios pasados. En Iowa, un número significativo de votantes sin partido o demócratas cambiaron su apoyo a Trump, un fenómeno que ni siquiera los más experimentados en política habían previsto. Este nuevo tipo de votante movilizó la campaña republicana en una dirección inesperada. Fue común ver a personas mayores, que tradicionalmente no acudían a votar, movilizándose con sus bastones y andadores para expresar su apoyo al candidato republicano.

La expansión del movimiento también se reflejó en el aumento de voluntarios dispuestos a hacer campaña por Trump. Un número significativo de voluntarios, muchos de los cuales no tenían antecedentes políticos, se sumaron con fervor a la causa. Estos nuevos miembros de la campaña fueron rápidamente convertidos en “surrogados” eficaces, personas que, a través de su cercanía con los votantes locales, desempeñaron un papel crucial en aumentar la participación electoral. Eric Branstad destacó cómo estos voluntarios, conocidos de forma coloquial como el “Ejército de Trump”, se dedicaron con pasión a difundir su apoyo por cada rincón del estado. Estaba claro que la fuerza de este movimiento era tangible, y su entusiasmo parecía haber contagiado incluso a aquellos que no se consideraban políticos, convirtiéndolos en verdaderos evangelistas del mensaje de Trump.

Además de la participación directa, el uso de material promocional, como los famosos carteles de jardín con el eslogan “Make America Great Again” y las gorras de campaña, jugó un papel simbólico en la consolidación del apoyo a Trump. Los carteles se convirtieron en una suerte de moneda de cambio dentro de la campaña. Ante la escasez de estos carteles, los voluntarios fueron incentivados a realizar actividades de campo como llamadas telefónicas y visitas puerta a puerta, algo que permitió convertir esta demanda en una herramienta para movilizar aún más a los votantes.

Sin embargo, la escasez de carteles de Trump también dio lugar a otro fenómeno interesante: la creación de señales caseras por parte de los seguidores. La creatividad y el entusiasmo de los votantes llevó a que muchos fabricaran sus propios carteles, a menudo con materiales rudimentarios, como el caso de un agricultor de Iowa que organizó fardos de heno para formar el nombre de Trump. Esta expresión de apoyo, aunque de carácter más personal y menos institucional, fue igualmente significativa y marcó la diferencia en el tono de la campaña.

Es importante destacar que el impacto del entusiasmo de los votantes de Trump no fue un simple fenómeno de superficie. Su influencia trascendió más allá de las votaciones y los mítines. El apoyo de la base republicana se consolidó en un movimiento que abarcó desde las grandes ciudades hasta los pequeños pueblos rurales, creando una dinámica electoral impredecible que sorprendió a muchos analistas políticos. La energía de la campaña de Trump fue tal que incluso los votantes que tradicionalmente se habían mantenido al margen de la política se sintieron inspirados a participar, lo que resultó en una victoria para Trump en un estado que había sido considerado clave para la candidatura de Clinton.

¿Cómo influyó la primaria de 2016 en la campaña presidencial y las divisiones dentro del Partido Demócrata?

La primaria de 2016 entre Bernie Sanders y Hillary Clinton marcó un hito en la política de Estados Unidos, ya que no solo expuso las tensiones internas dentro del Partido Demócrata, sino que también arrojó luz sobre las profundas divisiones que terminarían afectando el resultado de las elecciones generales. Aunque muchos seguidores de Sanders llegaron a la convención demócrata con la esperanza de cambiar el curso del nominado, la experiencia mostraba que, para ese momento, el resultado ya estaba en gran medida decidido. Esto generó un conflicto entre los seguidores de Sanders y los que apoyaban a Clinton, y aunque la mayoría de los primero no se unieron al apoyo de Hillary después de la convención, su reticencia a votar por ella contribuyó indirectamente a la victoria de Trump.

No obstante, algunos opinan que no fue la primaria en sí misma lo que generó la división, sino que simplemente la destapó. En el contexto de Iowa, un demócrata del noreste del estado argumentó que culpar la derrota de Hillary a la primaria era una forma errónea de buscar un chivo expiatorio. Según él, había una gran cantidad de votantes que simplemente no simpatizaban con Clinton, y cuando ella se convirtió en la nominada, muchos de los votantes que habían sido atraídos por el mensaje de Bernie decidieron no votar en las elecciones generales.

Este análisis fue respaldado por varios expertos políticos que observaron que la verdadera división dentro del Partido Demócrata era entre aquellos que buscaban una candidata con experiencia política, como Hillary Clinton, y aquellos que preferían un candidato más progresista y fresco, como Bernie Sanders. En este sentido, el enfrentamiento no fue necesariamente una disputa de ideas políticas, sino una manifestación de las diferentes visiones sobre el futuro del partido.

El impacto de la primaria también fue reconocido por algunos analistas que señalaron que el fracaso de la campaña de Clinton para atraer a los votantes de Sanders reflejaba una falta de una estrategia eficaz de integración. Según Pete D’Alessandro, un analista cercano a Sanders, el haber ignorado las lecciones de esa primaria fue una señal roja para la campaña de Clinton. A pesar de la aparente organización y los recursos con los que contaba su equipo, no lograron traducir la pasión y la base de apoyo de Sanders a su propia candidatura. Esto, a su vez, contribuyó a la falta de entusiasmo general entre algunos sectores del electorado demócrata.

Además, las diferencias en la organización de las campañas de Clinton y Trump revelaron otro aspecto importante: la estructura y la estrategia de campaña. Mientras que la campaña de Clinton se caracterizó por ser sofisticada y altamente organizada, con personal político experimentado y numerosos centros de operaciones en todo Iowa, la campaña de Trump adoptó un enfoque menos convencional. Aunque sus recursos eran menores, el equipo de Trump logró movilizar a su base a través de un mensaje fuerte y claro que resonaba con muchos votantes que se sentían desconectados del establishment político.

La forma en que ambos equipos organizaron sus campañas también tuvo un impacto en el terreno. A pesar de contar con una infraestructura más robusta, la campaña de Clinton no logró conectar de manera efectiva con ciertos sectores del electorado, mientras que Trump, a pesar de sus limitados recursos, logró canalizar las emociones de su base y crear una sensación de movilización. Esto ilustra la importancia no solo de la organización, sino de cómo se comunica el mensaje a los votantes.

Para el lector, es esencial comprender que las divisiones internas del Partido Demócrata no fueron un fenómeno nuevo ni exclusivo de la primaria de 2016, sino que son el resultado de años de cambio dentro del partido, donde se enfrentan dos grandes tendencias: la de los políticos tradicionales con experiencia y la de aquellos que buscan un cambio radical. Esta lucha no solo reflejó diferencias ideológicas, sino también diferencias generacionales y de enfoque sobre cómo debería operar el Partido Demócrata en el futuro. En este contexto, las elecciones de 2016 no deben verse como un simple resultado de las primarias o de un solo factor, sino como un complejo reflejo de las tensiones acumuladas a lo largo del tiempo dentro de la política estadounidense.

¿Cómo influyó la actitud racial en la elección de Donald Trump en 2016?

En 2016, el análisis del comportamiento electoral mostró que las actitudes raciales tuvieron un impacto significativo en la elección de Donald Trump, incluso en un estado que había sido ganado por Barack Obama en dos ocasiones consecutivas. La política en Estados Unidos, y especialmente en estados clave como Iowa, refleja una dinámica compleja entre las identidades partidistas y las actitudes hacia la raza. Aunque el vínculo entre la afiliación partidaria y el voto presidencial ha sido bien documentado desde las primeras investigaciones sobre el voto estadounidense, el ascenso de Trump representó un fenómeno que combinó la polarización partidista con una creciente hostilidad racial en ciertos segmentos del electorado.

La relación entre la afiliación partidaria y el voto presidencial se ha establecido claramente en la literatura política. Partiendo de estudios clásicos como The American Voter (Campbell et al., 1960), se asume que los votantes tienden a apoyar al candidato de su partido, salvo que fuerzas de corto plazo, como el rendimiento económico o las campañas electorales, los lleven a desviar su apoyo. Así, en 2016, se esperaba que los republicanos respaldaran a Trump y los demócratas a Clinton. Sin embargo, el aumento de la "partidización afectiva" o "negativa" (Iyengar y Westwood, 2015; Abramowitz y Webster, 2016) ha llevado a que los votantes perciban a los miembros del partido contrario de manera más negativa, lo que impulsa un mayor voto por partido.

El caso de los votantes independientes o de "No Party" es particularmente interesante. La literatura sobre la política de Iowa no ofrece mucha guía sobre su comportamiento electoral, ya que un análisis exhaustivo de este grupo no ha sido realizado de manera integral. Sin embargo, la información recolectada en entrevistas y encuestas sugiere que los votantes de No Party en 2016 eran, en su mayoría, votantes de "cambio". Muchos entrevistados coinciden en que estos votantes estaban buscando una alternativa frente a lo que consideraban un estancamiento político en Washington, D.C. La figura de Trump, como un candidato ajeno al sistema establecido, representó una respuesta a esta demanda de cambio.

En cuanto a las actitudes raciales, diversos estudios han demostrado que las opiniones raciales influyen no solo en la selección del candidato, sino también en cómo los votantes perciben las políticas públicas. Cuestiones como el control de armas o la reforma del sistema de salud se han racializado, es decir, han sido moldeadas por las actitudes raciales de los votantes. Por ejemplo, el debate sobre la reforma del sistema de salud se vio influido por la figura del presidente Obama, que se convirtió en el defensor de estas reformas. Además, el resentimiento racial en el contexto de la política estadounidense ha sido particularmente visible en la reacción de ciertos segmentos de la población blanca ante el ascenso de un presidente afroamericano como Obama.

El análisis de la elección presidencial de 2016 demuestra que las actitudes raciales influyeron en gran medida en el apoyo a Trump. Un importante cuerpo de investigaciones experimentales y de modelos estadísticos ha mostrado que la ansiedad económica y la educación no fueron los principales motores del voto a favor de Trump, como a menudo se ha sostenido en los discursos públicos post-electorales. En cambio, el estudio de actitudes raciales, como el resentimiento hacia los afroamericanos o la percepción de que las minorías reciben beneficios indebidos, tuvo un impacto más determinante en la decisión de voto. Es relevante destacar que este fenómeno no es exclusivo de los votantes republicanos, ya que incluso los votantes independientes, quienes podrían haber votado por Obama en 2012, cambiaron su apoyo en 2016 hacia Trump, influenciados por sus actitudes hacia las políticas raciales.

El resentimiento racial, particularmente en las áreas rurales, es una de las claves para entender el voto a Trump. En muchas comunidades rurales, los prejuicios hacia las minorías raciales y étnicas son comunes, y aunque este resentimiento no se limita a un solo grupo racial, la percepción negativa hacia los afroamericanos suele ser más fuerte. Es importante señalar que las actitudes raciales no son la única causa de este resentimiento, ya que también intervienen factores económicos y sociales más amplios, como la percepción de la falta de trabajo o de asistencia social para los residentes rurales.

Además de estas actitudes, la retórica de Trump, cargada de mensajes raciales, jugó un papel crucial. La política racial de Trump no solo movilizó a los votantes blancos que compartían estas actitudes, sino que también afectó la manera en que los votantes interpretaron sus propias posiciones políticas, reforzando la conexión entre la raza y las políticas públicas. Así, aunque la narrativa post-electoral tendía a centrarse en el miedo económico o el desencanto con el establishment, el factor racial fue, y sigue siendo, un predictor importante del apoyo a Trump.

En conclusión, aunque las explicaciones económicas y sociales sobre el voto a Trump son importantes, la influencia de las actitudes raciales es fundamental para entender el resultado de las elecciones de 2016. La interacción entre la política partidista y las emociones raciales produjo un ambiente electoral donde el mensaje de Trump resonó con aquellos votantes que veían el cambio como una oportunidad para reafirmar sus prejuicios y creencias sobre la raza en Estados Unidos.