Los principios filosófico-políticos incluidos en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, como la afirmación de que “todos los hombres son creados iguales”, fueron transformados en hechos incuestionables. Thomas Jefferson y sus contemporáneos presentaron estos principios no como teorías sujetas a debate, sino como hechos autoevidentes, trasladando la cuestión de su veracidad al terreno de lo irrefutable. Al hacer esto, desplazaron la pregunta fundamental: "¿Es cierto que todos los hombres son iguales?" Esta interrogante ya no es relevante dentro de la esfera política, porque los hechos se asumen como verdades sin que se cuestione su autenticidad. Cuestionar estos principios significaría dudar de ellos, lo cual es un acto impensable dentro de la lógica política del momento.
Este enfoque nos lleva a un dilema fundamental: ¿es apropiado aplicar la verdad como criterio en la política? La política suele operar en el ámbito de los intereses, las ideologías y las preferencias, por lo que no siempre importa si lo que se afirma es verdadero o no, sino si las propuestas políticas son atractivas o viables dentro del contexto social. En la esfera pública, la relación entre la verdad y la política es a menudo compleja y, a veces, irrelevante. La cuestión de la veracidad se desvanece cuando las declaraciones de los políticos se toman como parte de un espectáculo que busca persuadir más que informar.
Cuando los políticos niegan hechos verificables o los manipulan a su conveniencia, la verdad comienza a reaparecer en el ámbito político. En estos casos, los hechos se trasladan del plano de la aceptación generalizada al terreno de la lucha política. La distorsión de los hechos, bajo el impacto de las fake news y la competencia entre diferentes opiniones, introduce un nuevo desafío: la verdad es rara vez convincente por sí misma, porque los hechos no son opiniones construidas a partir de razonamientos complejos o conclusiones teleológicas. Los hechos, por su naturaleza, no pueden ser exhaustivamente explicados ni comprendidos en su totalidad, son accidentes que deben ser observados y aceptados como tales.
Esto pone de manifiesto un tema crucial: la verdad no depende exclusivamente de los recursos epistémicos de quienes reciben la información, sino de la confianza en las fuentes que la producen. Como advierte Arendt, las mentiras son mucho más fáciles de creer que los hechos verificables, y por ello pueden resultar mucho más persuasivas. El mentiroso, al ser libre de fabricar sus propios “hechos” para ajustarlos a las expectativas de su audiencia, tiene una ventaja considerable: su relato será más plausible, más lógico, y no desafiará las expectativas del público. En cambio, el relato veraz, en su naturaleza más sencilla, a menudo carece de la espectacularidad necesaria para captar la atención.
En este contexto, los científicos, intelectuales y expertos se han visto llamados a intervenir en el debate público, proporcionando datos “neutrales” y hechos verificables a una audiencia que lucha por encontrar un ancla en un mundo político donde las verdades fácticas son sistemáticamente negadas por líderes populistas y políticos deshonestos. El papel de los expertos se vuelve crucial, pues en tiempos de incertidumbre, los hechos verificables ofrecen un respiro ante el mar de desinformación.
Sin embargo, aunque el enunciado de hechos por sí mismo no debe considerarse una acción política, Arendt señala que, cuando una comunidad se dedica a mentir de forma organizada sobre principios fundamentales, la verdad se convierte en un acto político en sí mismo. En tales circunstancias, quien defiende la verdad, ya sea consciente o no de su acción, comienza a participar en el proceso político, luchando por cambiar la realidad social y política a través de la exposición de hechos que, aunque no siempre aceptados, pueden finalmente cambiar el curso de los acontecimientos.
La aportación de los intelectuales en este contexto se puede entender como una forma de resistencia frente al totalitarismo, entendiendo que la política democrática, lejos de ser un ejercicio de dominación, es una actividad compartida que depende de un terreno común de hechos verificables. Este terreno común, como lo señala Arendt, es lo que une a la humanidad, permitiendo la comunicación, el entendimiento y, en última instancia, la acción política. Sin embargo, cuando las mentiras se vuelven tan prevalentes que se hacen indistinguibles de los hechos, el sentido común comienza a desaparecer, poniendo en peligro las bases mismas de la política democrática.
La crisis contemporánea del “post-verdad” no es solo una manifestación de una política vacía de verdad, sino que también refleja un problema más profundo, de naturaleza filosófica, que puede resumirse en el hiperindividualismo o el radical subjetivismo. Esta crisis se expresa, de manera más simple, en el concepto de soledad: la pérdida de un terreno común en el cual se pueda debatir y actuar colectivamente.
Cuando la verdad fáctica es cuestionada y sustituida por mentiras deliberadas, debemos preocuparnos no solo por la salud de nuestras democracias, sino por nuestra capacidad de vivir juntos en un mundo compartido. El riesgo es que, al perder la confianza en las instituciones políticas y entre nosotros como fuentes epistémicas, pongamos en peligro la sociabilidad misma, y con ella, la política. Aunque Arendt se muestra optimista sobre el futuro de la verdad, sugiriendo que, en el largo plazo, la verdad prevalecerá sobre las mentiras organizadas, la política contemporánea de “noticias falsas” nos obliga a cuestionar cuán viable es este optimismo en un contexto donde las mentiras no se enfrentan a la verdad de manera directa, sino que se diseminan y se aceptan sin resistencia.
En la política contemporánea, la lucha por la verdad no es solo una cuestión de hechos, sino también de confianza, y esa confianza se encuentra bajo una constante amenaza en tiempos de desinformación.
¿Cómo la manipulación de la información y la batalla por la verdad moldean la política rusa contemporánea?
La manipulación de la información es un producto principalmente nacional, cuyo componente de exportación es una actividad secundaria dentro de la labor central del gobierno ruso: construir una realidad que atraiga a los votantes y los convenza de apoyar al régimen. Bajo el liderazgo de Vladimir Putin, la opinión pública rusa ha sido moldeada durante más de dos décadas para aceptar una versión alternativa de los hechos relacionados con la historia soviética y postsoviética, una versión que, en un momento dado, también se convirtió en un tema diplomático. Un ejemplo claro de esto es la efímera Comisión creada para luchar contra las "distorsiones" de la historia de la Segunda Guerra Mundial, fundada por el gobierno ruso para imponer su visión sobre la historia internacionalmente. Esto formaba parte de una estrategia más amplia para justificar las pretensiones de Moscú sobre los territorios de la antigua Unión Soviética y algunas partes de Europa del Este, una narrativa casi imposible de sostener una vez que el Ejército Rojo comenzó a ser considerado una fuerza de ocupación, en lugar de una fuerza liberadora. Sin embargo, una gran mayoría de rusos, tanto votantes como políticos, sigue creyendo en esta visión, viéndola como una verdad esencial para afirmar la "grandeza" del país.
La obsesión de Putin con el desfile anual de la Victoria, que el Kremlin se negó a posponer incluso durante la pandemia de COVID-19, ha transformado este evento en uno de los momentos más importantes de la política rusa, donde la lista de líderes depende en gran medida de aquellos que aceptan la invitación a unirse al espectáculo en la Plaza Roja. Las diferencias en la interpretación del pasado (y del presente) han producido un estancamiento diplomático en las relaciones entre Rusia y las diplomacias occidentales. Es casi imposible negociar o llegar a acuerdos si ni siquiera se coincide en los aspectos básicos, y en los últimos años, el papel del ministro de Exteriores ruso, Sergey Lavrov, se ha reducido más a un portavoz que a un ministro de Relaciones Exteriores, participando en reuniones internacionales solo para expresar la postura del gobierno y mostrar su indignación ante aquellos que se encuentran en posiciones contrarias.
En este contexto orwelliano, donde los hechos y las narrativas sobre las evidencias se devalúan, los esfuerzos de los líderes de oposición, especialmente Alexey Navalny, se concentran en desmantelar la versión falsificada de la realidad que ofrece el régimen. Navalny es un ejemplo claro de esta línea de batalla entre la mentira y la verdad: su actividad principal consiste en desenmascarar los mitos propagandísticos y difundir revelaciones sobre la corrupción y los comportamientos ilícitos de los miembros de la élite del poder en Rusia. Navalny comenzó como un político "clásico", activista del partido parlamentario Yabloko, para luego convertirse en blogger y, más tarde, en líder de una plataforma mediática alternativa. En los últimos años, ha dirigido un espectáculo de televisión en YouTube, además de liderar el proyecto Fundación Anticorrupción y el partido "Rusia del Futuro". Estos proyectos offline no existirían sin esta forma de comunicación mediática, que, en el contexto actual de Rusia, representa la forma más efectiva de lucha política.
La batalla por imponer la propia verdad y mantener el monopolio sobre una versión particular de la realidad sigue siendo central para la supervivencia del poder de Putin en el Kremlin, como lo fue en la Unión Soviética. Sin embargo, existen dos diferencias sustanciales. La primera es que Rusia es ahora formalmente una democracia y celebra elecciones regulares. Aunque estas elecciones están manipuladas, rigged o incluso vedadas para la oposición, el voto sigue siendo un terreno importante que conquistar. El origen del poder de Putin fue, en sus primeros años, su popularidad abrumadora, alcanzada en un contexto indiscutible de propaganda y censura. Sin embargo, los oligarcas del Kremlin buscan ser reconocidos en Occidente, y el modelo de una nueva Unión Soviética o una Corea del Norte contemporánea no resulta atractivo ni para Putin ni para sus seguidores. En este sistema, descrito por algunos como "democracia gestionada" o "democracia iliberal", el "premio" (la zanahoria) juega un papel mucho más importante que el "castigo" (el palo), y se debe convencer a los votantes, incluso por medio del engaño, en lugar de simplemente amenazarlos.
La segunda diferencia, que Rusia comparte con el mundo occidental, es que hoy en día muchas personas, especialmente aquellas del sector "ordinario" de la sociedad (que incluye a los votantes y lectores), rechazan la verdad, incluso cuando se les enfrenta a ella. El problema que también existe en Occidente es que, aunque todos los hechos están disponibles (al menos en la web), muchas personas se niegan a buscarlos. En lugar de ello, prefieren seguir mentiras cómodas. La perestroika fue, de alguna manera, un proceso revelador desde el punto de vista político. Este momento de revelación, tanto en Rusia como en Occidente, fue visto como crucial y autosuficiente: una vez que se veía la verdad, todo lo demás debería funcionar de manera adecuada. Sin embargo, esta "magia" ya no funciona. Si observamos más de cerca el descontento que se ha extendido entre el público ruso en los últimos dos años, podemos ver que hay un porcentaje de votantes que desearía un giro hacia los estándares democráticos del occidente, como las elecciones libres y el imperio de la ley. Este deseo es especialmente fuerte en las clases medias más acomodadas, los intelectuales y las generaciones más jóvenes que se han occidentalizado. Durante las protestas callejeras de 2011-2012, Vladislav Surkov, ideólogo de Putin, calificó a estas personas como "comunidades urbanas enfadadas". Los "jóvenes urbanos enfadados" son cada vez más numerosos, no solo debido a un cambio generacional, sino porque no ven muchas oportunidades en una sociedad rusa cada vez más conservadora. Son inmunes al lenguaje y los códigos culturales de Putin, no han vivido el impacto del colapso de la Unión Soviética y no son susceptibles a la narrativa de que "cualquier cosa es mejor que volver a los años 90". Son nativos digitales, no ven televisión, y la web les ha enseñado a no confiar en nada ni en nadie de manera incondicional. Son los millennials que, en los últimos años, hemos visto protestar contra elecciones injustas y arrestos injustificados, buscando y difundiendo información alternativa en Internet.
Entre otros rusos, el resto de la mayoría social, protesta contra la pobreza generalizada, aunque sin un programa político claro que apoyen. Sin embargo, al observar las redes sociales, uno puede notar que también hay muchas personas criticando violentamente a Putin por no ser ya "el Putin de antes", deseando el regreso de un líder nacional paternalista y poderoso: en otras palabras, pidiendo el retorno de la narrativa de la "gran Rusia", que ahora perciben como falsa. A pesar de no gustarles cómo Putin y su corte gestionan la realidad que viven, aún se aferran a los mitos y narrativas creadas por el gobierno en los últimos años, incluida la historia de la malevolencia y la interferencia occidental.
¿Cómo utilizan las organizaciones de extrema derecha el internet para movilizarse y difundir su ideología?
En el análisis de 188 organizaciones de extrema derecha de cuatro países de Europa Central y del Este, se evidenció cómo estas agrupaciones emplean el internet con fines políticos, principalmente para propagar su ideología, movilizar seguidores y crear una identidad colectiva. La investigación se llevó a cabo mediante un análisis de contenido web, utilizando un conjunto de variables que incluyen más de 70 preguntas, tanto abiertas como cerradas, con el fin de comprender las diversas funciones políticas del uso de la web por parte de estas organizaciones. Entre las funciones identificadas se encuentran la propaganda, la movilización, la internacionalización y la creación de una identidad ideológica colectiva.
El diseño de la investigación incluye dos dimensiones comparativas: una nacional (cruzada entre los distintos países) y otra entre los tipos de organizaciones de extrema derecha. La selección de países se basó en sus legados comunes de la época comunista, la transición democrática de principios de los noventa y su posterior adhesión a la Unión Europea. Sin embargo, las diferencias entre estos países en términos de oportunidades políticas para la movilización de la extrema derecha ofrecen una variabilidad significativa. Factores como la duración y la fortaleza del éxito electoral de la extrema derecha, el tipo de "aliados en el poder" y las leyes contra el pasado nazi-fascista, así como la ideología de cada grupo, permiten una comprensión más profunda de cómo y por qué estos grupos se movilizan de manera diferente en el ámbito online.
La investigación analiza a diversas organizaciones de extrema derecha, que incluyen tanto partidos políticos como movimientos no partidarios y grupos violentos. Entre los partidos políticos, se encuentran el Partido Nacionalista Eslovaco (Slovenská Národná Strana) en Eslovaquia, Jobbik en Hungría y el Movimiento Nacional en Polonia. También se incluyen movimientos radicales como el Movimiento Juvenil de los 64 Condados en Hungría y grupos neonazis como el Ejército de Bandidos Sociales en Hungría. Además, se consideran grupos revisionistas y negacionistas, así como organizaciones comerciales y subculturales como tiendas de ropa de guerreros y bandas de skinheads. Cada tipo de organización presenta un perfil distinto de actividad en línea, lo que resalta la diversidad dentro del movimiento radical de derecha en Europa Central y del Este.
Uno de los aspectos clave del uso de internet por parte de estas organizaciones es la propagación de contenido ideológico. La mayoría de estas agrupaciones utiliza la web para distribuir propaganda visual y textual que refuerza su narrativa. La propaganda textual incluye elementos como eslóganes, artículos, bibliografías, materiales de conferencias y otros textos ideológicos. Por su parte, la propaganda visual incluye imágenes, símbolos de odio, mapas, pancartas y videos. Ambas formas de propaganda tienen como objetivo movilizar a los seguidores y reforzar el sentido de pertenencia a una causa común. Los estudios recientes han mostrado que los materiales visuales, como las imágenes y los símbolos, son particularmente efectivos en la movilización política, ya que apelan directamente a las emociones, el entusiasmo y el miedo, elementos clave para incitar la acción política.
El análisis revela que los grupos de extrema derecha en Europa Central y del Este utilizan ampliamente la propaganda en línea tanto en su formato textual como visual. La web se convierte en una herramienta fundamental no solo para la movilización y el reclutamiento, sino también para la creación de una identidad colectiva. Esto se logra mediante la difusión de documentos, fotografías y otros materiales propagandísticos que evocan iconografía y retórica nacionalista, xenófoba, fascista y nazi. La web, por lo tanto, actúa como un medio para fortalecer la ideología de estos grupos y para mantener una relación constante con sus simpatizantes, proporcionándoles recursos ideológicos y un sentido de comunidad.
Sin embargo, a pesar de la presencia generalizada de propaganda en línea, existen diferencias notables entre los países analizados. Las organizaciones de extrema derecha en Eslovaquia y la República Checa son las más activas en cuanto a la publicación de propaganda tanto textual como visual, alcanzando casi el 100% de uso de la web para estos fines. En cambio, las organizaciones en Hungría y Polonia muestran una actividad algo menor, aunque siguen siendo bastante activas en el ámbito online.
Es fundamental entender que, aunque el uso de la web por parte de estos grupos está principalmente orientado a la propaganda, también tiene otras funciones importantes. Por ejemplo, la web facilita la internacionalización, permitiendo que estos grupos se conecten con organizaciones similares en otros países, creando así una red transnacional de extrema derecha. Además, la web se utiliza para la movilización, ya que ofrece una plataforma accesible y directa para convocar a manifestaciones, eventos o reuniones. En muchos casos, los sitios web incluyen información sobre puntos de encuentro, teléfonos y correos electrónicos para facilitar la comunicación entre los miembros.
Por otro lado, otro aspecto crucial que debe ser comprendido es que el uso del internet por parte de estas organizaciones no solo tiene un carácter reactivo, sino también proactivo. Las organizaciones de extrema derecha buscan crear un ambiente donde sus miembros puedan sentirse validados y estimulados por el contenido que consumen. A través de la repetición de mensajes, símbolos y narrativas, refuerzan el sentido de pertenencia y la idea de que están participando en una lucha importante y compartida. Esto refuerza la cohesión interna y la disposición a actuar de manera colectiva.
Por último, el análisis de la propagación de la propaganda online sugiere que, en países donde la extrema derecha tiene una fuerte presencia institucional, como en Hungría, la actividad online es algo menos intensa, lo que respalda la hipótesis de que existe una relación inversa entre el activismo online y la presencia política institucionalizada de estos grupos. Esto indica que en contextos donde la extrema derecha ya ha alcanzado una posición dominante en el gobierno, la necesidad de utilizar la web para movilizar a sus seguidores disminuye.
¿Cómo las subculturas extremistas se apropiaron de mitologías precristianas y símbolos paganos?
En varias partes de Europa, se ha producido una apropiación de elementos de mitologías precristianas y religiones paganas por parte de grupos de extrema derecha, particularmente en Europa Central y del Este. Estos movimientos, que no solo incluyen a organizaciones neonazis, sino también a diversas agrupaciones nacionalistas, han buscado fusionar ideologías antiguas con una visión contemporánea del nacionalismo radical. Según Pollard (2016), esta tendencia es particularmente notable en el ámbito de las mitologías germánicas y eslavas, elementos que han sido adoptados por grupos como los llamados Odinistas, en referencia al dios germánico Odín. Este fenómeno no solo se limita a un rescate estético de símbolos antiguos, sino que también implica un desafío al cristianismo oficial, proponiendo una alternativa espiritual y cultural que conecta con una visión de identidad étnica y racial.
Este tipo de sincretismo ideológico no es exclusivo de una región, pero ha cobrado una particular relevancia en países como Hungría, donde se han revitalizado símbolos y prácticas del paganismo antiguo. Aquí, elementos como la mitología pagana y los rituales ancestrales se presentan como la base de una identidad nacional auténtica, a menudo en oposición a las influencias extranjeras y las tradiciones impuestas por el cristianismo. El uso de estos símbolos no es solo un acto cultural, sino también político, ya que busca unificar a las personas bajo una identidad primordial y "pura" que excluye a los demás, en especial a las minorías y a los inmigrantes.
Un aspecto clave de este fenómeno es la manera en que los grupos de extrema derecha utilizan símbolos como los runas, los dioses nórdicos o las tradiciones eslavas para fortalecer su mensaje de exclusividad cultural. Estas representaciones no solo se utilizan en eventos masivos, sino que también han sido adaptadas y potenciadas a través de medios digitales, donde las imágenes, los memes y las animaciones permiten amplificar su mensaje a una audiencia global. Estos grupos comprenden el poder de las redes sociales y la visualización en línea para difundir su ideología, como se puede observar en las páginas web de diversas organizaciones neonazis y grupos de resistencia que se agrupan en plataformas como Stormfront o en sitios especializados en la difusión de mensajes de odio.
La relación entre las ideologías de extrema derecha y las sectas políticas también merece atención. Según Veugelers y Menard (2018), algunos de estos movimientos pueden considerarse casi como sectas políticas, donde la lealtad y la pureza ideológica son esenciales, y la cantidad de seguidores importa menos que la dedicación y la pureza de los mismos. Estos grupos se identifican no solo con la política, sino con una espiritualidad renovada que apela a un pasado mítico, lo cual les permite construir una identidad colectiva poderosa, a menudo militarizada, que les permite resistir a las fuerzas que consideran una amenaza para su visión del mundo.
El fenómeno del uso de estos símbolos precristianos y paganos también plantea un desafío para las organizaciones antifascistas y de derechos humanos. Estas entidades, como la Liga de los Derechos Humanos en la República Checa o el grupo HejtStop en Polonia, se enfrentan a la difícil tarea de contrarrestar estos discursos de odio, a menudo utilizando las mismas plataformas digitales para promover la inclusión y la diversidad. Sin embargo, el alcance de estos grupos extremistas en las redes sociales y la habilidad para crear comunidades virtuales ha dificultado la labor de estas organizaciones, que deben innovar constantemente para enfrentar los nuevos retos de la propaganda online.
A medida que los grupos radicales continúan apropiándose de elementos culturales y religiosos para justificar sus objetivos políticos, es crucial que tanto las instituciones educativas como las sociedades en general, comprendan las complejas interacciones entre el pasado mítico y el presente político. La mezcla de historia, mitología y política de identidad ofrece una poderosa herramienta de movilización, pero también una vía peligrosa para la construcción de sociedades excluyentes y fundamentalistas.
Es fundamental entender que el uso de símbolos antiguos no es una simple cuestión estética ni una nostalgia cultural. Es una estrategia política calculada que busca construir una narrativa de pureza racial y nacional, vinculando la identidad contemporánea con la exaltación de un pasado glorioso, a menudo idealizado y distorsionado. La apropiación de estos elementos mitológicos no solo persigue la valorización de lo "autóctono", sino también una deslegitimación de las influencias extranjeras y las políticas inclusivas.
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