El concepto de "prensa mentirosa" (Luegenpresse) se ha utilizado históricamente para caracterizar a los medios de comunicación cuando estos se alejan de la verdad objetiva, siendo guiados por intereses políticos u otros fines. Este término apareció por primera vez en Alemania en el contexto de las Revoluciones de 1848 y 1849, utilizado por los católicos contra las facciones liberales. A lo largo del tiempo, el término resurgió durante la Guerra Franco-Alemana (1870-1871), la Primera Guerra Mundial (1914-1918), los disturbios estudiantiles en Berlín (1968) y en la retórica de la extrema derecha alemana en 2014. Además, los medios alemanes lo utilizaron para referirse a Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016. El uso de términos como "hechos falsos" o "noticias falsas" en Estados Unidos refleja la misma crítica hacia los medios, con el mismo significado que la "prensa mentirosa".
Cuando nos enfrentamos a la tarea de evaluar la veracidad de una afirmación o relato, nos encontramos con una realidad compleja: la verdad no es un absoluto. El contexto juega un papel crucial, y la verdad está sujeta a interpretación. A veces, partes de una historia pueden ser verdaderas mientras que el relato completo no lo es, o incluso puede ser que la historia esté incompleta. En este espectro, que va desde la verdad absoluta (como el dato meteorológico de que a las 4 p.m. la temperatura era de 93 grados) hasta la mentira descarada y calculada (como una declaración política que busca engañar), existen muchas posiciones intermedias. En algunos casos, una historia parcialmente correcta puede tener detalles incorrectos que son irrelevantes, pero en otras situaciones, ya sea de manera accidental o deliberada, la omisión o el error puede dar una impresión falsa.
Los hechos, entonces, no son rígidos, sino maleables. Pueden ser moldeados y adoptan diversas formas. La historia está llena de ejemplos desde el siglo XVIII hasta el XXI que nos ayudan a entender la importancia de la representación y malrepresentación de los hechos, y cómo esta presentación afecta nuestra interpretación de la realidad. Para comprender realmente la naturaleza de los hechos que nos presentan —ya sea en libros, revistas, periódicos, o más frecuentemente hoy en día, en sitios web— es crucial que podamos distinguir entre los diferentes tipos de hechos y relatos que nos son presentados.
El filósofo francés Alexandre Koyré ofrece una reflexión interesante sobre la verdad, al sugerir que, en los regímenes totalitarios, la "verdad" no se define por la concordancia con la realidad, sino con la necesidad de servir a un interés colectivo, racial, nacional o utilitario. Según Koyré, en tales regímenes, la verdad se convierte en un instrumento para manipular y transformar la realidad, orientada a objetivos políticos, más que en un esfuerzo por descubrir la realidad tal como es. Este enfoque también puede aplicarse a muchos políticos pragmáticos contemporáneos, quienes prefieren usar la retórica emocional en lugar de apelar a la razón y a la lógica.
Sin embargo, esta visión del mundo no es compartida por todos. Desde la Ilustración en el siglo XVIII, muchos filósofos han sostenido que los hechos son válidos porque están fundamentados en la lógica y la evidencia empírica obtenida a través de la observación y la experimentación. Pero existe también una línea de pensamiento que argumenta que la verdad es una construcción social. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche es uno de los pensadores más influyentes que sostiene esta postura. Nietzsche rechaza el positivismo y la idea de que la experiencia empírica pueda establecer hechos objetivos; para él, solo existen interpretaciones humanas de lo que percibimos en el mundo.
En palabras de Nietzsche: "Somos nosotros quienes interpretamos el mundo a través de nuestras necesidades y deseos, cada impulso tiene su propia perspectiva que quiere imponer a los demás como una norma." Según Nietzsche, la mentira, el engaño, la apariencia y las convenciones sociales son parte inherente de la naturaleza humana. Las personas viven con ilusiones y construyen su propia realidad, y la búsqueda de la verdad, si bien importante para los filósofos y científicos, es muchas veces incompatible con las necesidades de la vida cotidiana. Para Nietzsche, la falsedad de un juicio no siempre es un problema, ya que el valor de un juicio depende de su capacidad para promover la vida, preservarla y contribuir a la supervivencia humana. Así, las ficciones y los juicios falsos son, en muchos casos, esenciales para nuestra existencia.
La visión de Nietzsche sobre la "voluntad de verdad" nos invita a cuestionar si realmente buscamos la verdad de manera desinteresada o si, más bien, nuestras creencias y nuestras interpretaciones de la realidad están impulsadas por nuestra necesidad de encontrar un sentido que dé coherencia a nuestras vidas. En muchos casos, la verdad no se percibe como un principio universal, sino como algo relativo, subjetivo y funcional para quienes la sostienen.
En resumen, es esencial que entendamos que los hechos no son siempre universales ni absolutos. Están sujetos a la interpretación y a la necesidad humana, y su presentación está influenciada por contextos sociales, políticos y personales. Reconocer esto nos permite abordar los relatos de la realidad con un enfoque crítico, capaz de distinguir entre lo que se nos presenta como "verdad" y lo que realmente puede serlo. Este entendimiento, lejos de debilitarnos, nos capacita para navegar en un mundo lleno de información ambigua y manipulada, en el cual la verdad no siempre es clara ni accesible de manera inmediata.
¿Cómo se construye la verdad en la sociedad?
Nietzsche define la verdad en un pasaje frecuentemente citado: ¿Qué es entonces la verdad? Un conjunto móvil de metáforas, metonimias y antropomorfismos; en pocas palabras, una suma de relaciones humanas que han sido poéticamente y retóricamente intensificadas, transferidas y embellecidas, y que, después de un largo uso, parecen a un pueblo fijas, canónicas y vinculantes. Las verdades son ilusiones que hemos olvidado que son ilusiones; son metáforas que se han desgastado y se han despojado de su fuerza sensorial, monedas que han perdido su grabado y ahora se consideran metal, y ya no monedas.
La prueba de la veracidad, de ser un "hecho", no se trata de cuán bien la afirmación refleja el mundo físico, sino de cuán bien se alinea con estas "metáforas". Se cree que las cosas son verdaderas porque la sociedad comparte una perspectiva común, no debido a alguna verdad física subyacente. Esto define la concepción perspectivista de la verdad. El sociólogo Emile Durkheim sostiene una línea de pensamiento similar a la de Nietzsche. En sus Reglas del Método Sociológico, Durkheim habla de los hechos sociales. Contrasta los hechos sociales, que consisten en "modos de actuar, pensar y sentir externos al individuo, los cuales están investidos con un poder coercitivo que, por virtud de este, ejercen control sobre él", con los "fenómenos orgánicos o físicos, que no existen más que en y a través de la conciencia individual". En los últimos cincuenta años, varios estudiosos han argumentado sobre el poder de las normas y las estructuras sociales para definir lo que se acepta como verdad, y muchos de estos encuentran afinidad con las creencias de Nietzsche.
Los bibliotecólogos y científicos de la información Margaret Egan y Jesse Shera acuñaron el término epistemología social en la década de 1950. En los años 60, el influyente historiador intelectual Michel Foucault y el filósofo de la ciencia Thomas Kuhn introdujeron argumentos sobre la base social del hecho. Foucault, al referirse al estatus epistemológico de los hechos, argumenta que los hechos, según repite en su análisis de poder/conocimiento en diversos campos profesionales, son socialmente constituidos y producidos por el resultado de la regulación dentro del sistema de conocimiento. Por ejemplo, las prácticas médicas y el conocimiento aplicado a ellas están definidos por las relaciones de poder dentro del sistema de salud y el hospital, en los cuales existe un consenso acordado sobre lo que se considera "conocimiento" y "práctica correcta". Este poder sirve como una fuerza convergente que todos los profesionales pueden buscar para encontrar acuerdo, definiendo lo que hacemos. Puede verse como una metaestructura que enmarca nuestras prácticas sin hacerlo explícitamente.
Thomas Kuhn, en su Estructura de las Revoluciones Científicas, argumentó sobre la importancia de la comunidad para definir lo que se acepta como verdad y lo que se considera anómalo. Bruno Latour y Steve Woolgar, en su libro Laboratory Life, van más allá de Kuhn con sus argumentos a favor de la construcción social de los hechos.
En la comunidad filosófica, ha habido un aumento similar en el estudio de la epistemología social. Es el tema principal de la revista Social Epistemology, fundada en 1988 por el estudioso de la ciencia y la tecnología Steve Fuller; y también de la revista Episteme, fundada en 2004 por el científico computacional Leslie Marsh y el ingeniero matemático Christian Onof. Como describen los autores de la Stanford Encyclopedia of Philosophy, la epistemología social busca corregir el enfoque individualista que predominaba en la epistemología hasta hace poco, y aborda los efectos epistemológicos de las interacciones sociales y los sistemas sociales.
Aunque estos académicos tienen razones críticas para creer en la construcción social de la verdad, en los últimos años, conocidos como la era de la "post-verdad", los defensores políticos —especialmente aquellos de inclinación conservadora— han adoptado una postura políticamente conveniente pero acrítica. Estos defensores políticos ignoran o niegan los hechos objetivos y apelan en su lugar a la emoción y la creencia personal. Nietzsche argumentaría que ellos tienen una "voluntad de poder" en lugar de una "voluntad de verdad".
Un concepto clave que debe entenderse es que, si bien las "verdades" que dominan en una sociedad parecen objetivas o fijas, son en realidad el resultado de acuerdos sociales y de estructuras de poder que determinan lo que se considera verdadero en un contexto dado. El proceso de socialización y las normas culturales en las que se cría a un individuo juegan un papel crucial en la construcción de lo que una sociedad percibe como conocimiento "verdadero". Por tanto, la verdad no es algo universal, sino que está profundamente influenciada por las dinámicas sociales y políticas. Las interpretaciones que se consideran "hechos" son, de hecho, relatos compartidos y legitimados que, a lo largo del tiempo, son aceptados por la comunidad.
¿Cómo la Industria Tabacalera Manipula la Información y Su Impacto en la Salud Pública?
La industria tabacalera ha sido históricamente una de las más poderosas en términos de manipulación de la información, empleando una amplia gama de tácticas para minimizar los riesgos asociados al consumo de tabaco. Desde principios del siglo XX, la industria ha desplegado esfuerzos sistemáticos para influir en la opinión pública, el mundo científico y, en última instancia, en las políticas gubernamentales que regulan el consumo de cigarrillos.
El caso de C. C. Little, un personaje destacado en la lucha por proteger los intereses de la industria del tabaco, es un ejemplo claro de cómo los científicos y expertos son utilizados para desinformar al público. A través de publicaciones en medios influyentes, como su famosa carta abierta en The Atlantic en 1957, Little sembró dudas sobre los vínculos entre el tabaco y el cáncer. Este tipo de tácticas no fue un caso aislado, sino parte de una estrategia más amplia para crear una imagen de incertidumbre científica, que sirviera para retrasar la intervención reguladora. La industria utilizó argumentos pseudo-científicos y expertos pagados para apuntalar la idea de que la relación entre el tabaco y enfermedades graves no era concluyente, a pesar de la creciente evidencia en su contra.
En la década de 1960, la industria tabacalera comenzó a enfrentar presiones crecientes debido a los informes de salud pública sobre los efectos nocivos del fumar. Sin embargo, lejos de aceptar estos hallazgos, las grandes compañías del tabaco pusieron en marcha campañas de desinformación masiva. En lugar de enfrentar las críticas de manera honesta, se optó por estrategias que desviaran la atención pública y minimizaran el impacto de los informes científicos. Durante décadas, se financiaron estudios que confundían los resultados o los presentaban de manera selectiva. Este enfoque se mantuvo incluso en los tribunales, donde la industria luchó por proteger sus intereses económicos a través de la manipulación de expertos y la creación de "frentes" científicos.
Una de las estrategias más efectivas fue la creación de grupos de presión y organizaciones que presentaban argumentos a favor de la industria. Estos "grupos de fachada" fueron fundamentales para avanzar la agenda de las tabacaleras, ya que generaban la impresión de un debate legítimo y equilibrado. La campaña de marketing se extendió más allá de los cigarrillos tradicionales, abrazando productos nuevos como el tabaco de mascar y los cigarrillos electrónicos. El objetivo era claro: mantener la demanda en crecimiento y desviar la atención de los riesgos evidentes para la salud.
La industria tabacalera también desplegó tácticas de manipulación en relación con la legislación. A lo largo de las décadas, las empresas tabacaleras han gastado miles de millones de dólares en cabildeo para bloquear leyes de control del tabaco y evitar regulaciones más estrictas. Uno de los puntos más críticos fue la lucha contra las advertencias de salud en los paquetes de cigarrillos. Durante años, la industria se opuso a que se incluyeran mensajes de advertencia sobre los riesgos del fumar, argumentando que tales medidas afectaban su libertad comercial. Incluso cuando las advertencias comenzaron a aparecer, estas fueron cuidadosamente diseñadas para minimizar su impacto, presentando las advertencias de manera que no interfirieran significativamente con la comercialización del producto.
El acceso a la información sobre el daño del tabaco ha sido otro campo de batalla crucial. En el caso de los informes de los Cirujanos Generales de los Estados Unidos, por ejemplo, la industria intentó socavar la credibilidad de estos informes a través de demandas legales y campañas de desprestigio. A pesar de las evidencias científicas acumuladas, los esfuerzos por parte de la industria tabacalera para sembrar dudas y distraer la atención pública de la gravedad de la crisis de salud pública fueron constantes.
Además, la industria ha desarrollado una estrategia particularmente insidiosa para atraer a los jóvenes, un grupo demográfico esencial para garantizar la continuidad del mercado del tabaco. Desde la creación de campañas publicitarias diseñadas para hacer que fumar pareciera atractivo y socialmente aceptable, hasta la financiación de investigaciones que supuestamente demostraban la falta de riesgos a corto plazo, la industria ha hecho todo lo posible por normalizar el consumo de cigarrillos en una era en la que los efectos adversos son ampliamente conocidos.
Hoy en día, la industria del tabaco sigue operando en gran medida con las mismas tácticas de manipulación, aunque más sofisticadas. Las empresas ahora están diversificando sus productos hacia el mercado de los cigarrillos electrónicos y otros dispositivos de vaporización, que, aunque inicialmente presentados como una alternativa menos dañina, también han sido objeto de campañas publicitarias engañosas para desviar la atención de los riesgos que aún conllevan. Además, el auge de las redes sociales ha proporcionado nuevas plataformas para que la industria continúe su trabajo de desinformación, al asociarse con influencers y promocionar sus productos en espacios donde las regulaciones son más laxas.
Es esencial que el lector comprenda que la lucha contra la industria tabacalera no es solo una cuestión de salud pública, sino también una cuestión de justicia social. Las estrategias utilizadas por las empresas tabacaleras han tenido un impacto desproporcionado sobre las comunidades más vulnerables, contribuyendo a disparidades en salud que continúan afectando a generaciones. Por lo tanto, no solo es importante reconocer los métodos de manipulación de la industria, sino también entender que estas tácticas no son un fenómeno aislado, sino una estrategia global que afecta a todas las sociedades.
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