Reconocer tus propios defectos y virtudes no solo te da claridad interna, sino también el poder de transformar tu reputación y tus relaciones. No se trata de hacer una declaración poética frente al espejo, sino de escribir —literalmente— todo aquello que amas u odias de ti. Si tuviste la voluntad de hacerlo, ya estás caminando en la dirección correcta. Conocer tu mierda, como suele decirse sin anestesia, te da la capacidad de cambiar si lo deseas, apagar fuegos de chismes, silenciar a esos “amigos enemigos” que te critican a tus espaldas, y sobre todo, evitar sorpresas dolorosas.

Cuando alguien hable de ti a escondidas, destápalo sin rodeos: “Sí, puedo ser un poco imbécil a veces, pero vamos a dejar tu nombre y el mío fuera de esto. Y, por cierto, ¿te parece profesional irte del trabajo sin cumplir un plazo o sin avisar a tu supervisor para que busque reemplazo?” Esa honestidad desarma. Al final, incluso quien te desprecia puede pensar: “Sí, es arrogante, pero tenía razón.”

Ser dos pasos más sabio que tus emociones y tus críticos, en lugar de andar a tientas, es libertad pura. Si no entiendes por qué no tienes amigos, comienza por pedirle a un confidente —si tienes uno— que te diga lo que otros piensan de ti. No necesitas compararte con nadie, pero lo que un amigo honesto puede revelarte es valioso: desde hábitos desagradables que ni sabías que tenías hasta talentos que subestimas. “Cuando sonríes, iluminas la habitación.” “Te estás viendo demasiado delgado.” “¿Todavía cojeas después de ese partido?” “Tu actitud apesta, aunque seas el más listo de la clase.” “Deberías tratar mejor a tu madre.” “Eres un bombón, ¿te has dado cuenta?”

Hacer este inventario emocional te permite eliminar los rasgos que detestas de ti y amplificar los que te enorgullecen. No quieres que te vean como perezoso: llega puntual. ¿Quieres dejar de ser un idiota? Cámbialo ya. El apoyo aparece cuando eres honesto contigo mismo y con los demás. Una revisión sincera de tu carácter es el primer gran paso para dejar de sabotear tu propia vida.

Haz un test brutal contigo mismo. ¿Puedes admitir tus fortalezas y debilidades? ¿Tienes el valor de mirarte de frente y decir lo que amas o detestas de ti? Todos tenemos esqueletos en el armario. Si tú no soportas algo que haces, lo más probable es que los demás tampoco. Haz las listas. Funcionan.

¿Puedes dejar ir la porquería emocional? Cruza de una vez por todas esa línea. Nadie quiere seguir escuchando que odias tu trabajo o que todavía debes préstamos estudiantiles. Ponte los pantalones de adulto y deja de quejarte. Sé épico. Habla de lo grande que puedes llegar a ser.

¿Eres lo suficientemente astuto para anticiparte a tus enemigos disfrazados de amigos? Apaga el fuego del chisme contando tú mismo tu historia. “Sí, hice un video sexual a los 21. Fue hace treinta años. ¿Quieres una copia?” Quien domina la narrativa, domina el respeto.

¿Puedes cambiar tu vida según el momento que estás atravesando? Todos tenemos diferentes necesidades en distintas etapas. Si te conviertes en tu mayor fan, sabrás qué necesitas, cuándo y cómo.

¿Y qué haces con tu rabia? Dejarla hervir dentro es una sentencia de cáncer emocional. Grita. Golpea una almohada. Libérate del drama. Cuanto más te conoces, más puedes desplazar los rasgos negativos de tu “primera página de Google” personal. Optimiza tu propio buscador emocional. Llénalo de descripciones más grandes, más profundas y más verdaderas.

Todo se reduce a un ejercicio poderoso pero a menudo subestimado: la capacidad de ser considerado. No se trata de ser cursi. Se trata de reconocer que la amabilidad tiene peso y consecuencia. Palabras simples como “por favor”, “gracias”, “estoy aquí para lo que necesites” pueden transformar el curso de una conversación y de una vida. En cambio, el desprecio cotidiano —“levántate y tráeme una cerveza”, “nadie te soporta en esta familia”— hiere más que un puñetazo.

La consideración comienza con uno mismo. Con dejar de permitir abusos emocionales, aunque vengan de tus padres. Como Becky, una mujer que cuidaba de sus padres ancianos y crueles, a pesar de haber trabajado sus traumas con un terapeuta. A veces el amor propio consiste en dejar de ser la “Cenicienta” de tu propia historia y tomar las riendas con firmeza.

Es fundamental entender que crecer no es sinónimo de perfección, sino de responsabilidad. No es fácil dejar atrás tus propios demonios, pero hacerlo con honestidad brutal es un acto de liberación. Y sí, requiere tanta energía joderte la vida como reconstruirla. Escoge bien en qué quieres invertir esa energía.

Es vital recordar que no se trata de cambiar para complacer a otros, sino de tener el control de tu narrativa. Que cuando te busquen, encuentren autenticidad, no residuos emocionales ni excusas. Que cuando hables, no sea desde el miedo ni la defensa, sino desde la claridad. Porque el poder de tu imagen no está en lo que aparentas, sino en lo que eres capaz de asumir.

¿Por qué la industria musical es tan complicada y disfuncional?

En el turbulento mundo de la música, las expectativas y la realidad rara vez coinciden. El sistema está lleno de promesas incumplidas, contratos que no se cumplen y sorpresas inesperadas. A pesar de los años de arduo trabajo y la búsqueda constante de una identidad artística, la industria a menudo resulta ser un terreno difícil y traicionero, donde el talento parece ser solo una parte del rompecabezas. Un ejemplo claro de esta desconexión es el giro inesperado que dio mi carrera cuando, en un giro del destino, mi música fue transformada en algo que nunca había planeado.

De acuerdo con mi contrato de emergencia, tenía el derecho de aprobar mis mezclas; sin embargo, me dijeron cuándo debía estar en el estudio, y para mi sorpresa, el álbum ya estaba mezclado. En pocas horas, pasé de ser un artista de música techno-pop a un cantante de Latin Freestyle. No malinterpreten mis palabras; si hubiese podido interpretar ese estilo como Ricky Martin, no habría tenido quejas. Pero, ¿qué pensarían si la música de U2 fuera mezclada con Country? Espero que mi caso esté claro. No era solo un cambio de estilo, era una pesadilla para mi marca. Ambos sencillos permeaban las discotecas de Nueva York en los años 80, pero esto no era todo lo que la industria musical tenía reservado para mí. Después de firmar contratos con gigantes como Sid Bernstein, un legendario productor de Nueva York que trajo a The Beatles y The Rolling Stones a América, el destino parecía estar jugando en mi contra. Contratos que prometían el mundo terminaron por ser solo una pérdida de tiempo, y mi música quedó atrapada en un ciclo sin salida.

La industria no solo está llena de contratos rotos y promesas vacías, sino que también está plagada de oportunidades perdidas. En mi último show, en un club llamado 1018 (posteriormente conocido como The Roxy) en Nueva York, alguien disparó un arma. No era una pistola de fogueo; el disparo estaba dirigido hacia el público. Ese momento, aunque aterrador, marcó el cierre simbólico de mi carrera musical, que se sintió como una condena de prisión. Fue el final de un capítulo y el comienzo de otro. La industria musical me había decepcionado profundamente, y su presión me llevó a una decisión que cambió mi vida: dejar todo atrás y reinventarme.

El disparo no solo cerró las puertas de la música, sino que también abrió una nueva ventana hacia la reinvención. Fue entonces cuando comencé a buscar algo más. Ya no quería seguir luchando por un contrato discográfico que no me ofrecía lo que necesitaba. Decidí sumergirme en el mundo laboral fuera de la música, comenzando con un trabajo temporal en el Centro de Datos de la MTA (Autoridad Metropolitana de Transporte) en Nueva York. Durante ese período, me encontré con una oferta aún más extraña: bailar go-go en el club Danceteria, donde el salario por noche era mucho mayor que lo que ganaba en la música. Pero el cambio fue radical y, aunque no estaba claro en ese momento, me estaba preparando para algo más grande.

Tras varios años en la industria de la restauración, finalmente decidí dar el siguiente paso. A los 33 años, me alejé del mundo de los restaurantes y tomé un trabajo en la industria editorial, un cambio que me permitió salir de la rueda de la música y entrar en un mundo completamente nuevo. Empecé en la oficina de relaciones públicas de Villard, una división de Random House. Aunque el trabajo era modesto, lo veía como una oportunidad para aprender, especialmente porque el ambiente de trabajo era mucho más honesto y menos traicionero que el que había experimentado en la música. La oportunidad que había esperado por tanto tiempo comenzó a materializarse cuando, menos de 13 años después, me convertí en vicepresidente senior de marketing y relaciones públicas en Regan Media.

La disfuncionalidad de la industria musical, junto con la constante presión y el sentimiento de estar atrapado, dejó una huella imborrable. Sin embargo, esa misma disfunción fue la que me empujó a buscar nuevas formas de expresión. La necesidad de estabilidad y la búsqueda de algo más allá de la música fueron los motores que me llevaron a explorar otros campos, como la publicación, donde descubrí que la comunicación efectiva podía abrir puertas que la música nunca me permitió acceder. Esto me llevó finalmente a abrir mi propia firma de relaciones públicas en 2016.

La industria musical está llena de promesas rotas, pero también está llena de oportunidades para aquellos dispuestos a reinvertarse. Los artistas deben aprender a no depender completamente de los contratos discográficos o de los sellos, pues el sistema está diseñado para dejar atrás a muchos de los que no se ajustan a su moldes. Cuando los trabajos no pagan, no vale la pena quedarse. A veces, el verdadero éxito no se mide en álbumes vendidos ni en apariciones en el escenario, sino en la capacidad de adaptarse a nuevas realidades y encontrar formas de generar ingresos y, más importante aún, sentido en lo que se hace.