La enfermedad ocular diabética agrupa un conjunto diverso de afecciones visuales originadas por la diabetes mellitus, que pueden variar desde episodios transitorios de visión borrosa hasta pérdidas visuales irreversibles. La fluctuación aguda en los niveles de glucosa en sangre puede ocasionar alteraciones temporales de la visión; sin embargo, es la exposición prolongada a hiperglucemia persistente la que desencadena cambios microvasculares y macrovasculares en el ojo, propiciando complicaciones como la retinopatía diabética, cataratas, glaucoma, infecciones oculares y parálisis nerviosas.
La retinopatía diabética constituye una de las principales causas prevenibles de ceguera, especialmente en personas mayores de 50 años, situándose en 2020 como la quinta causa más frecuente a nivel mundial. Su desarrollo no solo afecta la visión, sino que también se asocia de manera directa con un incremento en el riesgo cardiovascular, incluyendo eventos cerebrovasculares e infartos de miocardio. La magnitud de este riesgo correlaciona con la gravedad de la retinopatía, lo que convierte el examen ocular en un indicador valioso para la evaluación integral del paciente diabético.
Los datos epidemiológicos recientes, como el informe del Servicio Nacional de Detección de Retinopatía Diabética del Reino Unido de 2015, muestran que la prevalencia de retinopatía en pacientes con diabetes tipo 1 alcanza el 56%, mientras que en diabetes tipo 2 es aproximadamente del 30%. Esta diferencia refleja no solo las características patológicas propias de cada tipo, sino también la evolución en los programas de concienciación, detección precoz y manejo terapéutico, que han logrado reducir la incidencia y severidad de estas complicaciones.
En términos clínicos, la incidencia anual de retinopatía diabética es mayor en diabetes tipo 1 (alrededor del 15%) en comparación con la tipo 2 (aproximadamente 8%), lo que subraya la necesidad de un monitoreo riguroso desde etapas tempranas en los pacientes con diabetes de inicio juvenil. La duración de la diabetes y el grado de control glucémico constituyen factores determinantes para la aparición y progresión de las lesiones oculares.
La consulta oftalmológica debe ser integral y periódica, dirigida a detectar precozmente signos de retinopatía y otras patologías oculares asociadas. La implementación de programas de cribado sistemático, que combinan técnicas como la fotografía retiniana y el examen clínico detallado, permite identificar lesiones en fases iniciales, facilitando intervenciones oportunas que pueden detener o retrasar la progresión hacia la pérdida visual.
Además de los aspectos clínicos, es fundamental comprender que el abordaje multidisciplinar del paciente diabético incluye la educación sobre la importancia del control metabólico estricto, la adherencia a tratamientos antihiperglucémicos y la adopción de estilos de vida saludables. El seguimiento oftalmológico debe integrarse con el manejo global para optimizar resultados y reducir la carga de morbilidad asociada.
Para el lector, es importante tener en cuenta que la diabetes no solo afecta el ojo en sus estructuras externas o superficiales, sino que induce cambios complejos en la microvasculatura retiniana, lo que puede ser asintomático en etapas iniciales. Por ello, la ausencia de síntomas visuales no debe postergar la evaluación oftalmológica, dado que la detección temprana es clave para evitar daños irreversibles. Asimismo, la relación entre la salud ocular y el riesgo cardiovascular convierte al examen oftalmológico en una herramienta diagnóstica esencial dentro del cuidado integral del paciente con diabetes.
La educación continua, la concienciación pública y el acceso a servicios especializados son pilares para disminuir la prevalencia y gravedad de las complicaciones oculares en diabetes. La integración de tecnologías avanzadas en el diagnóstico y tratamiento, junto con un enfoque personalizado, son el camino para mejorar la calidad de vida de millones de personas afectadas.
¿Cómo influye la diabetes en la salud ocular y qué complicaciones pueden surgir?
La endoftalmitis postoperatoria es una complicación frecuente en pacientes diabéticos. La mayoría de los organismos patógenos aislados en pacientes diabéticos con endoftalmitis aguda son Staphylococcus coagulasa-negativo. Los diabéticos tienden a presentar peores resultados en el tratamiento de la endoftalmitis, comparado con pacientes no diabéticos. De hecho, la endoftalmitis endógena, especialmente la causada por Escherichia coli, se encuentra casi exclusivamente en pacientes con diabetes. El manejo médico de la endoftalmitis, que es una emergencia, incluye el uso de esteroides tópicos, antibióticos e inyecciones intravítreas. Los casos graves pueden requerir cirugía vitreorretiniana, y es crucial un seguimiento constante de los niveles de glucosa en sangre durante el tratamiento. En situaciones extremas, cuando no hay percepción de luz, es posible que se requiera una evisceración del ojo afectado para evitar complicaciones graves como la propagación intracraneal o intraorbitaria, que pueden poner en riesgo la vida del paciente.
La neuropatía corneal es una complicación bien conocida y frecuente en los pacientes diabéticos. Los síntomas clínicos incluyen erosiones corneales recurrentes y úlceras neurotróficas corneales. El filme lagrimal, que cumple una función inmunológica crucial para la protección del sistema ocular, se ve alterado en los diabéticos. Se ha documentado una disminución tanto en el tiempo de ruptura del filme lagrimal como en los valores de la prueba de Schirmer, lo que resulta en ojos secos. Al ser la neuropatía una complicación frecuente en la diabetes, la córnea, densamente inervada, también se ve afectada, lo que conduce a la aparición de erosiones recurrentes y defectos epiteliales corneales no cicatrizantes. Aunque el control glicémico adecuado puede prevenir la progresión de estas alteraciones, no es posible revertir completamente los cambios neuropáticos. La diabetes también provoca una reducción en la concentración de factores de crecimiento, lo que interfiere con la integridad epitelial, aumentando la fragilidad del epitelio y reduciendo la densidad de las células epiteliales. Esto tiene efectos negativos sobre la superficie ocular. Aproximadamente el 50% de los pacientes diabéticos experimentan síntomas de ojo seco, lo cual muestra una correlación significativa con la retinopatía diabética y la neuropatía periférica. El daño microvascular a la glándula lagrimal por la hiperglucemia disminuye los sitios de unión para andrógenos y estrógenos, lo que reduce la producción de lágrimas.
La relación entre la diabetes y el glaucoma no está completamente clara, aunque existen varias teorías que intentan explicarla. Una de las más aceptadas es que la microfiltración vascular y la disfunción vascular resultan en una perfusión deficiente del nervio óptico. Otras teorías sugieren que el daño al trabéculo (la red de drenaje del ojo) interfiere con el flujo de salida del humor acuoso. También se ha descrito una apoptosis desregulada de las células gliales y la pérdida de la función neuroprotectora como posibles causas de glaucoma en los diabéticos. La prevalencia de glaucoma en pacientes diabéticos es dos a tres veces mayor que en la población no diabética. El glaucoma de ángulo abierto es el tipo más común. En cuanto se desarrolla glaucoma, los pacientes requieren terapia tópica con fármacos antiglaucomatosos, y en casos refractarios, puede ser necesaria la cirugía. En los pacientes con retinopatía diabética avanzada, puede desarrollarse un glaucoma neovascular como consecuencia de una isquemia retiniana significativa, lo que da lugar a la formación de nuevos vasos en el iris o en el ángulo de la cámara anterior. Esta es una condición grave que presenta síntomas como dolor, enrojecimiento y visión reducida. El aumento de la presión intraocular en estos casos generalmente es refractario y requiere tratamiento urgente con medicamentos tópicos y fotocoagulación con láser para prevenir el VEGF (factor de crecimiento endotelial vascular), responsable de la formación de nuevos vasos.
El catarata es la causa más común de ceguera curable en el mundo, y puede ser provocada por múltiples factores, como la edad, el trauma y diversas condiciones sistémicas. En los diabéticos, la producción no regulada de polióles y la formación de productos finales de glicación avanzada (AGE) son factores importantes en la patogénesis de la catarata. Los diabéticos tienen un mayor riesgo de desarrollar cataratas a una edad temprana, siendo de dos a cinco veces más propensos a sufrirlas que los no diabéticos. Es común encontrar cataratas tipo "nieve" en los diabéticos jóvenes. Actualmente, no existen tratamientos médicos que puedan frenar o detener la progresión de la catarata, y la única opción viable de tratamiento es la cirugía. Aunque las nuevas técnicas quirúrgicas como la facoemulsificación mínimamente invasiva y la cirugía de cataratas asistida por láser femtosegundo han reducido las posibilidades de infección postoperatoria debido a una mejor integridad y cicatrización de las heridas, la cirugía sigue requiriendo un control estricto de la diabetes durante el perioperatorio. Un examen de fondo de ojo exhaustivo es necesario antes de la cirugía para correlacionar la pérdida de visión con el grado de catarata, ya que la retinopatía diabética subyacente puede pasarse por alto debido a la opacidad del medio causada por la catarata. Los diabéticos tienen mayores probabilidades de desarrollar infecciones postoperatorias, ojo seco y empeoramiento de la retinopatía diabética existente tras la cirugía, lo que requiere un seguimiento regular. El edema macular quístico postoperatorio es una complicación común tras la cirugía de cataratas, y factores predisponentes como una diabetes de larga duración, la dependencia de insulina, altos niveles de HbA1c y la presencia de retinopatía o edema macular diabético, aumentan el riesgo de padecerlo. El tratamiento inicial del edema macular postoperatorio es conservador, con el uso de gotas antiinflamatorias no esteroides (AINEs), aunque en casos refractarios, puede ser necesario recurrir a inyecciones intravítreas.
La retinopatía diabética es una de las principales causas de ceguera a nivel mundial. Con el aumento masivo de la incidencia de la diabetes, las complicaciones asociadas con la retinopatía diabética también son muy prevalentes. Se estima que entre el 30 y el 50% de los diabéticos desarrollan algún grado de retinopatía, y cada año el 1% de estos pacientes experimenta formas graves de la enfermedad. Los factores de riesgo asociados con la aparición y progresión de la retinopatía incluyen la duración de la diabetes, el control deficiente de los niveles de glucosa en sangre y la hipertensión arterial. Otros factores de riesgo incluyen la anemia, la hiperlipidemia y las enfermedades renales, que deben ser controladas y tratadas de forma simultánea con la retinopatía.
Las lesiones en las paredes de los vasos sanguíneos, como el engrosamiento de la membrana basal, las alteraciones en las uniones estrechas del endotelio y los cambios en los pericitos, contribuyen a la formación de edema y exudación, lo que lleva al edema macular diabético (EMD). También se observa una alteración en el flujo sanguíneo debido al aumento de la viscosidad de la sangre y la disminución de la deformabilidad de los glóbulos rojos, lo que agrava la condición.
¿Cuáles son los riesgos asociados con los medicamentos hipoglucemiantes orales?
La comprensión profunda de los eventos adversos asociados con los fármacos hipoglucemiantes orales es indispensable para un abordaje clínico que trascienda la mera reducción glucémica. En la compleja fisiopatología de la diabetes mellitus tipo 2 (DM2), descrita como un "octeto ominoso", convergen múltiples mecanismos que perpetúan la hiperglucemia: desde la disfunción de las células β pancreáticas hasta la resistencia periférica a la insulina, pasando por el aumento de la gluconeogénesis hepática, la alteración del eje incretina y la reabsorción renal exacerbada de glucosa. Los agentes orales actuales se dirigen a una o más de estas dianas fisiológicas, pero su perfil de efectos secundarios condiciona de forma significativa su elección y adherencia terapéutica.
Metformina, pilar del tratamiento inicial por su efecto sensibilizador a la insulina y su bajo riesgo de hipoglucemia, no está exenta de complicaciones. La intolerancia gastrointestinal es un efecto secundario prevalente, que puede llegar a comprometer la adherencia incluso en fases tempranas del tratamiento. Náuseas persistentes, diarrea y disgeusia son síntomas infravalorados pero clínicamente relevantes, especialmente en pacientes mayores y frágiles. La deficiencia de vitamina B12, secundaria a su uso prolongado, añade una dimensión neurocognitiva al riesgo, pudiendo contribuir a cuadros de neuropatía periférica sutil pero progresiva. Esta situación se agrava en presencia de anemia no explicada, lo cual exige un enfoque proactivo de monitorización. Además, existe una precaución específica en cuanto a la función renal, ya que el umbral de seguridad para la creatinina es limitado: >1.5 mg/dL en hombres y >1.4 mg/dL en mujeres justifica la suspensión del fármaco.
Las sulfonilureas, como glimepirida o gliclazida, actúan estimulando la secreción pancreática de insulina, pero esta acción no exenta de consecuencias. El riesgo de hipoglucemia es elevado, particularmente en pacientes de edad avanzada o con patrones alimentarios irregulares. Este perfil se ve agravado por la ganancia de peso y la ambigüedad en relación con los eventos cardiovasculares a largo plazo. Su empleo requiere una evaluación crítica cuando coexisten enfermedades cardiovasculares o cuando el paciente presenta una historia previa de hipoglucemias sintomáticas.
Los tiazolidinedionas, como pioglitazona, si bien actúan como verdaderos sensibilizadores a la insulina, con efectos beneficiosos en el tejido adiposo, su uso está comprometido por la retención hídrica y el riesgo de insuficiencia cardíaca congestiva. El incremento de peso, la posibilidad de fracturas óseas, el riesgo modesto pero documentado de cáncer de vejiga y la aparición de edema macular plantean interrogantes sobre su utilización prolongada. En pacientes con dislipidemia, pueden además empeorar el perfil lipídico, lo cual requiere vigilancia estrecha.
Los inhibidores de la DPP-4 presentan un perfil de tolerancia superior, pero no exento de riesgos. Sitagliptina, saxagliptina o linagliptina han sido asociadas a infecciones del tracto respiratorio superior, intolerancia digestiva, pancreatitis e, incluso, en casos raros, enfermedades dermatológicas autoinmunes como el pénfigo ampolloso. La insuficiencia cardíaca ha sido motivo de preocupación con algunos de estos agentes, lo que ha conducido a una reevaluación de su indicación en pacientes con antecedentes cardiovasculares.
Los inhibidores del cotransportador sodio-glucosa tipo 2 (SGLT2), como dapagliflozina o empagliflozina, representan un avance paradigmático al inducir glucosuria mediante un mecanismo independiente de la insulina. Sin embargo, su perfil adverso incluye infecciones micóticas genitales recurrentes, cetoacidosis euglucémica, hipotensión ortostática

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