El cáncer de laringe se clasifica principalmente según el sistema TNM, que evalúa la extensión del tumor (T), la afectación de los ganglios linfáticos regionales (N) y la presencia o ausencia de metástasis a distancia (M). En cuanto al tumor primario, se distinguen varias etapas desde T1 hasta T4b, en función del grado de invasión local. Un tumor T1 está limitado a una sola cuerda vocal con movilidad normal, mientras que a medida que progresa, puede invadir múltiples subsitios de la laringe, producir fijación de las cuerdas vocales, erosión del cartílago tiroides, o incluso infiltración de estructuras vecinas como la tráquea, músculos extrínsecos de la lengua, y tejidos profundos del cuello. El grado T4b representa la forma más avanzada, con invasión al espacio prevertebral, estructuras mediastinales o compromiso del eje carotídeo.

En relación a la afectación ganglionar, la categoría N evalúa la cantidad, tamaño, localización y extensión extracapsular de los ganglios afectados. Por ejemplo, N2 se subdivide en N2a, N2b y N2c según si el compromiso ganglionar es unilateral, múltiple o bilateral/contralateral, con criterios específicos de tamaño y extensión. La categoría N3 indica ganglios mayores a 6 cm o con extensión extracapsular clínica evidente, lo que influye significativamente en el pronóstico y la planificación terapéutica.

El estadio clínico global se determina combinando estas categorías TNM, desde estadios iniciales (I y II), que incluyen tumores T1 o T2 sin compromiso ganglionar, hasta estadios avanzados (III y IV), donde el tumor presenta invasión local significativa, compromiso ganglionar o metástasis a distancia.

El tratamiento del cáncer laríngeo se adapta al estadio y características del tumor, siempre buscando el equilibrio entre control oncológico y preservación funcional. Para tumores localizados de pequeño volumen, como los T1 y algunos T2, la cirugía mínimamente invasiva mediante cirugía transoral con láser (TLM) es una opción consolidada. La clasificación de cordectomías de la Sociedad Europea de Laringología (ELS) detalla desde resecciones subepiteliales hasta cordectomías extendidas que pueden involucrar tejidos adyacentes a las cuerdas vocales, orientando la resección para garantizar márgenes libres y preservar la función tanto como sea posible.

El proceso quirúrgico en TLM incluye la fijación y orientación de la pieza resecada para su análisis histopatológico en laboratorio, con la posibilidad de una segunda intervención si los márgenes están comprometidos. Los pacientes deben ser monitoreados durante años para detectar recurrencias, junto con medidas de modificación de factores de riesgo como el tabaquismo y consumo de alcohol, que influyen en la aparición y recurrencia tumoral.

En casos más avanzados o recidivantes, se contempla el tratamiento radical, como la laringectomía total con o sin faringectomía, procedimiento que implica la extirpación completa de la laringe con importantes repercusiones funcionales y psicológicas para el paciente. La preparación multidisciplinaria, que incluye sesiones de prehabilitación con logopedas, nutricionistas y enfermería especializada, es fundamental para el éxito postoperatorio y la rehabilitación.

La radioterapia, sola o combinada con quimioterapia, constituye otra modalidad clave, especialmente en estadios iniciales o en combinación con cirugía para tumores más avanzados. La quimioterapia actúa como radiosensibilizador en muchos protocolos, aunque su uso debe ser cuidadosamente individualizado, considerando la edad, comorbilidades y la evidencia que respalda su beneficio real, evitando toxicidades innecesarias en pacientes frágiles.

La cirugía robótica transoral (TORS) representa un avance tecnológico que permite el acceso al tumor a través de la cavidad oral con alta precisión y mínimas secuelas funcionales, favoreciendo la preservación del órgano y la función, pero requiere experiencia especializada y selección adecuada del paciente.

Es fundamental entender que la decisión terapéutica en cáncer laríngeo no sólo depende del estadio anatómico sino también de factores individuales, incluyendo la condición general del paciente, la expectativa de vida, y la calidad de vida esperada tras el tratamiento. La valoración multidisciplinaria permite personalizar las opciones, buscando no sólo la supervivencia, sino la mejor funcionalidad posible, aspecto crucial en un órgano tan esencial para la comunicación y la deglución.

Además, la comprensión de la biología tumoral y la posible heterogeneidad histológica del cáncer de laringe debe ser considerada, pues algunos subtipos pueden requerir abordajes específicos o más agresivos. La vigilancia postratamiento, que incluye control endoscópico, imagenología y evaluación clínica regular, es vital para la detección precoz de recurrencias y manejo oportuno.

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¿Cómo se maneja la recurrencia del cáncer de laringe y qué papel juegan la inmunoterapia y el seguimiento clínico?

Más del 70 % de las recurrencias del cáncer de cabeza y cuello (HNC) se manifiestan durante los primeros dos años tras el tratamiento inicial. Esta realidad convierte el seguimiento posoperatorio en una herramienta vital no solo para la detección precoz de la enfermedad recurrente, sino también para la identificación de un segundo tumor primario. El modelo clásico de seguimiento del cáncer de laringe establece controles cada 6 a 8 semanas durante el primer año, cada 2 a 3 meses en el segundo, cada 4 meses en el tercero, cada 6 meses en el cuarto, y una última evaluación al concluir el quinto año. Sin embargo, muchas instituciones, basándose en evidencia reciente, han optado por personalizar este seguimiento según la evolución individual del paciente.

El concepto de “recuperación mejorada” otorga al paciente un papel activo en su vigilancia clínica, fomentando que reporte espontáneamente la aparición de nuevos síntomas. Este enfoque, lejos de ser una medida de contención de recursos, está respaldado por estudios que demuestran que la mayoría de las recurrencias potencialmente tratables se identifican gracias a la declaración de síntomas por parte del propio paciente, más que mediante controles sistemáticos o imágenes indiscriminadas. De este modo, la educación del paciente en la autoobservación se convierte en un pilar esencial de la supervivencia oncológica.

La recurrencia tras un tratamiento conservador del órgano, en estadios tempranos, puede ser abordada mediante cirugía radical como la laringectomía total. Sin embargo, la recurrencia después de tratamientos más agresivos, como cirugía mayor combinada con radioterapia adyuvante, plantea limitaciones terapéuticas importantes. En ciertos casos, es posible ofrecer reirradiación en un intervalo tan breve como dos años, aunque esto generalmente se realiza en el contexto de cirugía de rescate y reconstrucción de tejidos blandos, imprescindible para reducir la toxicidad acumulada de la radioterapia previa. Para muchos pacientes con recurrencia tras una presentación avanzada inicial, el abordaje será únicamente paliativo. La derivación a ensayos clínicos debe considerarse en estos casos, incluso si implica remitir al paciente a centros de referencia nacional.

Las terapias dirigidas e inmunoterapias han reformulado el pronóstico del carcinoma escamoso de cabeza y cuello (HNSCC), siendo el cetuximab el ejemplo paradigmático. Este anticuerpo monoclonal se dirige contra el receptor del factor de crecimiento epidérmico (EGFR), inhibiendo su fosforilación y, con ello, la señalización que promueve la progresión tumoral. Administrado por vía intravenosa junto a radioterapia de alta dosis, ha demostrado mejorar el control locorregional y reducir la mortalidad. Su uso combinado con otros protocolos de quimioterapia lo posiciona como una opción terapéutica clave también en enfermedad metastásica o recurrente.

Por su parte, los inhibidores de los puntos de control inmunológico como pembrolizumab y nivolumab actúan sobre la interacción del receptor PD-1 con sus ligandos PD-L1 y PD-L2. Algunas células tumorales expresan estos ligandos para evitar ser destruidas por el sistema inmunológico. Los inhibidores inmunológicos restauran la capacidad citotóxica de los linfocitos T, permitiendo que el sistema inmunitario reconozca y destruya las células cancerosas. La eficacia de estas terapias está condicionada por la expresión del biomarcador PD-L1, cuantificada mediante el CPS (Combined Positive Score), que debe ser igual o superior a 1 para permitir el uso de pembrolizumab como agente único en enfermedad metastásica o irresecable tras el fracaso de la quimioterapia basada en platino.

A pesar de su eficacia, estos tratamientos no están exentos de efectos adversos. La toxicidad puede ir desde reacciones cutáneas, fatiga intensa y trastornos digestivos, hasta neumonitis, insuficiencia hepática o renal. Algunos pacientes desarrollan tolerancia, mientras que otros deben abandonar el tratamiento por su severidad. El riesgo-beneficio debe ser evaluado rigurosamente, especialmente cuando se considera la calidad de vida del paciente.

La modificación de factores de riesgo como el tabaquismo y el consumo de alcohol es determinante para evitar recurrencias. No es posible hablar de control de la enfermedad sin abordar estas variables de manera frontal. Además, en estadios avanzados o ante recidivas no tratables, debe garantizarse una planificación anticipada de decisiones al final de la vida: órdenes de no resucitación, acceso a cuidados paliativos o uso de paquetes de emergencia ante posibles complicaciones fatales como el sangrado carotídeo.

Es imperativo que los pacientes y sus familiares estén bien informados, no solo sobre los tratamientos, sino sobre las trayectorias clínicas posibles, incluidas aquellas que conducen a la muerte. En contextos donde los recursos son limitados, el papel del equipo multidisciplinario no se restringe a salvar vidas, sino que se expande a sostenerlas cuando no pueden ser salvadas, permitiendo que las personas vivan con dignidad hasta el final.

Importa entender que los tratamientos radicales, como la laringectomía total, deben ir acompañados de una estrategia de rehabilitación vocal adecuada, que no debe considerarse un lujo, sino una necesidad funcional y psicol

¿Cómo la pérdida auditiva infantil impacta el desarrollo y cuál es el papel crucial de la detección temprana?

La Organización Mundial de la Salud informa que alrededor del 5% de la población mundial presenta una pérdida auditiva discapacitante, afectando a más del 8% de los niños. Con el paso del tiempo, la incidencia de la pérdida auditiva está en aumento, particularmente en países de ingresos bajos y medios. Si bien aproximadamente el 60% de la pérdida auditiva infantil es prevenible y tratable, aquellos que viven en contextos con menor acceso a la atención médica se encuentran en una posición de mayor vulnerabilidad.

Desde el desarrollo prenatal, el feto es capaz de escuchar sonidos corporales maternos a partir de la semana 16. Las estructuras del oído externo y la cóclea completan la mayor parte de su desarrollo hacia la semana 20, y a partir de la semana 23 ya es capaz de escuchar sonidos del mundo exterior. A pesar de estos avances en el desarrollo auditivo, muchas zonas del mundo siguen enfrentando dificultades para detectar y tratar a los niños con pérdida auditiva, lo que repercute negativamente en su potencial de desarrollo cognitivo, social y académico.

El diagnóstico temprano de la pérdida auditiva es crucial, ya que la estimulación temprana de las vías auditivas centrales favorece el desarrollo neuroplástico del cerebro, facilitando la adquisición del lenguaje. Si la estimulación no ocurre a tiempo, el desarrollo de estas vías auditivas se ve severamente afectado, lo que conlleva a un retraso significativo en el aprendizaje del lenguaje y otros hitos del desarrollo. En este sentido, la intervención temprana es fundamental para reducir la exclusión social y maximizar el potencial de estos niños.

En muchos países desarrollados, como el Reino Unido, se ha implementado la prueba de emisiones otoacústicas automatizadas (AOE) poco después del nacimiento, que consiste en exponer al recién nacido a una serie de clics de alta frecuencia, midiendo la respuesta del oído interno a estos sonidos. Este test tiene una sensibilidad cercana al 80% para detectar pérdida auditiva moderada a profunda, pero los resultados pueden arrojar falsos positivos si hay obstrucción del canal auditivo o ruido ambiental excesivo, lo que lleva a realizar pruebas adicionales, como la prueba automatizada de respuesta auditiva del tronco cerebral (AABR). En países en vías de desarrollo, la prevalencia de la pérdida auditiva es considerablemente mayor debido a la falta de programas universales de inmunización y a la insuficiencia de atención prenatal.

La pérdida auditiva puede ser progresiva o el resultado de factores que afectan al niño durante la infancia. Por lo tanto, es importante estar alerta a los signos de pérdida auditiva, incluso en aquellos niños que han pasado las pruebas de detección inicial. En muchos casos, los padres o las instituciones educativas son los primeros en señalar preocupaciones sobre el desarrollo del habla o la audición de los niños, lo que lleva a su evaluación clínica.

La pérdida auditiva en niños puede clasificarse en dos tipos principales: conductiva y sensorineural, o una mezcla de ambos. La clasificación de la pérdida auditiva según su grado es la siguiente: leve (20-39 dBHL), moderada (40-69 dBHL), severa (70-89 dBHL) y profunda (>90 dBHL). Las causas de la pérdida auditiva en niños pueden dividirse en dos categorías, dependiendo del momento en que ocurra el daño: prenatal y neonatal. Las causas prenatales incluyen infecciones maternas como rubéola, toxoplasmosis, citomegalovirus, herpes simple, sífilis, incompatibilidad Rh, entre otras. Las causas neonatales incluyen prematurez, bajo peso al nacer, hipoxia, ictericia, infecciones como la otitis media aguda y secuelas de enfermedades virales como el sarampión, las paperas y la meningitis.

A medida que la investigación genética avanza, se están identificando con mayor precisión las mutaciones asociadas con la pérdida auditiva en niños. El examen genético de las mutaciones en el gen connexina 26 (Cx26, GJB2) ha permitido descubrir que alrededor del 50% de los casos de pérdida auditiva no sindrómica pueden atribuirse a anomalías genéticas. La pérdida auditiva hereditaria no sindrómica generalmente sigue un patrón autosómico recesivo y constituye aproximadamente el 75-80% de los casos. Esto implica que una gran parte de los niños nacen de padres con audición normal, aunque tienen un 25% de probabilidad de que sus hermanos puedan tener la misma condición.

Es fundamental comprender que los niños con pérdida auditiva no diagnosticada y no tratada enfrentan mayores riesgos de retrasos en su desarrollo cognitivo y lingüístico. Además de la intervención temprana para abordar la pérdida auditiva, el acompañamiento adecuado durante los primeros años es esencial para que el niño desarrolle habilidades de comunicación y participación social. La estimulación temprana es, por tanto, una herramienta clave para mejorar el pronóstico de estos niños, permitiéndoles integrarse mejor en su entorno y acceder a oportunidades educativas y sociales.

¿Cómo influye la otitis media con efusión en el desarrollo infantil y cuál es su resolución?

La asociación de los picos de prevalencia de la otitis media con efusión (OME) y los estallidos de nuevas interacciones sociales respalda la teoría de que la infección es un factor importante en el daño inicial de la mucosa respiratoria superior. En las regiones templadas, donde las enfermedades respiratorias superiores son más comunes durante los meses fríos y húmedos, se observa una fuerte asociación entre la prevalencia de la OME infantil y la estación del año, con aproximadamente el doble de diagnósticos en invierno en comparación con el verano.

En los niños pequeños, la duración media de un episodio de OME es de aproximadamente tres meses, aunque la distribución de estos episodios es altamente asimétrica, con el percentil 95 a los 12 meses. Los estudios prospectivos de grandes cohortes han mostrado que, aunque la mitad de los oídos afectados se resuelven después de tres meses, la otra mitad sufrirá un nuevo episodio de OME. Otros estudios sugieren que los niños con episodios graves de OME suelen experimentar múltiples episodios cortos, en lugar de unos pocos episodios largos.

En los niños mayores, los episodios de OME siguen un patrón similar, con la mayoría resolviéndose y un pequeño pero significativo porcentaje persistiendo. Un estudio realizado en niños de entre 5 y 8 años reportó una tasa de resolución del 91% tras un seguimiento de un año, mientras que otro estudio de niños de 7 años indicó que solo el 12% de los episodios duraron más de seis meses. Los episodios de OME diagnosticados en estaciones más frías y húmedas tienden a durar más que aquellos diagnosticados en estaciones más cálidas o secas.

Además de este efecto estacional, los factores de riesgo para la persistencia de los episodios de OME incluyen la presencia de enfermedades respiratorias superiores, pérdida auditiva significativa y el tabaquismo materno. En cuanto a la pérdida auditiva, los niveles de umbral de tono puro en la OME bilateral varían entre los niños, pero se ha mostrado que la viscosidad del fluido del oído medio recuperado no correlaciona con la gravedad de la pérdida auditiva. Aunque la medición de los umbrales de audición mediante audiometría de tono puro es altamente precisa bajo condiciones ideales, se debe considerar también la discapacidad auditiva "real" en el entorno diario, que puede analizarse mediante cuestionarios como el Reported Hearing Disability (RHD).

En cuanto a los resultados naturales de la OME en la infancia, los estudios a largo plazo han demostrado que la gran mayoría de los derrames del oído medio se resolverán con el tiempo. La clave, por lo tanto, no es si esto ocurrirá, sino los posibles daños que la pérdida auditiva temporal podría ocasionar durante ese tiempo. La audiometría de "discurso en ruido" es una medida ideal, ya que evalúa la habilidad para reconocer palabras en presencia de ruido de fondo, lo que proporciona una medición objetiva de la capacidad auditiva en el "mundo real". Sin embargo, esta prueba es más difícil de administrar a los niños.

Los estudios también han mostrado que los niños que sufren de OME recurrente, sin diferenciar entre otitis media aguda y OME, pueden experimentar una demora en el desarrollo del lenguaje, incluso hasta dos años más tarde en comparación con sus compañeros sin OME. Estos retrasos en el desarrollo del lenguaje pueden ser especialmente notables si el diagnóstico y tratamiento no se dan de manera oportuna, preferiblemente antes de los 5 años. Los niños con OME persistente y pérdida auditiva leve pueden presentar puntuaciones anormales en cuestionarios de comportamiento, como el MRC Behaviour Questionnaire y el Rutter score, lo que indica que la OME podría tener efectos adversos no solo en el desarrollo auditivo, sino también en el comportamiento y la interacción social.

En cuanto al desarrollo del lenguaje, la otitis media con efusión tiene un impacto negativo. La correlación entre la cantidad de días en que los niños pequeños presentan efusiones bilaterales y el retraso en el desarrollo del lenguaje es evidente. Además, los niños con OME pueden experimentar problemas de torpeza y dificultades con el equilibrio, que se observan tanto en los informes de los padres como en las evaluaciones formales. Este fenómeno podría representar un efecto de la inflamación en las estructuras circundantes al oído medio, aunque no se ha realizado una investigación formal sobre este aspecto.

Es fundamental comprender que, aunque muchos episodios de OME se resuelven por sí solos, la intervención temprana es crucial para mitigar los posibles efectos negativos a largo plazo, tanto en la audición como en el desarrollo del lenguaje. No todas las OME se resuelven de manera sencilla, y el manejo adecuado puede marcar la diferencia en la calidad de vida del niño.

¿Cómo funciona la nariz en la regulación del aire inspirado y la defensa del organismo?

La nariz juega un papel crucial en la preparación y protección del aire que respiramos. Su principal función es acondicionar el aire inspirado, lo que se logra mediante dos mecanismos fundamentales: la turbulencia del flujo aéreo y la amplia superficie mucosa de las cavidades nasales. Al pasar por la válvula nasal, que constituye la sección más estrecha de la vía aérea nasal, el aire entra en contacto prolongado con la mucosa nasal. Esta turbulencia aumenta el tiempo de contacto, lo que facilita un adecuado calentamiento, humidificación y filtrado del aire. Además, los cornetes nasales, con su extensa área mucosa, optimizan este contacto y colaboran en la acondición del aire.

La regulación de la temperatura, por su parte, está influenciada por el complejo vascular intranasal, especialmente el tejido eréctil venoso que se encuentra en los cornetes inferiores. Gracias a este sistema, el aire inhalado puede ser calentado y humidificado, de modo que incluso en temperaturas ambientales bajo cero, el aire en la nasofaringe mantiene una temperatura constante cercana a los 25°C. La humidificación es facilitada por las secreciones de las glándulas nasales, las células caliciformes epiteliales y los vasos sanguíneos de la lámina propia, logrando que la humedad relativa del aire inspirado se acerque al 100% a nivel de la nasofaringe.

En cuanto al ciclo nasal, se trata de una alteración cíclica en la resistencia nasal entre las dos fosas nasales, debido a la variación en la actividad vascular que regula el volumen de los senos venosos en el tejido eréctil nasal. Este fenómeno implica que, en un ciclo de entre 4 a 12 horas, la resistencia de un lado de la nariz se reduce temporalmente mientras el otro se congestiona, alternando el flujo de aire y favoreciendo la humidificación, el calentamiento y la depuración mucociliar. Este ciclo nasal puede verse alterado por factores como la edad, las alergias, infecciones, el ejercicio, el embarazo, las emociones o la posición en reposo del cuerpo.

El sentido del olfato, también clave en el funcionamiento nasal, se cumple mediante la detección de moléculas de olor por los receptores olfatorios en el epitelio olfatorio, una capa especializada de células neuronales. Esta función no solo tiene importancia para evitar peligros ambientales, sino también para la comunicación interpersonal y el monitoreo de la nutrición. Los olores son procesados por el nervio olfatorio (Cráneo I), que transmite señales hacia el bulbo olfatorio, donde se inicia la detección y procesamiento de olores complejos.

Por otro lado, el sistema mucociliar de la nariz es una defensa mecánica primordial contra partículas y microorganismos inhalados. La capa de moco que cubre el epitelio nasal está compuesta por secreciones de células caliciformes y glándulas submucosas. Esta capa no solo tiene la función de filtrar, sino también de proteger inmunológicamente mediante la presencia de inmunoglobulina A (IgA), que inhibe la adhesión bacteriana y viral. Además, el moco transporta las partículas hacia la nasofaringe y orofaringe mediante el movimiento coordinado de las cilias, que baten en una dirección específica para permitir la expulsión de material no deseado.

La capacidad de las cilias para mover el moco y las partículas es fundamental para la defensa del sistema respiratorio. Sin embargo, diversas afecciones, como las infecciones respiratorias o la sinusitis crónica, pueden alterar esta capacidad y dificultar la limpieza de la mucosidad. En enfermedades como la fibrosis quística, la producción de moco se vuelve excesivamente espesa, lo que compromete aún más la función mucociliar.

Es importante comprender que la integridad del sistema mucociliar no solo es vital para la protección contra agentes patógenos, sino que también facilita la eliminación de partículas que puedan obstruir las vías respiratorias. Las alteraciones en esta función pueden ser la causa de diversas enfermedades respiratorias crónicas, por lo que su mantenimiento es fundamental para la salud respiratoria general.