El apoyo inquebrantable de los seguidores de Donald Trump no responde a una mera necesidad de autoridad genérica o seguridad convencional, sino que se basa en un tipo específico de seguridad: la protección frente a los "forasteros". Esta categoría de "forasteros" no solo incluye a aquellos que se encuentran fuera del país, sino también a quienes, residiendo dentro de él, no han demostrado un compromiso inquebrantable con la seguridad y prosperidad del núcleo histórico de la nación: sus "insiders". Para los securitarios, los inmigrantes, las minorías raciales y los unitarios representan las amenazas más claras contra la fuerza interna, la unidad cultural y el orgullo nacional.

En su discurso ante la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2019, Trump señaló: "El verdadero objetivo de una nación solo puede ser perseguido por aquellos que la aman; por ciudadanos que están arraigados en su historia, que se nutren de su cultura, comprometidos con sus valores, vinculados a su gente". Esta visión no solo resalta un rechazo hacia lo ajeno, sino que también muestra la idea de que el mundo debería organizarse en naciones separadas, cada una siguiendo su propio camino, en competencia con las demás, como si de una mano invisible se tratara, que eleva de los individuos a los estados nacionales.

El aislamiento securitario no promueve la idea de "somos mejores que ustedes, por lo tanto, los dominamos"; al contrario, su mensaje es: "ustedes sigan con lo suyo, nosotros con lo nuestro; lo separado es lo mejor". Esta postura se diferencia de la de los líderes fascistas o intervencionistas, que raramente exigen a otros países que fortalezcan sus naciones. Es la voz de un liderazgo aislacionista que no busca la imposición, sino la separación y la autonomía cultural y nacional.

El intento del Partido Republicano, a través de figuras como Marco Rubio, de atraer a más hispanos y otras minorías tras las elecciones de 2012, no ha sido exitoso, en gran parte debido a la reticencia de una porción importante de su base, que aún ve a los grupos minoritarios con recelo. Esto se refleja en la persistencia de Trump en presumir de la baja tasa de desempleo entre las minorías durante su mandato, un logro que no consiguió atraer a nuevos votantes de esos grupos. Si bien hubo una cierta congruencia ideológica entre los republicanos y las minorías raciales, la falta de apertura del partido hacia estos grupos resultó en un estancamiento de sus esfuerzos de diversificación.

En cuanto al futuro, los seguidores más fervientes de Trump probablemente se enfrenten a tiempos difíciles. Su naturaleza securitaria no favorece el establecimiento de nuevos líderes, ya que esta base, desconfiada de la autoridad, busca en sus figuras políticas no solo seguridad, sino una reafirmación de su visión del mundo. Esta dificultad se agrava por el narcisismo de Trump, quien mantiene a muchos de sus seguidores atrapados en una nostalgia por "los buenos tiempos" bajo su presidencia. Los cambios significativos en la política securitaria en la era post-Trump serán difíciles de alcanzar, pero no por ello los seguidores de Trump dejarán de ser un factor de disrupción. Su insistencia en defender a los "insiders" de las amenazas de los "forasteros" los mantendrá en una constante frustración con un sistema político que a menudo tiene otras prioridades. Así, aunque la transición hacia un régimen autoritario parece poco probable, el peligro radica en una fractura social que podría llevar a una desafección con el sistema político.

Un cuarto de la población estadounidense podría alejarse del sistema político tradicional, atraído por narrativas alternativas que alimentan su percepción de estar bajo asedio por parte de los forasteros y sus aliados. Los securitarios tienden a atacar al gobierno, no a unirse a él. Si la sociedad y sus líderes no toman medidas claras para mantener a los forasteros a distancia, los seguidores de Trump podrían aislarse aún más en enclaves, adoptando una postura cada vez más radical.

Lo que se vio en las manifestaciones de 2020, donde se exigió el fin de las restricciones por la pandemia, ilustra la ideología de este grupo. Aunque estas protestas fueron pequeñas, su significado es profundo. Los manifestantes no buscaban más autoridad, sino menos; se oponían a las restricciones que veían como una amenaza a su forma de vida, no por un patógeno, sino por los forasteros humanos. Para estos seguidores, la política no se trata de debates racionales o hechos; es una cuestión de identidad y visión del mundo.

La naturaleza del apoyo a Trump no se puede cambiar fácilmente con la desaprobación, el escarnio o el razonamiento. No se trata de una simple cuestión política, sino de un choque profundo entre dos formas de ver la vida social: aquellos que desean integrar a los forasteros y aquellos que sienten que su deber es mantenerlos alejados. Los intentos de erradicar esta diferencia solo agravan el conflicto. Por lo tanto, el desafío no es destruir esta mentalidad, sino aprender a convivir con ella.

¿Cómo los enfoques de encuestas pueden alterar nuestra comprensión de la política?

El análisis de encuestas electorales ha sido un punto de discusión crucial en los estudios políticos, dado que las diferentes metodologías pueden influir significativamente en los resultados obtenidos y, por ende, en la interpretación de los fenómenos políticos. Aunque las encuestas de salida son comúnmente utilizadas para entender las tendencias del voto, varias investigaciones sugieren que dependen de muestras sesgadas, especialmente por su tendencia a incluir a votantes con mayor nivel educativo, quienes tienden a ser más colaborativos con los encuestadores. Este sesgo puede distorsionar la percepción de los comportamientos electorales de amplias capas de la población.

Investigadores como Fortunato, Hibbing y Mondak (2018), Rapoport, Abramowitz y Stone (2016), y Parker et al. (2018), han llevado a cabo encuestas originales que buscan ofrecer una visión más precisa de la dinámica política, corrigiendo las limitaciones inherentes a las encuestas de salida. Estas investigaciones tienden a usar votantes validados, es decir, individuos cuya participación en las elecciones ha sido verificada, lo cual proporciona un panorama más fiable y menos susceptible al sesgo mencionado.

Es importante recordar que las encuestas de salida no solo son problemáticas por su sesgo hacia los votantes más educados, sino también por las dificultades inherentes a la autopercepción de los votantes. A menudo, las personas pueden no ser completamente conscientes de sus verdaderos motivos para votar como lo hacen, ya sea por desconocimiento de las dinámicas internas que afectan sus decisiones o por el deseo de ser socialmente aceptables. Este fenómeno puede contribuir a que las respuestas recolectadas no reflejen con precisión los verdaderos motivos detrás del voto.

Los estudios realizados por autores como Sides, Tesler y Vavreck (2018), y Manza y Crowley (2017), proporcionan una visión más matizada al observar los datos del voto desde una perspectiva de múltiples factores, incluyendo preocupaciones sobre la inmigración y la cultura dominante. Estos autores argumentan que, en muchos casos, las divisiones no se explican simplemente por factores económicos, como a menudo se sugiere, sino por una combinación de factores psicológicos y culturales, que incluyen un temor percibido hacia el cambio y la amenaza a las identidades culturales tradicionales.

El factor económico, si bien no debe ser desestimado, a menudo resulta ser solo una de las facetas de un fenómeno mucho más complejo. Investigaciones recientes han mostrado que el descontento no proviene únicamente de las dificultades económicas, sino también de un sentimiento de inseguridad relacionado con los cambios sociales y la percepción de que los valores tradicionales están en peligro. Como lo argumentan autores como Wuthnow (2018) y Zito y Todd (2018), hay una fuerte componente emocional, de frustración y de "venganza" de clases trabajadoras blancas, que influye más en las decisiones políticas que las consideraciones puramente económicas.

Es fundamental entender que las encuestas, aunque proporcionen una imagen precisa de tendencias generales, deben ser interpretadas con cautela, ya que siempre están sujetas a las limitaciones de la muestra y los métodos utilizados. El contexto emocional y psicológico de los votantes, sus valores fundamentales y su percepción de las amenazas sociales y culturales pueden ser incluso más influyentes que los factores económicos a la hora de decidir un voto.

Los estudios sobre la personalidad y las inclinaciones ideológicas de los votantes, como los realizados por Graham, Haidt y Nosek (2009), también ofrecen una perspectiva relevante. La ideología política y los valores subyacentes, que están profundamente arraigados en las predisposiciones emocionales y cognitivas, influyen más de lo que comúnmente se reconoce. Los individuos tienden a ser atraídos por partidos o ideologías que resuenan con sus valores fundamentales, ya sea en términos de seguridad, orden social, o la preservación de una identidad cultural percibida.

Además, el análisis de las diferencias de género, como se observa en los estudios de Smith y Hanley (2018), también resalta cómo las respuestas emocionales y la identificación con los grupos pueden variar significativamente de un género a otro, afectando las tendencias políticas de manera diferenciada. Es crucial que los analistas políticos reconozcan estas variaciones para evitar interpretaciones erróneas y generalizaciones excesivas.

En resumen, para comprender el comportamiento electoral, es necesario ir más allá de las simples encuestas de salida y considerar una variedad de factores, desde las inclinaciones ideológicas y emocionales hasta las percepciones de amenaza y los cambios en las estructuras culturales. El análisis exhaustivo de las encuestas y de las motivaciones subyacentes de los votantes es esencial para interpretar correctamente el panorama político y entender las dinámicas de las elecciones en un mundo cada vez más polarizado.