El ser humano es el único animal capaz de contar historias. En su teoría unificada de la narración, Gottschall (2012) sostiene que las historias nos ayudan a navegar los problemas complejos de la vida y han evolucionado a lo largo del tiempo para garantizar nuestra supervivencia. Señala que “por supuesto, nuestro instinto narrativo tiene un lado oscuro. Nos hace vulnerables a las teorías de conspiración, a la publicidad y a las historias sobre nosotros mismos que son más 'verosímiles' que verdaderas” (Gottschall, 2012). Mirando al pasado, es fácil ver cómo las epidemias también revelan esa misma verdad sobre la humanidad: la tendencia a creer una historia por encima de otra, sin importar el contexto.
En su libro de 2014, An Epidemic of Rumours: How Stories Shape Our Perceptions of Disease, el folclorista Jon D. Lee analiza el proceso narrativo que subyace a los rumores sobre enfermedades y dibuja un paralelismo sorprendente entre los relatos históricos y los modernos. Lee (2014) utiliza el caso del síndrome respiratorio agudo grave (SARS) como estudio de caso, pero sugiere que uno podría reemplazar las palabras SARS y China por H1N1 y México, y las mismas narrativas seguirían siendo válidas. De hecho, al hacer lo mismo con la pandemia de Covid-19, observamos que, una vez más, las mismas narrativas han sido recicladas, modificadas solo por los detalles específicos necesarios para vincular la narrativa a la situación actual. ¿De dónde vino? ¿Cómo se propaga? ¿Cómo se puede prevenir? ¿Cómo se puede tratar? ¿Por qué no tenemos una cura? En ausencia de evidencia científica que responda a estas preguntas, los seres humanos tienden de manera natural a crear sus propias respuestas en forma de historias para llenar el vacío.
Por ejemplo, aún no se han determinado los orígenes exactos del virus SARS-CoV-2, pero ya circulan numerosas historias que tratan de llenar ese vacío, como que el virus escapó de un laboratorio en el Instituto de Virología de Wuhan (Singh et al. 2020) o que el ejército de los Estados Unidos llevó el virus a Wuhan (Sardarizadeh y Robinson 2020). Durante la epidemia de SARS de 2003, en ausencia de evidencia científica sobre los orígenes del virus, circularon narrativas similares, como que Saddam Hussein había liberado el SARS como parte de una campaña de guerra biológica (Lee, 2014: 58).
Estudios sobre las narrativas de enfermedades han revelado los temas comunes que ya se están observando durante la pandemia de Covid-19 y que podemos esperar ver nuevamente en futuros brotes. Estas narrativas, arraigadas en cómo diferentes grupos sociales perciben y representan la realidad, abordan temas como la xenofobia, el racismo, el engaño gubernamental, el secretismo y la mala conducta. Todos estos temas giran en torno a la emoción del miedo, que alimenta la propagación de rumores, ya que los individuos dentro de un grupo que comparte un sistema de creencias común son propensos a transmitirlos para advertir a los demás del peligro y protegerlos (Lee, 2014: 171).
“Los rumores suelen estar fundamentados en prejuicios y malentendidos tan antiguos que ni siquiera se reconocen como inexactos, por lo que cualquier intento de desafiar el rumor desafía inherentemente sistemas de creencias profundamente arraigados”, afirma Lee (2014: 172). En ausencia de evidencia científica, los rumores y la desinformación sirven para llenar un vacío informativo, y esto por sí mismo es lo suficientemente fuerte como para seguir sosteniendo la existencia de la narrativa. Erradicar narrativas falsas probablemente llevará tanto tiempo como erradicar la propia enfermedad, como demuestra el estudio de Lee sobre la epidemia de SARS: “Tan pronto como el virus desapareció y dejó de ocupar titulares, las historias murieron” (Lee, 2014: 173).
Es evidente que durante las emergencias de salud pública, este enfoque no es útil cuando se requiere información basada en evidencia para contener la enfermedad y garantizar la seguridad pública. Lamentablemente, ya existen ejemplos de la pandemia de Covid-19 donde la información errónea ha llevado a muertes innecesarias. Un caso particularmente trágico es el de una pareja en Arizona, Estados Unidos, que ingirió fosfato de cloroquina tras ver una conferencia de prensa televisada en la que el presidente Trump hablaba sobre los beneficios de la cloroquina como tratamiento para Covid-19. La cloroquina sigue sin estar probada como tratamiento para el Covid-19 y, lamentablemente, el hombre falleció y la mujer quedó en estado crítico (BBC, 2020).
Si erradicar la desinformación parece una tarea imposible, es necesario adoptar estrategias, tal como con el virus mismo. Cuando Lee escribió An Epidemic of Rumours en 2014, algunos estudios previos ya habían mostrado que los métodos históricos de controlar los rumores eran generalmente ineficaces y resultaban en una mayor propagación de la información errónea. La investigación inicial en ese momento apuntaba a repetir información basada en evidencia, en lugar de negar la información errónea: “Para obtener los mejores resultados, la información precisa y positiva debe repetirse con frecuencia para ayudar a solidificar su reconocimiento público” (Lee, 2014: 179). Sin duda, las organizaciones que difunden información a través de la sociedad, como los medios de comunicación, tienen un papel en adoptar este enfoque, pero, como se verá en la siguiente sección, el auge de las redes sociales hace que esta tarea sea cada vez más desafiante.
En cuanto al papel de las redes sociales en la propagación de desinformación, el impacto de estas plataformas en la circulación de rumores y narrativas se ha multiplicado de manera exponencial en los últimos años. El Internet, que en el año 2000 contaba con 413 millones de usuarios activos, ahora alcanza los 4.57 mil millones, lo que equivale al 59% de la población mundial (Clement, 2020). En 2004, Web 2.0 marcó el inicio de la era de los contenidos generados por usuarios, lo que dio paso a las redes sociales. Hoy, plataformas como Facebook, YouTube, Instagram y WeChat tienen más de mil millones de usuarios, mientras que TikTok y Tumblr siguen de cerca (Roser et al., 2020). Durante la epidemia de SARS, cuando se utilizó el caso de estudio en el libro de Lee, las redes sociales apenas comenzaban a nacer.
Con el aumento del acceso a Internet y la proliferación de teléfonos inteligentes en todo el mundo, un número creciente de personas pasa tiempo en línea utilizando plataformas de redes sociales. De hecho, una de cada tres personas en el mundo y dos de cada tres usuarios de Internet están en estas plataformas (Roser et al., 2020). No es difícil imaginar cómo la desinformación puede volverse viral, especialmente con el aumento del tiempo en línea debido a los confinamientos a nivel mundial. Un ejemplo del actual brote de Covid-19 es el conocido caso del “tío con maestría”. Este post, que circuló por Facebook, fue modificado y compartido varias veces, llegando a más de 350,000 compartidos antes de ser identificado como falso. Este caso es un claro ejemplo de cómo la información errónea se propaga rápidamente en las redes sociales, exacerbando el impacto de las narrativas falsas.
¿Cómo la narrativa mediática de Rusia está configurando su posición en el mundo?
En el contexto actual de las relaciones internacionales, la narrativa mediática de Rusia juega un papel crucial en la configuración de su imagen tanto a nivel interno como externo. Esta narrativa se entrelaza con estrategias de comunicación, propaganda y actividades políticas en un escenario de guerra híbrida, donde los hechos no siempre se presentan de forma objetiva. La manipulación de la información, tanto a través de los medios tradicionales como de las plataformas digitales, se ha convertido en una herramienta esencial para Rusia en su lucha por mantener el control y la estabilidad interna, mientras proyecta su poder fuera de sus fronteras.
En 2017, el Ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, enfatizó la importancia de la propaganda como una herramienta de influencia en la arena internacional, señalando que “la propaganda debe ser inteligente, astuta y eficiente” (Isachenkov, 2017). Este enfoque se materializa en diversas campañas promovidas por el gobierno ruso, como la campaña “Highly Likely Welcome Back”, lanzada por la agencia Rossotrudnichestvo, cuyo objetivo era invitar a los estudiantes rusos que estudiaban en el extranjero a regresar a casa para protegerlos de la “influencia negativa de actitudes rusofóbicas”.
Tal como indica Tatiana Dubrovskaya, los debates en los medios de comunicación rusos sobre las sanciones internacionales imponen una narrativa que construye la relación de Rusia con Occidente. Esta narrativa no solo redefine los hechos de forma ideológica, sino que también contribuye a la consolidación de una percepción de Rusia frente al mundo, en especial respecto a las sanciones impuestas por países occidentales. En esta construcción mediática, el discurso sobre la “guerra híbrida” se combina con la política exterior rusa, que integra, entre otras cosas, la manipulación de la opinión pública en el exterior, la ciberseguridad y la intervención en los sistemas informativos globales.
Un elemento crucial en esta estrategia de comunicación es la televisión, que sigue siendo la fuente primaria de información para el 49% de la población rusa. A pesar del auge de Internet, los medios tradicionales como la televisión y la radio siguen siendo los principales canales de influencia en el ámbito doméstico. En este contexto, el Kremlin utiliza los medios de comunicación para difundir relatos que refuerzan su legitimidad y distorsionan o minimizan la influencia de las narrativas que emanan de Occidente. De esta forma, se crea una atmósfera en la que las noticias “alternativas” o incluso las “mentiras” se presentan como la única verdad.
La participación activa de los ciudadanos en la creación y difusión de contenido en redes sociales refuerza este fenómeno de propaganda “peer-to-peer”. Como subraya el Centro de Investigación de Opinión Pública de Rusia (VCIOM), el 84% de los rusos utilizan Internet, y un 31% ha estado expuesto a noticias falsas, especialmente a través de medios tradicionales. Sin embargo, a pesar de la creciente preocupación por las noticias falsas, la mayoría de los rusos considera que las leyes diseñadas para combatirlas son necesarias para proteger la vida humana y la estabilidad del país. Este fenómeno pone en evidencia cómo el control de la información y la manipulación mediática no solo son tareas del gobierno, sino que involucran a toda la sociedad en un proceso de desinformación, a veces sin que los propios ciudadanos sean plenamente conscientes de ello.
El uso de la narrativa mediática en la guerra híbrida también se refleja en las políticas de seguridad interna. El régimen ruso ha implementado leyes severas para controlar la difusión de información falsa, con sanciones que van desde grandes multas hasta prisión. Estos esfuerzos de control informativo buscan neutralizar las amenazas internas y externas, ya que se considera que cualquier desestabilización del régimen podría amenazar el poder del Estado ruso. Así, el discurso de seguridad se fusiona con la política de control de la narrativa, haciendo de la desinformación una herramienta tanto defensiva como ofensiva en la lucha por la supremacía política y geopolítica.
El concepto de “guerra híbrida”, que combina acciones militares, propaganda y ciberataques, refleja una nueva forma de hacer la guerra. Esta guerra no se libra solo en el campo de batalla, sino en las mentes y corazones de las personas a través de los medios de comunicación. Las tácticas rusas incluyen la manipulación de información para crear un ambiente de incertidumbre y desconfianza, afectando no solo a las naciones rivales, sino también a los propios ciudadanos. La ciberseguridad es otra dimensión de este conflicto, ya que Rusia ha demostrado ser una potencia en el ciberespacio, capaz de manipular sistemas informáticos y afectar la infraestructura de otros países, como lo evidencian los ataques cibernéticos dirigidos a instituciones y plataformas extranjeras.
El caso de la caída del vuelo MH17 en 2014, por ejemplo, ilustró cómo la narrativa rusa se enfrenta a los hechos internacionales. A pesar de la evidencia sobre el derribo del avión por un misil ruso, los medios rusos promovieron una narrativa que culpaba a Ucrania, creando confusión y desinformación. Este tipo de estrategias demuestra cómo las narrativas y las realidades se distorsionan para proteger los intereses nacionales y para mantener la estabilidad interna del régimen.
La guerra híbrida no se limita a la acción militar directa, sino que se extiende a un campo más amplio que involucra la manipulación de la información, el uso de ciberataques y la difusión de noticias falsas. La guerra de la información se ha convertido en una de las herramientas más poderosas en la lucha por la influencia global. En este sentido, es vital comprender cómo las naciones utilizan estas herramientas para modificar percepciones, crear realidades alternativas y defender su posición en el escenario mundial.
¿Cómo se despliega la propaganda de extrema derecha en Europa Central y del Este?
En el contexto de Europa Central y del Este (CEE), los grupos de extrema derecha utilizan internet de manera cada vez más activa para difundir su ideología y reforzar su identidad política. Este fenómeno se ha investigado menos en comparación con los grupos de derecha radical en Europa Occidental, donde ya se han realizado estudios más exhaustivos. En este análisis se ha estudiado el grado y las formas de propaganda online empleadas por las organizaciones de extrema derecha en la región, a partir de una revisión de casi 200 sitios web pertenecientes a diversas organizaciones de cuatro países: Chequia, Eslovaquia, Hungría y Polonia.
La investigación muestra que estos grupos emplean una variedad considerable de técnicas de activismo político y usan el internet con el mismo propósito que sus contrapartes occidentales. De hecho, muchos de ellos están plenamente conscientes de las nuevas oportunidades que ofrece la web, y utilizan estas herramientas de manera efectiva para su propaganda. De esta manera, las organizaciones de extrema derecha en Europa Central y del Este están tan involucradas en el uso de la red como sus homólogos en Europa Occidental. Esto señala un cambio en la forma de operar de estos grupos, que han aprendido a aprovechar el potencial de las nuevas tecnologías para difundir sus mensajes de forma más amplia y eficaz.
Un hallazgo importante de este estudio es que las organizaciones de extrema derecha en la región utilizan tanto propaganda visual como textual en sus plataformas online. Sin embargo, se observan diferencias entre países. En particular, las organizaciones de extrema derecha checas y eslovacas hacen un uso más activo de la propaganda visual y textual que las húngaras y polacas. Mientras que los banners, símbolos de odio y artículos parecen ser menos frecuentes en Chequia y Eslovaquia, en comparación con Hungría y Polonia, otros elementos como los eslóganes o el material de conferencia son más comunes en los países del este.
Una distinción importante que se hizo en el estudio fue la diferencia en el uso de las herramientas de propaganda según el tipo de organización. Los grupos menos institucionalizados, como los movimientos políticos y las organizaciones neo-nazis, son más propensos a usar símbolos visuales, mientras que los partidos políticos, más estructurados, tienden a centrarse en la propaganda textual. Esto muestra cómo la radicalización de ciertos grupos en la región se refleja directamente en su presencia digital. Los partidos, en especial los más establecidos, también hacen uso de imágenes y texto en sus páginas web, pero con una estrategia más calculada y orientada hacia una audiencia más amplia y diversa.
Por otro lado, se debe destacar que, desde una perspectiva normativa, el internet puede ser visto como una herramienta poderosa para los grupos de extrema derecha, ya que permite una difusión casi ilimitada de noticias, información y, en muchos casos, desinformación. El uso de noticias falsas, discursos de odio y narrativas radicales contribuye a construir una cultura de nacionalismo extremo, xenofobia y otras ideologías antidemocráticas. En este sentido, la internet no solo facilita la difusión de contenidos extremistas, sino que también ayuda a darles una legitimidad que en otras épocas podría haber sido más difícil de alcanzar. A medida que la web se convierte en el principal canal para la interacción política, la influencia de estas ideologías puede aumentar considerablemente.
El estudio también destacó cómo la creciente penetración de internet en las sociedades de Europa Central y del Este facilita la difusión de estas ideologías, lo cual se refleja en la ascensión electoral de algunos de estos partidos y movimientos. En particular, el uso de noticias falsas por parte de medios de comunicación en línea que promueven discursos de odio y extremismo ha sido identificado como un factor clave que explica el éxito electoral de algunos de estos grupos, como el partido Fidesz en Hungría o el Movimiento Nacional Eslovaco.
El panorama de la propaganda de la extrema derecha en Europa Central y del Este no es simplemente un fenómeno de comunicación; está estrechamente relacionado con las transformaciones políticas y sociales que la región ha vivido desde la caída del comunismo. La identidad nacional y los sentimientos de nostalgia hacia períodos de la historia como la era de Horthy en Hungría o la época de la Segunda Guerra Mundial siguen siendo una fuente importante de apoyo para estos grupos. En este contexto, la propaganda se convierte en un medio no solo para difundir una ideología, sino también para crear una narrativa histórica que se aparta de la versión oficial, favoreciendo la distorsión de los hechos.
En cuanto al tipo de material utilizado en estas campañas, es esencial comprender que los grupos de extrema derecha no se limitan solo a discursos políticos. También invierten en crear una cultura subcultural, lo que se refleja en la producción de música, ropa, y otros artículos que forman parte de su estilo de vida radical. De esta manera, la propaganda no se limita a un solo tipo de contenido, sino que se expande a otras áreas de la cultura, lo que hace que su influencia sea aún más profunda y difícil de detectar para quienes no están familiarizados con estos movimientos.
Además, la continua evolución del internet y las plataformas sociales permite a estos grupos adaptarse rápidamente, cambiando sus métodos de comunicación, su estilo y su alcance. Esto hace que la vigilancia de este fenómeno sea aún más desafiante, especialmente cuando se considera que, en muchos casos, la propaganda de extrema derecha puede ser sutil, disfrazada de activismo patriótico o incluso de movimientos en defensa de la libertad de expresión.
Por último, es fundamental señalar que el papel de los gobiernos, las organizaciones de la sociedad civil y las plataformas tecnológicas sigue siendo crucial en la lucha contra la propagación de estas ideologías. La capacidad de monitorear, regular y prevenir la difusión de propaganda extremista es esencial para garantizar un entorno político más saludable y plural. Sin embargo, este reto es complejo, ya que cualquier intento de censurar o controlar los contenidos puede entrar en conflicto con principios fundamentales como la libertad de expresión.
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