La crisis climática global avanza con una velocidad alarmante, y a pesar de que los científicos alertan sobre los peligros inminentes, las acciones tomadas por gobiernos y la industria del petróleo y gas parecen estar completamente desconectadas de la realidad. En 2018, California y la Columbia Británica experimentaron la peor temporada de incendios forestales jamás registrada, con millones de hectáreas devastadas por el fuego. En esa misma época, los incendios en Grecia, España y hasta en Suecia causaron daños catastróficos. Australia Occidental vivió un "gigafuego", donde más de dos millones de acres se vieron arrasados por las llamas. Según datos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, 2018 fue uno de los años más calurosos, y de los 20 años más cálidos de la historia, 19 han ocurrido en los últimos 22 años.
Ante tal escenario, las estrategias de manipulación de la información por parte de intereses corporativos y políticos se intensifican, deformando la percepción pública. Un claro ejemplo de esta manipulación fue la campaña mediática que surgió en torno a la noción de "aceite ético" en Canadá, que pretendía defender la industria del petróleo de las arenas bituminosas. A través de términos como "aceite ético", los defensores de este sector intentaban justificar la extracción de crudo de las arenas de Alberta, asociándola con un supuesto "comercio justo", en contraste con el "aceite en conflicto" proveniente de países con historiales de derechos humanos cuestionables.
La estrategia era clara: en lugar de abordar las críticas ambientales, los promotores del aceite de Alberta buscaron etiquetar a los opositores como "radicales financiados por el extranjero". Esta táctica fue utilizada por la industria y el gobierno canadiense para deslegitimar a los grupos ambientalistas y desviar el foco de la preocupación principal: el daño irreparable que las prácticas extractivas causan al medio ambiente y al cambio climático global. De esta manera, se construyó una narrativa en la que las críticas al petróleo de las arenas bituminosas eran presentadas como ataques a la soberanía canadiense, financiados por intereses externos que supuestamente estaban manipulando la política interna del país.
En este contexto, las campañas mediáticas, como la de "EthicalOil.org", impulsada por el activista Kathryn Marshall, no solo crearon confusión, sino que también alimentaron una polarización aún mayor sobre los problemas ambientales. En sus intervenciones, Marshall defendía que el petróleo canadiense era superior al de otras naciones por su supuesto cumplimiento de estándares éticos, mientras atacaba a los grupos de oposición. A pesar de las evidentes contradicciones y la falta de evidencia que respaldara sus afirmaciones, los medios de comunicación, en su mayoría, perpetuaron esta narrativa, contribuyendo a la confusión pública y al estancamiento del debate.
Este tipo de propaganda no es exclusivo de Canadá. A lo largo del mundo, en temas tan diversos como el control de armas, la industria tabacalera o la fracturación hidráulica, las campañas de desinformación tienen un impacto global. La estrategia es la misma: desacreditar a los opositores, polarizar a la opinión pública y, lo más importante, frenar cualquier tipo de acción efectiva frente a las problemáticas que afectan al medio ambiente y la salud pública. Los intereses económicos, respaldados por gobiernos complacientes, recurren a la demonización de los críticos, desviando la atención de los verdaderos problemas y dificultando la toma de decisiones informadas.
A nivel social, el daño que estas campañas de manipulación causan es profundo. En el caso de los científicos del gobierno canadiense, el 90% de ellos dijeron sentirse incapaces de hablar libremente con los medios, y un 86% consideraba que enfrentarían represalias si lo hicieran. La autocensura se convierte en un mecanismo de supervivencia frente a las amenazas políticas y económicas que pesan sobre aquellos que intentan mantener la integridad científica. Este ambiente de censura no solo limita la libertad de expresión, sino que también contribuye a una desinformación generalizada que afecta la toma de decisiones políticas y sociales.
La lucha por la verdad en el debate ambiental es una batalla constante contra las fuerzas que intentan ocultar o distorsionar la realidad en aras de mantener intereses comerciales. La retórica sobre "aceite ético", por ejemplo, no es más que una cortina de humo para evitar el cuestionamiento serio de las consecuencias ecológicas y sociales de la explotación de recursos naturales. La realidad es que, aunque el petróleo de las arenas bituminosas pueda cumplir con ciertos estándares económicos y laborales, su impacto ambiental es devastador y su contribución al cambio climático es innegable.
Es esencial que el público reconozca estas estrategias de manipulación y busque información precisa, imparcial y basada en la evidencia científica. La verdad debe prevalecer sobre la propaganda, y es crucial que los ciudadanos se eduquen sobre los efectos reales de las políticas energéticas y ambientales. Además, es importante que los gobiernos actúen con responsabilidad y no permitan que los intereses económicos pongan en riesgo el bienestar de las generaciones futuras. La lucha contra el cambio climático requiere de un esfuerzo colectivo, donde la transparencia y el compromiso con la ciencia sean la base para una toma de decisiones ética y responsable.
¿Cómo la mente humana y la narrativa distorsionan nuestra comprensión de la realidad?
La mente humana, en su búsqueda por entender el mundo que la rodea, a menudo recurre a explicaciones que no solo son incompletas, sino que pueden estar fundamentadas en falacias y sesgos cognitivos. En el libro The Undoing Project, Michael Lewis profundiza en este aspecto al referirse a una conferencia de Amos Tversky, quien, junto a Daniel Kahneman, fue pionero en el estudio de la mente humana frente a la incertidumbre. En su discurso de 1972 en la Universidad de Minnesota, Tversky señaló una de las fallas más comunes del ser humano: la tendencia a crear explicaciones sin contar con información suficiente para comprender un evento complejo.
Tversky afirmó que, frente a lo inexplicable, nuestro cerebro tiende a elaborar narrativas que nos permiten hacer sentido de lo desconocido. Incluso sin datos nuevos que aclaren lo sucedido, la mente humana busca patrones y tiende a imponer historias sobre los hechos. Esto tiene consecuencias profundas, ya que una vez que hemos construido una explicación, es difícil abandonarla, incluso cuando se nos presentan pruebas en contra. Esta "narrativa post facto" se convierte en una forma de autodefensa mental: explicamos lo ocurrido con una gran seguridad, aun cuando no comprendemos verdaderamente los factores que lo causaron.
Este fenómeno de inventar explicaciones para lo que no entendemos está relacionado con lo que Tversky denomina "juicio bajo incertidumbre", una de las áreas centrales de su investigación junto a Kahneman. El problema radica en que, al convencernos de nuestras explicaciones erróneas, impedimos el aprendizaje verdadero. La confianza excesiva en nuestras narrativas nos bloquea de nuevas perspectivas, de nuevos enfoques que podrían ofrecernos una visión más clara y precisa de la realidad. A menudo, nos aferramos tanto a estas explicaciones que nos volvemos reacios a cuestionarlas, lo que nos convierte en prisioneros de nuestras propias concepciones erróneas.
Un ejemplo relevante de cómo estas fallas en el pensamiento afectan nuestra capacidad para comprender la realidad es el concepto de "descarga de viejas creencias", algo que Otto Scharmer, experto en pensamiento sistémico, menciona frecuentemente. Según Scharmer, el primer paso para superar los viejos patrones de pensamiento es suspender nuestras creencias preconcebidas, soltando las viejas estructuras mentales que limitan nuestra capacidad de escuchar y entender. Es un proceso que requiere de un esfuerzo consciente y constante, como si estuviéramos entrenando un músculo. Solo cuando nos permitimos ver el mundo desde la perspectiva de los demás, sin juicios previos, podemos abrir espacio para ideas nuevas y, eventualmente, para la innovación.
A través de este tipo de reflexión y apertura, los expertos nos instan a cuestionar lo que damos por sentado, sobre todo en un contexto social y político donde las narrativas dominantes suelen distorsionar la realidad. La sociedad está plagada de opiniones polarizadas, muchas veces infundadas en la ignorancia o la manipulación, lo que ha dado paso a una atmósfera donde las discusiones racionales se ven desplazadas por el ruido y la desinformación. Dan Kahan, profesor de la Facultad de Derecho de Yale, nos recuerda que las conversaciones públicas no solo pueden ser contaminadas por el escepticismo sin fundamento, sino que también están siendo cada vez más manipuladas por aquellos interesados en promover la división.
A lo largo de las entrevistas realizadas por el autor de The Undoing Project, se pone en evidencia cómo los discursos tóxicos se han apoderado del espacio público, reduciendo nuestra capacidad para pensar colectivamente y encontrar soluciones a los problemas comunes. La manipulación de la opinión pública a través de la desinformación y la propagación de dudas, como se observa en el ámbito del cambio climático, es un claro ejemplo de cómo las narrativas falsas no solo impiden el progreso, sino que también bloquean las políticas necesarias para resolver problemas globales.
Es fundamental comprender que el problema no radica solo en los contenidos manipulados, sino en cómo estos contenidos afectan nuestra forma de pensar y comunicarnos. Deborah Tannen, profesora de lingüística en la Universidad de Georgetown, subraya que el ataque a las motivaciones y la caracterización negativa del oponente en el debate público son estrategias que desvían la atención de los problemas reales. Este tipo de diálogo no solo erosiona la calidad del discurso, sino que también impide que se encuentren soluciones de compromiso. De este modo, la polarización no solo reduce la posibilidad de debate genuino, sino que también alimenta el escepticismo generalizado, haciendo que los problemas parezcan insolubles.
La mente humana tiene una tendencia natural a simplificar y narrar el caos del mundo que la rodea. Sin embargo, cuando las historias que creamos no son correctas o son intencionadamente distorsionadas, las consecuencias pueden ser graves. La realidad de nuestros tiempos exige un esfuerzo por escuchar sin prejuicios, por aprender a aceptar la incertidumbre y por estar dispuestos a cambiar nuestras creencias frente a nueva información. Al hacerlo, no solo podemos enriquecer nuestras propias vidas, sino contribuir a un espacio público más saludable, donde el diálogo basado en hechos y en la empatía sea posible.
¿Cómo puede la mentalidad de crecimiento ayudar a superar la crisis climática y social?
En nuestra sociedad contemporánea, donde la expansión económica ha superado ampliamente cualquier necesidad material básica, el concepto de "mentalidad de crecimiento" ha tomado un papel central. Esta mentalidad está impulsada por una constante búsqueda de crecimiento, incluso en detrimento de los recursos naturales y del medio ambiente. Sin embargo, esta expansión desmedida no está siendo impulsada por quienes realmente enfrentan necesidades materiales reales, sino por un pequeño sector que se beneficia del crecimiento económico sin considerar sus implicaciones a largo plazo.
El pensador Gilding propone una estrategia diferente para abordar los cambios climáticos y la crisis ambiental que amenaza nuestra supervivencia: en lugar de intentar desviar el curso de un río, propone excavar un nuevo canal. Esto implica cambiar el enfoque desde los argumentos ecológicos tradicionales, que tienden a generar debates políticos polarizados, hacia un enfoque económico que movilice a las personas a partir de lo que más les importa: sus bolsillos.
La acumulación de costos derivados de la desestabilización climática no es algo que veremos en el futuro; está ocurriendo en el presente. Las sequías, inundaciones, y el aumento de fenómenos meteorológicos extremos, como los huracanes o vientos de fuerza similar en lugares no preparados, ya están afectando a las economías. El costo de todo esto es incalculable y está socavando las bases de la estabilidad económica global. Gilding sugiere que, al reconocer estos costos, seríamos capaces de entender cuán destructiva es la inacción frente al cambio climático. No necesitamos esperar una década para darnos cuenta de la magnitud de los daños.
Para abordar estos desafíos, el concepto de "pensamiento sistémico" se presenta como una herramienta fundamental. En su forma más sencilla, este enfoque se resume en una palabra: apalancamiento. Según Peter Senge, un destacado defensor de este tipo de pensamiento, el reto consiste en mover rápidamente la economía energética en una dirección completamente distinta, cambiando no solo las políticas, sino también las actitudes y comportamientos sociales.
Parte de este cambio tiene que ver con la disposición de las personas a abandonar la necesidad de tener la razón en los debates, y permitir que los jóvenes tomen un papel más activo. Estos jóvenes, según Senge, son los que liderarán la revolución energética porque su capacidad de imaginar un futuro diferente y mejor los hace más predispuestos a impulsar innovaciones tecnológicas, como automóviles que alcancen los 150 millas por galón o motocicletas impulsadas por celdas de combustible.
El futuro no debe ser una abstracción, ni una mera estadística. Debe ser una realidad emocional, algo que nos afecte profundamente. Cuando los jóvenes cuestionan el futuro que les estamos dejando, nos confrontan con una verdad incómoda: estamos poniendo en peligro sus vidas. Las voces de los jóvenes tienen un poder emocional que mueve a los adultos a reflexionar sobre sus propias decisiones y su responsabilidad intergeneracional. Esto plantea una de las grandes paradojas de nuestra sociedad actual: no somos capaces de desarrollar estrategias sabias y pensadas a largo plazo. La sociedad tiende a subvalorar el futuro y está atrapada en una mentalidad de gratificación inmediata. Esto es aún más evidente cuando analizamos la falta de representación de los jóvenes en los espacios de poder. Si se les diera un mayor protagonismo en las decisiones, las políticas públicas cambiarían.
Además de este componente emocional, los jóvenes pueden ser fundamentales para la transformación de la sociedad, no solo a través de la protesta o el activismo, sino también mediante la implementación de programas educativos prácticos. Un ejemplo de esto es el Proyecto Kid’s Footprint, que enseña a los estudiantes de secundaria a medir la huella energética de sus escuelas. Este enfoque práctico no solo promueve el aprendizaje, sino que crea una conexión tangible con la sostenibilidad al permitir a los estudiantes aplicar soluciones reales en sus propias comunidades.
Es crucial, sin embargo, comprender que el cambio no puede ocurrir simplemente a través de la movilización de los jóvenes o de la lucha contra el statu quo. También es necesario un cambio interno en las personas, especialmente en aquellos con el poder de generar cambios estructurales. Otto Scharmer, en su trabajo sobre liderazgo y cambio organizacional, enfatiza que el éxito de cualquier intervención depende del estado interior del interveniente. Este enfoque de autoconciencia y reflexión interna es fundamental para poder aplicar soluciones eficaces en un mundo complejo y lleno de contradicciones.
Finalmente, el papel de las empresas, gobiernos y organismos internacionales es esencial para alcanzar los objetivos de sostenibilidad global. Sin embargo, es necesario que todos los actores comprendan la magnitud del problema y asuman un compromiso real con la transformación, no solo como un acto político, sino como un compromiso con el futuro de la humanidad.
¿Por qué nos cuesta tanto cambiar de opinión una vez que hemos tomado una decisión?
La autjustificación nos protege del malestar que produce la disonancia cognitiva, el cual surge al reconocer que cometimos un error. Cuanto más nos aferramos a una decisión inicial, más difícil resulta cambiar de opinión. En Mistakes Were Made, Tavris y Aronson utilizan una imagen que llaman la "pirámide de la elección": “Dos jóvenes idénticos en cuanto a actitudes, habilidades y salud psicológica, están parados en la cima de una pirámide.” Son amigos y están indecisos sobre algún asunto: hacer trampa o no en un examen, comprar este coche o aquel, aceptar o no dinero de una farmacéutica para su investigación. Uno de ellos toma una decisión en una dirección, y el otro en la dirección opuesta. En el momento en que ambos deciden, comienzan a buscar evidencia que confirme la sabiduría de sus elecciones. A medida que justifican sus decisiones y creencias, cada uno empieza a alejarse cada vez más del otro hasta que, con el tiempo, ambos se encuentran al fondo de la pirámide, a kilómetros de distancia, y quizás incluso lleguen a sentirse despectivos o incluso a odiarse. Esta imagen puede describir la mayoría de las decisiones importantes relacionadas con opciones morales o de vida, explicó Tavris. Cuando estos dos antiguos amigos han descendido hasta el fondo de la pirámide, su ambivalencia se habrá transformado en certeza. Ambos creerán que siempre se sintieron así, porque la autjustificación trabaja para mantener nuestras creencias en consonancia con nuestras acciones y compromisos. Lo que es preocupante es que su decisión original pudo haber sido impulsiva, espontánea y no muy bien pensada, pero cada paso posterior los lleva a un camino que deben justificar cada vez más. Con el tiempo, cuanto más tiempo, esfuerzo, dinero y rostro público invertimos en una decisión, más difícil es subir de nuevo esa pirámide y decir: “Sabes qué, en mitad del camino realmente debería haber cambiado de opinión.” A este fenómeno se le conoce como la justificación del esfuerzo. Es muy poderoso.
“Tomamos una decisión inicial, aparentemente sin importancia, y al justificarla, comenzamos un proceso de atrapamiento que incrementa la intensidad de nuestro compromiso,” explicó Tavris. La justificación del esfuerzo explica por qué las personas que invierten en un proyecto que fracasa generalmente encuentran una manera de defender ese error en lugar de enfrentar la alternativa, que sería decir: “Soy una persona buena, inteligente y decente, y acabo de hacer algo estúpido, poco ético o incompetente.” Tavris agregó que la disonancia cognitiva — ese estado de tener dos creencias o cogniciones contradictorias— es tan incómoda como tener hambre o sed. La mente está altamente motivada para reducir ese malestar: “La disonancia es especialmente dolorosa cuando el conflicto surge entre mi visión de mí mismo y la información que disputa esa visión.”
“La mayoría de las personas se ve a sí misma como mejor que el promedio,” comentó Tavris con una sonrisa. “Pensamos que somos más inteligentes que el promedio, más atractivos que el promedio, más competentes, más éticos, etc. (Es bastante curioso: el 88% de los estadounidenses piensan que son mejores conductores que el promedio.) Esto es bueno para la autoestima, pero en realidad, las personas con mayor autoestima son las que más dificultad tienen para aceptar las evidencias de que cometieron un error, hicieron algo dañino o están sosteniendo una creencia desactualizada.” Al escucharla, me di cuenta de que esta es la razón por la que los defensores de cualquier campo de conflicto deben tener cuidado de no hacer que sus oponentes se atrincheren más en su oposición. Por eso es tan importante profundizar en esta investigación moderna, para comprender los fundamentos psicológicos de la inacción y los ciclos de negación.
Tavris concluyó: “El mayor peligro que enfrentamos en el planeta no proviene solo de las personas malas haciendo cosas corruptas, malas y malvadas, sino también de las personas buenas que justifican las malas, corruptas y malvadas cosas que hacen para preservar su creencia de que son buenas, amables y éticas.” Esto es lo que hace tan difícil para los médicos reconocer que deben corregir errores médicos en los hospitales, o para los fiscales reconocer que deben ayudar a liberar a los que han sido condenados injustamente; en otras palabras, corregir errores significativos en sus profesiones. En Mistakes Were Made, Tavris y Aronson señalaron que la autjustificación es más peligrosa y poderosa que mentir intencionalmente a los demás porque permite que las personas se convenzan de que lo que hicieron estaba bien. El proceso mental generalmente es algo como esto: “No había otra opción... De hecho, fue una solución brillante... Estaba haciendo lo mejor para la nación... Tengo derecho.” Esta autoconversación minimiza nuestros errores y malas decisiones e interfiere con nuestra capacidad de autocorrección.
Todo el mundo sabe cuándo está mintiendo, haciendo excusas, manipulando sus impuestos, haciendo algo ilegal o inmoral. Pueden mentir conscientemente para evitar ser castigados, “para esquivar la ira de un ser querido,” para evitar ser demandados o enviados a prisión. Pero la autjustificación es completamente diferente y más generalizada porque nos permite mentir a nosotros mismos. Es un mecanismo de autoprotección, inconsciente, que nos permite mantener intacta nuestra imagen de nosotros mismos. Tavris mencionó que el sentimiento de disonancia es más agudo cuando tenemos que resolver un conflicto entre la evidencia y algún aspecto importante de nuestro autoconcepto. “Puedes criticarme por algo que no forma parte de mi autoconcepto, pero criticar algo que intento hacer bien realmente duele. Ese es el dolor que debemos atender porque ese dolor es la señal de la disonancia.”
La disonancia cognitiva y la justificación del esfuerzo también juegan un papel en la política. Si un miembro de tu partido hace algo estúpido o corrupto, tiendes a minimizarlo, pero cuando alguien del partido contrario hace exactamente lo mismo, dirás: “Eso es típico de esos bastardos.” Un ejemplo fue Newt Gingrich criticando a Bill Clinton por tener una aventura en la Casa Blanca mientras él mismo tenía una aventura con una de sus internas. La capacidad de Gingrich de culpar a Clinton, mientras se excusa a sí mismo, muestra hasta qué punto las personas irán para reducir su propia disonancia cognitiva.
No tiene sentido regañar a las personas o decirles que están equivocadas, explicaron Tavris y Aronson en Mistakes Were Made. Cualquiera que entienda la disonancia sabe que gritar “¿Qué estabas pensando?” solo tiene el efecto de traducirse como “Vaya, qué estúpido eres.” Acusaciones como estas hacen que las víctimas, ya avergonzadas, se cierren, se retiren y se nieguen a hablar de lo que están haciendo: “¿Qué estaba pensando? Pensé que estaba haciendo lo correcto.” Las personas necesitan sentirse respetadas y apoyadas, no criticadas. Este es el riesgo inherente del activismo, porque si acusas a alguien de ser estúpido o haces que se sienta tonto o limitado, solo estarás reforzando su posición predeterminada, que es activar su autjustificación.
Para entender la resistencia a la información sobre los datos climáticos, podemos observar la historia de los cinturones de seguridad, el tabaquismo o las leyes de protección ambiental que alguna vez se pensaron imposibles de promulgar. Revolucionar los hábitos de fumar requirió más que cambiar la creencia de que fumar podría matarte. Todos conocían a alguien que vivió hasta los 93 años y fumaba todos los días. Para cambiar los hábitos de las personas, fue necesario aplicar presión de grupo, cambiar leyes, cambiar actitudes.
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