Existen posiciones divergentes entre los economistas postkeynesianos y los economistas ecológicos respecto al crecimiento económico. Un trabajo destacado de Lavoie (2009) plantea que se necesita reconciliar el objetivo postkeynesiano del pleno empleo con los requerimientos de la economía ecológica, que abogan por un crecimiento económico más lento o nulo. Sin embargo, los postkeynesianos han escrito poco sobre la cuestión ambiental. La creencia en el crecimiento económico como sinónimo de progreso y solución a los problemas humanos dentro del capitalismo parece común en los enfoques postkeynesianos. Lavoie (2022) señala que una de las principales preguntas de investigación dentro de este enfoque es cómo utilizar más (y no menos) de la capacidad productiva existente. Por el contrario, la idea de suficiencia, propuesta por Bird (1982) como parte de un paradigma postkeynesiano ecológico, se presenta como algo claramente más radical.
El enfoque de los postkeynesianos en los recursos desempleados implica que la escasez es descartada como un problema, lo cual se combina con una postura tecnoptimista. En este sentido, Lavoie (2022) argumenta que los recursos naturales son reproducibles: los avances técnicos permiten el descubrimiento de nuevos depósitos o nuevos sustitutos, incluso sintetizados. Sin embargo, reconoce que el deterioro de la calidad ambiental, como el calentamiento global y el cambio climático, podría representar un desafío diferente. En la última sección de su libro sobre economía postkeynesiana, Lavoie destaca no solo la posibilidad, sino la necesidad de cooperación con los economistas ecológicos, revisando los avances en esta dirección.
Algunos pueden ver una oportunidad en el auge de los modelos macroeconómicos ecológicos formales, incluidos los trece modelos de tipo postkeynesiano que aparecieron entre 2014 y 2017 (Hardt y O'Neill, 2017). Diversas revisiones de estos modelos han emergido, comparando a menudo los enfoques ortodoxos y heterodoxos, y abordando temas como los métodos (Saes y Romeiro, 2019), la transición energética y los modelos climáticos de "bajo carbono" (Hafner et al., 2020), los modelos postcrecimiento heterodoxos (Hardt y O'Neill, 2017) y la dicotomía entre discursos pro-crecimiento y no-crecimiento (Urhammer y Røpke, 2013). Las principales preocupaciones de esta literatura de modelado se centran en si el capitalismo puede hacer frente a la crisis ecológica y sobrevivir, si puede seguir existiendo bajo condiciones de bajo, nulo o decreciente crecimiento económico, y cuáles podrían ser las implicaciones de aspirar deliberadamente a una economía de estado estacionario, una economía de decrecimiento o algo similar.
Existen tensiones serias entre lo que los modelos pueden hacer, lo que los modeladores intentan hacer y los compromisos ontológicos (pre-analíticos) sobre lo que constituye una economía, todos los cuales afectan el potencial y la naturaleza de la cooperación entre los economistas postkeynesianos y los ecológicos, y cómo estos últimos deben proceder. Un trabajo destacado entre los economistas ecológicos ha sido el de Peter Victor (2008), centrado en la economía canadiense, y sus colaboraciones con Tim Jackson, incluyendo modelos postkeynesianos de flujo-stock-consistente (Jackson y Victor, 2013; 2015; 2020). El enfoque de modelado parece heterodoxo, pero también puede ser visto como una forma de disidencia ortodoxa. Por ejemplo, el modelo LowGrow de Victor (2008) para la economía canadiense mantenía la función de producción Cobb-Douglas convencional, permitiendo la sustitución continua entre los factores de entrada. Sin embargo, como Georgescu-Roegen (2009 [1979]) destacó hace tiempo, los economistas matemáticos han realizado un truco fantástico: no hay que preocuparse por la agotamiento de los recursos naturales, porque con la ayuda de la omnipresente función de producción Cobb-Douglas se puede probar que el equipo de capital puede ser sustituido sin límite por esos recursos.
En contraste con esta mainstreamización, el objetivo general del modelado macroeconómico ecológico de Victor y Jackson es más radical: investigar y promover transiciones hacia economías que proporcionen "prosperidad sostenible para todos" (Victor y Jackson, 2020), definida como la capacidad de los seres humanos de florecer dentro de los límites ecológicos del planeta. Este concepto de bienestar se refiere a una conceptualización neo-aristotélica de la calidad de vida en términos de capacidades. En un momento, Jackson (2017) equipara el florecimiento humano con un conjunto de "derechos básicos", pero la mayoría de las veces se utiliza un concepto altamente abstracto que alude a un conjunto vago de cosas (como confianza, democracia, salud, educación). Victor y Jackson (2020) también señalan que su concepto de "prosperidad para todos" incluye "el bienestar de otras especies", lo que parece convertir su concepto de "prosperidad" en un término incorrecto.
No obstante, cabe preguntarse por qué justificar o incluso requerir un modelado matemático formal, y mucho menos un modelado macroeconómico de economías capitalistas. En una entrevista, Victor y Jackson afirman que su enfoque "es dialogar con aquellos que no están necesariamente de acuerdo y usar sus términos, su lenguaje" (CANSEE Quarterly Newsletter, enero de 2014). Esto requiere forzar los conceptos dentro de una caja ortodoxa mainstream o simplemente dejarlos fuera. El problema es abordado en detalle por Morgan (2017), en relación con el trabajo de Jackson y Victor (2016) sobre la afirmación de Piketty de que, sin crecimiento económico, la inequidad en los ingresos aumentaría. Jackson y Victor (2016) construyen un modelo comparable al de Piketty para mostrar que los valores de las variables clave pueden ajustarse para cambiar el resultado, demostrando que la creciente desigualdad no es inevitable en economías con bajo o nulo crecimiento. La acomodación al modelo económico ortodoxo incluye una función de producción neoclásica, elasticidad constante y análisis marginal, y el error conceptual de reducir las desigualdades solo a los ingresos (excluyendo clase, género, raza). El marco ortodoxo ignora las diferencias fundamentales en el enfoque de la conceptualización y
¿Cómo la epistemología y la metodología influyen en la investigación ecolómica y económica?
La epistemología y la metodología han sido cuestiones centrales en los debates sobre la filosofía de la ciencia dentro de la economía ecológica. La epistemología, término proveniente del griego epistēmē, que significa 'conocimiento', y logos, que se traduce como 'razón' o 'arte del razonamiento', se refiere al estudio teórico de la manera en que entendemos el mundo. Esta disciplina aborda el origen y los límites del conocimiento, así como las condiciones que nos permiten llegar a comprender algo de forma auténtica.
Por otro lado, la metodología sigue de cerca a la epistemología, al referirse a los métodos utilizados para investigar la realidad. Sin embargo, no debe confundirse el término 'método', que designa una herramienta específica de investigación, con 'metodología', que se refiere a la manera en que se interpretan y aplican esas herramientas. La metodología, por tanto, tiene dos acepciones: una más amplia, que se refiere a los principios generales que rigen la investigación en un área específica, y otra más técnica, que tiene que ver con la idoneidad de los métodos empleados.
A lo largo de la historia de la ciencia, la epistemología ha influido directamente en las prácticas de investigación, y la metodología ha evolucionado para adaptarse a diferentes enfoques y tradiciones filosóficas. Un aspecto clave de esta evolución ha sido la ascensión del empirismo, una corriente filosófica que establece que los objetos de la experiencia constituyen la realidad, y que pueden ser conocidos con certeza utilizando una metodología adecuada. Este énfasis en lo empírico, en la observación directa, y en la recolección de datos, se ha convertido en la base de muchas de las prácticas científicas modernas.
La historia de la ciencia moderna se remonta a pensadores como Francis Bacon, quien, en su obra Novum Organum Scientiarum (1620), sentó las bases de la inducción y la observación empírica. Bacon y sus seguidores en la Royal Society de Londres popularizaron el uso de métodos inductivos, en contraposición a la tradición deductiva, que había dominado las ciencias antes de su tiempo. Este giro hacia la observación empírica, sin embargo, no fue universalmente aceptado; filósofos como René Descartes y Isaac Newton, al mismo tiempo que promovían la observación, no abandonaron por completo el razonamiento deductivo y matemático.
En este contexto, la epistemología de los empiristas británicos, como John Locke y David Hume, enfatizó el papel central de los sentidos en la adquisición de conocimiento. Hume, en particular, introdujo una profunda crítica al concepto de causalidad, lo que llevó a su célebre "problema de la inducción". Según Hume, no podemos justificar lógicamente la conexión causal entre los eventos simplemente porque los observemos repetidamente en el mismo orden. Esta noción desafió la idea de que la ciencia pudiera ofrecer una representación completa y definitiva de la realidad. A raíz de esta inquietud, Immanuel Kant elaboró su famosa teoría del conocimiento, en la que diferenció entre el mundo fenomenal (lo que podemos percibir) y el noumenal (lo que permanece inaccesible a nuestros sentidos), abriendo una vía para una comprensión más matizada de la ciencia y la moral.
El positivismo, una corriente que surge con el filósofo Auguste Comte en el siglo XIX, defendió una visión más estricta y empírica de la ciencia. Para los positivistas, la ciencia debía desprenderse de toda influencia política y filosófica, enfocándose exclusivamente en los hechos observables y verificables. Aunque el positivismo fue una creación de la Ilustración, con el tiempo fue evolucionando y tomando diversas formas, especialmente a partir del siglo XX, cuando surgió el empirismo lógico, especialmente influenciado por las ideas de pensadores como Ernst Mach y el Círculo de Viena.
El Círculo de Viena, liderado por figuras como Otto Neurath y Rudolf Carnap, buscó fusionar el análisis lógico con la observación empírica. Esta corriente, que promovía una visión científica de la realidad completamente objetiva, se extendió rápidamente en Europa y, tras el auge del nazismo y el fascismo en Austria, tuvo un impacto significativo en Estados Unidos. Aunque se han identificado diversas vertientes dentro del empirismo lógico, la premisa central era que las proposiciones científicas debían ser verificables empíricamente, lo que contribuyó a consolidar una visión de la ciencia como una búsqueda de hechos "objetivos".
Este enfoque ha tenido implicaciones directas en las ciencias económicas, particularmente en lo que respecta a la validación de las teorías económicas. La visión positiva de la economía, que se diferencia de la economía normativa, ha promovido la idea de que las relaciones causa-efecto en la economía deben ser descritas de manera objetiva, como si los hechos hablaran por sí mismos. Sin embargo, esta postura ha sido objeto de críticas, pues al intentar desvincular la ciencia de las consideraciones éticas y sociales, ha ignorado las complejidades de las relaciones humanas y de los fenómenos económicos.
El enfoque metodológico de la economía, centrado en el análisis cuantitativo y la búsqueda de regularidades universales, a menudo ha sido limitado en su capacidad para abordar cuestiones más profundas relacionadas con el bienestar humano, la justicia social y la sostenibilidad ecológica. A pesar de su valor en la descripción de fenómenos recurrentes, la ciencia económica no ha logrado, en muchos casos, integrar adecuadamente los aspectos normativos que son esenciales para la toma de decisiones políticas informadas.
Es esencial, por lo tanto, que los investigadores en economía ecológica y ciencias sociales en general reconozcan las limitaciones de la epistemología y metodología dominantes, y consideren cómo la historia del pensamiento y la filosofía de la ciencia pueden proporcionar una guía más amplia para la investigación futura. Aunque el método científico y la observación empírica siguen siendo fundamentales, no se debe olvidar que el conocimiento es siempre un proceso dinámico, sujeto a reinterpretaciones y a la incorporación de perspectivas diversas, que incluyan no solo los datos, sino también los valores y las necesidades humanas.
¿Cómo la Economía y el Crecimiento Industrial Contribuyen a la Degradación Ambiental?
En la década de 1960, la sociedad comenzó a tomar conciencia de los problemas ambientales, con obras destacadas como Silent Spring de Carson (1987 [1962]), que denunciaba la contaminación agroquímica, y The Population Bomb de Ehrlich (1968), que alertaba sobre los peligros del crecimiento poblacional desmesurado. Estos textos fueron fundamentales para incorporar los problemas ambientales a la agenda de los economistas, junto con la discusión sobre los aspectos sociales y económicos del crecimiento económico (Boulding 1966; Mishan 1967; 1969). A partir de ahí, se consolidó un movimiento cultural y político que abogaba por un modelo alternativo de vida más armonioso con la naturaleza, como el que promovían los movimientos hippies, que favorecían la desmaterialización y la autosuficiencia. No obstante, fue en la década de 1970 cuando la literatura ambiental se expandió y comenzó a incidir profundamente en los debates económicos, ampliando los temas tratados, desde el crecimiento poblacional hasta los límites del crecimiento económico y los impactos sociales de este modelo.
La crisis energética de los años 70 fue un factor determinante que centró la atención en los problemas derivados de la dependencia de recursos naturales y de los impactos medioambientales, alimentando una crítica generalizada al sistema capitalista. La crisis del petróleo, provocada por la restricción del suministro por parte de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC), expuso la vulnerabilidad del sistema económico global frente a la escasez de recursos no renovables. Este evento permitió que la discusión sobre los límites del crecimiento, que ya había sido planteada por autores como Meadows et al. (1972), fuera retomada con mayor fuerza en los círculos académicos y políticos. De este modo, el debate sobre el crecimiento infinito comenzó a ser cuestionado seriamente, especialmente cuando los recursos vitales, como el petróleo, se veían como finitos y escasos, lo que amenazaba la estabilidad del sistema económico global.
En el ámbito académico, algunos economistas defendieron la idea de los mercados autorregulados como la mejor forma de gestionar los recursos, pero la creciente evidencia de los efectos negativos del crecimiento sin restricciones, como la contaminación y la degradación ambiental, generó una respuesta más crítica. Autores como Kapp y sus seguidores desafiaron las ideas dominantes en la economía ortodoxa, sugiriendo que las preocupaciones ambientales debían ser una parte fundamental de la teoría económica. A pesar de la resistencia de algunos economistas que defendían la idea de mercados autorregulados y de la minimización de los problemas ambientales, el cambio de paradigma fue inevitable.
La contaminación, que inicialmente se veía como un problema local, pasó a ser un desafío global. En los años 60 y 70, los efectos de la contaminación industrial, como la emisión de gases ácidos y la acumulación de metales pesados en las cadenas alimentarias, se hicieron cada vez más evidentes. En los Estados Unidos, el caso del DDT, que se asociaba con defectos de nacimiento y problemas de salud tanto en humanos como en animales, fue un ejemplo claro de la amenaza que representaba la actividad industrial. Este problema se intensificó con el accidente nuclear de Three Mile Island en 1979 y el desastre de Chernobyl en 1986, que evidenció los peligros inherentes a la industria nuclear, tanto en términos de accidentes como de la gestión de residuos radiactivos.
La contaminación del aire, que se consideraba un problema local, también pasó a ser una cuestión internacional. El fenómeno de la lluvia ácida, que afectaba a los ecosistemas de Escandinavia y otras regiones, obligó a los países afectados a reconocer el problema y colaborar para encontrar soluciones. Esta situación culminó en la Convención de las Naciones Unidas sobre la Contaminación Transfronteriza del Aire en 1979, que logró el reconocimiento global de un problema medioambiental compartido. A lo largo de las décadas, el concepto de ecosistema y la necesidad de entender las interacciones entre los diferentes elementos de la naturaleza fueron desarrollándose, lo que permitió una visión más integral y compleja de los problemas ambientales.
El auge de la economía ambiental, como respuesta directa a la creciente conciencia pública sobre la contaminación y la degradación ecológica, surgió a finales de los años 60 y 70. El trabajo de economistas como Boulding (1966) y Kneese (1971) se centró en la necesidad de integrar el conocimiento biológico y los valores más allá de los intereses utilitarios típicos de la economía convencional. La economía ambiental se presentó como un campo innovador, que no solo cuestionaba la visión del crecimiento infinito, sino que también proponía nuevas formas de comprender y valorar los recursos naturales.
La reflexión sobre la economía y el crecimiento, desde una perspectiva ambiental, se vio fortalecida por la idea de que la Tierra debía ser entendida como un sistema cerrado, donde los recursos eran limitados y la capacidad de la naturaleza para soportar los impactos de la actividad humana no era infinita. La crítica a la visión lineal del crecimiento económico, que había caracterizado la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, se consolidó con la emergencia de enfoques más radicales que abogaban por una transformación profunda de la economía. Sin embargo, a pesar de los avances en el pensamiento crítico, la economía ortodoxa siguió resistiendo las críticas, y el debate sobre los límites del crecimiento y la sostenibilidad se mantuvo vigente durante las décadas posteriores.
Es esencial comprender que, aunque los problemas medioambientales son hoy reconocidos y parte de la agenda política y económica, la integración real de estos en las políticas públicas y las teorías económicas sigue siendo un desafío. La tendencia hacia un crecimiento ilimitado sigue siendo parte del ADN de muchas economías modernas, y las soluciones propuestas a menudo se quedan cortas en cuanto a la profundidad del cambio necesario. La economía ecológica y la sostenibilidad requieren una revisión radical de las estructuras económicas y sociales, que aún está lejos de concretarse en muchas partes del mundo. Por tanto, la lucha contra la degradación ambiental no solo implica abordar los problemas concretos de la contaminación o la escasez de recursos, sino también cuestionar los fundamentos del modelo económico global que los perpetúa.
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