La campaña de Donald Trump en 2016 y su presidencia representaron una ruptura radical con las normas políticas previas en Estados Unidos. Su enfoque único hacia el nacionalismo económico y cultural, junto con su capacidad para conectar emocionalmente con sectores clave de la población, marcaron una diferencia fundamental con sus rivales, especialmente con el Partido Demócrata. Trump ofreció una narrativa de identidad común estadounidense que resonó profundamente con aquellos que se sentían desplazados en una América cada vez más diversa. Su historia, a menudo vinculada a un nacionalismo cultural de tintes monoculturales, contrastaba con las posturas más moderadas y globalistas de los demócratas y las administraciones previas.

Su eslogan, "Make America Great Again", fue un llamado directo a aquellos que consideraban que el país estaba perdiendo su esencia, aquellos que se sentían alienados por las políticas progresistas y por la diversidad creciente en todos los ámbitos, desde la inmigración hasta los derechos civiles. Mientras Joe Biden ofrecía un enfoque más conciliador y pluralista en 2020 con su "Build Back Better", Trump se mantenía firme en su posición, apostando por un discurso más visceral que apela a un fuerte sentimiento de pertenencia nacional.

Uno de los aspectos más interesantes del fenómeno Trump es cómo su marca personal se alimentaba de un profundo descontento con la moderación que algunos sectores del Partido Republicano empezaron a adoptar en los años previos. Frente a la idea de que las guerras culturales de la nación estaban superadas y que los liberales habían ganado, Trump reactivó esas tensiones, movilizando a aquellos que sentían que el país estaba perdiendo su rumbo. La reactivación de debates sobre temas como el racismo, los derechos y los impuestos se convirtió en una estrategia para movilizar a votantes que no se sentían representados por las posturas más diplomáticas o internacionalistas del establishment político.

El estilo de Trump como presidente y candidato se alejaba de las tradiciones republicanas previas. Si bien sus políticas económicas y comerciales no diferían demasiado de las de sus predecesores republicanos, la forma en que las presentó y las emociones que las rodearon fueron diferentes. Sus políticas arancelarias, por ejemplo, no eran las típicas propuestas conservadoras, pero su agresiva retórica sobre el comercio y la inmigración reforzaba su imagen como un líder dispuesto a proteger a la clase trabajadora estadounidense de los efectos de la globalización. Su postura sobre la seguridad fronteriza, además, conectó con un amplio sector de votantes preocupados por la inmigración, un tema que había sido tratado de forma ambigua por el Partido Republicano en años anteriores.

La marca Trump, sin embargo, no estuvo exenta de controversia. Mientras su mensaje de unidad nacional resonaba con muchos, también generaba una fuerte reacción de aquellos que se beneficiaban de las políticas previas o que consideraban que su visión de América estaba marcada por valores excluyentes. Los votantes pertenecientes a minorías raciales, a la comunidad LGBTQ2+, o a aquellos que apoyaban políticas medioambientales más estrictas, vieron en Trump una amenaza directa a sus derechos y valores. Su reticencia a condenar la violencia contra comunidades de color, su retórica agresiva y sus comentarios sobre temas raciales alimentaron las críticas y avivaron temores de un retroceso en derechos fundamentales.

A lo largo de su presidencia, Trump logró atraer a sectores de la clase trabajadora, incluidos algunos votantes afroamericanos, pero su enfoque estuvo marcado por una estrategia de marketing que no buscaba necesariamente ganar a todos los votantes. En lugar de eso, Trump logró lo que muchos estrategas políticos consideran una táctica eficaz en la era de la segmentación emocional: movilizar suficientes votos de un grupo específico, incluso si no podía ganar una mayoría absoluta. En ese sentido, su campaña supo explotar las herramientas de las redes sociales, particularmente Twitter, para eludir los canales tradicionales de comunicación con los medios y controlar su mensaje de forma directa y sin filtro. Esto le permitió posicionarse como un outsider, dispuesto a desafiar la narrativa establecida y a hablar directamente con su base, sin depender de periodistas o de ruedas de prensa.

El uso de las redes sociales fue uno de los grandes éxitos de Trump. Aunque muchas de las personas a las que su campaña apelaba no eran grandes usuarias de estas plataformas, Trump entendió que podía generar "medios ganados", es decir, ganar visibilidad sin depender de los medios tradicionales, simplemente haciendo declaraciones que a menudo provocaban una reacción inmediata. Su habilidad para crear controversias en torno a su figura fue fundamental para mantener su presencia en los titulares y para alimentar la polarización, lo cual, lejos de ser una debilidad, se convirtió en una poderosa herramienta de campaña.

Es fundamental entender que Trump no solo representó un cambio de estilo en la política, sino también un cambio en la forma en que se puede ganar una elección. A través de la segmentación de su mensaje y el uso estratégico de plataformas digitales, logró conectar con sectores que históricamente se sentían desatendidos por los partidos tradicionales. En lugar de buscar una mayoría amplia, Trump optó por una estrategia centrada en movilizar a su base más fiel, lo que resultó en una victoria inesperada en 2016 y una base de apoyo sólida a lo largo de su presidencia.

Además, la marca Trump reconfiguró la percepción del "American Dream" al presentarlo no como una aspiración inclusiva, sino como un ideal que debía ser defendido por aquellos que consideraban que su posición en la sociedad estaba siendo socavada por las políticas progresistas. La respuesta visceral de sus opositores a esta visión no hizo más que fortalecer la conexión emocional de Trump con sus seguidores, consolidando su imagen de líder disruptivo y fuera de los márgenes del sistema.

¿Cómo Trump utilizó la raza y la clase para atraer a votantes en 2020?

Durante la campaña presidencial de 2020, Donald Trump utilizó una estrategia que apelaba a las tensiones raciales y de clase en Estados Unidos, lo que provocó tanto apoyo como críticas. Su discurso, que enfatizaba la ley y el orden, era una continuación de los mensajes conservadores tradicionales, pero con un giro que muchos consideraron racista. Para algunos votantes blancos de clase trabajadora, Trump representaba una figura que decía la verdad sobre sus realidades cotidianas, una verdad que no se veía reflejada en la administración de Barack Obama. Esta última, al poner de manifiesto las injusticias policiales hacia los afroamericanos, creó un conflicto con muchos votantes blancos que percibían estas políticas como injustas o desproporcionadas. En contraste, Trump posicionó a la policía como una fuerza positiva y protectora, y defendió públicamente sus acciones, independientemente de los cuestionamientos que pudieran surgir.

La diferencia entre las administraciones de Obama y Trump se centró en el enfoque sobre la policía y la justicia racial. Mientras que Obama abogaba por un mayor control y reforma dentro de las fuerzas policiales, Trump tomaba una postura más tradicional, favoreciendo a los agentes de la ley y afirmando que, si un sospechoso moría en un enfrentamiento con la policía, era por su propia culpa. Esta postura no solo tuvo un fuerte eco entre los votantes blancos de clase trabajadora preocupados por su seguridad física y material, sino que también se alineó con una narrativa más amplia que Trump estaba construyendo: “hacer que América sea segura de nuevo”.

Por otro lado, Trump también utilizó figuras destacadas de la comunidad afroamericana para reforzar su mensaje. Estas "navegadoras" de color, como la Sheriff David Clarke, la empresaria Don King, y las activistas Linda "Diamond" Hardaway y Rochelle "Silk" Richardson, se convirtieron en aliados visibles que legitimaban la candidatura de Trump en comunidades de color. Estas figuras eran bien conocidas tanto en círculos conservadores como entre el público general, y su apoyo se usó estratégicamente para atraer a votantes afroamericanos que sentían que los políticos tradicionales no los representaban adecuadamente. Las declaraciones de Hardaway y Richardson, por ejemplo, enfatizaban que el enfoque "no tradicional" de Trump era lo que Estados Unidos necesitaba, y que su éxito como empresario lo hacía menos susceptible a la influencia de grupos de presión.

En paralelo, Trump también incorporó en su discurso la idea de que los afroamericanos y los inmigrantes latinos podían prosperar bajo sus políticas, si tan solo se les otorgara la oportunidad. Usó el ejemplo de inmigrantes afrocaribeños, como los de St. Thomas, para argumentar que las personas de diferentes orígenes étnicos y raciales podían tener más éxito en Estados Unidos si trabajaban arduamente. Esta división, que abogaba por una "superación personal", permitió a Trump dirigirse a diferentes segmentos dentro de la comunidad afroamericana, destacando la disparidad en el éxito económico entre los inmigrantes negros y los afroamericanos nacidos en el país.

Al mismo tiempo, Trump aprovechó el tema de la inmigración, particularmente la inmigración ilegal, para movilizar a su base. Su retórica antiinmigrante, especialmente dirigida hacia los mexicanos, encontró un público receptivo entre los votantes blancos, aunque también intentó matizarla al afirmar que su política de inmigración beneficiaría incluso a los hispanos más establecidos en el país. Habló sobre los peligros de las pandillas como MS-13 y el narcotráfico, sugiriendo que sus políticas de control fronterizo no solo protegerían a los estadounidenses en general, sino también a los hispanos en particular, mejorando la seguridad en sus comunidades. Sin embargo, la capacidad de Trump para segmentar a los votantes latinos no se limitaba a la etnia; también jugó con el nivel de aculturación, apuntando a diferentes subgrupos dentro de esta comunidad para maximizar su apoyo.

En cuanto a los votantes hispanos, Trump también supo cómo segmentarlos por raza y aculturación. La diferencia en las experiencias de los hispanos blancos y negros en Estados Unidos le permitió adaptar su mensaje a cada grupo de forma efectiva. La estrategia de marketing político de Trump no solo se basaba en los tradicionales temas de seguridad y prosperidad económica, sino también en identificar y dirigir sus mensajes a esos sectores específicos dentro de la población hispana que más podían resonar con su retórica.

Es importante entender que este enfoque no necesariamente requería que Trump ganara la mayoría del voto afroamericano o latino, sino que necesitaba suficientes apoyos de estos grupos para complementar sus márgenes entre los votantes blancos de clase trabajadora. Esta estrategia de segmentación por raza y clase permitió a Trump mantener una base de apoyo amplia y diversa, lo que resultó fundamental para su victoria electoral.

La clave para comprender este enfoque radica en reconocer cómo las categorías de raza, clase y nacionalidad pueden influir significativamente en el comportamiento electoral. Trump no solo apeló a una base conservadora tradicional, sino que logró reconfigurar las divisiones raciales y de clase en un contexto electoral de manera estratégica, aprovechando tanto las tensiones existentes como las oportunidades de segmentación dentro de cada grupo.

¿Cómo la retórica de Trump sobre la inmigración moldeó su relación con los votantes hispanos?

La retórica antiinmigrante de Donald Trump, especialmente dirigida hacia los inmigrantes mexicanos, tiene raíces profundas en décadas de marketing republicano sobre inmigración y migración poblacional. Dada la manera en que los conservadores han invertido fuertemente en los estados del sur y del oeste, regiones que albergan a un gran número de inmigrantes mexicanos recientes y mexicanos-estadounidenses, esto no es ninguna sorpresa. Los conservadores suelen presentarse como bienvenidos hacia los inmigrantes legales, aunque a menudo argumentan que la Ley de Inmigración de 1965 cambió la población del país mucho más de lo que sus patrocinadores anticipaban en ese entonces. Para los republicanos, la inmigración es también una cuestión de ley, orden y seguridad, temas que han sido un eje constante del mensaje republicano durante décadas. Donald Trump, sin embargo, aplicó una técnica de "marca pegajosa" sobre estos temas, presentándolos ante audiencias no tradicionales para el Partido Republicano.

Trump aprovechó la relación que el Partido Republicano había ido cultivando con los cubanoamericanos, muchos de los cuales llegaron a Estados Unidos huyendo del comunismo. Al haber normalizado Barack Obama las relaciones con Cuba, Trump encontró un tema que podía utilizar para atraer a estos votantes, tal como lo hizo con los votantes venezolanos, aprovechando las tensiones sociales y políticas derivadas del socialismo. Sin embargo, lo que a menudo se pasa por alto al analizar el acercamiento de Trump a los votantes hispanos es el hecho de que muchos mexicanos-estadounidenses, puertorriqueños y otros grupos considerados hispanos han estado en Estados Unidos durante más tiempo que muchos de los ancestros de los votantes blancos de clase trabajadora a los que Trump dirige sus mensajes. Para estas comunidades, la inmigración no es un tema de gran relevancia, especialmente para aquellos cuyas familias llegaron al país hace varias décadas.

Si bien los inmigrantes de primera generación y sus hijos podrían rechazar los comentarios de Trump, los hispanos de segunda, tercera o cuarta generación podrían no sentir lo mismo. Trump fue capaz de atraer a los cubanoamericanos destacando las políticas de Obama sobre Cuba, y lo mismo hizo al criticar el modelo socialista venezolano, buscando una retórica moral y económica similar a la utilizada por la campaña de George W. Bush en la década de 2000. Esta estrategia se centró en las diferencias entre Bush y sus oponentes demócratas, y Trump utilizó una táctica similar para atraer a los votantes hispanos.

El esfuerzo de Trump podría verse como un intento tanto de recortar el apoyo de votantes hispanos, como de disminuir la participación electoral entre aquellos grupos que no deseaba atraer. En estados como Texas, la estrategia dio frutos: en 2020, Trump ganó el estado, en parte gracias al apoyo de los votantes hispanos que llevaban generaciones en el estado y compartían más puntos de vista políticos con los votantes conservadores blancos que con los inmigrantes mexicanos naturalizados o sus hijos. Este enfoque se puede analizar a través de variables como clase social, edad, religiosidad y nivel educativo, donde la raza se convierte en uno de varios factores, pero no necesariamente en el determinante principal.

Otro aspecto relevante es la forma en que los políticos estadounidenses se han enfocado en otros grupos demográficos, como los afroamericanos y los latinos, sin prestar una atención significativa al voto asiático-estadounidense. Aunque en países como Canadá, los partidos políticos realizan campañas dirigidas específicamente a grupos asiáticos-canadienses, en Estados Unidos los partidos no parecen haber desarrollado una estrategia similar para este grupo. Durante la pandemia de COVID-19, Trump trató de culpar a China por la propagación del virus, lo que generó una ola de críticas que lo acusaron de racismo, aunque algunos podrían haber visto esta declaración como un intento de desplazar la responsabilidad de una respuesta gubernamental deficiente. Sin embargo, la retórica de Trump, al asociar la enfermedad con un grupo nacional específico, permitió que sus opositores lo etiquetaran como racista, reforzando así los prejuicios preexistentes hacia él.

La omnipresencia de Trump en los medios le permitió tanto a sus seguidores como a sus detractores interpretar sus declaraciones de acuerdo con sus propias predisposiciones. Este fenómeno, donde los mensajes de Trump se distorsionaban según la percepción de cada quien, ayudó a consolidar una imagen polarizada de él. Entre su discurso sobre los "nativos" y su crítica a los países de donde provenían los inmigrantes, Trump cultivó una imagen racializada, vista por muchos como racista, aunque también por otros como un defensor de una América "pura" y "fuerte". Las campañas contrarias a él se centraron en esas características personales, sus vínculos con Rusia, sus fracasos empresariales y su comportamiento público, presentándolo como un sexista y un fraude, acusaciones que, en muchos casos, fueron creíbles debido a su propio comportamiento o falta de él.

En resumen, el mensaje de Trump, tanto para sus seguidores como para sus detractores, se construyó en torno a una narrativa racial y económica, y esta fue una de las claves para su éxito político, aunque también fue fuente de su constante demonización. La diferencia fundamental radicó en la interpretación de su mensaje: para unos, era el último bastión de un Estados Unidos tradicional; para otros, era un símbolo de exclusión y racismo. Sin embargo, más allá de las etiquetas, es crucial entender que la habilidad de Trump para comunicar su mensaje de manera que sus oponentes pudieran interpretarlo en su contra, o sus seguidores en su favor, fue un fenómeno único de la política estadounidense contemporánea.