Cuando las emociones angustiosas, los pensamientos difíciles o las circunstancias de vida adversas nos abruman, conectarnos con nuestros valores más profundos puede parecer imposible. Sin embargo, reconocer lo que verdaderamente importa es un paso esencial para encontrar dirección y propósito, especialmente cuando todo parece desmoronarse. Para facilitar este proceso, podemos recurrir a técnicas como el ejercicio de la varita mágica, tomado de la terapia estratégica. Este método plantea la pregunta: “Si tuvieras una varita mágica y pudieras eliminar cualquier obstáculo, ¿qué querrías más en tu vida?” Este cuestionamiento inicial suele ser revelador, aunque en ocasiones los clientes responden con medios en lugar de con valores. Por ejemplo, si alguien dice: “Quiero ser rico,” es importante profundizar preguntando: “¿Y si fueras rico, qué harías?” o “¿Cómo sería un día típico para ti si pudieras hacer lo que quisieras?” Este proceso conduce a respuestas que trascienden lo material y tocan aspectos más esenciales, como la libertad, la paz o el amor.

Un ejercicio complementario para explorar valores implica la pregunta repetitiva: “Y si tuvieras eso, ¿qué cosa aún más importante te daría?” Esta técnica, inspirada en prácticas meditativas y originalmente diseñada para trascender el lenguaje, permite ir más allá de las respuestas superficiales y llegar a la esencia de lo que verdaderamente nos mueve. A través de la repetición, la mente deja de buscar respuestas inmediatas y comienza a revelar aspectos más profundos y significativos. Completar esta exploración con frecuencia, por ejemplo, una vez al día durante una semana, puede revelar patrones consistentes, mostrando al individuo hacia qué valores se siente más alineado.

Además, imaginar un “día ideal” sirve como un espejo que refleja qué aspectos de la vida son valorados en la práctica. En este ejercicio, se invita a la persona a describir con detalle cómo sería un día perfecto, sin limitarse por obstáculos reales o prácticos. Más allá de deseos generales como salud o riqueza, la clave está en observar cómo se emplearía el tiempo, con quién se compartirían momentos, y qué actividades llenarían ese día. Este enfoque ayuda a identificar lo que realmente importa, al desafiar ideas preconcebidas o reacciones automáticas, y a distinguir entre lo que el individuo realmente quiere y lo que cree que debería querer para satisfacer expectativas externas.

Cuando una persona manifiesta indiferencia o afirma “no importarle nada,” es útil observar su comportamiento real y sus elecciones pasadas para detectar valores ocultos. Por ejemplo, el hecho de levantarse de la cama puede evidenciar un valor hacia la autonomía o la libertad personal. La asistencia a una sesión terapéutica, a pesar de la resistencia, puede reflejar el valor otorgado a las relaciones significativas o el deseo de cambio. Reconocer estas acciones como manifestaciones de valores permite tender puentes entre el estado emocional actual y las aspiraciones profundas, facilitando el camino hacia el bienestar.

Es fundamental comprender que conectar con los valores no es un acto instantáneo ni sencillo cuando la ansiedad o el sufrimiento dominan. Requiere paciencia, introspección y la disposición para explorar más allá de las respuestas inmediatas y superficiales. La práctica constante de estos ejercicios contribuye a crear un mapa interno que orienta hacia decisiones y acciones congruentes, incluso en medio de la dificultad. También es importante reconocer que los valores no son fijos ni inmutables; pueden evolucionar con el tiempo y las experiencias, por lo que revisar estas exploraciones periódicamente es un ejercicio de autoconocimiento permanente.

Más allá de identificar valores, es esencial que el lector comprenda cómo estos se manifiestan en el día a día y cómo pueden guiar la acción concreta. No basta con saber qué es importante, sino que es necesario traducir esos valores en pasos tangibles que transformen la vida cotidiana. Esto implica enfrentar miedos, superar barreras internas y externas, y decidir actuar de acuerdo con lo que se considera significativo, aun cuando las emociones difíciles persistan. La coherencia entre valores y acciones es la base para una vida auténtica y plena.

¿Cómo gestionar la ansiedad sin tratar de controlarla?

La ansiedad es una experiencia humana inevitable. Sin embargo, la mayoría de las personas tiende a luchar contra ella, buscando controlarla o evitarla, lo que, a menudo, solo genera más malestar. Un ejemplo ilustrativo de cómo esta batalla interna puede ser ineficaz lo ofrece Steven Hayes (2007), quien plantea una situación extrema: imagina que te apunto con una pistola, mientras estás conectado a un sofisticado polígrafo. Si demuestras ansiedad, la amenaza es que dispararé. Si no muestras ansiedad, te dejaré en paz. ¿Crees que podrías no sentir nada de ansiedad en ese momento, con una pistola apuntándote? Es probable que, aunque intentaras controlar tus emociones, tu cuerpo reaccionara de forma automática. En ese instante, la ansiedad se apoderaría de ti, sin importar tu deseo de mantener la calma. La razón es simple: no puedes controlar completamente tus emociones, incluso cuando tu vida depende de ello.

Este fenómeno es algo que los terapeutas deben transmitir a sus pacientes. Luchar contra los propios sentimientos solo desgasta energía y tiempo, sin ofrecer una solución duradera. De hecho, muchas veces, la lucha constante contra la ansiedad no hace más que empeorarla. La verdadera clave para manejar la ansiedad no está en evitarla, sino en aceptar su presencia y aprender a convivir con ella. A través de este proceso, los pacientes pueden descubrir que, al dejar de luchar, pueden abrirse a nuevas formas de relacionarse con su ansiedad, dándole un lugar dentro de su vida en lugar de dejar que controle sus acciones.

A veces, los pensamientos ansiosos surgen ante situaciones cotidianas, como un mensaje inesperado que crea inquietud. Hace poco, recibí un correo de la administración del aeropuerto donde había alquilado un avión. El mensaje hablaba de una posible violación de seguridad relacionada con mi vuelo. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, y la ansiedad se apoderó de mí mientras mi mente se llenaba de pensamientos preocupantes: ¿Habría cometido un error al revisar el avión? ¿Estaban mis pasajeros por encima del límite de peso? ¿Suspenderían mi privilegio de alquiler? ¿Se había informado el incidente a la Administración Federal de Aviación? Todos estos pensamientos aumentaron mi ansiedad, que a su vez alimentaba más pensamientos ansiosos. Pensé en abandonar la aviación, dejar de leer mis revistas sobre aviones y rendirme con mi sueño de construir mi propio avión. Sin embargo, al entender cómo funciona la ansiedad, simplemente observé cómo esos pensamientos venían y se iban, sin dejarme arrastrar por ellos.

Es importante entender que la ansiedad no desaparece por completo, pero se puede aprender a manejarla. Como psicólogo clínico y maestro Zen, sé que incluso los profesionales pueden experimentar pensamientos ansiosos. No hay necesidad de avergonzarse de tener tales pensamientos o de sentir ansiedad por sentirse ansioso. Todos enfrentamos situaciones que nos generan miedo, preocupación o incomodidad. La clave no es intentar erradicar la ansiedad, sino aceptar que está ahí, y más allá de ello, decidir qué es lo verdaderamente importante en nuestras vidas y actuar en consecuencia. La aceptación de la ansiedad permite liberarnos del intento de controlarla, y en lugar de eso, podemos tomar pequeñas acciones hacia lo que realmente nos importa, sin que la ansiedad nos frene.

Un buen ejemplo de esto se puede ver en actividades que, aunque provocan ansiedad, también pueden generar gratificación. Recientemente, participé en una actividad de rafting en aguas bravas con mi familia. Estaba lleno de ansiedad antes de comenzar, pero también había una sensación de emoción. Mientras navegábamos por los rápidos, sentí una mezcla de miedo y emoción, y al final, cuando terminamos, la experiencia fue increíblemente gratificante. Esta experiencia ilustra cómo, aunque la ansiedad puede ser parte del proceso, la acción y la participación en la vida misma enriquecen la existencia. Uno puede optar por quedarse en la orilla, pero esa decisión, aunque segura, también viene con su propio costo: la falta de vivencias emocionantes.

Es crucial recordar que, al igual que con las aguas bravas, no podemos controlar los "rápidos" de la vida, como las olas de ansiedad que aparecen. No podemos evitar los momentos difíciles, pero podemos aprender a lidiar con ellos, a aceptar las emociones que surgen y a permitirnos sentirlas sin juicio. En lugar de resistirnos, podemos "surcar las olas" y seguir adelante, eligiendo cómo reaccionar ante ellas, sin dejar que nos controlen.

Además, el concepto de aceptación no debe confundirse con una conformidad pasiva o resignada. Aceptar la ansiedad no significa que estemos de acuerdo con ella o que nos guste. La aceptación, en el contexto de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), se refiere a reconocer la realidad tal y como es, en este preciso momento, sin negarla ni intentar cambiarla de inmediato. Solo a través de este reconocimiento es posible actuar de manera efectiva, tomando decisiones basadas en lo que realmente importa, no en lo que tememos o deseamos evitar.

Es común que las personas se queden atrapadas en la lucha contra lo que no pueden controlar, y esto puede llevarlas a perder el foco de lo que realmente importa en sus vidas. La aceptación de la ansiedad no solo mejora la relación con nuestras emociones, sino que también libera energía para actuar de manera más consciente y enfocada. En lugar de gastar fuerzas en evitar lo inevitable, podemos dedicarnos a lo que tiene valor para nosotros. Sin embargo, es fundamental comprender que este proceso de aceptación no es sencillo ni inmediato. Requiere práctica, paciencia y, sobre todo, la disposición de dejar de lado la lucha interminable contra lo que sentimos.