A partir de la década de 1970, el debate sobre la inmigración en los Estados Unidos comenzó a tomar un giro significativo, con la aparición de nuevos actores y enfoques que influirían en las políticas migratorias del país durante las siguientes décadas. Este fenómeno estuvo marcado por la creciente movilización de grupos restrictivos que abogaban por una drástica reducción de la inmigración, y la respuesta de organizaciones defensoras de los derechos de los inmigrantes, las cuales también modificaron sus posiciones a lo largo de los años.

En 1979, un grupo de activistas que compartían preocupaciones sobre el impacto de la inmigración en el medio ambiente y la sobrepoblación en los Estados Unidos fundó la Federación para la Reforma de la Inmigración Americana (FAIR). Este grupo, dirigido por John Tanton y el ecologista neo-malthusiano Garrett Hardin, propugnaba por un establecimiento de cuotas migratorias extremadamente bajas y la implementación de sanciones severas contra los empleadores que contrataban trabajadores no autorizados. Tanton, frustrado con la falta de acción por parte de organizaciones ambientalistas, creó FAIR con la intención de llevar el tema de la inmigración al centro del debate público. A su lado, figuras como Roger Conner, abogado de Michigan, y financiadores como Jay Harris, un filántropo ambientalista, contribuyeron al crecimiento de este movimiento restrictivo.

La financiación de Cordelia Scaife May, heredera de una fortuna bancaria de medio billón de dólares, fue crucial para el impulso de FAIR. May, inicialmente involucrada en movimientos de control de natalidad y medioambientales, se sintió atraída por la causa restrictiva y, a través de sus fondos, consolidó el movimiento. May financió no solo a FAIR, sino también a otras organizaciones de la misma índole, como NumbersUSA y el Centro para los Estudios de Inmigración. Para May, la restricción de la inmigración era fundamental para la preservación del medio ambiente, una idea que fue calando cada vez más entre los sectores conservadores.

Por otro lado, el movimiento pro-inmigrante también empezó a tomar fuerza en la misma época. Grupos como el United Farm Workers (UFW), bajo el liderazgo de César Chávez, inicialmente apoyaron las sanciones a empleadores, pero se dieron cuenta de que dichas sanciones afectaban principalmente a los trabajadores inmigrantes y, por ende, cambiaron su postura. La creciente discriminación contra los latinos y la percepción de que los inmigrantes no eran competencia sino aliados en la lucha por los derechos laborales llevaron a grupos como LULAC, el Consejo Nacional de La Raza (NCLR) y MALDEF a unirse en defensa de los derechos de los inmigrantes.

Durante los años 70, estas organizaciones, que tradicionalmente habían apoyado posiciones más moderadas, comenzaron a mostrar una postura más inclusiva y activista frente a la inmigración. LULAC, fundado en 1929, pasó de ser un grupo conservador que apoyaba políticas restrictivas, como la Operación Wetback de 1954, a adoptar una posición más inclusiva. En un giro político significativo, NCLR, con el apoyo de la Fundación Ford, pasó de ser un actor local a un líder en políticas migratorias a nivel nacional, realizando un trabajo de lobby en Washington. Mientras tanto, MALDEF, una organización legal que había iniciado su lucha por los derechos civiles de los mexicano-estadounidenses, evolucionó hacia un papel más proactivo en la creación de políticas públicas sobre inmigración.

A medida que estos dos movimientos, el restrictivo y el pro-inmigrante, tomaban forma, sus posiciones reflejaban no solo sus ideologías, sino también la cambiante dinámica demográfica y política de los Estados Unidos. La inmigración ya no se veía como un simple fenómeno económico, sino como una cuestión de derechos humanos, ecología y sostenibilidad.

En el futuro, este conflicto de perspectivas se intensificaría, influenciando las reformas migratorias de la década de 1980 y los años siguientes. Lo que se empezó como una discusión sobre los efectos de la inmigración en la población y el medio ambiente evolucionaría hacia un debate más complejo sobre la identidad, los derechos civiles y la economía de los Estados Unidos.

Es fundamental entender que el impacto de la inmigración en los Estados Unidos no se limitó a cuestiones demográficas. La inmigración también estuvo vinculada a debates más amplios sobre el trabajo, la raza y el acceso a los derechos sociales, con un enfoque creciente en cómo los inmigrantes, especialmente aquellos indocumentados, se integran a la sociedad estadounidense y cómo las políticas migratorias afectan a las comunidades ya establecidas.

¿Cómo la Política de Bienestar Social en los 90 Transformó la Inmigración en los EE.UU.?

En agosto de 1993, un grupo de aproximadamente setenta personas se reunió en una sala comunitaria de un centro comercial en el condado de Orange, California, para discutir la reforma migratoria en una nueva organización, la Coalición de California para la Reforma de la Inmigración (CCIR). Este movimiento de base tenía como objetivo reducir el acceso de los inmigrantes a los programas de bienestar social. En ese encuentro, varios participantes compartieron historias de frustración, como la de un hombre cuya amiga, muriendo de cáncer, no pudo recibir el tratamiento adecuado debido al costo, mientras que se gastaban "millones de dólares en trasplantes de corazón y operaciones para inmigrantes ilegales". El núcleo de las quejas era claro: los inmigrantes estaban utilizando los programas sociales, lo que según ellos, sobrecargaba la economía estadounidense y fomentaba una inmigración adicional al país. Para muchos de los presentes, este conflicto sobre los beneficios sociales representaba una guerra más amplia por el "corazón de la nación". Tal como expresó uno de los asistentes, “hemos perdido nuestro país sin disparar un solo tiro”.

Lo que comenzó en pequeños centros comerciales y reuniones suburbanas se expandió rápidamente a nivel nacional. La influencia de la CCIR creció tanto que llegó hasta Washington, desempeñando un papel clave en la promulgación de la Ley de Responsabilidad Personal y Oportunidades de Trabajo de 1996 (PRWORA), que excluía a la mayoría de los residentes permanentes legales de la elegibilidad para los beneficios sociales. Durante la década de 1990, el gobierno federal emprendió una campaña a gran escala para transformar a los residentes legales en inmigrantes sin derechos, limitando el acceso a programas de bienestar social y cambiando la manera en que se concebían los derechos de los inmigrantes en los Estados Unidos.

Este cambio en las políticas sociales se produjo en un contexto más amplio, en el que el activismo antiinmigrante cobró nueva fuerza. Mientras que los demócratas se encontraban en una lucha por ganar los votos de los votantes blancos y de clase media, el presidente Clinton fue presionado por sus estrategas para distanciarse del liberalismo de sus primeros años y adoptar una política más restrictiva sobre la inmigración. En el Partido Republicano, la "revolución conservadora" liderada por Newt Gingrich empujó a la agrupación hacia políticas más restrictivas sobre la inmigración, eliminando a aquellos sectores más inclinados al libre mercado y adoptando una postura más dura respecto a la inmigración.

Durante los años noventa, los estados comenzaron a jugar un papel crucial en la configuración de la política migratoria. Ante lo que percibían como un fracaso federal en el manejo de la inmigración, los activistas antiinmigrantes redirigieron sus esfuerzos a nivel estatal, buscando que los estados implementaran sus propias políticas o presionaran al gobierno federal para delegarles autoridad en estas cuestiones. Así, los estados adoptaron legislaciones restrictivas que desafiaban la inclusión de inmigrantes en los programas de bienestar social, transformando radicalmente el panorama político de la inmigración.

Desde el New Deal hasta la década de 1970, los inmigrantes tuvieron acceso relativamente amplio a los programas de bienestar social sin restricciones significativas de extranjería. Sin embargo, a partir de los años setenta, especialmente después de la Ley Hart-Celler de 1965, las políticas migratorias se endurecieron. La percepción de los inmigrantes como una amenaza no solo a los empleos de los ciudadanos, sino también a los recursos del estado, aumentó, especialmente a medida que se consolidaban los estereotipos negativos sobre los inmigrantes y el bienestar social. A mediados de la década de 1970, comenzó a circular la idea de que los inmigrantes ilegales abusaban del sistema de bienestar, acentuada por reportajes que vinculaban el exceso de fertilidad de ciertos grupos de inmigrantes con el abuso de beneficios sociales.

La criminalización del uso de los beneficios por parte de los inmigrantes no solo estuvo limitada a los casos de inmigrantes ilegales. A medida que los estados comenzaban a pasar leyes que limitaban el acceso de los inmigrantes a los beneficios, la legislación también se dirigió a aquellos con estatus legal, generando un cambio fundamental en la relación de los inmigrantes con el estado de bienestar. De hecho, muchas de estas leyes fueron desafiadas en tribunales, donde los inmigrantes, a menudo con la ayuda de abogados jóvenes, se enfrentaron a la tendencia de excluirlos de los beneficios sociales básicos.

Es esencial entender que los debates sobre el acceso de los inmigrantes a los beneficios sociales no solo reflejaban tensiones económicas o sociales, sino también una redefinición del "otros" en términos políticos y jurídicos. A partir de los noventa, la exclusión de los inmigrantes de los beneficios sociales, tanto legales como ilegales, pasó a ser un campo de lucha en la política de identidad nacional y de control de la inmigración.

Este cambio radical en la forma en que se percibían los derechos de los inmigrantes tuvo profundas implicaciones no solo para la política social, sino también para la política migratoria en las décadas posteriores. A partir de entonces, las políticas de inmigración se fusionaron más estrechamente con las políticas de bienestar, dando lugar a un entorno donde el estatus migratorio se convirtió en un determinante clave para acceder a derechos fundamentales. El uso de los recursos sociales por parte de los inmigrantes no solo pasó a ser visto como un problema económico, sino también como un desafío a la identidad y los valores nacionales.

¿Cómo ha evolucionado la relación entre inmigración y el estado de bienestar en los Estados Unidos?

A lo largo del siglo XX, la relación entre la inmigración y las políticas de bienestar en Estados Unidos fue dinámica y fluctuante. Aunque los inmigrantes, tanto legales como no autorizados, desempeñaron un papel crucial en la economía y la sociedad estadounidense, su posición frente al estado de bienestar cambió radicalmente debido a transformaciones sociales, políticas y económicas.

En las primeras décadas del siglo, la vigilancia de la inmigración se limitaba a las fuerzas de seguridad locales y estatales, que jugaban un papel marginal en la implementación de las leyes migratorias. Sin embargo, durante la década de 1990, este papel cambió sustancialmente. La violencia y los cambios demográficos transformaron la forma en que se abordaba la inmigración en todo el país. A partir de ese momento, las fuerzas del orden locales y estatales ganaron un papel formal en la ejecución de la ley de inmigración. Este cambio fue recibido con resistencia en muchas comunidades, que inicialmente rechazaron la autoridad otorgada a las agencias locales. Sin embargo, los eventos del 11 de septiembre de 2001 cambiaron radicalmente este panorama. La política del miedo y la lucha contra el terrorismo llevó a una recalibración del federalismo en la práctica. A lo largo de los años, los inmigrantes, que una vez fueron vistos principalmente como una fuerza de trabajo económica, fueron cada vez más objeto de políticas restrictivas, tanto a nivel estatal como federal.

A finales del siglo XX, los inmigrantes, aunque seguían siendo esenciales para la economía estadounidense, se vieron amenazados por un clima político que los marginaba cada vez más. A medida que los cambios demográficos, derivados en parte de la Ley Hart-Celler de 1965, alteraron la composición racial y étnica del país, la política de inmigración se volvió más polarizada. Aunque la Ley Hart-Celler fue progresista en su momento, al eliminar las cuotas de origen nacional y diversificar la inmigración, también alimentó un movimiento anti-inmigrante que influiría en la política migratoria en las décadas siguientes. Así, mientras que a finales del siglo XX la política de inmigración estaba marcada por tensiones sobre el acceso a derechos fundamentales, ya en el siglo XXI se consolidó una nueva era restrictiva en la que la ciudadanía, más que el estatus de residente, determinaba el acceso a ciertos derechos y beneficios del estado de bienestar.

Los inmigrantes, tanto legales como no autorizados, continuaron siendo esenciales para el financiamiento de programas como la seguridad social. De hecho, se estimó que más de tres cuartas partes de los trabajadores no autorizados contribuyen con impuestos sobre la nómina, lo que equivale a una parte importante del Fondo Fiduciario del Seguro Social. A pesar de su contribución económica, los inmigrantes enfrentaban una creciente exclusión de los beneficios del estado. En los años posteriores a la aprobación de la Ley de Reforma y Control de Inmigración de 1986, muchos trabajadores no autorizados comenzaron a utilizar documentos falsificados para acceder al mercado laboral, una medida que las empresas utilizaron para argumentar que todos sus trabajadores eran legales, mientras pagaban impuestos sobre la nómina. El resultado fue la creación de archivos como el "archivo de suspenso de ganancias" que, a pesar de los esfuerzos para frenar la inmigración no autorizada, generó miles de millones de dólares en ingresos fiscales para el gobierno federal.

A pesar de que los inmigrantes, especialmente los no autorizados, eran cruciales para el bienestar económico del país, su estatus de ciudadanía se convirtió en una barrera para acceder a muchos derechos y servicios. A medida que los movimientos políticos restrictivos cobraban fuerza, se limitó el acceso de los inmigrantes a programas de bienestar, como la Seguridad Social y Medicare, a pesar de que sus contribuciones seguían siendo vitales para la estabilidad de estos sistemas. Este cambio reflejaba una tendencia más amplia en la política estadounidense, que fue cada vez más hostil hacia la inmigración, en particular hacia las grandes poblaciones de inmigrantes no autorizados provenientes de América Latina.

Por otro lado, el activismo a favor de los derechos de los inmigrantes, aunque inicialmente exitoso, enfrentó una creciente oposición política. Aunque la Corte Suprema había ampliado los derechos de los inmigrantes en casos como el de Plyler v. Doe, que reconoció el derecho de los niños inmigrantes no autorizados a acceder a la educación pública, este impulso liberal fue limitado por la creciente política restrictiva de ambos partidos, especialmente el Partido Republicano, que utilizaba la inmigración como una forma de movilizar a sus votantes en un contexto de transformación económica. Las sanciones a los empleadores, la caída del movimiento sindical y la transición hacia una economía de servicios, contribuyeron a que los trabajos que una vez fueron el motor de la clase trabajadora se desvanecieran. La inmigración, por lo tanto, no solo fue vista como una cuestión de política laboral, sino como un reflejo de los profundos cambios en la estructura económica del país.

La resistencia a la inmigración no solo se limitó a las políticas federales, sino que también se vio reflejada en las políticas estatales y locales. A medida que las políticas migratorias se hicieron más restrictivas, también lo fue la división interna dentro de los partidos políticos. Los demócratas y republicanos se enfrentaron en un conflicto interno sobre cómo abordar la inmigración y su relación con el bienestar social. Los que defendían las sanciones a los empleadores y la limitación de derechos para los inmigrantes se aliaron con una narrativa que veía a los inmigrantes como una carga económica, en lugar de reconocer su contribución esencial a la economía nacional.

Este cambio en las políticas migratorias refleja cómo la inmigración se convirtió en un campo de batalla más amplio sobre el orden económico y social del país. La lucha por los derechos de los inmigrantes fue una manifestación de las tensiones más profundas dentro de la sociedad estadounidense: tensiones entre el pasado industrial del país y la nueva economía globalizada, entre una tradición de inclusividad y las presiones de una política que enfatizaba la exclusión y la protección de los "ciudadanos" frente a los "no ciudadanos". Así, la inmigración, lejos de ser un tema aislado, se integró en un debate más amplio sobre el futuro de la economía, el trabajo y el bienestar en los Estados Unidos.

¿Cómo la Actividad Legal en Texas Transformó los Derechos Civiles en los Años 70?

A lo largo de la década de 1970, el activismo legal en Texas creció significativamente, particularmente en el ámbito de la defensa de los derechos civiles. Las oficinas de Servicios Legales del Este de Texas, abiertas entre 1978 y 1981, llegaron a emplear hasta cuarenta abogados a tiempo completo, un indicativo de la importancia que cobraba la asistencia legal para los sectores más desfavorecidos. Sin embargo, este auge en la defensa legal no fue bien recibido por las comunidades conservadoras en muchas partes del estado, que veían con recelo la presencia de abogados que no eran locales y la lucha por derechos que consideraban ajenos a su forma de vida.

Un ejemplo destacado de la oposición al activismo legal se dio en Hereford, una pequeña ciudad del oeste de Texas, donde un grupo de abogados de Texas Rural Legal Aid inició litigios sobre abusos laborales en granjas, discriminación racial en las designaciones de las juntas escolares y la redistribución de los votos. Estos abogados, que provenían de fuera de la región, fueron rápidamente etiquetados por la comunidad local como “carpetbaggers” y considerados una amenaza para la estabilidad social de la ciudad. La percepción de que los fondos públicos se utilizaban para financiar la lucha legal de estos abogados sólo incrementó el malestar entre los residentes, en particular entre los blancos, quienes veían cómo sus impuestos se destinaban a una causa que no apoyaban. La figura del abogado externo, con sus ideales progresistas y formación en universidades de prestigio, chocaba con la visión conservadora local, generando tensiones que perduraron en muchos otros rincones de Texas.

La historia de Larry Daves, un abogado que llegó a Tyler en busca de un lugar donde ofrecer sus servicios legales, es ejemplar en este contexto. Daves, quien creció en una familia humilde y se formó como abogado en la Universidad de Texas en Austin, fue uno de los primeros en involucrarse en proyectos de registro de votantes en comunidades negras. Su trabajo en la lucha por una representación justa en las elecciones culminó en litigios que desafiaron la forma en que se distribuyeron los votos en los condados y en el estado. Daves no solo se sintió atraído por la enorme necesidad de servicios legales en las zonas rurales de Texas, sino también por la presencia del juez federal William Wayne Justice, un juez conocido por sus decisiones liberales en un circuito judicial conservador. La capacidad de los abogados de escoger el foro adecuado para sus casos, un proceso conocido como “forum shopping”, se hizo cada vez más crucial para aquellos que luchaban por el cambio social en una región profundamente conservadora.

El juez Justice, nacido en un ambiente más progresista y vinculado al populismo demócrata de Texas, fue una figura clave en el panorama judicial de la época. Su historial de fallos controvertidos, como la desegregación de las escuelas públicas de Tyler, le granjeó el desprecio de muchos de los residentes blancos, que lo veían como un traidor a las tradiciones locales. Sin embargo, su decisión de aceptar casos que desafiaban las estructuras sociales establecidas permitió que muchos abogados y grupos de interés, como la MALDEF (Fondo Mexicano-Americano de Defensa Legal), encontraran un refugio en su jurisdicción.

MALDEF, fundada a fines de la década de 1960, se convirtió en un actor crucial en la lucha por los derechos civiles de los mexicano-estadounidenses. Inspirada por el éxito del NAACP Legal Defense Fund en la lucha por los derechos de los afroamericanos, MALDEF comenzó a buscar una expansión de los derechos civiles para la comunidad latina. A pesar de las dificultades iniciales, como la falta de abogados experimentados dentro de la organización, MALDEF logró establecerse como un pilar en la defensa legal de los mexicanos en Estados Unidos. La organización también fue clave en la preparación de los casos que más tarde fueron fundamentales para el avance de la igualdad de derechos en diversas comunidades.

Uno de los casos más emblemáticos de esta era fue el de Plyler v. Doe, en el que se luchó por el derecho de los niños indocumentados a recibir educación pública en Texas. Este caso, que llegó a la Corte Suprema de los Estados Unidos, fue defendido por abogados como Daves y otros del MALDEF, quienes se enfrentaron a la idea de que los indocumentados no debían ser considerados ciudadanos con derechos en el sistema educativo. El fallo en favor de los niños indocumentados se convirtió en un hito legal que fortaleció la protección de los derechos humanos de las minorías en el estado y en el país.

Este panorama de lucha legal por los derechos civiles en Texas no solo refleja la transformación social de una región conservadora, sino que también demuestra el poder de los grupos de interés legal en la política y la sociedad. La habilidad de estos grupos para movilizar recursos, elegir foros judiciales estratégicos y presionar por un cambio real en la ley permitió que se alcanzaran victorias significativas en un contexto de resistencia a nivel local y estatal.

Es crucial entender que los avances en los derechos civiles no fueron producto de un proceso lineal o uniforme. Las tensiones entre las comunidades conservadoras y los defensores de los derechos civiles fueron intensas, y las respuestas fueron tanto legales como sociales. Las luchas que tuvieron lugar en Texas durante los años 70 muestran que la resistencia al cambio no solo se manifestaba a través de la oposición política y judicial, sino también en la cultura popular y la identidad de las comunidades locales.