El ascenso de Donald Trump y el fortalecimiento de la extrema derecha en los Estados Unidos no pueden entenderse sin considerar el contexto económico y político que dio origen a estos fenómenos. En particular, el neoliberalismo, que dominó las políticas globales durante más de tres décadas, juega un papel crucial en la emergencia de figuras como Trump, quien encarna un tipo de populismo reaccionario vinculado a la política de derecha y, en muchos casos, al fascismo. Esta transformación tiene sus raíces en las profundas transformaciones económicas que comenzaron con la crisis global de 2008, la cual puso de manifiesto las desigualdades inherentes a un sistema neoliberal que favorece a las élites económicas en detrimento de la clase trabajadora.

El neoliberalismo, con su énfasis en la competencia desenfrenada y la desregulación de los mercados, es el legado directo de las políticas económicas de líderes como Margaret Thatcher y Ronald Reagan, quienes implementaron medidas de austeridad, privatización y debilitamiento del poder sindical en sus respectivos países. Estas políticas fueron promovidas por la ideología del liberalismo económico de Friedrich Hayek y Milton Friedman, que consideraban que el mercado libre debía gobernar todas las esferas de la sociedad. La promesa de que los beneficios de una economía de mercado desregulada “llegarían a todos” resultó ser una falacia. En cambio, los efectos fueron devastadores para las clases populares, que vieron cómo sus condiciones de vida empeoraban mientras las grandes corporaciones y los súper ricos acumulaban aún más poder y riqueza.

La crisis económica de 2008 exacerbó las tensiones sociales ya existentes. El colapso de los mercados financieros y la desregulación del sector bancario desataron un descontento generalizado, especialmente entre los trabajadores y las clases medias empobrecidas. Este ambiente de frustración fue propicio para el ascenso de un personaje como Trump, quien logró canalizar el malestar de amplios sectores de la población en su favor. Trump, con su discurso populista, encontró en las redes sociales, particularmente en Twitter, un medio para consolidar su imagen de outsider político, enfrentándose a lo que él mismo definía como "el establishment" y los medios de comunicación, a los que acusaba de difundir "fake news".

A través de Twitter, Trump consolidó un estilo político basado en la polarización. Como bien señala el sociólogo Christian Fuchs, Trump utiliza esta plataforma para dividir al mundo en "amigos" y "enemigos". En su visión, los "amigos" son aquellos que lo apoyan, mientras que los "enemigos" son aquellos que lo critican, a quienes denigra con una serie de adjetivos despectivos. Esta política de los opuestos no solo se limita al ámbito personal, sino que se extiende a su visión de la sociedad y la política en general. Los amigos son retratados como exitosos, talentosos y buenos, mientras que los enemigos son corruptos, incompetentes y maliciosos.

A lo largo de su mandato, Trump no solo apeló a las emociones de sus seguidores, sino que también construyó una narrativa de poder absoluto que se ve reflejada en su lenguaje. Esta retórica ha sido comparada con los discursos de los regímenes fascistas, que buscan movilizar a las masas a través del miedo, el odio y la exaltación del líder. De hecho, la capacidad de Trump para presentar una visión del mundo en términos de una lucha maniquea entre el bien y el mal es uno de los aspectos más destacados de su estilo político. En este sentido, la influencia de la extrema derecha y sus ideas sobre el nacionalismo blanco y el autoritarismo están presentes en cada uno de sus tuits y declaraciones.

La combinación de populismo, nacionalismo y fascismo es un fenómeno que se ha fortalecido a través de lo que se ha denominado "pedagogía pública del fascismo". La pedagogía pública, en este contexto, se refiere a la manera en que los movimientos políticos utilizan los medios de comunicación, especialmente las plataformas digitales, para difundir sus ideologías y movilizar a las masas. La alt-right, por ejemplo, ha sido capaz de utilizar Internet como una herramienta de propaganda para difundir su visión de una sociedad basada en la supremacía blanca, el rechazo a la inmigración y el autoritarismo.

El papel de las redes sociales en este fenómeno no debe subestimarse. Plataformas como Twitter y Facebook han permitido que los discursos de odio y las ideologías extremistas se diseminen rápidamente, construyendo comunidades virtuales que refuerzan estas creencias. La capacidad de los individuos de formar "cámaras de eco" donde solo se escuchan opiniones afines ha facilitado la radicalización de amplios sectores de la sociedad. Los movimientos fascistas contemporáneos, como la alt-right, han sabido aprovechar estas dinámicas para crear una narrativa que se percibe como una lucha contra un sistema que, según ellos, favorece a las minorías y margina a los verdaderos "patriotas".

Lo que es crucial entender es que el ascenso de Trump y la popularización de la alt-right no son fenómenos aislados. Son el resultado de décadas de políticas neoliberales que han producido una creciente desigualdad y polarización social. El sistema económico que promueve la concentración de la riqueza y el poder en pocas manos ha alimentado el resentimiento y la desesperanza en amplios sectores de la población. Estos sectores, en busca de respuestas, han encontrado en el populismo de derecha una forma de canalizar su ira y frustración.

Es fundamental reconocer que las ideologías de la extrema derecha no solo son un fenómeno de la política estadounidense. Estas ideas se están extendiendo por todo el mundo, alimentadas por las mismas dinámicas globales que han llevado al descontento y la alienación de amplios sectores de la población. La lucha contra el fascismo, el racismo y el autoritarismo no es solo una cuestión de resistencia política, sino también de entender y cuestionar las estructuras económicas y sociales que los perpetúan.

¿Cómo el concepto de "pedagogía pública" se aplica al auge de Trump y la extrema derecha?

La pedagogía pública ha sido definida como la actividad educativa y el aprendizaje que ocurre fuera de los espacios institucionales tradicionales, en contextos que van desde la cultura popular y los medios de comunicación hasta el activismo y los movimientos sociales. Este concepto se ha ampliado desde sus primeras apariciones en la literatura académica, especialmente después de la década de 1990, y se ha consolidado como una herramienta crucial para entender cómo las ideologías se desarrollan y se difunden dentro de las sociedades democráticas. A pesar de sus raíces en el ámbito de la justicia social, el concepto de pedagogía pública se ha visto distorsionado en los últimos años por movimientos de derecha, como el caso del alt-right y las tácticas de Donald Trump.

La pedagogía pública se basa en la premisa de que la educación no está limitada al aula, sino que puede y debe ocurrir en una variedad de espacios públicos que influyen directamente en la vida cotidiana de las personas. Desde sus primeros estudios, como los de Roger Simon y Jennifer Sandlin, se subraya que estos espacios "desinstitucionalizados" de aprendizaje permiten el cuestionamiento de normas, ofreciendo una visión alternativa al currículo escolar tradicional. Sin embargo, el uso de la pedagogía pública por actores políticos de extrema derecha, como Trump y los movimientos de supremacía blanca, transforma este concepto en una herramienta para la perpetuación de ideologías autoritarias y discriminatorias.

Aunque en su mayoría la pedagogía pública ha sido vista como un medio para la liberación, la igualdad y la justicia social, se ha convertido, en el contexto del alt-right y Trump, en un vehículo para difundir discursos de odio y divisividad. Tal como lo señala Henry Giroux, el concepto de una "pedagogía pública de odio" está claramente presente en los discursos emitidos por figuras de la derecha conservadora. Estos discursos, alimentados por los medios de comunicación de derecha y especialmente por figuras como los locutores de radio conservadores, construyen una narrativa de miedo y resentimiento, dirigida principalmente contra grupos racializados, inmigrantes y comunidades históricamente oprimidas.

El auge de Trump y su alianza con el alt-right demuestran cómo la pedagogía pública puede ser pervertida para respaldar visiones políticas regresivas. En lugar de utilizar estos espacios de aprendizaje para promover la cohesión social y el entendimiento mutuo, estos movimientos apelan a un retorno a formas de poder autoritarias y jerárquicas, como la supremacía blanca y el fascismo. La pedagogía pública de Trump y sus aliados busca, en lugar de ampliar los derechos civiles y humanos, reducir las protecciones sociales y políticas para ciertos grupos, mientras promueve una visión del mundo profundamente polarizada y exclusivista.

La clave para comprender esta dinámica radica en reconocer que, aunque tradicionalmente la pedagogía pública se ha asociado con proyectos de justicia social, este fenómeno también puede ser instrumentalizado para perpetuar desigualdades. La influencia de estos discursos en el espacio público, que no se limita al aula, tiene el potencial de remodelar el panorama político de una nación, no solo en términos de política formal, sino también en los valores y creencias que los ciudadanos adoptan en su vida cotidiana.

El caso de Trump y el alt-right no es solo un desafío para los académicos y activistas de la pedagogía pública, sino también una advertencia de los peligros que enfrentan las sociedades democráticas cuando los espacios de educación y discusión pública son utilizados para la expansión de ideologías totalitarias. La manipulación de estos espacios educativos, que van desde los medios de comunicación hasta las redes sociales, tiene consecuencias profundas para la democracia, ya que promueve la normalización de la discriminación, el odio y la exclusión.

Por lo tanto, es esencial que los estudios sobre pedagogía pública reconozcan y aborden cómo estos nuevos actores políticos utilizan estos métodos para promover sus propios intereses, muchas veces en detrimento de los avances logrados por décadas de lucha por la justicia social. Aunque el alt-right y Trump representan una forma de pedagogía pública que promueve el retroceso de los derechos y la igualdad, el análisis crítico de estos movimientos es crucial para entender cómo se pueden contrarrestar tales fuerzas en el futuro, promoviendo alternativas que busquen la equidad y la inclusión.

¿Cómo la alt-right utiliza la pedagogía pública para difundir su agenda fascista?

El término "marxismo cultural" merece una explicación más amplia, ya que goza de una gran difusión entre los miembros de la alt-right. Según Jason Wilson (2015), es una frase flexible que se adapta fácilmente a las obsesiones de diversos actores de la derecha. Para la alt-right, el "marxismo cultural" se invoca para justificar cualquier cosa que desaprueban, como las diversas "enemistades" que han sido discutidas hasta ahora. Desde su perspectiva, el "correctismo político", que en realidad es un respeto por las identidades de otras personas, es un producto del "marxismo cultural" (Wilson, 2015) y, por ende, es odiado por la alt-right y sus aliados.

Para estos grupos, el "marxismo cultural" representa un "plan maestro" para el derrocamiento de la civilización occidental desde adentro, personificado en los miembros de la Escuela de Frankfurt, académicos judío-alemanes que huyeron de la Alemania nazi en 1936 y se trasladaron a Nueva York (Oliver, 2017). La "teoría" del "marxismo cultural", tal como es fabricada ideológicamente por la alt-right, es en su esencia antisemita, con una historia más larga que el propio marxismo (Wilson, 2015), y forma parte de una teoría conspirativa judía, que postula que los judíos están involucrados en un plan secreto para apoderarse del mundo entero.

El extremista de derecha noruego Anders Behring Breivik, antes de asesinar a 77 personas en 2011, difundió electrónicamente un tratado protestando contra lo que veía como el "ascenso del marxismo cultural/multiculturalismo en Occidente" (Oliver, 2017). Para la alt-right, la sociedad estadounidense ya ha sido tomada por el "marxismo cultural", que, según Oliver (2017), es responsable de: estudios queer, la globalización, el arte moderno "malo", mujeres que desean una vida más allá de la maternidad, estudios afroamericanos, la década de 1960, el post-estructuralismo: en resumen, todo lo que no sea nacionalista, "blanco" y cristiano.

El odio hacia los marxistas por parte de los fascistas tradicionales ha sido sustituido por el odio hacia los "marxistas culturales" por parte de los neofascistas. Según Squirrell (2017), el surgimiento de estos grupos, antes divididos en áreas separadas de Internet con intereses muy distintos, se ha consolidado con la llegada de la era de Trump. Usan la pedagogía pública para fusionarse y comunicar sus ideas mediante un lenguaje único, reinterpretando y modificando el lenguaje existente.

Un término particularmente significativo utilizado en el foro The_Donald es "cuck". Como se mencionó anteriormente, hace referencia a "hombres débiles". Es una abreviación de "cuckold" (cornudo), un término antiguo que describe a hombres que permiten que sus parejas tengan relaciones con otros hombres (y que a menudo encuentran satisfacción sexual en la humillación que esto implica). Según Squirrell (2017), el uso de "cuck" se ha convertido en un símbolo central de la membresía de la alt-right. Se emplea en diversos contextos, como "cuck-servativo" para referirse a conservadores considerados demasiado suaves y que permiten que sus países sean "invadidos" por el islam y los musulmanes; "libcuck", "cuckbook", "starcucks" y "cuck Schumer" (en referencia al líder de la minoría del Senado, Chuck Schumer), para referirse de manera despectiva a elementos liberales en general. Es importante señalar que incluso aquellos que no son parte de la alt-right y usan este término para ridiculizar a los que sí lo son, están contribuyendo a invertir su significado y difundirlo aún más.

Los foros como The_Donald y otros espacios de la alt-right están actuando como puntos de encuentro para hombres blancos desilusionados de todos los sectores, que empiezan a compartir un odio común. A medida que pasan más tiempo en estos foros, es probable que adopten de manera subliminal visiones cada vez más perniciosas del mundo. Están formando una identidad grupal coherente, representada en el lenguaje que han comenzado a hablar, que se aglutina en torno a su odio común hacia el liberalismo y su amor por Donald Trump. De este modo, adolescentes aburridos y jugadores están siendo "indoctrinados en el anti-globalismo extremo... en un foro públicamente accesible" (Squirrell, 2017). Este fenómeno representa una pedagogía pública de odio que fomenta el fascismo, acompañada de racismo, antisemitismo, creencias en teorías conspirativas judías, islamofobia, supremacía blanca, sexismo, misoginia y un rechazo feroz al feminismo y a las mujeres.

El portal The_Donald está complementado por el Instituto Nacional de Política (National Policy Institute, NPI), cuya presidencia ocupa Richard Spencer, fundador de la alt-right. A diferencia de The_Donald, tanto el NPI como su página web están orientados principalmente a una audiencia académica. A finales de 2017, el director ejecutivo del NPI, Evan McLaren, emitió una "convocatoria de trabajos" en la que describía la necesidad de una nueva visión y programa de política nacional, argumentando que la candidatura y presidencia de Donald Trump eran "entretenidas e inspiradoras", pero que Trump necesitaba personas capaces que compartieran sus instintos radicales para llevar su programa en una nueva dirección (NPI, 2017).

Es relevante destacar cómo la alt-right no solo se ha infiltrado en los foros públicos, sino que también está preparando, a través de instituciones como el NPI, una base teórica que sirva de justificación para una agenda neofascista a largo plazo. Esta pedagogía pública no solo se articula en las interacciones en línea, sino que también se expande hacia una visión ideológica más amplia que aboga por un futuro radicalmente distinto al que propone la política tradicional.

¿Cómo las políticas de Trump afectan a la clase trabajadora y al sistema político estadounidense?

El ascenso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos ha dejado una huella significativa tanto en la política como en la economía del país. A lo largo de su mandato, las políticas de Trump se presentaron bajo un fuerte discurso de cambio para las clases trabajadoras, pero en la práctica, los beneficios parecían estar destinados principalmente a los sectores más adinerados. La promesa de "hacer grande a América otra vez" fue principalmente un reclamo económico, pero los efectos reales de sus políticas generaron una creciente preocupación, especialmente entre los votantes que lo apoyaron inicialmente.

Una de las políticas más destacadas fue la reforma tributaria aprobada en diciembre de 2017, que en gran medida favoreció a las grandes corporaciones y a los individuos más ricos. Según estudios del Center for American Progress, la reforma trajo consigo una notable disminución de impuestos para los inversores extranjeros y las grandes corporaciones, mientras que las ganancias para la clase media y trabajadora fueron mínimas y efímeras. A pesar de que el discurso de Trump presentaba la reforma como un triunfo para todos los estadounidenses, los datos y los análisis sugieren que el principal beneficiado fue el 1% más rico de la población, mientras que el resto vio poco o ningún cambio significativo en su situación financiera.

La figura de Trump también fue crucial en el surgimiento de movimientos populistas de extrema derecha, como el denominado "alt-right", que encontró en su presidencia un apoyo implícito. A lo largo de su campaña y mandato, Trump utilizó un discurso polarizador que apelaba a los temores y frustraciones de sectores marginalizados, lo que llevó al fortalecimiento de grupos nacionalistas blancos, antisemitas y misóginos. En este contexto, figuras como Richard Spencer y movimientos como el de Pepe el Sapo se convirtieron en símbolos de esta nueva derecha radical que, aunque minoritaria, se sintió empoderada por la retórica oficial.

El comportamiento del presidente en cuanto a los derechos de los trabajadores también ha sido objeto de controversia. Si bien Trump promovió políticas que prometían revitalizar el sector industrial y mejorar los empleos para los trabajadores, la realidad mostró que su gobierno priorizó la desregulación y la disminución de los derechos laborales. Estas medidas afectaron negativamente a los trabajadores más vulnerables, en especial a aquellos que dependían de programas como Medicaid y el seguro de salud, los cuales fueron objeto de fuertes recortes. Según expertos, como el informe de The Guardian, muchos de los cambios impulsados por Trump para la clase trabajadora fueron más bien un espejismo, ya que en última instancia las políticas favorecían a los grandes conglomerados y empresas.

Además, la manipulación de los medios y el auge de las fake news jugaron un papel central en la consolidación del apoyo popular a Trump. A través de plataformas como Facebook y Twitter, se desinformó a grandes sectores de la población, alimentando teorías conspirativas y polarización política. Estas tácticas, que más tarde fueron analizadas por expertos como The Guardian y Pew Research Center, han mostrado cómo las redes sociales pueden ser un arma poderosa en la política contemporánea, capaz de cambiar la percepción pública y moldear la realidad de forma que favorezca a determinados intereses.

Sin embargo, no todo fue negativo para la clase trabajadora durante la presidencia de Trump. Algunos analistas argumentan que, a pesar de las políticas regresivas, hubo un crecimiento en la economía y una mejora en ciertos indicadores de empleo, aunque esto estuvo más relacionado con tendencias globales y no tanto con las políticas implementadas por su administración. Sin duda, el legado de Trump en términos económicos es ambivalente: mientras que algunos segmentos de la población vieron mejoras, otros, en su mayoría pertenecientes a las clases más bajas, sintieron el impacto de las reformas de una manera desproporcionada.

Es crucial comprender que la política de Trump, en particular en lo que respecta a la clase trabajadora, no solo afectó la economía en términos materiales, sino que también transformó el panorama político estadounidense. La polarización y el auge del extremismo de derecha son fenómenos que continúan teniendo repercusiones. Por ello, es fundamental que los lectores no solo se concentren en los datos económicos, sino que también analicen los cambios sociales y políticos que se han producido a raíz de las decisiones de su gobierno.