Los políticos de alto conflicto (HCP, por sus siglas en inglés) son hábiles en manipular la percepción pública y crear una narrativa en la que se presentan como víctimas, víctimas de enemigos inventados, a menudo sin que sus seguidores lleguen a cuestionar la veracidad de dicha narrativa. Este comportamiento es una característica común de los narcisistas y sociópatas, y es una de las tácticas más efectivas que emplean para obtener apoyo. Estos individuos se presentan ante su público como figuras heroicas que luchan contra fuerzas malignas, y esto les permite ganar simpatía. A través de este enfoque, logran transformar cualquier ataque hacia ellos en un "sacrificio" en nombre de una causa mayor, desviando así la atención de los problemas reales.

En Turquía, por ejemplo, el presidente Erdoğan ha utilizado esta táctica en varias ocasiones, presentando a la Unión Europea como un villano que actúa injustamente en su contra, lo que, por extensión, perjudica a toda la nación turca. Cuando las sanciones impuestas por Estados Unidos en 2018 trataron de aislar a Erdoğan, él capitalizó sobre esto, enfocando la indignación popular hacia los Estados Unidos y presentando a Turquía como una víctima de sabotaje intencional. Este tipo de estrategia desvía la atención de los problemas económicos internos y, en lugar de buscar soluciones, alimenta el resentimiento hacia un "enemigo externo". Sin embargo, a medida que los problemas económicos aumentan, los seguidores podrían comenzar a ver a su líder no como una víctima, sino como una figura construida a partir de fantasías. Este tipo de engaño es efectivo en el corto plazo, pero sus consecuencias a largo plazo pueden ser desastrosas cuando la verdad emerge.

Otro error común es creer que un HCP puede ser controlado. Esta creencia ha sido repetidamente demostrada como errónea a lo largo de la historia. En el caso de Adolf Hitler, muchos en los negocios y en el gobierno alemán consideraban que era un líder relativamente inofensivo y fácil de controlar. Algunos de los que lo conocieron en la década de 1920 pensaron que su figura desaparecería rápidamente, pero, en lugar de eso, Hitler aprovechó su capacidad para conectar con las emociones y el enojo del pueblo alemán, convirtiéndose en una fuerza imparable. Similarmente, muchos pensaron que Donald Trump actuaría de manera "presidencial" una vez que asumiera el cargo, pero lo que ocurrió fue lo contrario: su comportamiento se volvió más agresivo y menos predecible, lo que fortaleció su imagen de líder fuerte, en lugar de disminuirla.

Un tercer error que se comete frecuentemente es tratar a los opositores moderados como enemigos. Este error es particularmente evidente cuando los moderados atacan a sus propios compañeros dentro de su partido. En el caso de las elecciones primarias de 2016 en Estados Unidos, el ala progresista del Partido Demócrata atacó a Hillary Clinton, la candidata moderada, mientras que el aparato del partido aparentemente manipuló las primarias contra Bernie Sanders. Este tipo de divisiones internas permitió que Donald Trump, el candidato autoritario, se fortaleciera. La lección aquí es que la fragmentación interna de los opositores solo beneficia a los líderes autoritarios. Para evitar la ascensión de un "wannabe king" (un rey autoproclamado), es esencial que los moderados no se enfrenten entre sí, sino que busquen unificar fuerzas.

El mismo principio se aplica a los que resisten la ascensión de estos líderes. Es fundamental no ver a los opositores más radicalizados como enemigos, pues en la lucha contra un líder autoritario, la unión de diferentes grupos con distintos grados de radicalidad puede ser más efectiva que la división. En el caso de las elecciones de 2018, la colaboración entre moderados y los más enérgicos miembros del Partido Demócrata, que se habían movilizado tras la investidura de Trump, resultó en una victoria significativa. Así, la resistencia pacífica y organizada puede limitar las políticas extremas y energizar a los votantes, como ocurrió en el caso de las manifestaciones masivas de 2017 en respuesta a la administración Trump.

Una estrategia común de los políticos de alto conflicto es atacar la democracia misma, presentándola como un sistema defectuoso e ineficaz. Esto se logra desacreditando las elecciones y presentando la idea de que los ciudadanos están desinteresados en la política. Los "wannabe kings" buscan desincentivar la participación electoral, pues esto juega a su favor. En las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, la baja participación electoral de ciertos sectores de la población, como los millennials, permitió que Trump ascendiera al poder. Sin embargo, tratar a los que no votan como enemigos solo alimenta esta apatía. Los no votantes deben ser comprendidos y movilizados, no culpados.

El peligro de los "wannabe kings" radica en su capacidad para manipular las emociones de la gente y convertir a sus seguidores en leales inquebrantables, incapaces de ver los defectos de su líder. Este tipo de política no se basa en hechos ni en soluciones reales, sino en la creación de una fantasía colectiva que alimenta las pasiones y crea un ambiente donde la racionalidad se pierde. La batalla contra estos líderes no solo es política, sino también emocional e intelectual, y solo la unidad, la claridad en los objetivos y la resistencia constante pueden impedir que el autoritarismo gane terreno.

¿Qué papel juegan los inmigrantes en la economía y la seguridad?

Los inmigrantes desempeñan un papel crucial en la economía, especialmente en el llenado de trabajos que requieren horarios poco convencionales en varios sectores clave. Las mujeres inmigrantes, por ejemplo, tienen muchas más probabilidades de trabajar en estos horarios atípicos que las mujeres nacidas en los Estados Unidos. Sin embargo, es importante señalar que los inmigrantes y los trabajadores nacidos en EE.UU. que laboran en turnos inusuales no suelen competir por los mismos puestos de trabajo. Esta dinámica resalta cómo los inmigrantes cubren una necesidad específica del mercado laboral estadounidense.

Además de su contribución al trabajo, los inmigrantes también tienen una relación menos conflictiva con el crimen en comparación con los ciudadanos estadounidenses. Investigaciones realizadas a lo largo de más de tres décadas demuestran que, en general, los inmigrantes cometen menos delitos que los ciudadanos nativos. Este hallazgo incluye tanto a inmigrantes legales como indocumentados. De hecho, en las áreas estudiadas, la población inmigrante ha aumentado considerablemente desde 1980, mientras que los índices de crímenes violentos han disminuido en la mayoría de estas zonas. Los datos más recientes, que extienden la investigación hasta 2016, confirman que la criminalidad ha caído con mayor frecuencia de lo que ha aumentado, incluso a medida que las poblaciones inmigrantes crecían en casi todas las regiones.

Este fenómeno puede explicarse en parte por la naturaleza del trabajo que muchos inmigrantes realizan. Al ser más propensos a ocupar empleos fuera de lo convencional, como el trabajo nocturno o en horarios que otros no desean, su implicación en actividades ilegales es menos común. Esto permite crear una narrativa positiva que a menudo se puede sintetizar en un eslogan simple pero efectivo: “Los inmigrantes trabajan duro y cometen menos delitos”. Tal como ocurre con los anuncios comerciales en la televisión, cuanto más se repite este mensaje, más fácil es que entre en la mente del público y que se convierta en parte de su percepción colectiva.

El análisis de los inmigrantes en la economía también debe considerar la importante diferencia entre aquellos que eligen llegar a EE.UU. con el propósito de mejorar sus condiciones de vida y aquellos que, lamentablemente, son víctimas de políticas migratorias restrictivas o injustas. Las dificultades que enfrentan muchos inmigrantes al intentar regularizar su estatus legal y acceder a beneficios básicos son cuestiones que merecen atención. Sin embargo, a pesar de las adversidades, las estadísticas muestran que, como grupo, su participación en la economía resulta más beneficiosa que perjudicial.

Es importante recalcar que la relación entre inmigrantes y la criminalidad no es una cuestión lineal ni directa. Existen muchos factores que pueden influir en la disminución de los crímenes, desde la integración social y laboral de los inmigrantes hasta los efectos de políticas públicas que promueven una convivencia más pacífica. Es fundamental también tener en cuenta el contexto social y político en el que estos datos se generan. A menudo, el aumento en las poblaciones inmigrantes coincide con una disminución de los crímenes violentos, lo cual puede interpretarse como un indicio de que las políticas inclusivas y de apoyo social contribuyen a la reducción de la criminalidad.

Por otro lado, no hay que perder de vista que la imagen del inmigrante y su impacto en la sociedad no puede reducirse solo a un mensaje simplificado de "trabajo duro" y "menos crímenes". Es necesario un análisis más profundo sobre cómo la presencia de inmigrantes afecta a diferentes aspectos de la vida diaria, incluyendo la educación, la salud y la interacción cultural. Las dinámicas del trabajo inmigrante, por ejemplo, también tienen repercusiones en la calidad de vida de los propios inmigrantes y en su capacidad para adaptarse a la sociedad estadounidense.

Además, aunque muchos inmigrantes contribuyen significativamente al bienestar económico, deben enfrentarse a obstáculos considerables que incluyen la falta de acceso a servicios de salud, discriminación laboral y una integración social compleja. Las políticas públicas que abogan por una mayor inclusión y apoyo a los inmigrantes pueden reducir estos obstáculos, y esto a su vez puede reflejarse en un mayor bienestar social y una disminución de los conflictos. A largo plazo, los inmigrantes no solo contribuyen con su mano de obra, sino que también enriquecen culturalmente las sociedades en las que viven, aportando una diversidad que potencia la creatividad y la innovación.

Finalmente, es crucial entender que la criminalidad no es exclusiva de ningún grupo particular. Los prejuicios que vinculan a los inmigrantes con un aumento de los delitos pueden generar estigmatización y divisiones innecesarias. La realidad es más compleja: si bien algunos inmigrantes pueden estar involucrados en delitos, en su mayoría, sus acciones no son diferentes a las de cualquier otra población. Por tanto, fomentar una visión inclusiva y justa, basada en hechos y no en estereotipos, debe ser una prioridad en el discurso público.

¿Cómo las figuras autoritarias moldean el futuro de las democracias?

En diversas partes del mundo, el fenómeno del liderazgo autoritario ha tomado fuerza, desafiando las estructuras democráticas establecidas. Figuras como Viktor Orbán en Hungría, Rodrigo Duterte en Filipinas, Nicolás Maduro en Venezuela, Silvio Berlusconi en Italia, o incluso Donald Trump en los Estados Unidos, nos muestran cómo líderes populistas, con una retórica fuerte y decidida, han logrado consolidar su poder y ejercerlo de maneras que han erosionado las bases democráticas de sus respectivos países. Estos casos, aunque únicos en su contexto y expresión, comparten ciertos elementos comunes que han facilitado su ascenso y permanencia en el poder.

Viktor Orbán, por ejemplo, ha sido una figura clave en la transformación de Hungría desde su llegada al poder. Su victoria electoral de 2018 le otorgó una mayoría absoluta, permitiéndole no solo fortalecer su control sobre el país, sino también modificar la constitución y centralizar aún más el poder en sus manos. Orbán ha utilizado una narrativa de "protección de los valores tradicionales" y la "defensa contra amenazas externas", principalmente centrando su discurso en la inmigración y la soberanía nacional. Esto ha resonado en muchos sectores de la población, dándole un amplio apoyo.

Por otro lado, en Filipinas, Rodrigo Duterte ha logrado popularidad mediante su enfoque agresivo y populista, especialmente en su lucha contra el narcotráfico, que ha sido acompañada de violaciones a los derechos humanos. Su estilo autoritario, sin embargo, ha sido validado por una parte significativa de la población, que lo ve como un hombre de acción, dispuesto a hacer lo que otros líderes no se atreven. Duterte, como otros líderes autoritarios, ha sabido explotar las frustraciones sociales, canalizando el descontento popular en su favor.

En América Latina, Nicolás Maduro ha seguido los pasos de Hugo Chávez, profundizando un proceso de polarización que ha sumido a Venezuela en una crisis económica y humanitaria. A pesar de las protestas y la condena internacional, Maduro ha mantenido su poder mediante el control de las instituciones y la represión de la oposición. La figura del "enemigo externo", en este caso Estados Unidos, se ha convertido en un eje central de su discurso, buscando crear un vínculo emocional con sus seguidores y desviar las responsabilidades internas hacia factores externos.

En Italia, Silvio Berlusconi representa un caso diferente, pero igualmente relevante. A través de su imperio mediático y sus escándalos personales, Berlusconi logró erigirse como una figura central de la política italiana durante décadas. Su habilidad para manipular los medios y convertir las noticias a su favor le permitió mantenerse en el poder a pesar de los múltiples procesos judiciales que enfrentó. Su estilo populista y su enfoque pragmático para llegar a acuerdos con distintos sectores de la política italiana lo han convertido en un ejemplo claro de cómo un líder puede sostenerse en el poder a través de una combinación de carisma, manipulación mediática y apoyo financiero.

Finalmente, en Estados Unidos, Donald Trump representa una mezcla de populismo y nacionalismo que desafió las normas políticas tradicionales. Su ascenso a la presidencia fue visto como un fenómeno que alteró la política estadounidense, desafiando los estándares de comportamiento político y comunicativo. Trump, con su retórica agresiva, su desprecio por las instituciones tradicionales y su uso de las redes sociales, ha logrado movilizar a una gran parte de la población, aunque también ha sido un personaje profundamente divisivo. Su enfoque en el nacionalismo económico y su promesa de "hacer grande a América otra vez" apelaron a amplios sectores desilusionados con el sistema político establecido.

Estos líderes comparten no solo sus métodos de retórica y control, sino también una característica fundamental: la erosión de las instituciones democráticas. Ya sea debilitando el sistema judicial, controlando los medios de comunicación, o manipulando las leyes a su favor, el objetivo es claro: concentrar el poder y reducir la capacidad de la oposición para desafiar sus decisiones.

Es crucial entender que este tipo de liderazgo no necesariamente depende de una ideología específica, sino de la habilidad para movilizar a grandes sectores de la población a través de un discurso populista que se basa en la promesa de resolver problemas inmediatos, a menudo exacerbando miedos colectivos. En muchos casos, estos líderes han logrado presentar una imagen de "salvador" en un momento de crisis, lo que les ha permitido manipular la percepción pública.

Además de los métodos de control y manipulación del poder, estos líderes suelen construir una narrativa de victimización y enfrentar a su país contra un enemigo común, ya sea interno o externo. En este sentido, la polarización se convierte en una herramienta esencial para consolidar el poder, creando una división clara entre "ellos" (la oposición, los medios, la comunidad internacional) y "nosotros" (los seguidores del líder).

Es importante señalar que, a pesar de las críticas y condenas internacionales, muchos de estos líderes logran mantenerse en el poder debido a la falta de una respuesta eficaz de las democracias establecidas. La globalización, la interdependencia económica y la influencia de los medios de comunicación han modificado la forma en que se pueden gestionar las crisis políticas. En muchos casos, la comunidad internacional se encuentra atrapada entre la condena formal y la falta de mecanismos efectivos para frenar estos regímenes.

Lo que estos casos nos enseñan es que la democracia es un sistema frágil, que requiere constante vigilancia y participación activa. La desinformación, el control de los medios y el debilitamiento de las instituciones son procesos que, aunque a menudo parecen ser eventos aislados, se suman lentamente para desmantelar las bases de la democracia. La política no es solo una cuestión de votar, sino también de proteger los valores que hacen posible un sistema democrático saludable.