A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la educación médica en Estados Unidos experimentó una transformación radical, influenciada en gran parte por el modelo de enseñanza de Alemania y por los cambios sociales y económicos derivados de la Revolución Industrial. En la década de 1870, la Universidad de Harvard comenzó a ofrecer un curso de medicina de tres años, sustituyendo el sistema tradicional de aprendizaje basado en la práctica, lo que marcó el inicio de una serie de reformas en la educación médica de todo el país. A medida que este modelo se expandía, varias universidades, como las de Pensilvania, Nueva York y Michigan, adoptaron enfoques similares. Sin embargo, fue en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, en 1893, donde se consolidó un programa revolucionario: todos los estudiantes debían haber completado un título universitario antes de ingresar a los estudios médicos, y el plan de estudios se centraba en dos años de estudios científicos en laboratorio seguidos de dos años de prácticas en hospitales.
Este modelo se convirtió rápidamente en el estándar de la educación médica moderna, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo desarrollado. La influencia alemana fue fundamental, ya que la mayoría del profesorado de Johns Hopkins fue formado en el sistema educativo de ese país. Con el tiempo, la enseñanza en laboratorio y las prácticas hospitalarias se integraron en el núcleo de la formación médica, marcando un antes y un después en la profesionalización de la medicina.
El auge de la industrialización en Estados Unidos, impulsado por la guerra civil y la creación de grandes imperios industriales como los de Andrew Carnegie y John D. Rockefeller, aceleró este proceso de modernización. Estas grandes fortunas, construidas sobre la producción de acero, carbón y petróleo, no solo transformaron la economía estadounidense, sino que también influyeron en la evolución de la medicina, pues parte de esta riqueza fue destinada a la mejora de las instituciones médicas. A través de la fundación Carnegie y la Fundación Rockefeller, se comenzaron a realizar importantes inversiones en la educación médica, impulsando aún más el modelo de Johns Hopkins.
En 1904, la Asociación Médica Americana (AMA) estableció su Consejo de Educación Médica con el objetivo de evaluar y mejorar las escuelas de medicina en América del Norte. Su campaña inicial se centró en la inspección sistemática de cada escuela médica en el continente, con el fin de eliminar aquellas que consideraban de baja calidad y brindar apoyo a las que seguían el modelo científico de Johns Hopkins. En 1907, el Consejo se acercó a Henry S. Pritchett, presidente de la Fundación Carnegie para el Avance de la Enseñanza, y le presentó los hallazgos de su inspección. Pritchett apoyó el proyecto y contactó a Charles Eliot, presidente de la Universidad de Harvard y miembro de la Fundación Carnegie, para movilizar a ambas fundaciones en apoyo de la AMA.
Fue entonces cuando entró en escena Abraham Flexner, un académico formado en Johns Hopkins, Harvard y Berlín, quien fue elegido para llevar a cabo una revisión exhaustiva de las 155 escuelas de medicina de América del Norte. Con el respaldo financiero de la Fundación Carnegie, Flexner visitó cada una de estas instituciones, evaluando su potencial y proponiendo una serie de recomendaciones drásticas. En 1910, Flexner publicó su famoso informe, conocido como el "Boletín Número Cuatro", en el que proponía que solo las escuelas más fuertes, basadas en el modelo de Johns Hopkins, debían continuar operando, mientras que las demás debían ser cerradas o fusionadas. Como resultado, la cantidad de escuelas de medicina en Estados Unidos pasó de 166 en 1905 a 133 en 1910, y para 1929 solo quedaban 76. Más de la mitad de las escuelas existentes fueron eliminadas en menos de tres décadas.
Este proceso de centralización y estandarización de la educación médica tuvo un impacto profundo en la diversidad de enfoques en la formación médica. Mientras que algunas escuelas cerraron debido a sus programas inadecuados, el costo de la modernización también llevó a una pérdida significativa de pluralidad en los métodos de enseñanza y en los enfoques de tratamiento de los pacientes. La adopción universal del modelo de Johns Hopkins resultó en una medicina más uniforme, pero también limitó la creatividad y la flexibilidad en la educación médica.
La AMA, con el apoyo de estas grandes fundaciones, consolidó su poder a lo largo de la primera década del siglo XX. A partir de 1900, la AMA pasó de tener 8.400 miembros a 70.000 en 1910, lo que le dio la fuerza necesaria para imponer su visión sobre la medicina estadounidense. Sin embargo, este proceso no estuvo exento de críticas. Henry Pritchett, inicialmente un gran defensor de la reforma, comenzó a expresar su preocupación por las consecuencias negativas de las políticas de la AMA, especialmente en relación con las escuelas de medicina para afroamericanos, que fueron excluidas de las reformas. Flexner también llegó a lamentar la falta de flexibilidad en el modelo de educación médica impuesto, y expresó su preferencia por una mayor diversidad en los enfoques educativos.
Lo que sigue a este periodo es una medicina más estructurada y jerárquica, pero también más accesible a aquellos con los recursos necesarios para acceder a una educación de calidad. Sin embargo, los efectos a largo plazo de esta estandarización de la educación médica han sido profundos. Aunque la calidad de la formación médica mejoró sustancialmente, también se consolidó un sistema que favorecía a las élites y excluía a gran parte de la población, lo que ha sido una crítica constante a lo largo del tiempo.
¿Cómo las críticas a la biomedicina están reformulando la medicina holística y complementaria?
La biomedicina, que ha sido el pilar del tratamiento médico convencional durante más de un siglo, se construyó sobre los principios de una visión mecanicista del cuerpo humano y la doctrina de la etiología específica. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta visión ha comenzado a mostrar sus limitaciones, especialmente en el tratamiento de enfermedades crónicas y complejas, como las enfermedades de la civilización y las enfermedades relacionadas con la edad. Aunque los avances en biomedicina, tales como los antibióticos y los análogos hormonales, fueron grandes logros, estos no lograron replicar su éxito con otras enfermedades que no podían explicarse con la misma lógica reduccionista.
A finales de la década de 1990, se evidenció una creciente insatisfacción con el enfoque exclusivamente biológico de la medicina. Se reconoció que la medicina no puede limitarse solo a tratar las enfermedades de manera aislada, sino que debe considerar también los contextos más amplios en los que la salud y la enfermedad se desarrollan. A pesar de la incomodidad que generaba este cuestionamiento, la medicina complementaria y las prácticas holísticas ganaban terreno al ofrecer una visión más integral y humana del cuidado médico.
El auge de la biomedicina, que alcanzó su punto máximo en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, ha ido perdiendo su tono triunfalista ante el reconocimiento de que la ciencia médica no tiene respuestas definitivas para todas las enfermedades. La creencia en que, con suficiente tiempo y dinero, se podrían erradicar todas las enfermedades bajo el control de la medicina científica comenzó a ceder paso a una conciencia creciente de que incluso la doctrina de la etiología específica tenía sus límites. A medida que los pacientes se enfrentaban a la polifarmacia – el uso de múltiples medicamentos para tratar enfermedades coexistentes – la medicina convencional también se encontraba con nuevas dificultades, especialmente en el tratamiento de pacientes ancianos.
El reconocimiento de las influencias mentales, emocionales y sociales en la salud, así como el impacto de las condiciones ambientales, comenzó a abrir un espacio para los enfoques holísticos en la educación médica. Aunque los estudiantes de medicina seguían enfrentándose a la monumental tarea de dominar el cuerpo humano desde una perspectiva científica, la introducción de elementos humanísticos y holísticos en los programas académicos comenzaba a ser una realidad. Sin embargo, la práctica médica convencional seguía dominada por un enfoque mecánico y una visión del cuerpo como una máquina que debía ser reparada.
Los estudiantes que pasaban años en hospitales públicos experimentaban de manera directa los efectos de enfermedades graves y los traumas en las salas de emergencia. Esta exposición constante a las patologías más extremas, junto con el agotamiento físico y emocional inherente a la práctica médica intensiva, podría llevar a un endurecimiento de las sensibilidades de los médicos jóvenes. La formación en biomedicina, por tanto, no solo formaba a médicos técnicos, sino que también les restringía el desarrollo de su sensibilidad hacia los aspectos humanos de la práctica.
El cambio hacia una medicina más holística y humana no solo tiene que ver con un cambio en la actitud o el enfoque, sino con una apertura a las múltiples dimensiones que conforman la salud humana. Así, mientras los médicos continúan siendo formados en técnicas de diagnóstico y tratamiento, un enfoque más integral exige una comprensión de la medicina como un arte, tanto como una ciencia. En este sentido, la medicina no debe ser entendida únicamente como la aplicación de un conocimiento técnico, sino como una disciplina que también exige una profunda comprensión de la naturaleza humana.
La falta de exposición de los médicos a paradigmas diferentes de curación, más allá del marco de la biomedicina occidental dominante, limita su capacidad para comprender y aplicar enfoques alternativos y complementarios en la medicina. La introducción de la medicina complementaria y alternativa en los programas de formación médica es un paso hacia un modelo más equilibrado que reconozca la validez de otras formas de curación, aquellas que operan según paradigmas distintos a los tradicionales de la biomedicina.
En el contexto de esta reflexión, es fundamental reconocer que la medicina, en su esencia, siempre ha sido un intento por comprender y curar el sufrimiento humano. La ciencia médica, por poderosa que sea en el tratamiento de enfermedades específicas, es solo una de las muchas formas legítimas de abordar la salud. La clave está en reconocer la complementariedad de diferentes enfoques, y en integrar la sabiduría de diversas tradiciones y perspectivas en la formación y práctica médica contemporánea.
¿Cómo ha cambiado la medicina occidental con la llegada del método científico?
La publicación de Principia Mathematica en 1687 marcó un hito en la historia del pensamiento científico. En este trabajo, Newton presentó por primera vez nuevos métodos de análisis matemático que revolucionaron la comprensión del universo físico. Su estudio de la naturaleza de la luz y su descubrimiento de las leyes de la gravedad confirmaron el extraordinario poder de estas nuevas herramientas matemáticas. Newton mostró de manera concluyente que el universo físico funcionaba de acuerdo con leyes que, una vez conocidas y entendidas, ofrecían poderes de control y predictibilidad sin precedentes. Fue la encarnación viva de la búsqueda de Descartes de establecer métodos que condujeran, de una vez por todas, al conocimiento certero.
A lo largo de su vida, Newton fue un hombre de gran disciplina. En sus años más jóvenes, se dedicó a la observación solitaria del cielo nocturno, midiendo meticulosamente los movimientos de los planetas a través de las constelaciones fijas y el desplazamiento de las constelaciones a lo largo de las estaciones del año. Con sus propios telescopios y lentes, descubrió que la luz blanca estaba compuesta por los diversos colores del espectro. A lo largo de su vida académica en Cambridge, estudió las obras de Descartes, Kepler y Galileo, lo que lo llevó a dirigir su energía en investigaciones sobre las propiedades de la luz, las leyes del movimiento y los cuerpos planetarios.
No obstante, es curioso notar que, además de estos logros científicos, Newton dedicó una parte considerable de su tiempo a investigaciones alquímicas durante sus primeros años y a un continuo estudio de la historia de la Iglesia y la teología en sus últimos años. Estas actividades menos conocidas de Newton han quedado en gran parte perdidas para la historia. La historiadora estadounidense Betty Dobbs observa que la visión del mundo de Newton, fundamentada casi exclusivamente en sus éxitos en las matemáticas y las ciencias físicas, hizo que el contexto completo en el que sus ideas se desarrollaron se desvaneciera. Así, la historia de Newton ha quedado marcada por una paradoja, ya que sus estudios sobre astronomía, óptica y matemáticas ocuparon solo una pequeña porción de su tiempo. De hecho, la mayor parte de su mente formidable fue volcada en la historia de la Iglesia, la teología, la cronología de los reinos antiguos, la profecía y la alquimia.
Con el tiempo, el paradigma racionalista que subyace en gran parte de la ciencia occidental ha sido vinculado a los nombres de Descartes e Isaac Newton. Sin embargo, es pertinente preguntarse si alguno de ellos hubiera aprobado la virtual eliminación de lo numinoso y lo sagrado en lo que ahora se entiende como "asuntos científicos". Esta separación radical de la ciencia y lo espiritual se ha afianzado en la medicina moderna, donde se privilegia el método materialista en la búsqueda de respuestas. A medida que la ciencia fue avanzando, el conocimiento médico se acumuló y las prácticas tradicionales, que durante milenios habían sido el pilar de la medicina, fueron dejadas de lado. Los remedios a base de extractos vegetales, utilizados durante siglos, fueron sustituidos por compuestos más precisos y refinados como los alcaloides. Además, las interpretaciones espirituales o metafísicas de las enfermedades fueron progresivamente descartadas con el descubrimiento de los microorganismos causantes de las enfermedades y el desarrollo de la epidemiología moderna.
La separación entre cuerpo y mente propuesta por Descartes y la demostración de Newton de que la observación rigurosa y la medición eran la base del conocimiento cierto llevaron a la medicina a sumergirse aún más en la materialidad, en su búsqueda por obtener control sobre las enfermedades humanas. El conocimiento anatómico y fisiológico desarrollado por los primeros anatomistas, fisiólogos y farmacólogos se convirtió en la base sobre la que se fundó una poderosa nueva institución. Para la década de 1920, la medicina científica se había establecido prácticamente en todo el mundo occidental. Sus profesionales adquirieron su conocimiento a través de años de formación intensiva en universidades y hospitales. Esta nueva medicina era drástica, un tipo de medicina capaz de salvar vidas, que identificaba las enfermedades con certeza y abordaba decisivamente, si no la enfermedad en sí, al menos sus síntomas dolorosos y molestos.
A principios del siglo XX, el historiador de la medicina Fielding Garrison reflexionó sobre las creencias de los curanderos tradicionales e indígenas. Según él, la enfermedad se entendía en ocasiones como algo producido por un enemigo humano con poderes sobrenaturales, a quien el enfermo trataba de ahuyentar mediante hechizos y sortilegios. Otros veían la enfermedad como el resultado del enfado de espíritus de los muertos, una concepción muy común entre los pueblos más primitivos. Al rechazar estas ideas y a la vez promover un enfoque cada vez más materialista de la enfermedad, Garrison se erigió como uno de los nuevos médicos cuya comprensión superaba las nociones “primitivas” de tiempos pasados.
Sin embargo, la naturaleza humana no se ajusta estrictamente a la precisión euclidiana que caracteriza la visión científica del mundo. Nuestra conciencia y nuestras creencias siguen estando determinadas por valores y realidades que van más allá de la racionalidad y el método científico. Es por ello que, incluso en la medicina más rigurosa, las cuestiones espirituales y emocionales de los pacientes continúan desempeñando un papel significativo.
Un ejemplo fascinante de este choque de paradigmas fue relatado por el médico estadounidense Larry Dossey. En los años 60, durante su pasantía, Dossey fue testigo de un caso en el que un hombre de avanzada edad fue ingresado al hospital tras haber perdido inexplicablemente más de 20 kilos en seis meses. A pesar de realizar exhaustivas pruebas de patología, los médicos no lograron encontrar un diagnóstico claro. Finalmente, el anciano confesó que había sido víctima de una maldición lanzada por una chamana, quien, al obtener un mechón de su cabello, lo había condenado a una enfermedad incurable. En lugar de seguir el camino puramente científico, Dossey y su amigo, también médico, decidieron seguir un ritual simbólico. A medianoche, en una habitación vacía del hospital, el compañero de Dossey cortó un mechón de cabello del paciente y lo quemó en una pequeña llama. Tras el ritual, el paciente comenzó a mejorar de manera sorprendente.
Este caso revela no solo la persistencia de las creencias no científicas, sino también la importancia de los aspectos emocionales y espirituales en la curación. La medicina moderna, aunque extremadamente poderosa en su capacidad para tratar enfermedades físicas, a menudo no tiene en cuenta el impacto de la mente y el espíritu en el proceso de curación. El regreso a un enfoque holístico, que reconozca la interconexión entre cuerpo, mente y espíritu, podría ofrecer respuestas más completas a las dificultades que la medicina tradicional aún no ha logrado resolver por completo.
¿Qué lugar ocupa la conciencia individual en la medicina biomédica?
La conciencia humana, en su vertiente individual, ha quedado frecuentemente relegada dentro del paradigma biomédico. En su afán por objetivar todo lo que se percibe y comprender únicamente lo que es mensurable, la ciencia ha dejado de lado una parte esencial que da significado a la vida humana. Esta postura, que elimina la subjetividad, ha ignorado las comprensiones no dualistas que subyacen en la mayoría de los sistemas de medicina tradicionales e indígenas. El modelo de mundo fenomenal propuesto por la ciencia occidental no solo está incompleto, sino que resulta incapaz de ofrecer una visión plena del ser humano.
E.F. Schumacher, economista y reformador cultural, ofrece una reflexión valiosa al respecto: "La ciencia no puede producir ideas con las que podamos vivir. Incluso las ideas más grandes de la ciencia no son más que hipótesis de trabajo, útiles para la investigación especializada, pero completamente inaplicables a la conducta de nuestras vidas o a la interpretación del mundo." Esta crítica resalta la limitación de la ciencia moderna al intentar interpretar la complejidad humana desde una sola dimensión. Rene Dubos fue aún más explícito en su visión, señalando que "gran parte de la investigación científica depende de una tecnología compleja que convierte los fenómenos naturales en señales registradas por instrumentos, pero que carecen de sentido para los sentidos humanos". Según Dubos, la fenomenología que estos dispositivos revelan no es más objetiva que la realidad percibida por experiencia directa. Los fenómenos sociales no son visibles ni medibles de manera definitiva, y sin embargo, son fuerzas determinantes en nuestra experiencia vital. Lo mismo ocurre con las realidades psicológicas y emocionales, las cuales no cuentan con correlatos bioquímicos específicos, pero son esenciales para dar forma a la experiencia del mundo.
A menudo, dos individuos pueden experimentar el mismo evento de formas radicalmente diferentes. La percepción de lo que sucede a nuestro alrededor está filtrada por nuestra conciencia, que es una variable influenciada por la herencia, la educación, la experiencia y los diversos factores externos, como el consumo de sustancias. De esta manera, nuestra experiencia del mundo no solo varía entre individuos, sino que también depende de nuestra capacidad para percibir e interpretar dimensiones más sutiles, como las energéticas o espirituales. Dolores Krieger, educadora e investigadora estadounidense, ha presentado en el ámbito de la enfermería un enfoque de sanación conocido como "Toque Terapéutico". Este término es, de hecho, un error de denominación, ya que la técnica no involucra contacto físico directo entre el profesional y el paciente. El enfoque de Krieger se basa en la aceptación de la existencia de un cuerpo radiante o energético que subyace e interpenetra el cuerpo físico, un concepto que desafía las concepciones tradicionales de la biomedicina.
Muchas formas de sanación en el chamanismo, especialmente aquellas asociadas con el uso de drogas psicoactivas, también operan a través de la manipulación de energías luminosas que se hacen visibles durante los rituales de sanación. El etnobotánico Terence McKenna, al hablar de los efectos de estas sustancias, menciona que los chamanes, bajo la influencia de infusiones que contienen harmalinas y triptaminas, son capaces de producir una sustancia fluorescente con la que realizan su magia. Este fenómeno, invisible a la percepción ordinaria, se vuelve visible para quienes han consumido la infusión. Las tradiciones religiosas de diversas culturas también hablan de la radiación e iluminación como cualidades asociadas a la presencia de energía espiritual, y muchas de estas tradiciones vinculan esa energía espiritual con la capacidad de curar tanto el cuerpo como la mente.
Lo interesante es que, aunque muchos médicos biomedicos mantengan creencias religiosas o espirituales, la mayoría de las veces estas creencias no se integran de forma explícita en su práctica profesional. No obstante, muchos de ellos, en su trabajo con pacientes, siguen su propia comprensión de lo que es posible en términos de sanación y bienestar.
En las medicinas complementarias, conceptos como la fuerza vital, la energía, la vitalidad y el espíritu son esenciales para comprender la salud, la enfermedad y la curación. Para un naturópata, por ejemplo, "la fuerza vital" es algo inherente a todos los seres humanos. Diferentes culturas tienen distintos nombres para esta energía: prana en la India, qi en China, o magnetismo animal en Occidente. Es una vitalidad que, según él, tiene una naturaleza parcialmente electromagnética, pero que es expansiva, capaz de crecer y amplificarse. Lo más fascinante es que esta fuerza puede ser aumentada o disminuida, de acuerdo con los principios correctos de vida. Aunque el término "fuerza vital" no forma parte del léxico biomédico, para quienes practican este enfoque, la calidad de esta fuerza está estrechamente vinculada con el estado del cuerpo. Es decir, el campo energético humano puede ser fortalecido mediante prácticas específicas y un estilo de vida adecuado.
Jan Smuts, el filósofo sudafricano que acuñó el término "holismo" en la década de 1920, reflexionó sobre la dificultad de encontrar un lenguaje común para describir las actividades dentro de los sistemas vivos. Según él, la concepción de "cuerpo y alma" se ha convertido en la base tanto del pensamiento como de la ciencia. Sin embargo, para superar las contradicciones inherentes a esta visión, es necesario profundizar más allá de las perspectivas dualistas tradicionales. Este es un asunto complicado que ha puesto a prueba tanto a científicos como a filósofos.
Finalmente, un osteópata ofrece su interpretación del concepto de qi, conocido en la medicina tradicional china como la corriente energética asociada a la vida. Según él, el qi no es una entidad única, sino una manifestación de las múltiples interacciones químicas y electroquímicas que ocurren constantemente en el cuerpo. De esta manera, el qi se convierte en una metáfora, una abstracción que simplifica una realidad compleja y dinámica. No obstante, quienes trabajan conscientemente con estas energías tienden a ver el qi como algo literal, un fenómeno tangible que influye en el bienestar físico y emocional.
Es esencial que el lector comprenda que las experiencias relacionadas con la energía vital, el cuerpo energético y la conciencia no son fácilmente mensurables ni clasificables dentro de los parámetros de la ciencia biomédica convencional. Sin embargo, estas nociones tienen una larga tradición en diversas culturas y sistemas médicos, y continúan siendo fundamentales en muchas prácticas de sanación alternativas. Reconocer que la realidad humana no se limita únicamente a lo material, sino que también está influenciada por dimensiones más sutiles, puede abrir nuevas perspectivas para la medicina y el bienestar. El desafío radica en integrar estas visiones sin perder de vista la importancia de la objetividad científica, pero sin negar la validez de las experiencias subjetivas y espirituales que también forman parte de nuestra existencia.
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