Los dispositivos de asistencia son fundamentales para mejorar las capacidades funcionales de las personas con discapacidades. Se pueden clasificar en varias categorías, como ayudas para la vida diaria, ayudas para la movilidad, ayudas para la comunicación, ayudas sensoriales, ortesis y prótesis. Para este capítulo, nos centraremos en las ayudas para la vida diaria, las ayudas para la movilidad y las ortesis.
Un factor clave para elegir el dispositivo de asistencia adecuado es su idoneidad. La evaluación de esta idoneidad se realiza mejor a través de un equipo de rehabilitación, que puede incluir un médico rehabilitador, un terapeuta ocupacional, un fisioterapeuta, un ortopedista y un/a logopeda. Los miembros del equipo pueden variar dependiendo de las habilidades y necesidades del usuario. Además, la opinión de los familiares y cuidadores es crucial para seleccionar el dispositivo más adecuado.
Otros factores a tener en cuenta incluyen la eficacia, fiabilidad, seguridad, simplicidad, comodidad y estética del dispositivo. Para los dispositivos de asistencia de alta tecnología, es necesario considerar también aspectos como el costo, la duración de la batería, la facilidad de uso y el mantenimiento. A medida que la tecnología avanza, la gama y complejidad de los dispositivos aumentará, por lo que es recomendable que el equipo de rehabilitación se mantenga al tanto de los dispositivos más innovadores disponibles en el mercado.
En relación a las ayudas para la vida diaria, existen dispositivos diseñados para facilitar tareas como la alimentación, el vestir, el cuidado personal, la escritura o la preparación de alimentos. Por ejemplo, existen cucharas modificadas con anillos para permitir la alimentación autónoma o ganchos universales que sostienen utensilios para personas con problemas de movilidad o destreza. En el área de la cocina, existen abrelatas de un solo toque y tablas de cortar que permiten cortar, triturar y rallar alimentos con una sola mano. De igual forma, en el ámbito de la higiene y el cuidado personal, se utilizan dispositivos como guantes o ayudas para la colocación de supositorios.
Respecto a las ayudas para la movilidad, uno de los dispositivos más comunes son las sillas de ruedas. La prescripción de una silla de ruedas es un proceso que requiere un razonamiento clínico cuidadoso. Es necesario evaluar factores como la capacidad física de la persona, su fuerza, resistencia, el tipo de terreno sobre el que se desplazará y la capacidad para realizar transferencias (entrar y salir de la silla). Existen sillas de ruedas ligeras y plegables, sillas personalizadas según las necesidades individuales, y sillas con características especiales como el sistema de inclinación (tilt-in-space) que favorece la alineación postural y reduce el riesgo de complicaciones respiratorias o digestivas.
Las ayudas para caminar incluyen muletas axilares, muletas de codo, muletas de antebrazo y andadores. Las muletas axilares, por ejemplo, se utilizan para asistir en el soporte del peso corporal, mientras que las muletas de codo, que son más ligeras, resultan más fáciles de manejar en pasos y bordillos. Los andadores, que incluyen versiones con ruedas, proporcionan una mayor estabilidad postural y son útiles para aquellos con debilidad muscular o problemas de equilibrio.
Es importante tener en cuenta que la elección de la ayuda adecuada depende de una evaluación detallada de la situación de la persona, que debe ser realizada por profesionales capacitados. Además, el contexto en el que se utilizará el dispositivo, la capacidad de mantenimiento y la facilidad de uso son aspectos fundamentales a considerar. La accesibilidad a tecnologías avanzadas, el costo de los dispositivos y la capacitación en su uso adecuado también son factores clave para garantizar su efectividad a largo plazo.
Además de elegir el dispositivo adecuado, es esencial que las personas que lo usen reciban entrenamiento para maximizar su funcionalidad y prevenir posibles riesgos. No todos los dispositivos son adecuados para todas las personas, y un equipo de rehabilitación multidisciplinario puede proporcionar recomendaciones específicas según las necesidades físicas, cognitivas y emocionales de cada usuario.
¿Cómo se logra la recuperación tras un accidente cerebrovascular y cuáles son los aspectos clave para una rehabilitación efectiva?
El proceso de recuperación después de un accidente cerebrovascular es complejo y varía dependiendo de varios factores, incluyendo la ubicación y la severidad de la lesión, así como el momento en el que se inicia la rehabilitación. La neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para reorganizarse y formar nuevas conexiones, es uno de los mecanismos más importantes que permite la recuperación funcional de los pacientes. Sin embargo, esta recuperación depende en gran medida de la intensidad y el tipo de terapia aplicada. En este contexto, es fundamental entender las diferentes manifestaciones de un accidente cerebrovascular y cómo afectan a la capacidad de la persona para realizar tareas cotidianas.
Uno de los efectos más comunes tras un accidente cerebrovascular es la disfagia, que se refiere a la dificultad para tragar, y dentro de esta, la aspiración silenciosa, que ocurre cuando el alimento pasa por debajo de las cuerdas vocales sin causar señales evidentes de dificultad. Esta condición, aunque no siempre visible, puede causar graves complicaciones respiratorias. Otro trastorno asociado es la disartria, que implica una alteración en la articulación de las palabras, lo que dificulta la comunicación verbal.
Entre los déficits menos comunes pero igualmente significativos en los pacientes de accidente cerebrovascular, se encuentran el heminegligencia y la apraxia. La heminegligencia es un trastorno de la atención que se caracteriza por la incapacidad de percibir o responder a estímulos presentados en el lado opuesto al de la lesión, lo que lleva a que los pacientes ignoren objetos a su izquierda o derecha, dependiendo del hemisferio afectado. En su forma más grave, esto puede provocar accidentes frecuentes debido a la falta de conciencia del lado afectado.
La apraxia, por otro lado, es un trastorno del movimiento voluntario, donde el paciente no puede ejecutar actividades con propósito, aunque conserve la capacidad de moverse, sentir, coordinar y comprender. La apraxia puede manifestarse de varias maneras, como en la apraxia ideomotora, donde la persona no puede realizar un movimiento al ser solicitada, y la apraxia ideacional, en la que no es capaz de coordinar una secuencia de movimientos necesarios para una tarea compleja, como cepillarse los dientes.
Otro trastorno frecuente es la agnosia, que se refiere a la incapacidad para reconocer objetos, sonidos o incluso partes del propio cuerpo, a pesar de que la percepción sensorial sigue siendo funcional. Esto puede incluir agnosia auditiva, donde el paciente no puede identificar de dónde provienen ciertos sonidos, y agnosia visual, donde no puede identificar un objeto a simple vista.
Dentro de los déficits neurológicos, uno de los más devastadores es la hemianopsia homónima, que es una pérdida del campo visual en el mismo lado de ambos ojos, debido a lesiones en las vías visuales retroquiasmáticas, a menudo en el lóbulo occipital. Esto impacta gravemente la capacidad de un paciente para realizar actividades diarias de manera segura.
Los mecanismos de recuperación tras un accidente cerebrovascular incluyen la resolución del edema (hinchazón cerebral), la reperfusión de la penumbra isquémica y la resolución de la diasquisis, que es la pérdida de función en áreas distantes a la lesión inicial debido a la desactivación de neuronas. Además, la neuroplasticidad, o reorganización cortical, juega un papel crucial, permitiendo que otras áreas del cerebro asuman funciones que antes realizaban las áreas lesionadas.
En cuanto a la recuperación funcional, es esencial considerar tanto la mejora en las actividades cotidianas como en la movilidad, ya sea mediante la recuperación de la función perdida o a través de compensaciones o adaptaciones. Este proceso puede continuar incluso después de que la recuperación neurológica haya alcanzado su máximo potencial, especialmente en el caso de las funciones motoras.
El proceso de recuperación sigue un curso temporal que generalmente es más rápido en los primeros tres meses, y aunque puede continuar durante los seis meses posteriores, la tasa de mejora disminuye con el tiempo. En algunos casos, la recuperación puede estancarse, lo que plantea desafíos adicionales para los profesionales de la salud y los pacientes.
En cuanto a la función motora, el modelo de Brunnstrom para la recuperación motora tras un accidente cerebrovascular describe seis etapas, desde la flacidez total de los músculos hasta la restauración completa de la función normal. Es importante destacar que la severidad del accidente cerebrovascular y el potencial de recuperación del paciente determinan la velocidad con la que avanzan a través de estas etapas. Un pronóstico más favorable suele estar asociado con una menor duración de la etapa de flacidez (etapa I).
Para evaluar la severidad del accidente cerebrovascular y el progreso en la rehabilitación, se utilizan diversas escalas, como la Escala Nacional de Insituto de Salud para Accidente Cerebrovascular (NIHSS) y el Índice de Barthel, entre otras. Estas herramientas permiten medir la gravedad de las alteraciones físicas y cognitivas, así como el desempeño en las actividades de la vida diaria.
Un factor fundamental en la rehabilitación es la intensidad de la terapia, ya que a menudo se observa que "más es mejor". Sin embargo, también la especificidad de las tareas y la intervención temprana son cruciales para un mejor resultado. Los entornos enriquecidos también juegan un papel importante, ya que proporcionan a los pacientes una variedad de estímulos que favorecen la plasticidad cerebral.
En la rehabilitación de la extremidad superior, muchas personas sobrevivientes de accidente cerebrovascular presentan debilidad residual que puede ser incapacitante. Aquí, se han mostrado eficaces intervenciones como la terapia de movimiento inducido por restricción (CIMT), que obliga al paciente a usar la extremidad afectada mientras se restringe la extremidad no afectada, y el uso de la terapia asistida por tecnología como la robótica, que intensifica la terapia y proporciona un apoyo dinámico según el progreso del paciente.
En la rehabilitación de la marcha, que es otra área crítica, la entrenamiento en cinta con soporte de peso corporal (BWSTT) y la terapia robótica asistida también han demostrado ser beneficiosos para mejorar la velocidad y la capacidad de caminar de los pacientes.
Es importante recordar que la rehabilitación debe ser individualizada y ajustada según las necesidades específicas de cada paciente, teniendo en cuenta sus capacidades, limitaciones y objetivos. A través de un enfoque intensivo, temprano y adaptado a las necesidades del paciente, las posibilidades de una recuperación funcional significativa aumentan considerablemente.
¿Cómo la rehabilitación post-ictus mejora la recuperación funcional y la calidad de vida?
La rehabilitación post-ictus se centra en intervenciones específicas que buscan restablecer las funciones alteradas debido al daño cerebral. Las estrategias terapéuticas varían según las condiciones que surjan en cada paciente y la severidad de las secuelas. La neurorehabilitación post-ictus debe ser un proceso individualizado que considere tanto las capacidades del paciente como sus limitaciones, así como los recursos disponibles para su tratamiento.
Uno de los primeros pasos en la rehabilitación es abordar el descuido espacial, o negligencia, una condición frecuente después de un ictus, especialmente cuando el daño cerebral afecta al hemisferio derecho. Las estrategias para tratar el descuido incluyen técnicas como el escaneo visual, que consiste en forzar al paciente a explorar de manera sistemática el lado afectado, y el uso de prismas, que desvían los campos visuales hacia el lado afectado, mejorando la conciencia del paciente sobre su entorno. Otras intervenciones, como el uso de parches o gafas hemispaciales, buscan aumentar los movimientos oculares hacia el lado contralateral para mejorar la atención al espacio afectado. Estas técnicas se complementan con estímulos sensoriales y motores que activan la percepción espacial y contribuyen a la reeducación neurológica.
Por otro lado, la disfasia, una alteración en la capacidad para producir o comprender el lenguaje, también requiere una atención específica. En este ámbito, la terapia intensiva de lenguaje y la terapia de entonación melódica han mostrado beneficios, permitiendo que pacientes con daño en áreas cerebrales encargadas del habla puedan recuperar parcialmente su capacidad comunicativa. Además, en algunos casos, se utiliza la comunicación alternativa mediante dispositivos electrónicos o libros de comunicación, lo que facilita la interacción del paciente con su entorno.
El tratamiento de la disfagia, que implica dificultades para tragar, es otro aspecto esencial de la rehabilitación post-ictus. Este trastorno puede poner en riesgo la nutrición y la seguridad del paciente, por lo que las intervenciones incluyen modificaciones dietéticas, como la ingesta de líquidos espesados y alimentos de textura modificada. En casos graves, se recurre a la alimentación enteral. También se utilizan maniobras específicas, como el manido de Mendelsohn, la maniobra de Masako y el tragar supraglótico, que ayudan a mejorar la protección de las vías respiratorias durante la deglución. Además, la estimulación eléctrica neuromuscular de los músculos implicados en la deglución puede ser beneficiosa para mejorar la funcionalidad de esta función vital.
El pronóstico de la recuperación es fundamental para dirigir el proceso rehabilitador. Factores como la edad, la gravedad inicial del ictus y la presencia de comorbilidades afectan directamente el proceso de rehabilitación. El pronóstico funcional de los pacientes puede ser mejorado mediante algoritmos como el PREP2, que predice la recuperación funcional del miembro superior a partir de las primeras semanas del ictus, evaluando variables como el puntaje SAFE, que refleja la fuerza muscular de la abducción del hombro y la extensión de los dedos, o la estimulación magnética transcraneal (TMS), que evalúa la integridad de las vías corticospinales laterales.
Para la rehabilitación de la marcha, el control del tronco es esencial. Pacientes con mayor control del tronco tienen mayores probabilidades de caminar de manera independiente. La evaluación del equilibrio del tronco mediante escalas como la Trunk Impairment Scale (TIS) proporciona datos clave sobre la capacidad de un

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