El manejo de la pancreatitis aguda grave (PAG) en pacientes críticos requiere un enfoque meticuloso y multidisciplinario, dado que esta condición puede desencadenar complicaciones significativas y poner en riesgo la vida del paciente. Una de las primeras intervenciones es la identificación temprana de la enfermedad, a través de los criterios diagnósticos apropiados, tales como niveles elevados de amilasas o lipasas en sangre, y la aparición de dolor abdominal característico. El diagnóstico de gravedad, según la Clasificación Revisada de Atlanta, divide la pancreatitis en tres categorías: leve, moderada y grave. La severidad de la enfermedad depende de la presencia de fallo orgánico y la duración de este fallo, con implicaciones directas en el pronóstico y la mortalidad.
En los casos de pancreatitis aguda grave, es fundamental la identificación precoz de las complicaciones, como la necrosis pancreática infectada o la presencia de colecciones pancreáticas. La intervención quirúrgica o endoscópica puede ser necesaria, especialmente en aquellos pacientes que desarrollan necrosis pancreática infectada, la cual suele requerir drenaje percutáneo guiado por tomografía computarizada (TC) o drenaje endoscópico transluminal. La terapia antibiótica es esencial, con un enfoque en los patógenos más comunes, como las bacterias gramnegativas gastrointestinales (Escherichia coli, Klebsiella pneumoniae, Proteus). El uso de carbapenémicos está recomendado en pacientes gravemente enfermos, mientras que se debe evitar el uso de quinolonas debido a la alta resistencia.
En cuanto a la gestión farmacológica de la pancreatitis, no se recomienda un tratamiento específico, pero la reducción de triglicéridos es clave, especialmente cuando estos superan los 1000 mg/dl. En este caso, se puede utilizar el intercambio terapéutico de plasma (TPE), cuya función es reducir los niveles de triglicéridos por debajo de los 500 mg/dl. Este procedimiento es eficaz para evitar complicaciones como la pancreatitis inducida por hipertrigliceridemia. El TPE implica una serie de intercambios de plasma que reducen la concentración de triglicéridos en la sangre, mejorando el pronóstico del paciente.
La nutrición enteral (EN) se considera superior a la nutrición parenteral (PN) en estos casos, con una recomendación fuerte de iniciar la EN dentro de las primeras 24-48 horas, siempre que el paciente sea capaz de tolerarla. La administración temprana de nutrición enteral ha mostrado beneficios en la reducción de complicaciones y en la mejora de la recuperación clínica, mientras que la PN se reserva para aquellos pacientes que no toleran la EN. A pesar de estos avances, no se recomienda el uso de agentes como la somatostatina o antioxidantes, ya que no han mostrado beneficios clínicos claros en este contexto.
En cuanto a los tratamientos analgésicos, se deben usar con cautela en pacientes con insuficiencia renal aguda (IRA), evitando los antiinflamatorios no esteroides (AINEs) debido a sus efectos renales adversos. Los analgésicos opioides, como la morfina y el fentanilo, son opciones preferidas para el manejo del dolor, con dosificación cuidadosamente ajustada según el estado del paciente.
Además, es fundamental la vigilancia continua de los signos clínicos de sepsis, que pueden ser indicativos de una complicación infecciosa. El aumento de los niveles de proteína C reactiva (PCR) o la presencia de un índice de severidad elevado, como el BISAP, son factores pronósticos importantes. Los criterios de severidad, como los establecidos en el Índice de Severidad de Pancreatitis Aguda (CTSI), el Ranson o la escala APACHE II, deben ser utilizados para evaluar la gravedad y guiar la toma de decisiones terapéuticas.
Es crucial destacar que, aunque el manejo agresivo de la pancreatitis aguda grave es necesario, se deben considerar otros factores como la monitorización de la función renal, el control de la glucosa y el manejo adecuado de las infecciones. La implementación de un protocolo de cuidados intensivos, que incluya soporte respiratorio y cardiovascular, es esencial para optimizar la supervivencia y reducir las complicaciones a largo plazo.
En resumen, el tratamiento de la pancreatitis aguda grave requiere un enfoque multidisciplinario y el uso de intervenciones tempranas, como el drenaje de necrosis infectada y el control de los niveles elevados de triglicéridos mediante TPE. La nutrición enteral temprana y el manejo adecuado del dolor y de las infecciones también juegan un papel crucial en la mejora del pronóstico de los pacientes críticos.
¿Cuáles son los líquidos más adecuados en el tratamiento de pacientes críticamente enfermos?
La elección adecuada de líquidos para la resucitación y el tratamiento de desequilibrios electrolíticos es crucial en la atención de pacientes críticamente enfermos. El tipo de fluido utilizado depende de diversos factores, como la condición clínica del paciente, los tipos de pérdidas y la respuesta hemodinámica. En general, los líquidos cristalinos son los más utilizados en la resucitación, y su composición varía dependiendo de las necesidades específicas del paciente.
En situaciones de resucitación, los líquidos cristaloides que contienen sodio en el rango de 130-154 mmol/L son los más comunes. En este contexto, se recomienda una infusión rápida, típicamente un bolo de 500 ml durante 15-30 minutos. Los líquidos pueden diferir dependiendo de la indicación clínica de la resucitación. En pacientes con sepsis, se utilizan soluciones salinas o cristaloides balanceados. La administración de almidones hidroxietílicos debe evitarse, ya que se ha demostrado que pueden empeorar la respuesta hemodinámica en estos pacientes. En casos graves de shock séptico, la administración de albúmina además de los cristaloides puede ser necesaria cuando el paciente requiere grandes cantidades de líquidos.
En los pacientes con shock hipovolémico traumático, es fundamental el uso de soluciones isotónicas o balanceadas. En estos casos, el uso excesivo de solución salina al 0,9% debe evitarse, ya que puede alterar el equilibrio de electrolitos y aumentar el riesgo de complicaciones renales y pulmonares. En el caso de lesiones cerebrales traumáticas graves, se deben evitar las soluciones hipotónicas como el Ringer lactato, ya que pueden exacerbar el edema cerebral. La administración de albúmina también está contraindicada en estos pacientes, debido al riesgo de aumentar la presión intracraneal.
El tratamiento de la insuficiencia hepática y la lesión renal aguda puede implicar el uso de albúmina al 20% en pacientes con hipovolemia sospechada. Este tipo de fluidos ayuda a mantener la presión oncótica y mejorar la perfusión renal y hepática. En el contexto de quemaduras graves, la solución de Ringer lactato es el fluido de elección, ya que es ideal para la reposición de líquidos según la fórmula de Parkland, especialmente en pacientes con quemaduras extensas.
En pacientes con acidosis metabólica no aniónica, se prefiere el uso de bicarbonato isotónico al 1,3%. Este tipo de solución es útil para corregir el pH en situaciones de acidosis severa. Por otro lado, en la alcalosis metabólica, la solución salina al 0,9% es la opción más adecuada para restaurar el equilibrio ácido-base.
En cuanto a los líquidos de mantenimiento, su objetivo es satisfacer las necesidades diarias de agua, electrolitos y glucosa del paciente. En un paciente adulto, esto generalmente se traduce en una ingesta de 25-30 ml/kg/día de agua, 1 mmol/kg/día de sodio, potasio y cloro, y 50-100 g/día de glucosa. Las soluciones más comunes de mantenimiento incluyen la mezcla de glucosa al 5% con solución salina al 0,2% y potasio añadido. Esta mezcla garantiza el aporte de líquidos y nutrientes esenciales, además de prevenir la cetosis por inanición.
Por otro lado, los fluidos de reemplazo son esenciales para reponer pérdidas externas continuas, como las causadas por diarrea, vómitos, fistulas gastrointestinales, o la fase poliúrica de la insuficiencia renal aguda. La elección del tipo de fluido dependerá del tipo de pérdida. Por ejemplo, las pérdidas por sudoración excesiva o poliuria deben corregirse con un aumento en la tasa de administración de líquidos hipotónicos. Para las pérdidas gastrointestinales, como en el caso de una fístula pancreática o drenaje biliar, se requiere una solución balanceada como el Ringer lactato, que es rica en sodio y puede prevenir el desequilibrio electrolítico.
Es importante también tener en cuenta los protocolos de reposición de electrolitos en pacientes que presentan desequilibrios como hipokalemia, hipomagnesemia, hipofosfatemia e hipocalcemia. En el tratamiento de la hipokalemia, por ejemplo, se recomienda la infusión de potasio a una tasa de 10 mEq/h, con una tasa máxima de 20 mEq/h en situaciones críticas, siempre bajo monitoreo continuo del ECG. En cuanto a la hipomagnesemia, el tratamiento con sulfato de magnesio se realiza lentamente, con una dosis que no debe exceder 1 g/h.
La hipofosfatemia, por su parte, se maneja administrando productos de fosfato, como el K-Phos o Na-Phos, según la concentración de potasio en sangre. Se deben seguir estrictamente las pautas para evitar efectos adversos como la hipocalcemia y arritmias, que pueden ocurrir si se administran fosfatos demasiado rápido. En el caso de la hipocalcemia, el tratamiento involucra la administración de calcio, ya sea en forma de cloruro o gluconato de calcio, dependiendo de la gravedad de la deficiencia.
El manejo adecuado de líquidos y electrolitos es un aspecto fundamental en la terapia de pacientes críticos. La selección de los líquidos adecuados y la dosificación precisa de los electrolitos son esenciales para asegurar una respuesta terapéutica efectiva y minimizar el riesgo de complicaciones.

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