Los activistas desempeñan un papel crucial en la política de partidos, ejerciendo influencia de manera significativa sobre las estrategias y actividades de los candidatos y ocupantes de cargos públicos. Este fenómeno, especialmente visible en los Estados Unidos, se basa en la premisa de que los activistas, al ser una fuente esencial de recursos para los candidatos, pueden imponer limitaciones sobre las decisiones estratégicas de los partidos. La influencia de los activistas se materializa en varios aspectos fundamentales de la política partidaria, especialmente en la forma en que los partidos nominan a sus candidatos, en las posiciones políticas que adoptan, y en la manera en que los movimientos dentro de los partidos pueden catalizar cambios significativos en el electorado.
En primer lugar, el sistema estadounidense, basado en un proceso participativo de nominación, otorga a los activistas una gran influencia sobre la selección de los candidatos. Las primarias y los caucus locales, procesos en los que la participación se limita a los más interesados en la política, hacen que los activistas, que generalmente se identifican con posiciones políticas más extremas que el votante promedio, tengan un poder considerable para elegir a los nominados a la presidencia, al Congreso y a otros cargos públicos. Este poder de influencia no solo se limita a la selección de candidatos, sino que también afecta profundamente las políticas del partido, ya que los activistas tienden a tener posturas ideológicas más puristas, rechazando compromisos pragmáticos en favor de la adherencia estricta a principios ideológicos.
La tendencia de los activistas a seguir posiciones ideológicas más extremas contribuye a la polarización partidaria, pues crea distinciones políticas claras, incluso cuando los líderes del partido prefieren mantenerse en una posición más centrada y estratégica. Además, los activistas tienen un papel esencial en los procesos de cambio dentro de los partidos, ya que son a menudo los catalizadores de la aparición de nuevos temas políticos. Mediante su activismo y sus interacciones con ciudadanos menos comprometidos, ayudan a trasladar el cambio entre las élites políticas a un cambio en las coaliciones del partido a nivel de base.
Un claro ejemplo de este tipo de influencia puede observarse en los activistas evangélicos dentro del Partido Republicano. Los evangélicos, debido a su fuerte devoción religiosa y su membresía en iglesias que exigen un alto nivel de compromiso de sus fieles, tienen una capacidad destacada para movilizarse políticamente. La combinación de pasión religiosa y recursos organizacionales provenientes de iglesias y redes religiosas ha llevado a los evangélicos a desempeñar un papel fundamental tanto en las nominaciones del Partido Republicano como en las campañas electorales generales. Este fenómeno no solo está vinculado a su fervor religioso, sino también a su tamaño y crecimiento dentro de la población estadounidense, lo que les otorga una posición de poder creciente dentro del activismo republicano.
La influencia de los activistas evangélicos sobre la agenda política del Partido Republicano es notable, particularmente en temas de moral y cultura, como el aborto, la homosexualidad y la religión en el espacio público. Gracias a su presión, estos temas han adquirido una prominencia significativa dentro de la plataforma republicana, impulsando al partido hacia una postura más conservadora en estos asuntos. Los activistas evangélicos también se alinean con la postura del partido en cuestiones económicas y de política exterior, abogando por una economía de mercado libre, oponiéndose a un papel amplio del gobierno en el bienestar social, y defendiendo políticas intervencionistas en el extranjero.
Este tipo de activismo también ha contribuido a un tono más combativo y polarizado en la política republicana. La preferencia por principios por encima de compromisos pragmáticos ha llevado a que los activistas evangélicos se opongan firmemente a las negociaciones políticas, percibiendo la política como una lucha entre el bien y el mal, y rechazando cualquier tipo de concesión en sus principios ideológicos. Además, su vinculación con movimientos como el Tea Party refuerza este enfoque conservador y resistente al compromiso, caracterizando su influencia como un factor de radicalización dentro de la política del partido.
Sin embargo, la influencia de los activistas evangélicos parece estar comenzando a declinar. Las tendencias actuales en la religión en EE. UU. —en particular, la disminución de la asistencia a la iglesia y el desinterés de las generaciones más jóvenes por las posturas conservadoras— están afectando la capacidad de los evangélicos para movilizarse de la misma manera que en décadas pasadas. Además, la falta de una organización centralizada como la "Moral Majority" o la "Christian Coalition" ha dificultado la coordinación efectiva de la acción política entre los evangélicos. Por último, los cambios generacionales dentro de la comunidad evangélica han mostrado que los jóvenes son más abiertos a temas progresistas, como los derechos LGBT y la justicia social, lo que podría estar alejando a una parte del electorado evangélico de la política conservadora tradicional.
El declive de los activistas evangélicos podría representar un cambio significativo en el panorama político estadounidense, no solo dentro del Partido Republicano, sino también en la forma en que los partidos en general interactúan con sus bases activistas. Sin embargo, esto no implica que su influencia desaparezca por completo, sino que se transformará de acuerdo con las nuevas realidades sociopolíticas y religiosas del país.
¿Cómo las Subtradiciones Evangélicas Influyen en el Voto?
A lo largo de la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos, el apoyo de los evangélicos a Donald Trump se convirtió en un tema central en el análisis político. Durante las elecciones primarias, varias figuras prominentes dentro del ámbito evangélico se manifestaron en contra de la nominación de Trump, formando lo que algunos denominaron el campamento "Never Trump". Entre los más destacados estaban Russell Moore, Albert Mohler, David French y Max Lucado, este último, conocido por su reticencia a involucrarse en la política, quien calificó a Trump como "demasiado indecente para ser presidente". Por otro lado, otros líderes evangélicos, particularmente aquellos más alineados con las tradiciones bautista fundamentalista y pentecostal, ofrecieron un respaldo incondicional al candidato republicano, incluidos nombres como Jerry Falwell Jr., Franklin Graham y Kenneth Copeland.
Este fenómeno evidenció una división dentro del evangelismo, que no solo estaba marcado por la relación ideológica con el Partido Republicano, sino también por las diversas subtradiciones dentro del movimiento evangélico, cada una con sus características demográficas, religiosas y políticas. Aunque el apoyo a Trump era evidente, los líderes de estas subtradiciones no mostraban unanimidad, lo que sugiere que el evangelismo no es monolítico en sus prácticas y creencias, sino que está compuesto por distintas corrientes internas que afectan tanto su organización como su postura política.
El análisis de los datos, específicamente los proporcionados por el estudio Pew Religious Landscape de 2014, revela que la composición religiosa de cada estado influye significativamente en los resultados electorales. En particular, la relación entre el porcentaje de la población evangélica en un estado y el apoyo a Trump es positiva. Sin embargo, cuando se profundiza en las subtradiciones, los datos muestran diferencias notables. Por ejemplo, los estados con un mayor porcentaje de bautistas fueron los más propensos a apoyar a Trump, lo que refleja una alineación más fuerte con políticas conservadoras. En cambio, los evangélicos no denominacionales, aquellos que no se adscriben a una denominación específica, presentaron una relación más débil con el voto hacia Trump, especialmente cuando se controlaron variables como la raza, el nivel educativo y el desempleo.
Los resultados también sugieren que las subtradiciones evangélicas, al igual que sus diferencias políticas, están influidas por factores demográficos y sociales. La presencia de más evangélicos no denominacionales en un estado podría estar vinculada a un voto menos favorable hacia Trump, especialmente si ese estado tiene una inclinación histórica más liberal o progresista. De hecho, la tendencia a desviarse de patrones electorales anteriores fue más notable en los evangélicos no denominacionales, quienes, por alguna razón, no respaldaron a Trump en la misma medida que lo hicieron con Romney en 2012.
Por lo tanto, la relación entre el voto y la presencia evangélica en los estados no solo refleja una tendencia general, sino también una complejidad interna dentro del propio movimiento evangélico. Las diferencias entre los bautistas, los pentecostales y los evangélicos no denominacionales no son triviales, sino que ofrecen una perspectiva rica sobre cómo las cuestiones políticas específicas, como la inmigración o la educación, pueden generar divisiones internas. Los bautistas, por ejemplo, tienden a tener una postura más negativa hacia la inmigración, mientras que los evangélicos no denominacionales podrían mostrar actitudes más matizadas o incluso divergentes en este tema.
Estos datos demuestran que el fenómeno del evangelismo no debe considerarse como un bloque homogéneo cuando se trata de la política, especialmente en un contexto electoral como el de 2016. Las diferencias entre las subtradiciones, que a menudo se pasan por alto, son cruciales para entender cómo los votantes evangélicos toman decisiones.
¿Cómo se ha convertido "In God We Trust" en un símbolo de nacionalismo cristiano en Estados Unidos?
El lema "In God We Trust" (En Dios Confiamos) ha sido el tema de numerosas discusiones políticas y sociales en los Estados Unidos a lo largo de los años, consolidándose como un símbolo cargado de significados religiosos y patrióticos. Este lema no solo refleja una parte importante de la historia estadounidense, sino que también resalta la lucha continua entre el secularismo y el cristianismo en la esfera pública de la nación.
El origen de esta frase se remonta a 1864, cuando, a petición de un clérigo, el Departamento del Tesoro y la Casa de la Moneda de los Estados Unidos buscaron incluir una referencia a Dios en la moneda del país. Esta iniciativa surgió como una respuesta a la creciente preocupación de que la nación se estaba apartando de sus raíces cristianas. A pesar de que la frase fue propuesta como una manera simbólica de mostrar la relación de Estados Unidos con el cristianismo, no proviene directamente de la Biblia, sino de una estrofa del himno nacional "The Star-Spangled Banner". Fue aprobada por el Congreso, pero no como una obligación, sino como una recomendación para que figurara en la moneda.
La cuestión se reavivó a principios del siglo XX, específicamente durante la presidencia de Theodore Roosevelt, quien propuso eliminar este lema de la moneda estadounidense con el fin de rediseñar la moneda y darle un estilo más cercano al de la antigua Grecia, un modelo clásico que Roosevelt consideraba artístico y digno de una nación moderna. Sin embargo, la oposición de clérigos y de varios sectores religiosos fue tan fuerte que el Congreso, de manera casi unánime, votó en contra de esta propuesta y decidió mantener el lema en la moneda.
El debate sobre el lema subrayó un aspecto importante: para muchos, esta frase era más que un simple símbolo religioso; era una declaración sobre la identidad cristiana de Estados Unidos. En las discusiones en el Congreso, algunos legisladores argumentaron que este lema era una forma de asegurar la supervivencia de la nación, pues su presencia afirmaba un patriotismo cristiano necesario para cualquier república. La noción de que los Estados Unidos eran una nación cristiana y que este lema representaba dicha identidad fue un tema recurrente, especialmente cuando la Guerra Fría puso a la nación en una lucha simbólica contra la Unión Soviética, un Estado ateo.
A lo largo de los años, la frase fue adoptada como un símbolo del patriotismo estadounidense, pero también fue utilizada en respuesta a decisiones judiciales que parecían desafiar la relación entre religión y estado. En la década de 1960, el lema "In God We Trust" fue utilizado para contrarrestar los fallos de la Corte Suprema que prohibían la oración obligatoria en las escuelas públicas. Ante estos fallos, el Congreso reaccionó colocando el lema en el salón de la Cámara de Representantes y proponiendo que se inscribiera en el banco de la Corte Suprema, aunque este último intento no prosperó debido a las objeciones de los jueces sobre cómo alteraría el diseño arquitectónico del tribunal.
La implementación de este lema como el "motto nacional" en los años 50 y 60, aunque no legalmente vinculante, sirvió como una poderosa herramienta en los conflictos culturales que marcaron la era. Los activistas y políticos religiosos usaron esta frase para afirmar la identidad cristiana de la nación, en un contexto donde los valores cristianos eran vistos como opuestos a los del comunismo ateo.
En tiempos más recientes, este lema ha seguido siendo un punto de fricción. Si bien, en 2006, el Senado reafirmó "In God We Trust" como el lema oficial del país, la situación en el ámbito local es mucho más compleja. En muchos municipios y gobiernos locales, las iniciativas para colocar el lema en espacios públicos han sido impulsadas por individuos comprometidos con la idea del nacionalismo cristiano. Un ejemplo de esto es el caso de Jacquie Sullivan, miembro del concejo municipal de Bakersfield, California, quien en 2002 lideró un esfuerzo para que su ciudad mostrara el lema en el edificio de la ciudad. A partir de esta iniciativa, Sullivan fundó una organización sin fines de lucro, "In God We Trust America, Inc.", con el objetivo de promover la adopción del lema en más de seiscientos gobiernos locales en veintinueve estados.
A pesar de estos esfuerzos, la adopción del lema en el ámbito local sigue siendo limitada. Menos del 2% de los gobiernos locales en Estados Unidos han aprobado mostrar este lema, lo que resalta las diferencias políticas y religiosas que persisten en el país. En muchos casos, los políticos locales no ven como prioridad la inclusión de un símbolo religioso en espacios públicos, aunque muchos puedan sentir la presión de las fuerzas conservadoras para adoptar el lema como una manifestación de fe.
La controversia alrededor de "In God We Trust" no solo subraya el debate sobre la relación entre religión y Estado, sino que también plantea preguntas sobre la identidad nacional. En los últimos años, este lema ha sido interpretado por muchos como un símbolo de un cristianismo inclusivo, mientras que otros lo ven como un recordatorio de la profunda división cultural y política que existe en los Estados Unidos en relación con su carácter religioso.
En este sentido, es esencial entender que "In God We Trust" no es un lema neutral. Aunque puede ser interpretado como una expresión general de patriotismo, sus orígenes y su uso a lo largo de los años lo han convertido en un símbolo profundamente ligado al cristianismo y a un tipo específico de identidad nacional. Esto resalta la continua influencia del cristianismo en la política estadounidense y el lugar de la religión en los debates públicos.
¿Cómo influye el estatus económico en las creencias religiosas y las actitudes políticas?
El análisis de la relación entre estatus económico, religión y actitudes políticas muestra una interacción compleja que no puede reducirse a una sola causa. Se ha observado que la posición económica influye significativamente en el conservadurismo, pero no necesariamente en la ortodoxia religiosa. Es decir, las personas más adineradas tienden a ser menos ortodoxas en sus creencias religiosas, pero, paradójicamente, las más conservadoras en cuestiones políticas. Este fenómeno desafía la suposición común de que el conservadurismo religioso y el conservadurismo económico siempre van de la mano.
El papel de la religión en la configuración de las actitudes económicas es multifacético. Las creencias religiosas, la pertenencia a una iglesia y las prácticas religiosas informan las posturas sobre los temas económicos de maneras complementarias pero complejas. La religión influye en las actitudes hacia la economía, no solo en temas como el aborto o los derechos civiles, sino también en cómo se perciben las políticas de redistribución económica y la intervención estatal en el mercado. La investigación ha resaltado la importancia de los factores religiosos fuera de los típicos temas de "guerra cultural", abriendo un espacio para entender cómo las creencias religiosas podrían fomentar una preferencia por políticas de menor intervención económica, especialmente en contextos de justicia social y distribución de la riqueza.
Un ejemplo claro de la interacción entre economía y religión se puede observar en la comunidad de los evangélicos blancos en Estados Unidos. Entre los evangélicos más comprometidos religiosamente, existe un fuerte vínculo entre el conservadurismo económico y la afiliación política al Partido Republicano. Sin embargo, este vínculo no es tan claro en todos los casos, particularmente cuando figuras como el presidente Donald Trump complican las líneas ideológicas. A pesar de las posturas económicas no ortodoxas de Trump, como su rechazo al libre comercio y su apoyo al sistema de salud universal, el 81% de los evangélicos blancos votaron por él en las elecciones de 2016. Esto sugiere que, en este contexto, el voto de los evangélicos podría haber estado más enfocado en temas culturales (como los derechos pro-vida en la Corte Suprema) que en la pura ortodoxia económica.
Este fenómeno refleja una tendencia más amplia, donde las preocupaciones culturales, especialmente en torno a la identidad blanca, parecen eclipsar las cuestiones económicas tradicionales. La postura de "gran gobierno" o "gobierno grande" como un mal necesario solo cuando ofrece beneficios a los "no merecedores" se vuelve central en la retórica política, creando una disonancia con las políticas económicas conservadoras clásicas. La ideología económica de los evangélicos parece estar menos centrada en una doctrina económica clara y más influenciada por narrativas políticas que combinan economía con identidad cultural.
De esta forma, la lealtad de los evangélicos blancos hacia el Partido Republicano no solo responde a una afinidad con el conservadurismo económico, sino también a una visión cultural y de identidad que se vincula estrechamente con su interpretación de la religión. Las políticas de redistribución económica y la intervención estatal en la economía son vistas a menudo a través del lente de la moralidad religiosa y el temor al cambio social que puede amenazar su visión tradicional del orden.
Es esencial entender que la complejidad de la política religiosa no se reduce a una única dimensión. La interacción entre religión y política no solo responde a cuestiones de moralidad, sino también a cuestiones profundamente económicas. Las actitudes hacia el gobierno, la redistribución y el libre mercado son a menudo influenciadas por una cosmovisión religiosa que va más allá de la ortodoxia teológica. De hecho, el conservadurismo religioso en muchos contextos actuales puede entenderse mejor no solo como una postura teológica, sino también como una respuesta a los temores económicos y sociales que dominan la política moderna.
Además, en este contexto, es importante que el lector comprenda que los votantes religiosos, en particular los evangélicos, no son un bloque monolítico. Las diferencias internas dentro de esta comunidad, especialmente entre los más devotos y aquellos menos comprometidos, pueden dar lugar a variaciones en las prioridades políticas y económicas. La convergencia entre economía y religión en los evangélicos blancos es, por tanto, un fenómeno que debe analizarse en múltiples niveles, incluyendo factores sociales, económicos y culturales. Este análisis permite una comprensión más matizada de por qué ciertos grupos adoptan posturas aparentemente contradictorias, como el apoyo a un líder político con políticas económicas poco convencionales pero una firme defensa de valores culturales conservadores.

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