El apoyo ferviente a Donald Trump no es un fenómeno único ni reciente; representa una corriente más amplia que recorre diversas regiones del mundo, desde Filipinas hasta Brasil, pasando por Europa, Turquía y Estados Unidos. Los seguidores de Trump, aunque diversos en muchos aspectos, comparten un conjunto de características que permiten entender su postura política y cómo se inserta en un patrón de apoyo a líderes autoritarios y populistas. La ideología que sustenta este apoyo no es un mero capricho o una reacción temporal a eventos concretos, sino una visión profundamente arraigada sobre lo que significa proteger a la nación y sus valores frente a lo que consideran amenazas externas.
En el núcleo de este apoyo se encuentra la creencia de que la tarea más noble y esencial del ser humano es proteger a la familia, la cultura, el país y la identidad frente a lo que perciben como amenazas que provienen del exterior. Esta visión no se limita a una preocupación por lo que sucede fuera de sus fronteras, sino que se extiende a quienes, aunque viven dentro del país, son percibidos como fuerzas que socavan la unidad y la seguridad del núcleo cultural y social dominante. Esta división entre "insiders" (dentro) y "outsiders" (fuera) se convierte en el eje central de sus preocupaciones.
Para los seguidores de Trump, los "insiders" son aquellos que pertenecen a la etnia, religión y lengua dominante del país, aquellos que históricamente han definido el "ser" nacional. En cambio, los "outsiders" son aquellos que no pertenecen a este núcleo: inmigrantes, personas de distintas razas, religiones o costumbres, y aquellos que abogan por políticas que favorecen a estos grupos percibidos como ajenos. Para los más radicales dentro de este grupo, la inclusión de estos "outsiders" en la sociedad es vista como una amenaza directa a la estabilidad y seguridad del país.
Este sentimiento de amenaza se intensifica por diversas razones, siendo una de las más prominentes el temor a la "sustitución" cultural o racial. Existe un temor generalizado entre los seguidores de Trump a que los valores tradicionales, la lengua y la cultura del país se diluyan o incluso desaparezcan debido a la inmigración masiva y la integración de otras culturas. Este miedo se conecta estrechamente con el nacionalismo, la protección de la identidad nacional y la sensación de que el país debe ser preservado tal como es, libre de influencias externas que podrían cambiar su esencia.
Es importante resaltar que esta postura no solo está vinculada a las cuestiones raciales o culturales, sino también a las políticas públicas. La preferencia por políticas restrictivas en cuanto a inmigración, defensa nacional y control de la criminalidad se alimenta de esta misma visión de seguridad y protección. Para los seguidores de Trump, políticas como la reducción del gasto en bienestar social o la oposición a los tratados internacionales y organizaciones supranacionales son medidas esenciales para asegurar que el país mantenga su integridad frente a lo que consideran amenazas externas.
Sin embargo, esta visión también se ve reflejada en la forma en que estos seguidores perciben a aquellos que se oponen a estas políticas. Aquellos que abogan por políticas inclusivas o que critican el pasado del país son vistos no solo como ajenos, sino como traidores a la causa del "bien común" del país. Los seguidores de Trump tienden a ver a estas personas como parte de un "nosotros contra ellos" donde el "nosotros" está compuesto por quienes defienden la unidad, la cultura y la tradición nacional, mientras que "ellos" son los que buscan alterar ese equilibrio.
El fenómeno del apoyo a Trump, en su contexto global, debe ser entendido como una manifestación de una profunda inquietud por la identidad y la seguridad del país frente a un mundo globalizado que, para muchos, representa una amenaza constante. La división entre insiders y outsiders, aunque drásticamente simplificada, actúa como un mecanismo que permite a los seguidores de Trump darle sentido a un mundo percibido como caótico y amenazante. Esta división es la base de muchas de las políticas populistas que han surgido en los últimos años, donde la respuesta no está en la búsqueda de consenso, sino en la reafirmación de las identidades percibidas como "autóctonas" y "auténticas".
A lo largo de los años, esta ideología ha encontrado eco no solo en los Estados Unidos, sino en diversas partes del mundo, lo que refleja un patrón global de populismo y autoritarismo. Es necesario entender que estos movimientos no nacen de la nada, sino que son el resultado de una acumulación de frustraciones, miedos y una percepción de que las instituciones democráticas ya no representan verdaderamente los intereses de quienes se consideran "verdaderos" ciudadanos. La persistencia de este tipo de apoyo en el futuro, incluso después de la salida de figuras como Trump, asegura que las tensiones en torno a la identidad, la cultura y la política global seguirán siendo elementos centrales del debate político en los años venideros.
¿Cómo influyen las experiencias en la formación de actitudes políticas y sociales?
Las experiencias vividas, especialmente aquellas que perduran en el tiempo, juegan un papel crucial en la conformación de las actitudes políticas de las personas, generando ansiedad y contribuyendo a la creación de dogmas y a la intolerancia. La obra de Adorno et al. (1950) y la evolución del concepto de autoritarismo de derecha, en el que se destacan elementos como la agresividad, el convencionalismo y la sumisión, es fundamental para comprender cómo ciertos individuos desarrollan tendencias que los orientan hacia posturas rígidas y extremas en términos políticos.
El autoritarismo de derecha (RWA por sus siglas en inglés), en su forma más básica, puede ser visto como una predisposición a aceptar y defender normas sociales tradicionales, lo que se traduce en una actitud defensiva ante lo que se percibe como una amenaza de cambio. En esta perspectiva, lo desconocido y lo extranjero suelen ser vistos como una amenaza a la estabilidad social, llevando a muchos a desarrollar actitudes de hostilidad hacia los "forasteros". Estos individuos, a menudo, adoptan posturas que refuerzan la jerarquía social preexistente, defendiendo la idea de que ciertos grupos deben ocupar posiciones subordinadas dentro de la estructura social.
Por otro lado, conceptos como la Dominación Social (SDO por sus siglas en inglés) presentan una dimensión distinta, aunque relacionada. Mientras que RWA se enfoca principalmente en la defensa de las normas y la jerarquía social existente, SDO enfatiza la percepción de que las desigualdades sociales son inevitables y naturales. Las personas que se alinean con esta perspectiva tienden a ver la lucha por la igualdad como algo innecesario o incluso perjudicial. A lo largo de las décadas, la investigación sobre estos temas ha mostrado que estas ideologías no solo están vinculadas con actitudes políticas específicas, sino que también tienen una fuerte base emocional y cognitiva, como señala Duckitt et al. (2002). De hecho, el énfasis en la jerarquía de grupos dentro de la sociedad es un aspecto distintivo entre el autoritarismo de derecha y las tendencias hacia la dominación social.
En los últimos estudios, se ha argumentado que agresividad, convencionalismo y sumisión no son solo elementos interrelacionados, sino dimensiones distintas que pueden ser medidas y observadas independientemente. Sin embargo, la conexión de estas características con la ideología política sigue siendo un tema de intenso debate. La tendencia a asumir que estas actitudes derivan de la experiencia personal temprana, particularmente en lo que respecta a la crianza de los hijos, ha sido explorada por varios autores como MacWilliams (2016), aunque se reconoce que estas no son causas directas, sino más bien indicadores de un entorno social que favorece ciertas predisposiciones.
La ansiedad, en este contexto, juega un papel crucial. La forma en que una persona responde a la incertidumbre y la inseguridad tiene un impacto profundo en su capacidad para manejar situaciones de cambio y diversidad. En este sentido, los securitarianos, aquellos que defienden posturas rígidas frente a las amenazas percibidas, muestran una marcada preferencia por la estabilidad y la previsibilidad, a menudo a costa de la empatía hacia los demás. Este enfoque hacia la seguridad y la defensa del "nosotros" frente a los "otros" resalta un fenómeno social importante: la formación de una identidad colectiva que puede ser profundamente excluyente.
La relación entre el autoritarismo de derecha y las actitudes hacia la igualdad social también revela una importante paradoja. Mientras que los defensores de la jerarquía tienden a ser reacios a las políticas que promueven la igualdad, este rechazo no siempre se basa en una falta de preocupación por los demás, sino en la creencia de que las diferencias sociales son inmutables y, por lo tanto, cualquier intento de corregirlas es visto como una amenaza al orden social establecido. En este sentido, los trabajos de Duckitt y Sibley (2009) y otros autores recientes sobre la justificación del sistema subrayan que la defensa de las estructuras sociales existentes puede estar motivada tanto por razones ideológicas como por una necesidad psicológica de reducir la incertidumbre y la ansiedad.
La influencia de la ansiedad y el miedo no solo se limita a la política. Estos factores también pueden afectar las actitudes hacia el mundo en general, ya que las personas que se sienten inseguras o amenazadas son más propensas a adoptar posturas conservadoras y autoritarias. Este fenómeno es evidente en las respuestas emocionales hacia los inmigrantes, los grupos minoritarios y las diferencias culturales, donde los temores sobre el cambio pueden convertir la incertidumbre en una justificación para la discriminación y la exclusión.
Además, es relevante considerar que el contexto cultural y social en el que una persona vive tiene un impacto significativo en la formación de sus actitudes políticas. El entorno familiar, la educación, y las interacciones sociales son factores que también influyen en la construcción de estas posturas. La investigación sobre la socialización política ha demostrado que las actitudes autoritarias pueden ser reforzadas por modelos de crianza que enfatizan la obediencia y el respeto ciego a la autoridad.
En cuanto a los avances en la comprensión de las actitudes políticas, se ha demostrado que el enfoque tradicional de estudiar solo las inclinaciones ideológicas puede ser insuficiente para comprender las complejas dinámicas psicológicas que subyacen a estos comportamientos. Las investigaciones actuales han ampliado esta visión, incorporando teorías sobre la personalidad, las emociones y la cognición. Por ejemplo, estudios sobre el comportamiento facial y las expresiones emocionales en relación con las creencias políticas han revelado que los conservadores tienden a mostrar menos expresividad emocional que los liberales, lo que sugiere una diferencia fundamental en cómo ambos grupos procesan las emociones y las situaciones sociales.
Es importante también reflexionar sobre cómo las ideologías autoritarias pueden generar un ciclo de retroalimentación. Las personas que adoptan posturas rígidas suelen buscar entornos que refuercen estas creencias, creando comunidades homogéneas que dificultan el contacto con ideas y valores diferentes. Este aislamiento puede intensificar las percepciones de amenaza y, a su vez, reforzar las actitudes de rechazo hacia lo "extraño" o lo "nuevo".

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