Existen diferencias notables en la afiliación política e ideología de los inmigrantes estadounidenses, dependiendo de su fecha de llegada y el contexto político en el que se integraron. Por ejemplo, los vietnamitas-estadounidenses que emigraron a mediados de la década de 1990 y más tarde tendían a identificarse más con el Partido Demócrata o a ser independientes, en comparación con las primeras olas de inmigrantes. Mientras que los inmigrantes asiáticos mayores, que eran en su mayoría anticomunistas, solían ser republicanos, los vietnamitas-estadounidenses de segunda y tercera generación muestran una inclinación más moderada o liberal.
En el condado de Orange, los latinos constituyen ahora más de un tercio de la población, mientras que los asiático-estadounidenses superan el 20%, según un análisis del Public Policy Institute de California. Los nuevos residentes y los más jóvenes tienden a ser demócratas o independientes con inclinación demócrata. En 2016, el candidato demócrata para la presidencia ganó el condado de Orange por primera vez en 80 años. Este nuevo perfil del condado es claramente contrario a Trump, con votantes más jóvenes y liberales en cuestiones sociales y medioambientales, que rechazan el mensaje de Trump. Por otro lado, los republicanos más antiguos y establecidos de California son menos susceptibles al atractivo de las figuras mediáticas. La reforma fiscal de 2017, que imponía un límite a las deducciones por hipoteca e impuestos sobre la renta, también pareció ser especialmente punitiva para los residentes más ricos.
En cuanto a la afiliación partidaria, el distrito electoral que ha sido tradicionalmente republicano (según informes del Cook Political Report y otros analistas), experimentó una caída notable en el registro de votantes republicanos para las elecciones de 2016. Al mismo tiempo, se observó un modesto aumento en el número de demócratas e independientes (sin preferencia de partido). Estos cambios no hubieran sido preocupantes, si no fuera porque Clinton obtuvo más votos que Trump en el distrito, con un 47,9% frente al 46,2%. Este resultado podría explicarse simplemente por un sentimiento anti-Trump, si se considera como una anomalía aislada. Sin embargo, los demócratas aprendieron varias lecciones de la reelección estrecha de Darrell Issa en el distrito vecino del 49.º en 2016. Ese distrito, que también parecía ser sólidamente republicano, mostró que Clinton superó a Trump y Issa ganó por un margen estrechísimo en una de las contiendas más cerradas del país.
El panorama político, particularmente en tiempos de Trump, mostró que los votantes independientes en California están votando como si fueran demócratas. De hecho, la campaña de 2016 reveló algunos indicios de cómo podrían desarrollarse las campañas en distritos similares. Algunos comentaristas señalaron la ineptitud de la campaña de Issa, lo que podría indicar que otros veteranos del Congreso podrían tropezar si se enfrentan a un desafío fuerte por primera vez en años. La presencia de un candidato novato también mostró que los nuevos candidatos podrían obtener resultados igualmente buenos, si no mejores.
Dana Rohrabacher, un republicano conocido por su imagen algo excéntrica y su enfoque laissez-faire en la política, fue uno de los representantes más longevos de California, aunque su enfoque crítico del gobierno y su estilo informal lo hacían impopular entre ciertos sectores. Rohrabacher, nacido en 1947 y criado en el sur de California, destacó por su actitud relajada hacia la política, y se hizo famoso por su relación con Ronald Reagan y sus políticas en el extranjero durante la Guerra Fría. A lo largo de su carrera, Rohrabacher nunca abandonó su carácter peculiar de “surfista republicano”, el cual le permitió conectar con un electorado que valoraba la autenticidad, pero también le valió críticas por su estilo poco convencional.
A pesar de que Rohrabacher defendió principios conservadores durante su carrera, su visión del mundo estuvo profundamente marcada por los eventos de la Guerra Fría, lo que lo llevó a ser un crítico feroz del comunismo. Su enfoque de política exterior estuvo alineado con el de Reagan, centrado en la privatización económica y una postura belicista. Durante su tiempo en la Cámara de Representantes, promovió fuertemente la importancia de un programa espacial innovador y un nacionalismo defensivo.
Es fundamental comprender que en los distritos como el 48.º de California, las inclinaciones políticas pueden ser influenciadas por factores muy variados: desde la llegada de inmigrantes recientes hasta el impacto de políticas de figuras como Trump. Las generaciones más jóvenes, que nacieron o crecieron en este contexto, tienden a tener una visión más liberal y globalizada, reflejada en su apoyo por temas como la justicia social, la protección medioambiental y los derechos humanos. Este cambio de perspectiva, que a menudo pasa desapercibido en análisis superficiales, está remodelando la política estadounidense, creando una brecha entre las generaciones más antiguas, que a menudo se sienten atrapadas por su identidad conservadora, y los más jóvenes, que ya no se sienten tan atados a las estructuras tradicionales de poder.
¿Cómo se ganó el Distrito 26 de Florida en una contienda marcada por ataques, dinero externo y estrategias precisas?
La contienda por el Distrito 26 de Florida fue una de las más reñidas y estratégicamente significativas de las elecciones legislativas de 2018 en Estados Unidos. En este distrito, que abarca desde Miami hasta Key West y que Hillary Clinton había ganado en 2016, el demócrata Debbie Mucarsel-Powell desafió al congresista republicano Carlos Curbelo, un incumbente moderado con alta notoriedad pública. La carrera no solo fue determinada por los candidatos, sino también por la intensidad del gasto externo, las tácticas negativas y la movilización del electorado.
Desde el inicio, Curbelo lideraba las encuestas con márgenes entre 5 y 7 puntos porcentuales, beneficiado por su reconocimiento y una imagen favorable. En contraste, Mucarsel-Powell era una figura poco conocida para la mayoría de los votantes. Sin embargo, las encuestas comenzaron a cerrarse cuando se incluyó información biográfica sobre ella, lo cual subraya la importancia de la narrativa personal en campañas políticas. A medida que avanzaba el año, y especialmente en septiembre, distintas encuestas comenzaron a mostrar una carrera empatada o incluso una leve ventaja para Mucarsel-Powell. Una combinación de factores metodológicos —como el orden de las preguntas sobre políticas antes de preferencias de voto— y el sesgo natural de los encuestadores, particularmente en sondeos financiados por actores con intereses definidos, influyeron en las percepciones del electorado.
Ambas campañas contaron con recursos considerables y un ejército de voluntarios que cubrían un territorio extenso y diverso. Pero la clave estuvo en el enfoque temático: los demócratas, conscientes de la sensibilidad del tema, concentraron su mensaje en el sistema de salud. Atacaron a Curbelo por su voto para eliminar Obamacare, invirtiendo más de un millón de dólares semanales en publicidad relacionada con la salud. El Comité de Campaña Demócrata del Congreso (DCCC) gastó $7.2 millones en contra de Curbelo, la mayor suma invertida en cualquier distrito del país. La consistencia en el mensaje sobre salud pública fue fundamental para conectar con votantes indecisos y movilizar a la base.
Los republicanos, por su parte, intentaron vincular a Mucarsel-Powell con figuras de la izquierda nacional como Nancy Pelosi y Barbara Lee. En uno de los ataques más agresivos, la relacionaron indirectamente con un oligarca ucraniano a través de negocios de su esposo, además de incluir imágenes de líderes extranjeros como el Ayatolá Jamenei y figuras demócratas con escándalos. El mensaje visual y verbal fue calculadamente sombrío: “Dinero oscuro, personajes oscuros”, buscando sembrar dudas sobre su credibilidad y patriotismo. Mucarsel-Powell reaccionó rechazando una donación de $5,000 asociada a un demócrata acusado de conducta sexual inapropiada, mientras Curbelo también tuvo que devolver fondos ligados a un escándalo similar. Ambos candidatos enfrentaron así el dilema ético del financiamiento político en tiempos de vigilancia ciudadana.
A nivel personal, Curbelo intentó distanciarse del presidente Trump, criticando su protagonismo mediático y su impacto negativo en los distritos suburbanos. Sin embargo, el ruido generado por Trump hizo difícil esa separación. Irónicamente, Curbelo superó en votos al propio candidato a gobernador republicano alineado con Trump, Ron DeSantis, dentro del distrito. Pero esa ventaja no fue suficiente para contrarrestar la ola demócrata.
El único debate entre ambos candidatos fue una muestra de la creciente polarización: los ataques personales dominaron sobre las discusiones sustantivas. Aun así, más allá del espectáculo político, lo que pesó fue la persistencia del mensaje, la claridad en la narrativa y la inversión en medios. El resultado final fue una victoria ajustada para Mucarsel-Powell con un 50.9% frente al 49.1% de Curbelo —una diferencia de apenas 4,109 votos.
El triunfo de Mucarsel-Powell no solo fue simbólicamente relevante al convertirse en la primera ecuatoriana-estadounidense en el Congreso, sino también estratégicamente poderoso: obtuvo un puesto en el Comité Judicial de la Cámara, clave para influir en temas como armas e inmigración. La planificación demócrata fue meticulosa: evitaron primarias divisorias, canalizaron fondos de forma estratégica, y concentraron el discurso en el tema con mayor resonancia emocional para los votantes: la salud.
Tras la derrota, Curbelo reconoció abiertamente el peso abrumador del dinero externo y la efectividad de los anuncios negativos. Admitió que muchos votantes de última hora votaron en línea recta por el partido demócrata, impulsados más por el clima político nacional que por las diferencias locales. Incluso adoptando posturas moderadas y criticando a Trump, el entusiasmo y la organización demócrata fueron más determinantes.
Este distrito, identificado rápidamente por los republicanos como objetivo prioritario para recuperar en 2020, simboliza la volatilidad electoral de zonas en transición política. El activismo local, la coordinación nacional y las condiciones socioemocionales del electorado determinarán su futuro. Pero la elección de 2018 dejó claro que la claridad del mensaje, la inversión estratégica y la movilización precisa pueden derrotar incluso a candidatos bien posicionados.
Es importante entender que las campañas modernas, lejos de ser solo competencias de ideas, se han convertido en batallas narrativas donde el control del mensaje y la percepción pública valen tanto como las propuestas. El reconocimiento del nombre, la identidad visual, la forma en que se cuenta una historia personal, y el timing con que se moviliza a los votantes flotantes son elementos decisivos. La política no es solo ideología: es también técnica, marketing y, sobre todo, emoción.
¿Cómo la estrategia de Beto O'Rourke redefinió las elecciones al Senado de Texas?
Beto O'Rourke, durante su campaña para el Senado de los Estados Unidos en 2018, se destacó no solo por su estilo único de hacer política, sino también por su capacidad para crear una narrativa de representación popular que rompía con las convenciones establecidas. A lo largo de tres congresos, O'Rourke presentó 75 proyectos de ley y enmiendas en una variedad de temas, que iban desde la transparencia en los procesos de arbitraje hasta la protección de los DREAMers, la seguridad en la frontera y los límites de los mandatos. Sin embargo, su enfoque más destacado fue el relacionado con la salud de los veteranos, área en la que había trabajado de manera significativa debido a su pertenencia al Comité de Asuntos de Veteranos.
Uno de los momentos más relevantes de su carrera legislativa fue el acto en el que, como parte de la oposición al Congreso, transmitió en vivo una manifestación dentro de la Cámara de Representantes contra la negativa del presidente Paul Ryan de considerar una legislación sobre el control de armas. Este tipo de actos lo colocó en el centro de atención mediática, y a través de redes sociales mostró su capacidad para involucrar a la gente y crear movimientos a partir de una participación directa y auténtica.
Su campaña para el Senado de Texas no solo se vio marcada por su enfoque en temas nacionales como la inmigración y la reforma sanitaria, sino también por un mensaje claro de rechazo hacia las contribuciones de los PACs (Comités de Acción Política), al mismo tiempo que se comprometió a realizar una política directa basada en las interacciones con los votantes. A diferencia de muchos políticos en territorios republicanos que suavizan sus posturas sobre temas sociales, O'Rourke abrazó públicamente posturas progresistas, incluso en temas como el control de armas, los derechos LGBTQ, el aborto y la reforma de drogas.
Un aspecto fundamental de su campaña fue su mensaje sobre la representación democrática. Al considerar la relación entre el representante y sus votantes, O'Rourke se comprometió a recorrer todo el estado, organizando más de 300 reuniones en pueblos y ciudades, en una serie de eventos a pie de calle que lo hacían accesible para la gente. Su mensaje de "No PACs, solo personas" se destacó por mostrar un contraste con sus opositores, especialmente con Ted Cruz, quien representaba un modelo más tradicional de financiamiento electoral y contacto con los votantes.
Además, el tema de la inmigración fue central en la campaña, especialmente en un contexto donde la retórica de Donald Trump sobre la inmigración ilegal se intensificaba. O'Rourke defendió una plataforma liberal que incluía la desmilitarización de la frontera, la aprobación del DREAM Act, y un enfoque humanitario hacia los solicitantes de asilo. Esta postura contrastaba fuertemente con la del senador Ted Cruz, quien defendía medidas más restrictivas. A lo largo de la campaña, O'Rourke también logró posicionarse como un defensor de los inmigrantes, particularmente de los DREAMers, y buscó subrayar la importancia de un sistema migratorio que "reflejase nuestros valores".
La estrategia de O'Rourke no solo se limitó a los discursos y las políticas. Usó las redes sociales con destreza para crear una imagen auténtica y cercana. Por ejemplo, un video donde O'Rourke montaba un monopatín durante un evento de campaña se viralizó rápidamente, mostrando un lado más relajado y accesible del candidato. Esta estrategia de "marketing personal" fue clave para construir una conexión emocional con su audiencia, especialmente con los votantes jóvenes. Un ejemplo claro de esta conexión fue un video que alcanzó más de 170,000 retweets en menos de 48 horas, un testimonio de la capacidad de O'Rourke para generar un impacto viral.
Si bien O'Rourke centró su mensaje en cuestiones sociales y democráticas, su postura sobre temas de importancia nacional, como el respeto a la bandera y el derecho a la protesta, también atrajo la atención. En un debate sobre el acto de arrodillarse durante el himno nacional, O'Rourke defendió firmemente el derecho de los jugadores de la NFL a protestar, citando la lucha por los derechos civiles como una de las bases de su postura. Esta respuesta se convirtió en uno de los momentos más destacados de su campaña, consolidando su imagen como un defensor de la libertad de expresión y los derechos civiles.
Es crucial destacar que, más allá de las estrategias específicas de campaña, O'Rourke simbolizó un cambio en la forma de hacer política en Texas. Su enfoque inclusivo, su rechazo a los intereses especiales y su énfasis en la participación directa con los votantes de todos los sectores de la sociedad tejana marcaron un contraste notable con la forma de hacer política de sus opositores. Aunque no logró ganar la elección, su campaña dejó una huella importante en el panorama político de Texas, y se puede considerar un modelo de cómo una candidatura puede movilizar a una base amplia de votantes a través de una política de transparencia, cercanía y mensaje auténtico.
Es importante entender que la campaña de O'Rourke no solo fue un enfrentamiento entre candidatos, sino un reflejo de las tensiones culturales y políticas más amplias que definen a Texas en el siglo XXI. En un estado históricamente conservador, O'Rourke se presentó como una figura que representaba la nueva cara de la política, alineada con una población joven, diversa y progresista. Sin embargo, su éxito o fracaso también depende de la percepción de que el cambio es posible, y de la capacidad de conectar con los votantes más allá de las divisiones partidarias tradicionales.
¿Puede realmente ganar un candidato progresista en Texas?
Los resultados de las elecciones al Senado en Texas en 2018 ofrecen tanto respuestas como nuevas preguntas sobre el futuro político del estado. El desempeño de Beto O’Rourke, aunque insuficiente para arrebatar el escaño a Ted Cruz, fue revelador: demostró que un hombre abiertamente liberal puede, al menos en un futuro cercano, competir de manera seria en un bastión históricamente conservador. No sólo rompió récords de recaudación, sino que lo hizo con una plataforma ideológica que, años atrás, habría sido impensable para un candidato demócrata con aspiraciones reales en Texas.
Pero una campaña sólida es apenas la mitad de la batalla. Texas continúa siendo un estado con una participación electoral crónicamente baja, y donde el partido mayoritario tiene claros incentivos estructurales para preservar ese statu quo. La cuestión no es únicamente si los liberales pueden ganar en Texas, sino si lograrán sortear los crecientes obstáculos institucionales que dificultan cualquier intento de cambio. El diseño de distritos electorales, las leyes sobre el acceso al voto y las estructuras partidarias tradicionales aún ejercen un control firme sobre el comportamiento electoral.
La campaña de O’Rourke también reveló el poder de la narrativa y la imagen pública en un contexto de hipermediatización. Su estrategia digital, particularmente su presencia en redes sociales como Facebook, le permitió conectar con votantes jóvenes y urbanos. Sin embargo, esta táctica fue insuficiente para contrarrestar la movilización conservadora, alimentada en gran parte por la retórica nacional del entonces presidente Trump. La polarización ideológica fue no sólo evidente, sino también catalizada por campañas que utilizaron el miedo y la identidad como herramientas de movilización.
Mientras tanto, el perfil de los votantes texanos también comienza a transformarse. Las proyecciones demográficas apuntan a un crecimiento continuo de las poblaciones urbanas, latinas y jóvenes—segmentos que tienden a inclinarse hacia posiciones más progresistas. Sin embargo, este cambio demográfico aún no se traduce necesariamente en poder político efectivo, debido en parte a las barreras de participación y representación. El sistema político texano sigue siendo eficaz en absorber, diluir o reorientar esa energía hacia estructuras que perpetúan el equilibrio actual.
El entorno institucional de Texas presenta una complejidad que trasciende el carisma de candidatos como O’Rourke. Las elecciones de 2018 también mostraron cómo, a nivel nacional, los demócratas lograron avances considerables en la Cámara de Representantes, pero fracasaron en alterar el equilibrio en el Senado. La llamada “ola azul” fue, en realidad, una cresta con fuerza limitada, contenida por diques partidistas que protegieron a figuras como Cruz. En este contexto, la elección texana simboliza tanto el potencial de cambio como la persistencia del arraigo conservador.
El papel de Trump fue ineludible. Su presencia marcó la campaña como una sombra omnipresente, amplificando las divisiones existentes. Su retórica inflamatoria, centrada en la inmigración y el nacionalismo cultural, no sólo movilizó a su base, sino que obligó a candidatos republicanos, como Cruz, a alinearse con su discurso. Este fenómeno refuerza una dinámica en la que las campañas se definen menos por los problemas locales y más por una guerra cultural nacionalizada, donde Texas sirve como escenario de alto voltaje.
Lo que debe entender el lector es que, más allá de las personalidades y los momentos electorales específicos, el caso de Texas en 2018 representa un laboratorio de transición política. La creciente diversificación del electorado, el papel cambiante de los medios y la lucha por el acceso equitativo al proceso democrático conforman una trama compleja que no se resolverá en una sola elección. Para que un candidato progresista pueda no sólo competir, sino ganar y gobernar en Texas, será necesario algo más que carisma o fondos: se requerirá una reconfiguración estratégica profunda, capaz de penetrar en los bastiones rurales, reorganizar alianzas suburbanas y desmontar barreras estructurales que han sido cuidadosamente construidas para resistir precisamente ese tipo de cambio.
¿Cómo las Tendencias Partidarias en Distritos Suburbanos y Rurales Modelan las Elecciones Congresionales?
En los estados occidentales en proceso de evolución demográfica como Nevada y Arizona, donde los latinos constituyen una porción cada vez más significativa del electorado, los demócratas lograron arrebatar escaños en el Senado a los republicanos. Estos avances se produjeron en su mayoría en distritos suburbanos cercanos a grandes ciudades o en áreas urbanas de tamaño medio, con poblaciones superiores a los 200,000 habitantes. Sin embargo, algunos distritos en su mayoría rurales, como el 2° Distrito de Maine, el 2° Distrito de Nuevo México y los distritos 19 y 22 de Nueva York, también fueron testigos de cambios partidarios, aunque estos se dieron en regiones donde el Partido Republicano ha ido perdiendo terreno durante décadas.
Este fenómeno de "realineamiento" está presente especialmente en el noreste de Estados Unidos, donde los demócratas han llegado a dominar la política de la región. En Nuevo México, el gran porcentaje de población hispana juega un papel fundamental en la explicación del éxito demócrata. Por el contrario, los republicanos obtuvieron algunos escaños en la Cámara mediante la redistribución de distritos, como en el caso del 14° Distrito de Pensilvania (aunque también perdieron algunos escaños en otros lugares del estado), así como en dos distritos rurales de Minnesota, cuyos centros urbanos tienen menos de 125,000 habitantes.
La división histórica entre las áreas urbanas y rurales parece estar consolidándose, mientras que los demócratas logran volverse más competitivos en los distritos suburbanos y ciudades medianas que históricamente han favorecido a los republicanos durante más de 20 años.
En el contexto de las elecciones intermedias de 2018, el impacto de la figura de Donald Trump sobre los comicios proporcionó evidencia sustancial de que la política congresional continúa nacionalizándose. A pesar de que los temas nacionales vinculados al presidente fueron generalmente prominentes en las elecciones de 2018, estos temas variaron considerablemente de un distrito a otro, y de un estado a otro. En particular, la Ley de Cuidado de Salud Asequible (ACA) siguió siendo un tema crucial para los electores, especialmente después de la fallida promesa de los republicanos de derogar el Obamacare. De hecho, el esfuerzo por derogar la ACA, incluso por parte de algunos demócratas conservadores como el senador Joe Manchin, jugó un papel importante en dañar la imagen de los opositores republicanos. Este hecho refleja que la ACA, a pesar de las controversias iniciales, terminó por consolidar un nuevo y legítimo statu quo en cuanto a la política sanitaria, lo que resultó en un apoyo creciente hacia la ley, especialmente por sus disposiciones más populares, como la protección de personas con condiciones preexistentes.
Otro factor que sorprendió durante las campañas fue la falta de entusiasmo por los recortes fiscales impulsados por Trump, que, a pesar de ser una de sus principales victorias legislativas, no lograron generar una fuerte base de apoyo popular. A diferencia de los recortes fiscales bajo el presidente George W. Bush, que estuvieron acompañados por cheques de reembolso visibles para la mayoría de los contribuyentes, los recortes fiscales de Trump no tuvieron un impacto tan evidente ni tan directo, lo que hizo que la medida fuera fácilmente criticada como un beneficio para los ricos.
La creciente disposición de los demócratas para abrazar el control de armas en algunas de las carreras más competitivas de estados como Florida y Texas también marcó una tendencia importante en las elecciones de 2018. Organizaciones que promueven una mayor regulación de armas, como Giffords PAC y Everytown for Gun Safety, contribuyeron al financiamiento y al respaldo de decenas de candidatos que, finalmente, resultaron exitosos. De manera destacada, los demócratas consiguieron ganar distritos tradicionalmente republicanos, como el 7° Distrito de Texas y el 6° Distrito de Georgia, lo que sugiere que las áreas suburbanas están cada vez más alejándose del Partido Republicano en la era de Trump.
El cambio en la política laboral en el período posterior a la presidencia de Trump también jugó un papel crucial. En estados del medio oeste que Trump había ganado por márgenes estrechos en 2016, el comercio y las políticas relacionadas con el trabajo tuvieron un rol más importante que en otras partes del país. Curiosamente, algunos demócratas que tradicionalmente han mostrado escepticismo hacia el libre comercio y un fuerte apoyo hacia los sindicatos, como el senador Sherrod Brown de Ohio, vieron cómo su enfoque les permitió mantenerse a salvo. Este enfoque se mostró efectivo en estados industriales, como Illinois, Michigan y Pensilvania, que vieron un giro hacia los demócratas en las elecciones de 2018.
El proceso de confirmación del juez Brett Kavanaugh ante la Corte Suprema, y la controversia que surgió de ello, fue otra de las dinámicas que movilizó a los votantes en 2018. La lucha por la confirmación de un juez conservador y pro-vida, y las subsecuentes reacciones del electorado evangélico, desempeñaron un papel significativo en las elecciones. Sin embargo, la intensidad de este apoyo a Kavanaugh también puso en evidencia la creciente polarización en torno a temas de derechos reproductivos y de justicia social que marcaron una de las divisiones más significativas entre los votantes en las elecciones de medio término.
La realidad de que los temas nacionales, aunque omnipresentes, no siempre dominan de la misma manera en todos los distritos, refleja una complejidad que los candidatos deben tener en cuenta al evaluar las dinámicas políticas locales. Las elecciones de 2018 subrayan cómo las políticas nacionales, incluidas las relacionadas con la atención médica, la economía y las armas, interactúan con las características culturales y demográficas específicas de los distritos, lo que resulta en un panorama político cada vez más fragmentado.
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