En la historia reciente de los Estados Unidos, el movimiento por los derechos civiles representó un cambio fundamental en la estructura social y política del país. Sin embargo, a la par de este avance, surgió una fuerte reacción en contra, una contraofensiva que comenzó a tomar fuerza durante la década de los 60. En este contexto, figuras como George Wallace, gobernador de Alabama, no solo aprovecharon este descontento, sino que supieron articularlo en un mensaje de política económica y social que resonó con una gran parte de la población blanca trabajadora.
Wallace entendió que la clase media blanca, sobre todo la de las zonas del sur, veía amenazados sus intereses materiales con los cambios sociales que implicaba la lucha por los derechos civiles. A pesar de que no buscaba desmantelar el legado del New Deal, que había beneficiado enormemente al sur blanco, supo aprovechar el temor al cambio que sentían estos votantes. Lo que Wallace logró hacer fue apelar a un populismo económico y cultural que encontraba un enemigo tanto en las élites políticas y burocráticas como en los grupos marginados, entre los cuales se incluían los jóvenes ociosos, los criminales negros y los pobres dependientes del sistema de bienestar social.
A lo largo de su carrera, Wallace se mostró como un firme defensor del orden social y económico. Aunque siempre mantuvo una postura moderada en cuestiones económicas, su discurso estuvo marcado por una fuerte crítica a los intelectuales, políticos y jueces que, según él, eran incapaces de mantener el orden y la moralidad de la sociedad. Para él, la lucha por la supremacía blanca no solo era racial, sino también cultural, ya que veía en la desintegración de las normas sociales un peligro para la estabilidad económica y la cohesión social. Su retórica, por tanto, se construyó sobre una mezcla de nostalgia cultural y de preocupación por la seguridad económica de la clase trabajadora blanca.
La cuestión de la segregación residencial y el acceso a la vivienda fue central en este contexto. En el norte del país, los trabajadores blancos, especialmente aquellos que vivían en barrios segregados, estaban profundamente apegados a la idea de que su propiedad inmobiliaria representaba no solo su seguridad económica, sino también su estatus social y su identidad como clase media. Durante años, la política federal había apoyado, consciente o inconscientemente, la segregación al garantizar que los préstamos hipotecarios respaldaran los valores de los barrios homogéneos racialmente. Estos residentes, que en su mayoría no tenían acceso a préstamos debido a la discriminación, finalmente encontraron en las políticas del New Deal una manera de asegurar su estabilidad. Cuando llegaron al norte millones de negros del sur buscando mejores oportunidades y huyendo de la opresión racial, las ciudades del norte organizaron un sistema de segregación residencial respaldado por políticas federales que aún hoy tiene repercusiones.
El discurso de Wallace sobre la "ley y el orden", así como sobre la protección de los "barrios tradicionales" contra la integración, encontró eco en las clases medias y bajas blancas del norte. Aunque las políticas del New Deal fueron beneficiosas para muchos de estos votantes, su apoyo a la segregación residencial y su miedo a la integración marcaron una línea divisoria en la sociedad estadounidense. Wallace no inventó estos temores, sino que los identificó y los articuló de manera efectiva para movilizar a una parte significativa de la población blanca. De hecho, al trasladar su campaña al norte, Wallace aprovechó la creciente resistencia a la integración y a los derechos civiles de la misma manera que lo había hecho en el sur, sin perder de vista los intereses materiales de su base electoral.
Es importante destacar que Wallace no solo apelaba a la defensa de la propiedad privada y el orden, sino que también utilizaba una retórica anti-establishment que señalaba a las élites políticas y culturales como responsables de la "decadencia moral" y de la "amenaza comunista". Este mensaje caló hondo entre los pequeños empresarios y trabajadores de clase baja que, aunque se beneficiaron de las políticas del New Deal, sentían que sus intereses estaban siendo ignorados en favor de otros grupos. La figura del "enemigo interior" se consolidó en las figuras de los negros, los inmigrantes y los políticos liberales que, según él, ponían en peligro la cohesión de la sociedad.
Por otro lado, aunque Wallace se mantenía fiel a la idea de un gobierno más local y descentralizado, su discurso evidenciaba una resistencia más profunda al cambio que caracterizaba la sociedad estadounidense de los años 60. El tema de los derechos civiles no era solo una cuestión moral, sino una lucha de poder y recursos entre las diferentes clases sociales, con la clase trabajadora blanca del norte viendo en la integración no solo una amenaza a su estilo de vida, sino una posible desestabilización económica.
Este fenómeno fue amplificado por la política federal que, aunque en su mayoría promovía los derechos civiles, también proporcionaba mecanismos de exclusión que beneficiaban a quienes resistían los cambios sociales. La política de viviendas, la financiación federal de los barrios segregados y la creciente brecha entre los intereses de las élites urbanas y la clase trabajadora blanca del norte generaron una polarización que alcanzó su punto máximo con el ascenso de Nixon y su concepto de la "mayoría silenciosa". El surgimiento de este bloque electoral, que se sintió marginalizado por los cambios socioculturales, fue un reflejo de una tendencia más amplia que se consolidó durante la década de los 60.
La historia de Wallace, por tanto, no solo está vinculada a su ideología política, sino también a las tensiones sociales y económicas que definieron una época de profundos cambios en los Estados Unidos. Su capacidad para articular los temores y frustraciones de una parte de la población blanca, sin renunciar completamente a los logros del New Deal, lo convirtió en una figura clave en la política estadounidense, cuyo legado sigue siendo debatido hasta el día de hoy.
¿Cómo el racismo moldeó la política estadounidense bajo Trump?
La elección de Barack Obama como presidente de Estados Unidos en 2008 generó un cambio en la dinámica política del país. La llegada de un hombre de raza negra a la Casa Blanca alimentó una creciente ansiedad entre ciertos sectores de la sociedad, especialmente entre aquellos que percibían la transformación demográfica del país como una amenaza a su dominio. Esta ansiedad blanca, alimentada por la creciente inmigración y el cambio cultural, no tardó en encontrar un vehículo político en la figura de Donald Trump. A través de sus discursos y propuestas, Trump no solo explotó el temor a la pérdida de poder blanco, sino que lo amplificó, creando un caldo de cultivo perfecto para una política basada en el resentimiento y el miedo.
Trump entendió rápidamente que el Partido Republicano, a pesar de sus intentos anteriores de diversificarse y alejarse de los excesos del racismo, había dejado una brecha abierta para una retórica que apelara directamente a los temores más primitivos de ciertos votantes. A diferencia de sus predecesores, como Ronald Reagan o los Bush, que manejaban un racismo sutil, disfrazado de "apoyo a los valores tradicionales", Trump optó por una postura mucho más directa y abierta. La frase "Make America Great Again" se convirtió en su grito de guerra, pero este eslogan también llevaba implícito un mensaje: la "grandeza" que quería recuperar no era una idea abstracta, sino un retorno a un pasado donde los blancos tenían el control hegemónico, tanto político como culturalmente.
El racismo bajo Trump no fue solo una cuestión de retórica, sino una estrategia política clara. Su uso del miedo a la inmigración, a la invasión de personas de "países de mierda", y su preferencia por los inmigrantes noruegos, reflejaron una actitud xenófoba que dividió aún más a la sociedad estadounidense. Estas posiciones no solo eran políticamente rentables para él, sino que también servían para consolidar su base de apoyo: un bloque de votantes blancos, en su mayoría rurales y de clase media, que se sentían desplazados por la globalización y la multiculturalidad emergente.
La ideología de Trump encontró su terreno fértil en un Partido Republicano que había sido históricamente el partido de la resistencia al cambio racial. A lo largo de los últimos 50 años, los republicanos habían jugado con los miedos raciales para asegurar el voto blanco. Desde las políticas de "dog whistles" de Richard Nixon hasta las estrategias de segregación implícitas en las presidencias de Ronald Reagan, George H.W. Bush y George W. Bush, el Partido Republicano había cimentado su apoyo en el resentimiento racial. Sin embargo, Trump llevó esa estrategia al extremo, abrazando sin reservas el nacionalismo blanco y convirtiéndolo en una parte central de su agenda.
Esta radicalización de la base republicana tuvo consecuencias profundas para la política estadounidense. Trump entendió que, más allá de sus políticas económicas proteccionistas, lo que realmente movilizaba a su base era el miedo al "otro": los inmigrantes, las minorías raciales, las mujeres. Por eso, sus políticas de inmigración, las deportaciones masivas, la construcción del muro en la frontera con México, y las restricciones a los musulmanes, no eran solo medidas administrativas. Eran símbolos de resistencia a los cambios demográficos y culturales que estaban ocurriendo en el país.
El legado de Trump no puede entenderse sin el contexto histórico que le dio forma. A lo largo de las décadas, el Partido Republicano había intentado presentarse como el partido de los valores tradicionales, pero estos valores a menudo estaban enraizados en una visión del mundo donde los blancos dominaban sin cuestionamientos. Aunque la estrategia de la "Southern Strategy" de los años 60 había permitido a los republicanos ganar el sur del país, también había consolidado un pacto implícito con el racismo estructural. El ascenso de Trump no fue más que la culminación de esa trayectoria, una culminación de un proceso que se había gestado durante medio siglo.
Por supuesto, el racismo no es el único factor que definió el ascenso de Trump, pero fue sin duda su herramienta más poderosa. En un contexto de creciente desigualdad económica, inseguridad social y políticas migratorias cada vez más restrictivas, Trump logró fusionar estas preocupaciones con una visión del mundo racialmente excluyente. La retórica de Trump no solo apuntaba a un cambio en las políticas del país, sino a un cambio en la manera en que los estadounidenses se veían a sí mismos.
La fragmentación de la sociedad estadounidense bajo la presidencia de Trump es, por tanto, el resultado de una política deliberada de explotación del miedo racial y de la identidad blanca. Esta fractura no desaparecerá rápidamente, incluso si el liderazgo de Trump termina. Las bases de su apoyo, alimentadas por décadas de ansiedad racial, seguirán estando presentes en el Partido Republicano, lo que garantiza que las tensiones raciales seguirán siendo una parte importante de la política estadounidense durante mucho tiempo.
A pesar de los fracasos evidentes de su presidencia, Trump logró cambiar para siempre el panorama político estadounidense. Transformó a su partido en un vehículo de reacciones frente al futuro, uno que se niega a aceptar la diversidad y el cambio. La política de Trump no solo estaba orientada a detener la inmigración o a suprimir el voto de las minorías, sino a retrasar lo inevitable: el avance de una sociedad más diversa que inevitablemente reconfigurará la política estadounidense en las próximas décadas.
¿Cómo la política republicana está redefiniendo la ciudadanía y el voto en los Estados Unidos?
La creciente polarización política en los Estados Unidos ha llegado a un punto donde la definición de ciudadanía y la validez de las elecciones se encuentran bajo un cuestionamiento constante. Este fenómeno ha tomado forma principalmente en el seno del Partido Republicano, el cual, a partir de ciertos discursos y actitudes promovidos por figuras como el expresidente Donald Trump, ha subrayado que la ciudadanía debe ser entendida como un atributo de sangre, raza y etnia, más que como un derecho otorgado por el proceso de naturalización o el lugar de nacimiento, tal y como lo define claramente la Decimocuarta Enmienda de la Constitución.
El rechazo a este principio fundamental de la democracia estadounidense es solo la punta del iceberg de una agenda más profunda, que va más allá de las elecciones de 2020 y sus disputadas resultados. La postura de Trump de que las elecciones le fueron robadas a través de un fraude electoral masivo, particularmente en ciudades con alta población de minorías como Filadelfia, Atlanta, Milwaukee, Phoenix y Detroit, ha dejado claro que lo que está en juego no es simplemente la figura de su oponente, sino la naturaleza misma de la democracia estadounidense. Estas afirmaciones de fraude electoral, totalmente infundadas, han abierto la puerta a una serie de medidas políticas que pretenden privar del derecho al voto a millones de ciudadanos estadounidenses, basándose en su raza o etnia. Esto no es un tema aislado o superficial: es la piedra angular de un movimiento más amplio dentro del Partido Republicano, cuyo objetivo es restringir el derecho al voto, modificar las reglas electorales y llevar a cabo prácticas de manipulación de distritos electorales, también conocidas como gerrymandering, para consolidar un régimen de dominación de la minoría blanca de forma permanente.
Lo que está en juego en este debate sobre la ciudadanía y el voto es una redefinición de lo que significa ser un miembro pleno de la comunidad nacional. La pregunta fundamental es quién pertenece, quién está fuera, quién tiene derecho a influir en las decisiones políticas, y quién está destinado a ser subyugado a esas decisiones. Este movimiento, aunque claramente impulsado por figuras como Trump, se asienta sobre una base popular que preexistía a su aparición en la escena nacional y que probablemente perdurará mucho después de su salida. Ante el reto demográfico que enfrenta el país, el Partido Republicano parece decidido a seguir atacando la participación política inclusiva y a renunciar a los principios democráticos fundamentales, como la regla de la mayoría.
El Partido Republicano ha llegado a un punto donde la búsqueda de poder no es simplemente una cuestión de política, sino una necesidad existencial. Después de haber rechazado múltiples oportunidades para reformarse, el liderazgo del partido ha apostado firmemente por una base resentida, temerosa y agitada de votantes blancos. Esto está detrás de su retórica sobre el "robo" de las elecciones de 2020 y su alegato de que, a pesar de que Trump sigue insistiendo en que sigue siendo el presidente legítimo, cualquier derrota electoral futura será vista a través de la misma lente de fraude electoral. La idea central que subyace a este discurso es que algunos votantes importan más que otros y que la mayoría no puede gobernar si no es blanca. En consecuencia, las elecciones solo son legítimas cuando los republicanos ganan.
Este enfoque no se limita a una cuestión de estrategia política; se trata de un proyecto profundamente ideológico cuyo objetivo es redefinir las bases mismas de la democracia. El Partido Republicano ha logrado organizar esta postura, apelando tanto a la base más radical como a sus líderes, y se ha convertido en un vehículo para una ideología de exclusión basada en la etnia. La crítica al sistema democrático y a la legitimidad de las elecciones no es solo un fenómeno de la era Trump, sino que tiene raíces más profundas que se remontan a las décadas pasadas. La retórica etno-nacionalista, que subraya la idea de que algunos individuos y grupos merecen más derechos y reconocimiento que otros, ya está ganando terreno en la política estadounidense.
Este fenómeno es particularmente peligroso porque no es una tendencia impuesta desde arriba, sino que se alimenta de una base popular que, como muestra un reciente estudio, está dispuesta a justificar el uso de la fuerza para defender lo que perciben como el "modo de vida tradicional estadounidense". Las respuestas a encuestas realizadas entre votantes republicanos en 2020 revelan niveles alarmantes de apoyo a ideas antidemocráticas, como la disposición a recurrir a la violencia para salvar lo que consideran su forma de vida y su derecho a gobernar. Esto no es solo un desprecio por las normas democráticas; es una forma de pensar que está siendo amplificada por los líderes políticos, que han aprendido a manipular y explotar el resentimiento racial y étnico para consolidar su poder.
Es importante entender que este cambio radical en la política del Partido Republicano no es una reacción momentánea o aislada, sino una manifestación de un proceso que lleva varias décadas gestándose. El auge de la derecha radical estadounidense, impulsada por un resentimiento racial y étnico cada vez más pronunciado, está desmantelando las normas democráticas y haciendo imposible cualquier retorno a una comprensión tradicional de la ciudadanía o de la democracia.
El temor y el resentimiento étnico han sido, desde la llegada de Barry Goldwater, una parte integral de la estrategia electoral republicana. La intensificación de este animus en la actualidad ha producido una base republicana radicalizada que está dispuesta a poner en peligro las instituciones democráticas para preservar lo que consideran su posición privilegiada. Esta base está alimentada por un sentido de victimización de la "raza blanca" ante lo que perciben como una amenaza de las minorías "no merecedoras", a quienes acusan de recibir beneficios del gobierno gracias a políticos corruptos.
Así, la defensa de la posición privilegiada de los votantes blancos se ha convertido en una cuestión existencial para muchos en el Partido Republicano, lo cual alimenta la idea de que es necesario preservar ese estatus a toda costa, incluso si eso significa abandonar los principios democráticos que históricamente definieron a los Estados Unidos. A medida que la base de votantes blancos, principalmente protestantes, se siente cada vez más alienada y enojada, se hace más probable que la radicalización y el nihilismo se afiancen en la política estadounidense.
¿Cómo la "Conciencia de un Conservador" transformó la política racial en Estados Unidos?
El libro The Conscience of a Conservative, escrito en 1960 por el senador de Arizona Barry Goldwater, fue una declaración rotunda de principios que marcó un antes y un después en la política estadounidense. A través de sus páginas, Goldwater expuso una filosofía profundamente enraizada en la desconfianza hacia el gobierno central y en la defensa de los derechos de los estados, sentando las bases de una ideología que perduraría en el Partido Republicano, más allá de su derrota electoral en 1964. La influencia de esta obra, incluso después de la crítica que recibió, se extendió a lo largo de varias generaciones y ayudó a moldear la política estadounidense en temas como la integración escolar, la desobediencia al gobierno federal y el sistema de derechos civiles.
La obra fue redactada por L. Brent Bozell, asesor de Goldwater, aunque siempre se dejó claro que el senador se atribuía la autoría. En sus páginas, Goldwater no solo reflexiona sobre la expansión del poder gubernamental, sino también sobre cómo esa expansión amenaza la libertad individual. En su opinión, el New Deal había ampliado demasiado el alcance del gobierno federal, convirtiendo a Washington en el enemigo más peligroso para la libertad. Aunque no era un anarquista, Goldwater sostenía que el gobierno debía restringir su poder y que la Constitución de Estados Unidos estaba diseñada para evitar la expansión hacia el absolutismo. La clave de esta protección radicaba en los derechos de los estados, cuya autonomía debía ser respetada en todos los ámbitos, y la educación no era una excepción.
En este contexto, Goldwater se opuso a la decisión histórica de la Corte Suprema en el caso Brown v. Board of Education de 1954, que declaró la segregación escolar como inconstitucional. Según Goldwater, la educación integrada no debía considerarse un derecho civil y la intervención del gobierno federal en los asuntos educativos de los estados era una violación de la soberanía estatal. Para él, la política educativa debía ser una prerrogativa exclusiva de los estados y defendió que la Tenth Amendment debía prevalecer sobre la interpretación del gobierno central. En este sentido, el conservadurismo de Goldwater en cuanto a la Constitución se alineaba con lo que, más tarde, se conocería como el "originalismo", que defiende la interpretación de la Constitución según los principios originales de sus redactores.
Aunque Goldwater reconocía la importancia de la lucha por los derechos civiles, su postura sobre la segregación era clara: apoyaba la integración escolar, pero consideraba que este cambio debía ser impulsado por la persuasión y el entendimiento, no por la imposición del gobierno federal. Para él, cualquier otra vía ponía en riesgo la libertad y los procesos democráticos. Esta visión tuvo un impacto inmediato en el sur de Estados Unidos, donde su rechazo al intervencionismo federal fue interpretado como un apoyo a la resistencia de los estados del sur a las políticas de integración.
En las elecciones presidenciales de 1964, Goldwater obtuvo un apoyo significativo de los votantes blancos del sur, ganando el 55% de este grupo. Aunque su campaña se mantuvo distante de los temas raciales directos, su mensaje constitucional fue claro para millones de blancos sureños que lo vieron como un aliado en su lucha contra la desegregación y el avance del movimiento de derechos civiles. Goldwater no fue el primero en aprovechar el descontento racial, pero su discurso en defensa de los derechos de los estados abrió el camino para que futuros líderes republicanos continuaran explotando estas divisiones.
La relevancia de The Conscience of a Conservative fue, por tanto, doble: no solo definió una nueva forma de conservadurismo que enfatizaba el gobierno limitado y la autonomía estatal, sino que también proporcionó el marco ideológico que permitiría al Partido Republicano ganar terreno en el sur de Estados Unidos. La obra ayudó a normalizar la oposición a los derechos civiles de manera más matizada, menos explícita, pero igualmente efectiva, especialmente en los suburbios, donde muchos votantes blancos de clase media se sintieron amenazados por la agenda de redistribución económica del movimiento de derechos civiles y las políticas progresistas de los Demócratas.
Goldwater sentó las bases de lo que sería un cambio sustancial en la política racial de Estados Unidos. Mientras que su rechazo a las políticas de integración forzada fue explícito, su crítica al gobierno federal también reflejaba una preocupación por los problemas económicos y culturales que emergían a nivel nacional. Su ascenso en la política republicana, al igual que el del populista George Wallace, marcó el inicio de una alianza más duradera entre el Partido Republicano y los votantes blancos resentidos, un fenómeno que crecería en los años siguientes con la llegada de figuras como Richard Nixon y, más tarde, Donald Trump.
Aunque Goldwater nunca abandonó su apoyo a la igualdad en un plano general, su enfoque se centró principalmente en la importancia de respetar los procesos locales y las tradiciones de los estados. Esta tensión entre el respeto a los derechos civiles y el temor a la intervención federal sería una de las piedras angulares de la política conservadora en las décadas venideras. El giro hacia una política más identitaria y racially divisiva que caracterizaría a la derecha estadounidense durante los años 70 y 80 empezó a moldearse a través de figuras como Goldwater, aunque los términos de esa política se fueron endureciendo con el tiempo.
¿Cómo los europeos percibían a los mongoles y China durante la Edad Media?
¿Cómo se utilizan las nanopartículas magnéticas funcionalizadas en aplicaciones biomédicas y ambientales?
¿Cómo la visión computacional y la inteligencia artificial pueden mejorar las medidas de seguridad en tiempos de epidemias?
¿Cómo afecta la contaminación del agua a la salud humana y al ecosistema?

Deutsch
Francais
Nederlands
Svenska
Norsk
Dansk
Suomi
Espanol
Italiano
Portugues
Magyar
Polski
Cestina
Русский