Durante su descenso, la sonda de liberación atravesó vientos de más de 724 km/h a 24 km de altura en la atmósfera, superando cualquier velocidad registrada en la Tierra. Mientras lo hacía, liberó un escudo térmico trasero y recogió datos durante 58 minutos para transmitirlos de vuelta a la superficie terrestre. La sonda estaba equipada con seis instrumentos, pero aunque alcanzó una profundidad de 160 km, estuvo lejos de llegar a la superficie de Júpiter, situada a 60,000 km de distancia. Este tipo de misión demuestra los enormes desafíos de viajar más allá de la atmósfera terrestre, lo que no solo requiere tecnología avanzada, sino también una comprensión profunda de la física y la ingeniería.
La ciencia de los cohetes, fundamental para la exploración espacial, tiene raíces muy antiguas. Su historia comienza en la antigua China, cuando los alquimistas chinos inventaron la pólvora, utilizada inicialmente en fuegos artificiales y rápidamente adaptada para fines bélicos. A lo largo de los siglos, los cohetes fueron evolucionando, pero su uso no estaba necesariamente relacionado con el espacio. No fue sino hasta principios del siglo XX cuando la ciencia moderna de los cohetes comenzó a tomar forma, especialmente con los trabajos pioneros de Robert Goddard, quien en 1912 construyó el primer cohete de combustible líquido, un hito crucial para la posterior conquista del espacio.
El diseño básico de un cohete sigue siendo similar al de aquellos primeros modelos, aunque la tecnología ha avanzado enormemente. Los cohetes modernos, aunque diversos en su construcción, siguen operando bajo el mismo principio fundamental: un propulsor que expulsa gases a gran velocidad para generar un empuje (lo que se conoce como la tercera ley de Newton). Este principio permite a los cohetes vencer la fuerza de gravedad y alcanzar el espacio. La diferencia entre los cohetes de combustible sólido y los de combustible líquido radica en cómo se almacenan y queman los propulsores. Los cohetes de combustible sólido, como los que se usan en los lanzadores espaciales, suelen ser más simples, pero menos eficaces para misiones de larga duración. Por otro lado, los de combustible líquido permiten un mayor control y eficiencia, ya que pueden apagarse y reiniciarse según sea necesario.
Una de las claves para entender el funcionamiento de los cohetes es la noción de "velocidad de escape". Este es el umbral de velocidad necesario para que un objeto escape de la gravedad terrestre y no vuelva a caer. La velocidad de escape varía según el cuerpo celeste del que se trate; para la Tierra, esta velocidad es de aproximadamente 40,000 km/h. A medida que un cohete asciende, pierde masa a medida que el combustible se consume, lo que aumenta su aceleración. Esto se traduce en una mayor eficiencia, ya que el cohete se va "aligerando" mientras avanza.
El impulso inicial necesario para despegar de la Tierra se logra a través de la combustión de los propulsores, que deben generar una fuerza superior al peso del cohete y su carga útil. Por ejemplo, el transbordador espacial de la NASA, cuyo peso total alcanza las 4.4 millones de libras, requería de un empuje de hasta 3.3 millones de libras de las propulsiones externas para llegar a la órbita. De hecho, la elección de la ubicación de los centros de lanzamiento también es crucial. Por ejemplo, el Centro Espacial de la NASA en Cabo Cañaveral se beneficia de su proximidad al ecuador, lo que aprovecha la velocidad de rotación de la Tierra para proporcionar un "empuje adicional" a los cohetes.
Además, la dinámica de la atmósfera de la Tierra juega un papel fundamental en el lanzamiento. En las capas superiores, la resistencia del aire disminuye, pero en las más cercanas a la superficie, la fricción atmosférica crea una resistencia significativa que los cohetes deben superar. Esta resistencia es la razón por la que el impulso inicial debe ser extremadamente potente para que el cohete pueda continuar su ascenso.
En cuanto a los combustibles utilizados en los cohetes, los más comunes hoy en día son el queroseno (RP-1), el hidrógeno líquido y el hidrazina. Cada uno tiene ventajas y desventajas dependiendo del tipo de misión y la carga que se desea transportar. El queroseno, por ejemplo, es más estable y menos volátil que el hidrógeno líquido, lo que lo convierte en una opción más segura para el lanzamiento.
Los cohetes se componen de varias partes esenciales. En primer lugar, el combustible y el oxidante se almacenan por separado y se combinan en una cámara de combustión. Desde allí, los gases resultantes de la reacción son dirigidos a través de una tobera para generar el empuje necesario. Es importante comprender que, una vez encendido, el cohete no puede ser detenido, ya que la combustión de los propulsores sigue en marcha hasta que el combustible se agota.
El desafío de alcanzar la órbita o escapar de la gravedad terrestre también implica comprender el concepto de velocidad orbital. Esta es la velocidad que debe alcanzar un objeto para mantenerse en una órbita estable alrededor de la Tierra, de forma que la gravedad y la aceleración centrífuga se contrarresten. En este caso, el cohete debe moverse lo suficientemente rápido para que, aunque la gravedad lo atraiga hacia abajo, su velocidad lateral lo mantenga en órbita.
El lanzamiento de cohetes no es solo una cuestión de diseño de la nave y los propulsores, sino también de planificación detallada. La trayectoria de vuelo debe ser calculada con precisión, y las correcciones en el camino deben ser mínimas para evitar desviaciones que puedan comprometer la misión. Las ubicaciones de los centros de lanzamiento, la elección de los materiales de los cohetes y la disposición de los motores son solo algunos de los muchos factores que intervienen en el proceso.
¿Cómo los telescopios más avanzados nos permiten explorar el universo con una claridad sin precedentes?
El Telescopio Espacial James Webb (JWST) es un ejemplo claro de cómo la tecnología más avanzada nos permite observar el universo con una resolución nunca antes alcanzada. Uno de los componentes clave de su diseño es el uso de un rastreador estelar y un sistema de guía fina (FGS) que ajusta su posición para evitar la interferencia de luz no deseada, garantizando observaciones precisas y sensibles. Además, el espejo primario de 18 segmentos hexagonales de berilio recolecta la luz de objetos distantes, lo que, combinado con su estructura única, permite realizar observaciones extremadamente detalladas.
El JWST también está diseñado para operar a temperaturas extremadamente bajas, alrededor de -223°C, lo que evita que la radiación térmica afecte los instrumentos sensibles a bordo. Este diseño innovador, con un espejo secundario que refleja la luz del espejo primario y la capacidad de enfocar la luz hacia el Módulo de Instrumentos Científicos Integrados (ISIM), marca un avance significativo en la observación astronómica.
Otro aspecto fundamental del telescopio es su escudo solar, de tamaño comparable a una cancha de tenis, que lo protege de las fuentes externas de luz, como la radiación solar. Este sistema es crucial para que el telescopio mantenga la estabilidad térmica necesaria para operar con precisión. De esta manera, el JWST no solo captura la luz de las estrellas, sino que también permite analizarla con una resolución sin precedentes, mejorando la calidad de las observaciones respecto a sus predecesores.
En paralelo, el Telescopio Europeo Extremadamente Grande (E-ELT), actualmente en construcción, promete llevar las observaciones astronómicas aún más lejos. Con un espejo primario de 39.3 metros de diámetro, este telescopio superará en capacidad de captación de luz a cualquier otro en la Tierra, permitiendo el estudio detallado de planetas similares a la Tierra y objetos cósmicos mucho más distantes y débiles. Además, la ubicación del E-ELT en el Cerro Armazones, en el desierto de Atacama, aprovechará su altitud para reducir las interferencias atmosféricas, un factor clave para obtener imágenes más nítidas.
El E-ELT también implementará la tecnología de óptica adaptativa, que utilizará láseres para generar "estrellas guía" en el cielo. Estos láseres permiten ajustar continuamente la forma de los espejos segmentados del telescopio para corregir la distorsión causada por la atmósfera de la Tierra. De esta forma, el telescopio será capaz de capturar imágenes de objetos celestes con una claridad excepcional, a pesar de las turbulencias atmosféricas.
La combinación de estas tecnologías avanzadas marca un hito en la astronomía moderna. Telescopios como el JWST y el E-ELT no solo nos permiten mirar más lejos en el espacio, sino también con una precisión que cambiará nuestra comprensión del universo. Los descubrimientos que harán estos telescopios podrán responder preguntas fundamentales sobre la formación de estrellas, galaxias y la posibilidad de encontrar planetas habitables fuera de nuestro sistema solar.
Lo que también debe tenerse en cuenta es que, a medida que avanzamos en la observación del cosmos, el reto de entender la vastedad del universo y las distancias astronómicas se vuelve cada vez mayor. La luz de los objetos más distantes puede tardar miles de millones de años en llegar a nosotros, lo que significa que estamos observando el universo tal y como era en el pasado. La constante expansión del universo y la medición de distancias a través del desplazamiento hacia el rojo (redshift) de las galaxias son técnicas clave que nos permiten estimar cuán lejos están estos objetos, lo que añade una capa de complejidad a las observaciones realizadas.
Además, a pesar de los avances tecnológicos, aún queda mucho por descubrir. La observación de exoplanetas, por ejemplo, es un campo en constante expansión, donde la búsqueda de mundos habitables fuera del sistema solar se enfrenta a desafíos, como la diferencia entre la luz de una estrella y la débil luz reflejada por un planeta distante. Sin embargo, con telescopios como el JWST y el E-ELT, se abre una nueva era en la que los astrónomos podrán acercarse más que nunca a entender los secretos del universo.

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