La guerra comercial ha comenzado. Estados Unidos impuso aranceles del 25% sobre productos chinos por un valor de 34 mil millones de dólares a partir del 6 de julio. Los aranceles aplicados incluyen semiconductores ensamblados en China, plásticos, equipos lácteos, vehículos de motor, equipos eléctricos, piezas para plataformas de perforación de petróleo y gas, productos químicos y lubricantes. Antes de esto, ya se habían implementado tarifas sobre lavadoras, paneles solares, acero y aluminio. En respuesta, Pekín aplicó aranceles a 545 productos de EE. UU., enfocándose en bienes producidos en los estados que votaron por Donald Trump en 2016, tales como soja, carne de res, pescado, frutas, verduras, productos lácteos, bourbon, algodón, tabaco y vehículos. Este es considerado el mayor conjunto de aranceles impuestos por EE. UU. desde los aranceles Smoot-Hawley que contribuyeron a la profundización de la Gran Depresión y al colapso del comercio mundial, que cayó un 66% entre 1929 y 1934.

Aunque la situación inmediata no resulta alarmante, el intercambio de aranceles podría descontrolarse rápidamente. Además, EE. UU. está inmerso en una guerra arancelaria con la Unión Europea. En junio, la UE aplicó un arancel de 3.2 mil millones de dólares sobre productos estadounidenses en represalia por los aranceles sobre el acero y aluminio, afectando productos como bourbon, jugo de naranja y motocicletas. India también ha manifestado que incrementará los aranceles sobre 29 productos estadounidenses a partir de agosto. Canadá y México han seguido el mismo camino con sus propias tarifas a exportaciones de EE. UU. Actualmente, Estados Unidos planea aumentar los aranceles sobre otros 16 mil millones de dólares en productos chinos, y Trump ha amenazado con imponer aranceles sobre todas las importaciones chinas, lo que podría superar los 500 mil millones de dólares.

El impacto directo de estos aranceles podría reducir el crecimiento de China en solo un 0.5%, incluso si se aplicaran aranceles del 25% sobre todos los productos importados por EE. UU. desde China. Sin embargo, la guerra comercial podría extenderse a otras naciones y áreas más allá del comercio. Ya en junio, la administración Trump había restringido las visas para estudiantes chinos, y tanto la administración como el Congreso están considerando planes para limitar las inversiones chinas y las exportaciones de tecnología a China. El ejemplo de ZTE mostró cómo algunas de las grandes corporaciones chinas pueden ser devastadas si se les bloquean suministros críticos, como los microchips necesarios para la producción de teléfonos y equipos de telecomunicaciones.

Por otro lado, el enfoque de EE. UU. en esta guerra comercial está respaldado por una economía en crecimiento y una tasa de desempleo que sigue disminuyendo, con salarios e ingresos en aumento. Esto le permite a la administración Trump estirar este conflicto hasta el año electoral. En cuanto a China, enfrenta un proceso de reducción de su deuda, lo que ha ralentizado su crecimiento. Esto, junto con la interrupción de las cadenas globales de suministro, podría tener efectos secundarios perjudiciales para la economía mundial, ya que muchos productos sujetos a los aranceles estadounidenses contienen componentes fabricados en terceros países. Como resultado, el consumidor estadounidense podría ver aumentos en el costo de los productos, y un conflicto total podría provocar el colapso del comercio global y empujar la economía mundial hacia una recesión.

El trasfondo de esta disputa va más allá del simple intercambio de productos. Para una parte significativa de la administración Trump, esta guerra representa una lucha por la primacía económica y tecnológica. China ha lanzado su programa "Hecho en China 2025", que busca convertir al país en líder en áreas como inteligencia artificial, robótica, aplicaciones aeroespaciales, vehículos eléctricos y biotecnología. Estados Unidos, por su parte, acusa a China de robar tecnología y distorsionar las reglas del comercio internacional a su favor, lo que ha desencadenado una rivalidad más amplia en la arena global.

La lucha entre EE. UU. y China también refleja la diferencia en sus visiones económicas y políticas. Mientras que Occidente creía que China eventualmente se convertiría en una economía de mercado, Pekín ha dejado claro que su modelo de economía sigue siendo predominantemente estatal, con la dirección del Partido Comunista. Esto se ha convertido en un punto de fricción, no solo en términos de comercio, sino también en la competencia por el liderazgo global en sectores clave del futuro.

Además de la competencia económica, hay una tensión inherente en la manera en que se están llevando a cabo estos intercambios comerciales. Las políticas proteccionistas no solo afectan las relaciones bilaterales entre naciones, sino que también tienen un impacto significativo en los consumidores y las empresas, especialmente en un contexto global donde las cadenas de suministro son interdependientes. En última instancia, las decisiones políticas de los gobiernos tienen el potencial de desestabilizar economías, afectando tanto a productores como a consumidores en todo el mundo. La clave para evitar una catástrofe económica global será la capacidad de las naciones para negociar y encontrar soluciones que no impliquen una escalada a un conflicto comercial total. La guerra comercial, por su naturaleza, no es solo una batalla de tarifas, sino un conflicto de visiones sobre el futuro de la economía global.

¿Cómo afecta la globalización a la diversidad cultural y a las identidades locales?

Los flujos culturales, que atraviesan esencialmente los medios de comunicación, las redes de comunicación y el comercio, consisten en un volumen cada vez mayor de bienes culturales, servicios y comunicaciones, incluidos el lenguaje y los contenidos educativos. Aunque este tráfico cultural ha tendido a moverse principalmente en un eje Norte-Sur, el ascenso de nuevas economías poderosas, en particular los países del BRICS (Brasil, Rusia, India y China), está diversificando o invirtiendo la dirección de estos flujos. Uno de los efectos más profundos de la globalización es el debilitamiento de la conexión habitual entre un evento cultural y su ubicación geográfica, como resultado de los procesos de desmaterialización o des-territorialización facilitados por las tecnologías de la información y la comunicación. La globalización transporta eventos, influencias y experiencias distantes a nuestra cercanía, especialmente a través de los medios visuales y auditivos. Este debilitamiento de los lazos tradicionales entre la experiencia cultural y la localización geográfica introduce nuevas influencias y vivencias en la vida cotidiana de las personas. Las culturas digitales, por ejemplo, están teniendo un impacto considerable en las identidades culturales, especialmente entre los jóvenes. De este modo, se está desarrollando una actitud cosmopolita, sobre todo en las megalópolis del mundo.

En algunos casos, esta atenuación de los lazos con el lugar puede percibirse como una fuente de oportunidad; en otros, como una causa de ansiedad, pérdida de certeza y marginación, lo que lleva ocasionalmente a reacciones de rechazo a la identidad. Sin embargo, como nuestras identidades están inextricablemente vinculadas a los entornos en los que crecimos y aquellos en los que vivimos, el efecto generalmente no equivale a una ruptura radical con nuestro trasfondo cultural ni a una homogeneización cultural. La migración internacional se ha convertido en un factor significativo en las dinámicas interculturales. En los países de emigración, la fuga de recursos humanos—tendiendo, entre otras cosas, a distorsionar la relación entre los géneros y las generaciones—implica inevitablemente un cierto debilitamiento del tejido sociocultural. En los países receptores, los migrantes enfrentan el reto de conciliar un sistema tradicional de valores, normas culturales y códigos sociales con las costumbres, a menudo muy diferentes, de los países anfitriones. La mayoría de los inmigrantes optan por evitar los extremos de la asimilación completa o el rechazo absoluto, en favor de una adaptación parcial a su nuevo entorno cultural, preservando sus lazos con sus culturas de origen, especialmente a través de las conexiones familiares o los medios de comunicación.

El influjo de un número considerable de trabajadores migrantes y el desarrollo de comunidades multiculturales de facto provoca una gama compleja de respuestas, que reflejan, en cierta medida, las de la propia población inmigrante. El resultado de las negociaciones implícitas entre estas comunidades suele ser algún grado de pluralismo, que va desde el reconocimiento institucional hasta la tolerancia de la diferencia. En tales circunstancias, la convivencia puede echar raíces si no es obstaculizada por ideologías de exclusión. Estas raíces pueden, a su vez, nutrir nuevas expresiones culturales, ya que la diversidad siempre está potencialmente en proceso de creación.

El turismo internacional es otro fenómeno con un impacto potencialmente significativo en la diversidad cultural. Su crecimiento en las últimas décadas se sugiere al comparar el número de turistas internacionales en 1950, estimado en 25,3 millones, con los 800 millones registrados en 2005 y la previsión de la Organización Mundial del Turismo de un flujo global de turistas de casi mil millones en 2010. Una tendencia significativa ha sido el aumento del turismo hacia el mundo en desarrollo, reflejado en el crecimiento anual promedio de llegadas turísticas en Oriente Medio (9 por ciento), África oriental y el Pacífico (7 por ciento) y África (5 por ciento). El impacto cualitativo—en contraposición al cuantitativo—de este aumento en el volumen de contactos interculturales es obviamente difícil de medir. Por un lado, el turismo internacional es, hasta cierto punto, autocontenible y puede generar nuevas fuentes de ingresos para las poblaciones locales dentro de la industria turística y contribuir positivamente a un mayor conocimiento y comprensión de diferentes entornos culturales y prácticas. Por otro lado, el volumen mismo de los intercambios, aunque en gran parte funcional y transitorio, conlleva el riesgo de "congelar" culturalmente a las poblaciones locales como objetos de turismo. Esta fijación cultural margina aún más a estas poblaciones, “ya que es su marginalidad la que exhiben y venden para obtener ganancias” (Azarya, 2004). Aunque las perspectivas inmediatas de crecimiento del turismo siguen siendo impredecibles, parece claro que los contactos interculturales, incluidos los intercambios sustantivos, seguirán creciendo como resultado de los flujos turísticos crecientes—y cada vez más multidireccionales—tanto reales como virtuales.

La globalización de los intercambios internacionales está llevando a la integración de una diversidad de servicios y expresiones multiculturales en muchos países. Un ejemplo obvio es la creciente gama de restaurantes extranjeros en todo el mundo industrializado, que atienden tanto a las poblaciones inmigrantes como a las locales. Reproducida en una amplia variedad de contextos, especialmente en los mundos de la moda y el entretenimiento, esta yuxtaposición de expresiones y experiencias culturales está llevando a una mayor interacción y fusión de formas culturales. Tales ejemplos, que reflejan una intensificación más general de los flujos transnacionales, son consistentes con una tendencia hacia múltiples afiliaciones culturales y una “complejificación” de las identidades culturales. Estos nuevos y crecientes fenómenos interculturales reflejan el carácter dinámico de la diversidad cultural, que no puede ser asimilada en repertorios fijos de manifestaciones culturales y está constantemente asumiendo nuevas formas dentro de contextos culturales en evolución.

Sin embargo, estos resultados positivos no deben llevarnos a subestimar los impactos negativos de las tendencias globalizadoras sobre la diversidad de las expresiones culturales y sobre aquellos para quienes estas expresiones son intrínsecas a sus modos de vida y su ser. Lo que está en juego para ellos es una pérdida existencial, no simplemente la desaparición de manifestaciones de diversidad humana. La acción de la UNESCO en la protección del patrimonio cultural inmaterial ha puesto de manifiesto algunas de las amenazas a las expresiones culturales tradicionales planteadas por lo que muchos ven como el gigante de la globalización. Los defensores del Carnaval de Oruro en Bolivia, por ejemplo, se quejan de las “tendencias globalizadoras mal concebidas que imponen reglas y comportamientos comunes, sin tener en cuenta las particularidades culturales” y de la “tendencia neoliberal de analizar las actividades humanas desde una perspectiva de costo-beneficio, sin considerar los aspectos mágicos y espirituales del Carnaval”. Para los narradores épicos de Kirguistán, es el auge del mercado de entretenimiento moderno lo que explica por qué las generaciones más jóvenes de su país dejan de identificarse con las antiguas representaciones culturales. Estos choques entre “tradición” y “modernidad” son omnipresentes y problemáticos en cuanto a cómo deben ser percibidos y abordados.