En la mayoría de los enfoques terapéuticos, la relación entre terapeuta y cliente es considerada un pilar esencial, pero pocas escuelas especifican con claridad qué la fortalece en la práctica. La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) propone un cambio sustancial: la calidad de la relación no surge de técnicas superficiales, sino de la aplicación coherente de seis procesos fundamentales. Estar presente en el momento con el cliente, percibirlo como alguien más allá de sus problemas, desidentificarse de los propios pensamientos del terapeuta, aceptar las emociones del cliente y orientarlo hacia acciones alineadas con sus valores son condiciones que, al integrarse, generan de manera orgánica una relación terapéutica sólida.

ACT no se limita al diálogo. Nacida de la tradición conductual, incorpora contingencias directas en las sesiones y promueve experimentos conductuales que permiten al cliente vivenciar sus patrones y alternativas de acción. Aunque el lenguaje y los pensamientos fusionados con las palabras son fuentes frecuentes de sufrimiento humano, ACT aprovecha precisamente ese mismo lenguaje para reconfigurar las experiencias del cliente. El uso de metáforas y analogías abre vías para transformar la relación con emociones e ideas fijas.

Esta orientación es fundamentalmente experiencial. Tanto clientes como terapeutas pueden quedar atrapados en su mundo mental, repitiendo durante las sesiones los mismos procesos cognitivos que ya saturan la vida diaria del cliente. Proporcionar experiencias diferentes, diseñadas con sensibilidad y sin forzarlas, puede producir verdaderos puntos de inflexión. No obstante, es esencial emplear estos ejercicios con oportunidad y autenticidad, pues su poder radica en su pertinencia, no en su frecuencia.

La flexibilidad psicológica constituye el eje central del cambio. Significa persistir cuando es necesario y modificar la conducta cuando esta deja de ser funcional. Quien logra desarrollar esta capacidad dispone de más recursos para vivir de manera plena. ACT facilita este aprendizaje mediante seis procesos nucleares: aceptación, defusión, contacto con el presente, sentido del yo como contexto, clarificación de valores y acción comprometida. Su integración permite que la persona deje de invertir su energía en combatir pensamientos y emociones internas y la canalice hacia conductas significativas.

La metáfora del balde agujereado ilustra el principio de contextualismo funcional, base filosófica de ACT. Un balde con agujeros puede parecer inútil para transportar agua, pero se convierte en un objeto valioso si la función es regar un jardín o filtrar. Del mismo modo, conductas y emociones que parecen disfuncionales en un contexto pueden haber sido adaptativas en otro. La ansiedad, por ejemplo, puede ser un mecanismo de supervivencia frente a amenazas reales. Lo que en un contexto salva la vida, en otro puede limitarla. Reconocer esto permite al cliente distanciarse de la narrativa de estar “roto” y comenzar a reformular su relación con su propia ansiedad.

El lenguaje es tanto motor como obstáculo del comportamiento humano. La Teoría de los Marcos Relacionales (RFT) ofrece una base científica para entender cómo las palabras adquieren significados, asociaciones y cargas emocionales. Así como no es necesario conocer la mecánica de un motor para conducir un coche, no es imprescindible dominar RFT para aplicar ACT. Sin embargo, comprender su lógica puede hacer al terapeuta más preciso y flexible en su práctica. El lenguaje nos salva cuando describe y resuelve problemas externos —como identificar un león y decidir trepar un árbol—, pero puede volverse destructivo cuando lo dirigimos contra nosotros mismos. Al evaluarnos mediante etiquetas negativas y tomarlas como realidades inamovibles, terminamos atrapados en redes verbales que refuerzan conductas nocivas.

En este punto es crucial que el lector entienda que ACT no busca eliminar pensamientos ni emociones, sino transformar la relación con ellos. Las palabras, las imágenes mentales y las emociones no son verdades absolutas, sino eventos internos que pueden observarse con distancia. Esa distancia, o defusión, libera la energía necesaria para actuar con coherencia hacia los valores elegidos. Comprender que la flexibilidad psicológica es la meta y no la supresión del malestar amplía el horizonte del cambio y facilita procesos terapéuticos más humanos y efectivos.

¿Cómo pueden los valores guiar nuestras vidas y ayudar a superar la ansiedad?

Uno de los aspectos fundamentales en la psicoterapia, particularmente en el contexto de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT, por sus siglas en inglés), es el papel que juegan los valores personales. Los valores no son objetivos específicos que se puedan alcanzar de manera concreta, sino que representan direcciones hacia las cuales uno elige orientar su vida. Son la brújula que guía nuestras decisiones y acciones, pero, al igual que con una brújula, nunca se "llega" al valor en sí. Siempre estamos en un proceso continuo, en constante movimiento hacia una vida más alineada con lo que realmente nos importa.

Es esencial que los profesionales de la salud mental mantengan presente esta perspectiva en su trabajo. Cuando un cliente enfrenta dificultades y parece estar luchando con desafíos emocionales o conductuales, es útil recordar por qué comenzamos este viaje terapéutico en primer lugar: para ayudar a otros a encontrar formas de vivir sus vidas de acuerdo con sus valores, independientemente de las dificultades que enfrenten. No debemos olvidar nuestros propios valores como terapeutas, ya que pueden ayudarnos a mantener nuestra motivación cuando las sesiones parecen más complicadas de lo habitual. Recordar que más allá de ser un profesional, somos seres humanos con propias aspiraciones y deseos, puede ser un recordatorio valioso de lo que le da sentido a nuestra vida.

En este contexto, los valores de un individuo se convierten en una herramienta crucial para superar la ansiedad. Las personas que sufren de ansiedad a menudo pierden de vista lo que realmente les importa, ya que la mente se enfoca intensamente en los problemas inmediatos o en los miedos sobre lo que podría ir mal. En lugar de quedar atrapados en el ciclo de preocupación, es posible redirigir la atención hacia lo que verdaderamente tiene valor para la persona, ya sea la familia, el amor, el crecimiento personal o la conexión espiritual. Reconectar con esos valores permite un sentido renovado de propósito, el cual es vital para recuperar la motivación y la energía necesaria para enfrentar los retos cotidianos.

Los valores también nos ayudan a establecer metas concretas. Si uno de los valores más importantes para alguien es la familia, entonces pueden establecerse metas que busquen fortalecer esos lazos, como pasar tiempo de calidad juntos. Sin embargo, estos objetivos no son estáticos; a medida que cambian las circunstancias, los valores pueden seguir siendo un punto de referencia, pero las metas específicas pueden necesitar ajustes. La clave aquí es que las metas concretas deben estar alineadas con los valores fundamentales, ya que de otro modo pueden volverse vacías o irrelevantes.

El proceso de exploración de valores también implica ser conscientes de las influencias externas que podrían estar nublando nuestra visión de lo que realmente es significativo para nosotros. A menudo, las personas sienten la presión de cumplir con expectativas ajenas: las de la sociedad, la familia o incluso de sus terapeutas. Por ejemplo, puede que un cliente exprese que siente la obligación de pasar más tiempo con su familia, pero si esa acción no está impulsada por un valor personal genuino, sino por un “deber” impuesto, esa no es una motivación basada en valores reales. La diferencia es clara: los valores nos impulsan hacia lo que realmente deseamos, mientras que las obligaciones pueden ser un lastre que nos aleja de lo que realmente queremos vivir.

Para ayudar a los clientes a identificar sus valores, se pueden utilizar diversas herramientas y enfoques. Una de las más eficaces es el cuestionario de vida valorada, que agrupa los valores en diez categorías amplias. Estas categorías cubren áreas como las relaciones familiares, las relaciones íntimas, el trabajo, la recreación, el crecimiento personal, la espiritualidad, y la salud física, entre otras. Estas áreas no son absolutas, y cada persona tendrá diferentes prioridades en su vida. Sin embargo, explorar estas categorías puede abrir un espacio para la reflexión sobre lo que realmente importa, para luego tomar decisiones que promuevan una vida más plena y alineada con esos principios.

Es importante destacar que los valores no deben confundirse con reglas o normas impuestas. A menudo, las personas se sienten presionadas a cumplir con expectativas externas, pero es fundamental que logren una conexión interna genuina con lo que realmente desean. En este sentido, el proceso terapéutico debe enfocarse en ayudar al cliente a descubrir qué es lo que verdaderamente les importa, sin imponerles lo que uno cree que debería importarles.

Por ejemplo, algunas personas encuentran un profundo sentido en su carrera profesional, mientras que otras se sienten más realizadas en su vida familiar o en su crecimiento espiritual. Sin embargo, algo que es común a la mayoría de las personas es el valor de las relaciones humanas. Aunque existen excepciones, como las personas en el espectro autista, que pueden no valorar tanto las interacciones sociales, la mayoría de los seres humanos encuentra significado en las conexiones que establecen con los demás. Reconocer esto puede ser crucial para el bienestar emocional, ya que las relaciones saludables pueden proporcionar apoyo emocional y sentido de pertenencia.

La espiritualidad es otro aspecto que a menudo se pasa por alto, especialmente en contextos terapéuticos donde se busca evitar temas potencialmente controvertidos. Sin embargo, para muchos clientes, la espiritualidad es un componente esencial de su vida. No se trata necesariamente de religión, sino de cualquier marco que les proporcione un sentido de propósito y conexión con algo más grande que ellos mismos. Ya sea a través de la ciencia, la naturaleza o la contemplación de la vida misma, la espiritualidad puede ofrecer un profundo sentido de paz y resiliencia.

Otro valor clave es la salud física. Aunque muchas personas son conscientes de la importancia de cuidar su salud, a menudo lo hacen por obligación o porque “deberían” hacerlo. En lugar de ser un acto impuesto, el cuidado del cuerpo debería ser algo que se haga con la intención de mejorar la calidad de vida y facilitar la consecución de otros valores. La actividad física, la alimentación saludable y el descanso no solo son fundamentales para el bienestar, sino que también pueden ser fuentes de placer y satisfacción personal.

Al ayudar a los clientes a conectar con estos valores, se les ofrece una forma de cambiar la narrativa de su vida, pasando de una existencia reactiva y dominada por la ansiedad, a una vida activa y dirigida por lo que realmente les importa. Sin importar cuán difíciles sean las circunstancias, los valores siempre pueden servir como un faro que ilumina el camino hacia una vida más significativa.

¿Quién eres realmente si no eres tu ansiedad? La expansión de tu identidad personal

Muchas veces, los clientes experimentan una ansiedad tan intensa que su sentido de identidad se fusiona con los pensamientos y sentimientos ansiosos. Las palabras que rondan en su mente se condicionan para generar automáticamente ansiedad, lo que, a su vez, provoca más pensamientos ansiosos y estrecha su visión sobre sí mismos. Esta forma de identificación con la ansiedad limita el potencial de la persona, pues al asociarse tan profundamente con los problemas que enfrenta, la vida se reduce a un solo aspecto: el de ser alguien ansioso. Esta perspectiva tan estrecha no solo les impide ver las soluciones a sus problemas, sino que también los desvía de una vida plena y significativa.

Reconocer que somos mucho más que nuestras preocupaciones es un paso fundamental hacia una visión más amplia de quién somos realmente. Este enfoque puede ofrecer una perspectiva más enriquecedora de la vida, ayudando a los individuos a verse más allá de sus dificultades inmediatas y a reenfocar su atención en lo que realmente valoran y desean experimentar.

La rigidez con la que nos aferramos a una idea fija de quién somos limita nuestra flexibilidad. Muchas veces, los problemas que enfrentamos se convierten en nuestra identidad. Algunos programas de rehabilitación, como los de Alcohólicos Anónimos, han ayudado a millones de personas, pero también se ha observado un fenómeno interesante. Algunos participantes llegan a identificarse exclusivamente con su condición de alcohólicos o adictos, como si esa fuera la única etiqueta que los definiera. Si bien este enfoque es necesario en los primeros pasos del proceso de recuperación, a largo plazo puede resultar limitante.

Cuando nuestra identidad se reduce a un solo aspecto de nuestra vida, como una adicción, se dificulta el crecimiento personal. Por el contrario, aquellas personas que logran superar sus desafíos tienden a identificar otras facetas de su ser, como su rol de padres, amigos, profesionales o incluso como seres espirituales. De esta forma, tienen un sentido más amplio de sí mismos y, por lo tanto, son más flexibles para tomar decisiones que favorezcan una vida significativa y rica en experiencias.

La flexibilidad es clave, y este principio puede ilustrarse a través de la experiencia personal de un maestro en artes marciales. Este maestro, a pesar de valorar profundamente la tradición, entendió que la verdadera esencia de esas tradiciones no estaba en repetir los métodos de hace siglos, sino en aplicar esos principios de manera moderna y efectiva. Al enfrentar la resistencia de otros instructores que se aferraban a las formas tradicionales de enseñanza, mi maestro se mostró dispuesto a adaptarse a nuevas formas que ayudaran más a los estudiantes. Esto no fue solo una cuestión de técnica, sino de flexibilidad frente a las circunstancias cambiantes. Los instructores que se quedaron atrapados en el pasado, reacios al cambio, vieron cómo sus escuelas se quedaban pequeñas y muchas incluso cerraron. Aquellos que adoptaron una visión más amplia de su identidad como educadores, que no se limitaban solo a un método o una forma de enseñanza, prosperaron.

Del mismo modo, quienes se identifican exclusivamente con su ansiedad se ven atrapados en una espiral negativa. Si una persona se ve solo como alguien ansioso, su capacidad para tomar riesgos, disfrutar de actividades o crear conexiones significativas se ve severamente limitada.

El concepto de “yo como contexto” es fundamental en la terapia de aceptación y compromiso (ACT). Muchas veces, nos identificamos tan profundamente con nuestros pensamientos y emociones que olvidamos que somos el contexto en el que esas experiencias ocurren, no la suma de ellas. Si eres capaz de experimentar pensamientos, emociones y sensaciones, eso significa que eres algo más grande que esos momentos pasajeros. Esto no se trata solo de una estrategia para reducir la ansiedad, sino de aprender a vivir de manera más plena y menos reactiva ante las experiencias. Cuando luchamos contra nuestros pensamientos y sentimientos, estamos luchando contra nosotros mismos. Este enfoque puede parecer extraño al principio, pero es un principio fundamental: cuando luchamos contra nuestra ansiedad, terminamos reforzando la ansiedad misma, y nunca ganamos la batalla.

Es importante recordar que la identidad no es estática. Si uno se siente atrapado por un problema, como la ansiedad, es posible salir de esa trampa reconociendo que el “yo” es mucho más amplio. Así, cuando nos despegamos de esa identificación rígida con nuestra ansiedad, podemos empezar a ver nuestra vida desde una perspectiva más amplia, llena de posibilidades.

Una práctica útil en este proceso es la reflexión sobre quiénes somos más allá de nuestras dificultades. Un ejercicio sencillo, pero profundo, consiste en responder preguntas como: ¿Quién soy yo? ¿Qué me define? Es importante que el cliente no se limite solo a sus problemas, sino que explore otras facetas de su vida: los roles que desempeña, sus logros, sus pasiones y valores. Al centrarse en estos aspectos, se puede recordar que lo que estamos viviendo ahora no es la totalidad de nuestra existencia, sino solo un fragmento de una vida mucho más rica.

Este tipo de reflexión puede ayudar a restablecer la conexión con la esencia de uno mismo, permitiendo que la ansiedad, aunque presente, no determine la totalidad de la experiencia.