El consumo de sustancias psicoactivas abarca una amplia gama de drogas con efectos diversos, entre ellas los psicodélicos, los opiáceos y los anestésicos disociativos. Los psicodélicos, utilizados desde tiempos ancestrales para explorar la mente, alteran profundamente la percepción de la realidad, modificando los sentidos y la percepción del tiempo y el espacio. Estas sustancias actúan principalmente sobre neurotransmisores específicos, como el receptor 5-HT2A, aunque también se postulan otros mecanismos como la implicación del receptor NMDA. Esta complejidad neuroquímica subraya que el impacto de los psicodélicos no es solo una experiencia sensorial, sino una profunda alteración neurobiológica.

Las sustancias psicodélicas incluyen compuestos naturales como la mescalina, extraída del cactus peyote, y la psilocibina, presente en ciertos hongos alucinógenos, así como sintéticos como el LSD, el PCP y el 2C-B. Este último, desarrollado en la década de 1970, es conocido por intensificar las sensaciones emocionales y la respuesta a estímulos como la música y el color, aunque presenta mayor riesgo de experimentar un “viaje malo” o bad trip. Estas experiencias negativas pueden suponer una intensa caída emocional en la que la percepción alterada se convierte en una realidad insoportable, poniendo en riesgo la estabilidad mental del individuo.

En el ámbito terapéutico, los psicodélicos están resurgiendo como herramientas prometedoras para tratar trastornos como la depresión y el estrés postraumático, particularmente cuando se emplean bajo estrictos protocolos que incluyen preparación, acompañamiento y seguimiento especializado. Sin embargo, fuera de estos contextos controlados, el riesgo de abuso es alto debido a la naturaleza intensa y emocionante de estas experiencias. Un fenómeno particular asociado a estos fármacos es la aparición de flashbacks, episodios en los que la persona revive fragmentos de la experiencia psicodélica, a menudo de manera involuntaria y en momentos inoportunos, lo que puede resultar peligroso, por ejemplo, al conducir.

El MDMA, conocido también como éxtasis o “droga del amor”, es otro psicodélico que eleva el estado de ánimo, induce empatía y sensaciones cálidas de autoaceptación. Sin embargo, su uso recreativo acarrea riesgos significativos como la contaminación con otras sustancias tóxicas y la hipertermia causada por la combinación de actividad física intensa y deshidratación, condiciones que pueden derivar en problemas médicos graves o incluso la muerte.

Por otro lado, los opiáceos constituyen una categoría de drogas con un alto potencial adictivo, utilizados tanto en contextos médicos como recreativos. La heroína, derivada del opio, y la morfina, empleada principalmente como analgésico, producen euforia y bienestar, pero también efectos secundarios previsibles como náuseas, vómitos, picazón y depresión respiratoria. El abuso de opiáceos de prescripción, como el OxyContin y Vicodin, ha aumentado alarmantemente, con un uso indebido que consiste en modificar las vías de administración para intensificar su efecto, lo que favorece el desarrollo de tolerancia y dependencia. La vigilancia cuidadosa en entornos domésticos es crucial para prevenir el acceso indebido a estos medicamentos, especialmente entre jóvenes y adolescentes.

Los anestésicos disociativos, como el PCP y la ketamina, fueron diseñados para inducir anestesia general, generando distorsiones visuales y auditivas, junto con una sensación de desapego del cuerpo. Aunque pueden tener aplicaciones médicas, su uso recreativo está asociado a riesgos considerables debido a estas alteraciones sensoriales y psicológicas.

Es fundamental comprender que el uso de estas sustancias, aunque pueda parecer en algunos casos una búsqueda de experiencias trascendentes o alivio terapéutico, conlleva riesgos significativos para la salud física y mental. La dependencia, las alteraciones emocionales severas y la potencial toxicidad son aspectos inherentes a su consumo. La investigación actual no solo busca potenciar sus propiedades terapéuticas bajo condiciones controladas, sino también prevenir y tratar los daños asociados a su abuso.

La clave para una comprensión completa radica en reconocer la dualidad de estas sustancias: pueden ser herramientas valiosas en manos expertas y en contextos adecuados, pero también fuentes de graves consecuencias cuando se usan sin control. La educación, la supervisión médica y la concientización sobre sus efectos y riesgos son esenciales para minimizar el daño y maximizar los beneficios potenciales.

¿Cómo la terapia psicodinámica y el modelo de aprendizaje pueden transformar la adicción?

El enfoque psicodinámico en el tratamiento de la adicción se centra en los conflictos internos y deficiencias que las personas con dependencia suelen experimentar. Uno de los problemas más destacados es la dependencia misma: una necesidad excesiva de solidaridad con los demás. Esta necesidad, frecuentemente, proviene de experiencias pasadas de negligencia o desatención emocional. En los casos más extremos, la persona afectada por la adicción deja de cuidar de sus necesidades básicas y debe reaprender habilidades elementales de autocuidado. Los otros dos enfoques principales de la terapia psicodinámica son la gestión emocional, que implica aprender a identificar, comprender y expresar los sentimientos, y la mejora del autoconcepto, es decir, lo que la persona piensa sobre sí misma. Estos aspectos son cruciales, ya que cuando alguien lucha con estos problemas, a menudo se involucra en relaciones que refuerzan su estado de dependencia, buscando alivio en otras personas.

La terapia, como se explica más detalladamente en el capítulo 9, ayuda al individuo a enfrentar estos problemas, primero con apoyo y luego de manera independiente, desarrollando nuevas formas de gestionar los conflictos. Una parte esencial de este proceso es la construcción de una relación terapéutica segura y de apoyo, dentro de la cual la persona puede aprender gradualmente a asumir la responsabilidad de sus acciones emocionales y corregir patrones disfuncionales. Esta relación se convierte en un espacio donde se puede empezar a tomar conciencia de las decisiones que llevan a una vida más saludable y resolutiva.

El enfoque del modelo de aprendizaje, por su parte, es otro método valioso para tratar la adicción. Este modelo ayuda al individuo a analizar su comportamiento adictivo desde la perspectiva de las recompensas y refuerzos que obtiene de este. La adicción no es solo una cuestión de mal hábito, sino de un patrón de conductas que, a lo largo del tiempo, ha sido reforzado por la gratificación inmediata que proporciona el uso de sustancias. Por ejemplo, el consumo de alcohol o drogas puede ser una forma de relajarse, disfrutar de momentos agradables o socializar de manera menos ansiosa. El comportamiento adictivo se refuerza por el alivio o la recompensa que experimenta la persona, lo que crea un ciclo difícil de romper.

Las personas aprenden rápidamente, y si una sustancia alivia el dolor o facilita el sueño, el cerebro asocia ese alivio con el consumo, reforzando aún más la adicción. Este proceso de aprendizaje es tan potente que puede sumergir aún más al individuo en el ciclo de adicción, a medida que la sustancia se convierte en la forma más efectiva de satisfacer ciertas necesidades. El tratamiento, entonces, se enfoca en encontrar alternativas más saludables que puedan reemplazar estas conductas adictivas y que, a su vez, satisfagan las mismas necesidades, pero de una forma menos destructiva. Entre las funciones que los comportamientos adictivos pueden cumplir se encuentran la relajación, la socialización más relajada, la mejora del estado de ánimo, el aumento del sentido de control, la sensación de ser amado, el alivio del dolor, la mejora del sueño o el incremento de la energía.

Además de los enfoques mencionados, es fundamental que la persona que lucha contra la adicción entienda que la búsqueda de ayuda profesional no es solo un acto de valentía, sino un paso necesario hacia la recuperación. La adicción no es una falla moral, sino una enfermedad compleja que afecta tanto a la mente como al cuerpo. A menudo, las personas sienten vergüenza o miedo de buscar ayuda debido al estigma que rodea la adicción. Este sentimiento de vergüenza puede ser tan potente que puede dificultar la búsqueda de tratamiento adecuado, ya sea en clínicas ambulatorias o de internamiento. Sin embargo, es importante recordar que la adicción, como cualquier otra enfermedad, puede y debe ser tratada.

El proceso de encontrar un tratamiento adecuado no siempre es fácil. A menudo, quienes padecen de adicción no tienen claro a dónde acudir o quién puede guiarlos de manera efectiva. El tratamiento de la adicción no está tan bien publicitado como otras formas de atención médica, y muchas veces los servicios disponibles no cuentan con la visibilidad que deberían. Por ello, es vital buscar el consejo de profesionales capacitados y de confianza, además de considerar las opciones que ofrecen redes de apoyo, como los programas de los doce pasos, que pueden brindar una valiosa orientación.

Por otro lado, las intervenciones familiares son una herramienta importante cuando se trata de romper con el ciclo de negación y miedo que puede atrapar a la persona afectada. La intervención profesional puede ser necesaria cuando los intentos por parte de los seres queridos no tienen éxito. La familia, por su parte, se ve sumida en la angustia y el desespero, sin saber cómo ayudar de manera efectiva a un ser querido atrapado en la adicción. Es frecuente que, ante el miedo y la vergüenza, las personas en tratamiento adictivo ofrezcan promesas vacías o incluso se resistan a recibir ayuda, lo que puede agravar la situación y aumentar la tensión emocional entre todos los involucrados.

En estos casos, un especialista en intervenciones puede proporcionar la guía necesaria para ayudar a la persona afectada a enfrentarse a la realidad de su adicción y a dar los primeros pasos hacia la recuperación. Sin embargo, el proceso siempre será desafiante, y los avances no siempre son inmediatos. La resistencia, el miedo y la vergüenza son sentimientos comunes durante el tratamiento, pero reconocer la adicción como una enfermedad y buscar ayuda es, en última instancia, el camino hacia la sanación.

Es importante que el lector entienda que la adicción es una enfermedad que afecta a múltiples niveles de la persona, desde sus emociones y pensamientos hasta sus relaciones interpersonales y su bienestar físico. El tratamiento debe ser integral, abordando tanto las causas subyacentes de la adicción como los comportamientos adictivos en sí mismos. También debe quedar claro que la recuperación no es un proceso lineal, sino que involucra altibajos, recaídas y progresos graduales. La paciencia, el compromiso y el apoyo adecuado son esenciales para lograr una recuperación sostenible.